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He tenido muchas dudas antes de enviar este comentario. Resulta que Teresa no habla del sacramento de la reconciliación en la primera morada. Es verdad que en su vida practicaba con frecuencia la propuesta que hago hoy, una confesión general como punto de partida y compromiso de querer llevar una vida espiritual.
La experiencia de tantos años me enseña que cuando alguien llega cargado de culpas (ojalá sean muchos), y quiere convertirse a una vida con Dios, ayuda mucho liberarse de esa carga que aplasta a las personas y, a veces, puede llegar a matar. Las personas normales que leen, y sobre todo los que vienen del mundo de mal y han hecho grave daño a sus semejantes, quizás acepten y les vaya bien hacer una confesión general de toda su vida. ¿Hay algo más bonito que recibir el abrazo de Dios-Amor y Padre misericordioso que te recibe con los brazos abiertos como al hijo pródigo? ¿Hay mayor acto de humildad y de conocimiento de uno mismo que confiar tu vida a alguien sabiendo que detrás está Dios?
Para Teresa, aunque no sea su especialidad teológica, los sacramentos son medicinas, ungüentos, aceites y alimento para el camino. La importancia de este acto lo terminaremos de entender en las sextas moradas, en los arrobamientos místicos del capítulo 6. El sacramento de la reconciliación lo frecuentó con asiduidad; y cuando conocía un nuevo director espiritual hacía una confesión general. No olvidemos nunca la obligación de reparar en la medida de lo posible el daño que hemos causado.
Me gusta mucho la imagen utilizada por Catalina de Siena, mujer de armas tomar (siglo XIV). El perrito, guardián de la conciencia, que nos ladra cuando la conciencia indica que hemos pecado. La imagen pasó al patrono de los sacerdotes españoles, Juan de Ávila, no a Teresa. No hay nada mejor al comenzar una vida espiritual, o al querer convertirte a Dios más profundamente, que tranquilizar al perrito. Lo viví con delincuentes muchas veces y en una cárcel los presos ladraban a gritos al recordar su culpabilidad. El perrito tranquilo es garantía de resurrección de la persona.
Hace pocos días el papa Francisco recordaba las condiciones que debe tener el confesor cuando visitó el Capuchin Day Centre en Dublín. Respondiendo al fraile que le había dicho que en el Centro reciben y ayudan a todos los que acuden allí sin preguntarles sobre sus circunstancias particulares:
“Otra cosa, después os hablaré a vosotros [dirigiéndose a los pobres]. Otra cosa que usted dijo y que me tocó el corazón: que aquí no pedís nada. Es Jesús quien viene [a los pobres]. No pidáis nada. Aceptad la vida tal como es, dad consuelo y, si es necesario, perdonad. Esto me hace pensar —como un reproche— a los sacerdotes que, en cambio, viven haciendo preguntas sobre la vida de la gente y en la confesión escarban, escarban, escarban en la conciencia. Vuestro testimonio enseña a los sacerdotes a escuchar, a estar cerca, a perdonar y a no preguntar demasiado. Ser sencillos, como Jesús dijo que hizo aquel padre cuando el hijo regresó lleno de pecados y vicios. El Padre no se sentó en el confesionario para preguntarle, preguntarle, preguntarle; aceptó el arrepentimiento de su hijo y lo abrazó. Que vuestro testimonio al pueblo de Dios, y este corazón capaz de perdonar sin causar sufrimiento, llegue a todos los sacerdotes. Gracias”.
Comentario
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Gracias por compartir, un abrazo grande