Vamos a seguir descifrando las terceras moradas dando una breve explicación al texto evangélico predilecto por santa Teresa para esta morada, los versículos dedicados al joven rico en Mateo 19,16-22, citado en M 3.1.6-7. A la meditación de este pasaje volveremos con asiduidad hasta haber incorporado toda su riqueza a nuestra vida.
Luego se le acercó uno y le dijo:
—Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para alcanzar la vida eterna?
Jesús le contestó:
—¿Por qué me preguntas acerca de lo que es bueno? Uno solo es el bueno. Si quieres entrar en la vida guarda los mandamientos.
El joven le pregunta:
—¿Cuáles?
Jesús le dijo:
—No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no perjurarás, honra al padre y a la madre, y amarás al prójimo como a ti mismo. El joven le dijo:
—Todo eso lo he cumplido, ¿qué me queda por hacer?
Jesús le contestó:
—Si quieres ser perfecto, ve, vende tus bienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme.
Al oírlo, el joven se fue triste, porque era muy rico.
Lo primero a advertir es que en las terceras moradas seguimos practicando la oración vocal y la de meditación, ejercitando con frecuencia el aprendizaje en el recogimiento. Vamos incorporando el recogimiento a la meditación de la Palabra de Dios que, a estas alturas, se ha hecho algo habitual en nuestra vida: “en la de recogimiento no se ha de dejar la meditación ni la obra de entendimiento” (por equivocación lo die en las cuartas moradas, M.4.3.8)
Siguiendo la tradición de la Iglesia Teresa entiende que hay dos maneras de ser cristianos, una cumpliendo los mandamientos y otra para aquellos que se sienten llamados a ser amigos de Jesucristo y se dedican a seguirle con perfección. Ella da por descontado que quienes han llegado hasta aquí en la vida espiritual, desean seguir a Jesucristo con perfección. Ahora bien, al igual que la tradición anterior de la Iglesia a la que accede a través de los Cartujanos, la pobreza primordial no se refiere al aspecto material, el hecho de vender literalmente todos los bienes y darlos a los pobres, sino en otro sentido, la entrega a Cristo de todo nuestro ser, es decir, la entrega del yo. Es verdad que no será de golpe, se nos dará tiempo y siempre se respetará nuestra libertad. Pero la exigencia es radical: “aún es menester más para que del todo posea el Señor el alma” (M 3.1.6).
La palabra que mejor lo expresa y está en la tradición es “desnudez” y dejamiento de todo” (M.3.1.8); “mucho me sirve, más gran cosa es seguirme desnudo de todo con yo me puse en la cruz” (R 64); “en tornando a la oración y mirando a Cristo en la cruz tan pobre y desnudo, no podía poner a paciencia ser rica” (V 35.3); “entenderéis si estáis bien desnudas de los que dejasteis (…) y entender si estáis señoras de vuestras pasiones” (M.3.2.6).
La clave no está en llevar a cabo de una vez esta donación del yo, sino en la determinación decidida una y otra vez de hacer la voluntad de Dios. Es el deseo de llevar a nuestra vida la voluntad de Dios la que nos va a hacer avanzar en la vida espiritual. Mucho mejor si la vamos acompañando con pequeñas obras que nos van mostrando ser verdad la decisión tomada. Luego lo primero a dar es la determinación, o decisión de querer seguir a Jesús: “y no penséis que ha menester nuestras obras, sino la determinación de nuestra voluntad” (M.3.1.7). En conclusión, en la tercera morada nos decidimos de verdad a ser amigos de Cristo y a seguirle. Y como en la concepción de Teresa el amor nace de la decisión de la voluntad, en este instante está naciendo la amistad profunda y el amor.
Hay otra cosa a entregar de inmediato, la explicaremos el próximo día, la miseria de cada uno, fruto de la humildad que nos capacita para llegar hasta los pliegues mas oscuros del yo.
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