Hemos decidido seguir a Jesús de Nazaret desde su “Sacratísima Humanidad”.
Se nos dice que debemos aprender a vivir desde el “centro”, y no desde la superficie de la existencia.
Aprendiendo a recogernos estamos empezando a ser capaces de vivir el aquí y ahora en cada momento.
Sabemos que no estamos “huecos” y que dentro de nosotros habita la gran riqueza, somos un castillo habitado por el mismo Dios y por nuestra conciencia. Lo más íntimo del ser de cada uno vive acompañado del misterio de Dios.
Jesucristo desde el Antiguo Testamento I
Puede ser un buen momento para adentrarnos en el conocimiento de quien queremos conocer, amar y seguir, nuestro señor Jesucristo. Sé que la pregunta principal debe contestarla cada uno. Únicamente pretendo dar algunas pistas, por si a alguno le puede interesar. Para presentar a Jesús de Nazaret hay que remontarse a la cultura judía de su tiempo, igual que sucede con cualquier persona que queramos conocer.
El pueblo judío guardó durante siglos de forma oral los sucesos más importantes de su historia. En el siglo sexto a.C. vivieron un acontecimiento que les marcó para siempre. Resultó que las tropas de Nabucodonosor entraron en Jerusalén y deportaron a Babilonia en tres oleadas sucesivas a la gente más importante de la ciudad. Aquella tragedia no les desanimó, en medio del sufrimiento de quienes se habían quedado sin nada, comenzaron a pensar lo sucedido.
La aventura había comenzado antes, cuando Abraham salió de su tierra y Dios le hizo la Promesa de acompañarle y amarle siempre, sin jamás arrepentirse de su compromiso.
Pasado el tiempo, la descendencia de Abraham se multiplicó, y acabaron siendo esclavos de los egipcios. Ayudados por Moisés, un hombre excepcional, pudieron escapar de la esclavitud y durante 40 años fueron dando vueltas por el desierto en busca de la Tierra Prometida.
En el monte Sinaí hicieron una Alianza con su Dios: Él les prometía su cariño y compañía y ellos debían cumplir unos preceptos que les ayudarían a vivir: los mandamientos de la Ley de Dios habían nacido. Promesa y Alianza son los dos ejes de una religión de salvación.
Jesús de Nazaret privilegió la primera sin despreciar la segunda. El cristianismo forma parte de la historia judía, con un Dios que se da a conocer en la historia de un pueblo, el Pueblo de Dios. Y establece con el creyente una nueva Alianza. La definitiva.
En el destierro de Babilonia, los partidarios de la monarquía pusieron su historia por escrito y nacieron los libros del Pentateuco, excepción hecha del Deuteronomio, escrito más tarde. Escribieron otros libros del Antiguo Testamento, contando lo sucedido desde la llegada a la tierra prometida que manaba leche y miel. Los desterrados fueron capaces de mirar al pasado a fin de comprenderse, hicieron memoria del pasado con sus luces y sombras, con sus hazañas gloriosas y numerosos casos de infidelidad a la Alianza que habían prometido. Esos libros están en la base de la cultura judía que heredó Jesús de Nazaret, en especial el Pentateuco, o libros de la Ley.
Dentro del exilio otro grupo estaba formado por los sacerdotes.
El más importante era el sacerdote y profeta Ezequiel. Ellos preferían un sacerdote a un rey al frente del Pueblo de Dios. Descubrieron algo que con frecuencia nos pasa a nosotros: cuando nos vienen mal dadas no da la impresión de que Dios se aleja.
Dios ya no vivía con nosotros a este lado de la bóveda del cielo, parecía que nos había abandonado, ahora vivía al otro lado del cielo y para entrar en contacto con Él había que cumplir una serie de requisitos. Los sacerdotes miraron al cielo y tuvieron la experiencia de un Dios lejano.
Reaccionaron en sentido contrario buscando a Dios dentro de ellos mismos. Las infidelidades en el cumplimiento de la Alianza habían sido frecuentes a lo largo del tiempo. Ezequiel creía con otros profetas que no había más remedio que renovar la Alianza y meter la Ley en el corazón:
- ” Os recogeré por las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Os rociaré con un agua pura que os purificará; de todo vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos (…) Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios” (Ez 36, 24-28).
Para llevar a cabo la tarea del corazón de carne había que meterse dentro y degustar la palabra de Dios. Cuando el Señor le llama y le envía a la misión le dice:
- “-Hijo de Adán, yo te envío a Israel, pueblo rebelde (…) Les dirás «esto dice el Señor, te escuchen o no te escuchen, pues son casa rebelde (…) Y tú, hijo de Adán, no les tengas miedo, no tengas miedo a lo que digan, aun cuando te rodeen espinas y te sientes encima de alacranes. Y tú, hijo de Adán, oye lo que te digo: ¡No seas rebelde, como la casa rebelde! Abre la boca y come lo que te doy. Vi entonces una mano extendida hacia mí, con un rollo. Lo desenrrolló ante mí: estaba escrito en el anverso y en el reverso; tenía escritas elegías, lamentos y ayes. Y me dijo:-Hijo de Adán (come lo que tienes ahí); cómete este rollo y vete a hablar a la casa de Israel. Abrí la boca y me dio a comer el rollo, diciéndome: -Hijo de Adán, alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este rollo que te doy. Lo comí y me supo en la boca dulce como la miel. (Ez 2,2-3,1-3).
En conclusión, la nueva alianza con Dios ha de llegar a cambiar el corazón, o como nos dirá el Nuevo Testamento hasta tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús. Ante un Dios esquivo degustar la palabra de Dios hasta que nos sepa dulce como la miel. (equivale a la oración de recogimiento que venimos practicando).
Ambos grupos, los monárquicos y los sacerdotes, habían heredado un problema que venía de antiguo. Se trataba de la herencia recibida de nuestros antepasados, lo llamaban el problema de la retribución. Sucedía que los hijos heredaban las culpas de sus padres; si mi padre había sido un criminal, el hijo también lo era, se heredaba lo bueno y lo malo. A otro profeta que había presenciado y anunciado la catástrofe del exilio a Babilonia, el gran Jeremías, esta percepción de las cosas no le parecía justa. Durante el exilio volvieron a pensar el problema y casi sin darse cuenta inventaron algo esencial en todo la Biblia y en Jesús de Nazaret: la persona.
La igualdad entre todos los seres humanos por haber sido creados a imagen y semejanza de Dios.
Los monárquicos escriben en el libro del Génesis 1, 26-28:
- “Y vio Dios que era bueno. Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que ellos dominen los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos y todos los reptiles. Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios”.
La responsabilidad de los actos es de cada persona, no de sus antepasados, esas cosas no se heredan.
La persona está llena de dignidad, no puede ser violada su conciencia, es capaz de comunicarse con Dios por haber sido creada a su imagen y semejanza. (Teresa nos dirá que cada uno somos una pintura o escultura sacada al vivo teniendo como modelo a Cristo muerto y resucitado).
Los sacerdotes llegaron a la misma conclusión a través del profeta Ezequiel en el capítulo 18, 4:
- “Sabedlo: todas las vidas son mías; lo mismo que la vida del padre, es mía la vida del hijo; el que peca es el que morirá“.
El descubrimiento del concepto de persona individual marca un antes y un después en la historia judía y en la cristiana. La llegada del pensamiento griego a Palestina con Alejandro Magno no hizo otra cosa que confirmar y revitalizar el concepto, teniendo en cuenta que para ellos los esclavos no habían alcanzado el derecho a ser personas. En Jesús de Nazaret se hace evidente el descubrimiento, es capaz de abandonar a las 99 sanas para buscar la oveja perdida. La dignidad de la persona desde el momento de su concepción hasta después de su muerte.
El ser humano está lleno de belleza, hasta llegar a ser un cielo en la teología de Teresa.
(Continuará)
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2 Comentarios
Dios se compromete a amarnos sin condiciones, por Siempre. Nos dá la libertad en la respuesta a su Alianza porque nos Ama. Y Dios espera, y espera, y espera…. el ¨sí¨ del corazón.
“ El ser humano está lleno de belleza”, ¡Qué hermosa esta reflexión! Y que grandeza es ir descubriendo a través de la Palabra la Historia de Amor De Dios con nosotros a través de todos los acontecimientos y circunstancias. Es una maravilla adentrarse en los Salmos o en los Profetas y sentir cómo ese Dios nos busca de modo insaciable, cómo quiere transformar nuestro corazón para que le conozcamos y le amemos. Siento que esa es la gran aventura de esta vida, “hacernos conscientes de ese Amor”, sentir esa dignidad de “personas amadas”, habitadas por el Dios del Amor.
Que hermosas las palabras de Ezequiel, o de Jeremías… que nos ayudan a experimentar y conocer el misterio De Dios en nuestro corazón. Su sueño para cada uno de nosotros.
Gracias también porque a través de estas líneas del blog y de la pedagogía de Teresa, “somos invitados e invitadas a descubrir ese hermoso castillo habitado por Dios que somos cada uno de nosotros.