Seguimos comentando el capítulo segundo de las sextas moradas de Teresa de Jesús.
1.- Del Eros griego al Cazador en Teresa
Eros es el Dios griego del amor, los romanos lo tradujeron como Cupido. Para los poetas líricos de los siglos VI y V a.C., Eros es el autor de las alegrías y los dolores de la pasión de amor que agita los corazones humanos. El arco es su arma por excelencia. Cruel y encantador al mismo tiempo, lanza sus flechas inevitables contra quien quiere.
En el arte, las flechas suelen ir acompañadas de otro atributo, las alas. A veces también va acompañado de una antorcha que inflama los deseos amorosos del corazón alcanzado. Representado como un adolescente al principio, en la etapa helenística toma la forma de un niño regordete.
En la tradición bíblica abundan las flechas con diversos significados, desde el castigo de Dios contra los impíos, hasta el Servidor de Yahvé, concebido como una flecha bruñida, significando la potencia de la Palabra de Dios: “Hizo de mí una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aldaba y me dijo: “Tu eres mi siervo (Israel), de quien estoy orgulloso” (Is 49,2).
En la tradición cristiana el texto que más ha influido en los autores místicos, empezando por Orígenes (+254), ha sido el del Cantar de los Cantares 2,5:
“Me metió en su bodega y contra mí enarbola su bandera de amor. Dadme fuerzas con pasas y vigor con manzanas: ¡Desfallezco de amor! Ponme la mano izquierda bajo la cabeza y abrázame con la derecha”.
Podemos también citar la lanza en el costado de Cristo de Jn 19,34, citando al profeta Zacarías 12,10 y Apocalipsis 1,7. O el anuncio del anciano Simeón a María con la espada que atravesará su alma de Lc 2,35.
La “herida de amor”, nombre predilecto de los primeros tiempos del cristianismo, la encontramos en Orígenes, Gregorio de Nisa (+ circa 394), el Pseudo Macario (siglos IV y V) y en otros autores.
Santa Teresa de Jesús junto con san Juan de la Cruz son quienes mejor lo han explicado. La máxima expresión de la herida de amor se da en la transverberación (= traspasar), con o sin visión de imagen.
En V 20-32 explica diversos aspectos de lo que más tarde serán las sextas moradas. En R 5.13-20, M 6.2. y 6.11 encontramos los textos paralelos más importantes. Encima conservamos una poesía en la que debemos detenernos por resumir la máxima intensidad de la herida, un camino a realizar a lo largo de todas las sextas moradas:
“Ya toda me entregué y di,
y de tal suerte he trocado,
que es mi Amado para mí,
y yo soy para mi Amado.
Cuando el dulce Cazador
me tiró y dejó rendida,
en los brazos del amor
mi alma quedó caída,
y cobrando nueva vida
de tal manera he trocado,
que es mi Amado para mí,
y yo soy para mi Amado.
Hirióme con una flecha
enherbolada de amor,
y mi alma quedó hecha
una con su Criador;
ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí,
y yo soy para mi amado” (P 3).
El Esposo va llamando a la esposa con fuertes experiencias de un amor dolorido, pues se retira sin poder gozarlo. Llamadas que van purificando el alma hasta tenerla preparada para el compromiso del desposorio.
Santa Teresa describe la experiencia con una intensidad propia de la santos. Es siempre Dios quien toma la iniciativa y la persona responde aportando lo que tiene.
La poesía tercera es un buen termómetro para saber dónde estamos en la vida espiritual. La persona debe entregarse del todo y comenzar la “unión transformante” (así se llama en los estudios de espiritualidad). Aquello que no hemos entregado nos indica el camino a seguir, hasta entregarnos del todo al Todo.
Es mi Amado para mí, y yo soy para mi Amado, proviene del Cantar y resume a la perfección la cristología de Teresa de Jesús. La unión de dos distintos. Su origen está en la fórmula de la Alianza del pueblo judío cuando caminaba por el desierto y culmina en el evangelio de Juan 27,22-23; “para que sean uno como lo somos nosotros. Yo en ellos y tú en mí, para que sean plenamente uno; para que el mundo conozca que tú me enviaste”.
El dulce Cazador es Jesucristo, y ella queda abandonada, rendida, en los brazos del amor. La rendición incondicional a Jesucristo es la gran aportación del ser humano a esta historia de amor. Comenzó en las quintas moradas y ahora debe ser total.
2.- A modo de conclusión. Definición de la herida de amor en la espiritualidad cristiana y sus características esenciales
La mejor definición que he encontrado de la “herida de amor” o “pena sabrosa” dice así: “Un sentimiento muy vivo de la presencia de Dios engancha al alma de repente. Parecido a un dardo de fuego que ilumina y y quema al mismo tiempo; da a la inteligencia un conocimiento más vivo de las perfecciones divinas e imprime a la voluntad un anhelo más impetuoso hacia el Bien-Amado que se esconde inmediatamente. Entonces, el sentimiento agudo de la ausencia de Dios desgarra al alma, como una flecha que arrancas bruscamente de una herida y le causa una pena punzante y sabrosa a la vez”.
Para Juan de la Cruz se trata sobre todo de una purificación del alma, para Teresa es una preparación al matrimonio, una manera de explicar el amor adulto desde un deseo crecido e insatisfecho, un purgatorio o un infierno en la tierra.
Las características principales de esta gracia son las siguientes:
. Repentinamente. Nadie lo anuncia y ninguna preparación es necesaria; “estando la misma persona descuidada (…) entiende muy bien el alma que fue llamada de Dios (M 6.2.2).
. Impresión simultánea de un sufrimiento indecible y de una dulzura penetrante. Jan van Ruysbroek (+1381) dirá: “Estar herido de amor es el sentimiento más dulce y también la pena más severa que podamos soportar. Pero estar herido de amor es un signo cierto de que se curará. La herida espiritual da alegría y dolor a la vez”. Lo mismo opina Hilton (siglo XIV) Juan de la Cruz, Francisco de Sales y Teresa, “causa un dolor grande que hace quejar, y tan sabroso, que nunca querría le faltase” (R 5.17).
. La evidencia. Se tiene la absoluta certeza de venir de Dios y no del demonio. La experiencia no tiene siempre la misma intensidad, unas veces pasa en un instante y otras dura bastante tiempo, tres o cuatro horas nos enseñará san Juan de la Cruz. El conocimiento de Dios va aumentado día a día y también el dolor por su ausencia.
. Las consecuencias. Los efectos para Teresa son: “procure esforzarse a servir y a mejorar en todo su vida, y verá en lo que para y cómo recibe más y más; aunque a una persona (ella) que esto tuvo pasó algunos años con ello y con aquella merced estaba bien satisfecha (…) por los grandes provechos que quedan en el alma, que es lo más ordinario determinarse a padecer por Dios y desear tener muchos trabajos, y quedar muy más determinada a apartarse de los contentos y conversaciones de la tierra, y otras cosas semejantes” (M 6.2.5-6).
. El dolor no lo sufre el cuerpo, sino lo íntimo del alma, aunque a veces puede tener repercusiones en el organismo. Admite esta posibilidad Ricardo de san Victor (siglo XII) y santa Teresa, con experiencias de dolor por la ausencia que acercan a la muerte. No debemos confundir esta gracia con la de los estigmas, por ejemplo, los del padre Pío, cuando lo sufrido por el alma se manifiesta públicamente con la reproducción en sus manos de las llagas de Cristo, merced que no tuvieron ni Juan de la Cruz, ni Teresa de Jesús.
. La pena sabrosa por el Esposo puede vivirla el alma o la Iglesia. Para san Ambrosio de Milán (siglo IV), la Iglesia está herida de amor cada vez que predica la muerte de su Señor. Para él quienes viven con mayor fuerza la pena son los apóstoles y los mártires. Cuando la pena es en el alma la flecha de amor es Cristo, como sucede con el Cazador de Teresa. Para Orígenes el motivo de la herida puede venir de la contemplación del Verbo o de la naturaleza. San Agustín en su libro de las Confesiones opina que la saeta de amor recibida es la Palabra de Cristo: “Tú habías asaeteado nuestro corazón con tu caridad y llevábamos tus palabras clavadas en nuestras entrañas (Libro 9, capítulo 2).
(Continuará. Me sirvo del trabajo de varios autores: A. Cabassuut, Pierre Adnès, Henri Martin, del diccionario de espiritualidad francés. En la próxima reflexión partiré de experiencias humanas, intentando favorecer en la medida de lo posible este don de amor recibido del Espíritu Santo)
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