Del amor de Dios al éxtasis intenta explicar los arrobamientos en el Castillo Interior de santa Teresa, Moradas 6.4.
Para la comprensión de esta entrada aconsejo tener presentes las anteriores: “Los arrobamientos, o el amor recibido”, “Teresa, una novia arrobada”, y “El arrobamiento y los profetas”. El primero presenta una visión general; el segundo pretende unir los arrobamientos místicos con la acción, en el caso de Teresa con la fundación de san José. Justo entonces le sucede el mayor arrobamiento cuando san José y María la visten de novia (V 33.14), preparación al desposorio espiritual y experiencia que pasa a primer plano en M 6.4. El último, encuentra en el profeta Isaías los fundamentos bíblicos a los éxtasis teresianos.
El presente comentario intentará explicar el éxtasis místico, la experiencia del amor de Dios volcado en el ser humano y los efectos que produce en su transformación. Santa Teresa de Jesús utiliza varios sinónimos en el título del capítulo cuarto de las sextas moradas: suspensión, arrobamiento, éxtasis, o rapto. Éxtasis será el término predilecto para la tradición de la Iglesia, ella prefiere el de arrobamiento.
Comienzo proponiendo la definición que me parece más adecuada; a continuación, examinaré la experiencia humana y divina del éxtasis, para terminar con los efectos interiores y exteriores de los arrobamientos en santa Teresa de Jesús.
1.- Definición de éxtasis
(Las dificultades de comprensión se irán aclarando en la explicación posterior. Si te resulta engorroso pasa a la conclusión del punto 1).
Tomo prestada la definición a los estudios de Joseph Goetz, quien distingue entre el “fenómeno” y la “posesión”.
El “fenómeno” o comportamiento es el de un individuo que pierde la conciencia de sí y del resto de realidades que lo rodean; el resto de actividades de la mente (memoria, entendimiento y voluntad) quedan absorbidas, absortas, por algo o alguien que le llama la atención. Queda sin precisar de momento la causa del fenómeno.
El uso corriente del término reserva el término éxtasis a un objeto que polariza totalmente las facultades, por la “posesión” o intervención de algo o alguien que sustituye la actividad de las potencias y sentidos hasta el punto de volverlo completamente pasivo.
El estudio por parte de los científicos de las primeras experiencias extáticas en las religiones primitivas se encuentra en el chamanismo siberiano; sin entrar a explicarlo, nos invita a discernir las vías por las cuales el objeto se impone a la conciencia del individuo.
Si el objeto viene del exterior, irrumpe en tu realidad y te saca de ti mismo dejándote inerte, llegando incluso a unirte, o identificarte con él, se trata de un éxtasis “objetivo”.
Si por el contrario el objeto nace desde el interior de la conciencia, como una representación imaginaria que se hace la persona, absorbe toda su atención, olvidándose del resto, entonces se trata de un éxtasis “subjetivo”.
Dicho con otras palabras, se trata de distinguir entre un viaje del alma fuera de su propias representaciones, inaccesibles a la condición humana ordinaria, o una concentración completa del alma en el mundo de sus propias representaciones.
El fenómeno extático ha sido estudiado en el hinduismo, budismo, yoga, la grecia clásica, el neoplatonismo de Plotino, en la mística musulmana, y en la mística del Antiguo y del Nuevo Testamento. Por tanto, es un fenómeno universal desde la noche de los tiempos.
Coincidiendo bastante con la definición de Goetz, el psicoanalista Henri Gratton nos ofrece los tres criterios de un auténtico éxtasis “supranormal“, sea o no religioso:
- “El éxtasis supranormal realiza una fijación mental selectiva formalmente polarizada sobre un objeto de alto valor humano, sin que se pueda, hablando estrictamente, calificar este objeto como alucinatorio, delirante o puramente fantástico”.
- “El éxtasis supranormal trae consigo la difuminación o incluso la suspensión más o menos radical de varias funciones mentales, o, en ciertos casos, el desdoblamiento de la personalidad sin una disarmonía interna, que permiten al ser humano realizar con una plenitud más grande la fusión trascendente con el objeto privilegiado”.
- El éxtasis supranormal provoca la fruición (gozo intenso) o el entusiasmo, a menudo inenarrable, pero enriquecedor. Estos sentimientos y otros contribuyen entonces a un impulso de la trascendencia en un dominio dado y bajo otras formas menos excepcionales: contemplación y caridad para el contemplativo místico, relaciones artísticas para el artista y sabiduría filosófica para el filósofo”.
- En los estudios del psicólogo Abraham Maslow al éxtasis lo llamaba “experiencias cumbre”, capaces de cambiar la vida de una persona. Es más, consideraba la contemplación extática de una flor como un signo de madurez humana, al no haber perdido la capacidad de admiración del niño ante algo desconocido.
Conclusión para ir despejando el camino. En la mística de santa Teresa de Jesús, el éxtasis es vivir la experiencia, con más o menos intensidad del AMOR DE DIOS que se nos da gratuitamente y pone a la persona en pie con toda su dignidad.
El foco no se pone en la persona que recibe la gracia, sino en quien la da. Echo de menos en los estudios de los expertos ese cambio de perspectiva. Se centran en exceso en analizar a quien recibe la gracia y no en el Dios de Jesucristo, auténtico protagonista del amor dado.
Más aún, los 11 capítulos de las sextas moradas son un comentario al amor de Dios a los creyentes. Un amor de Dios al hombre visto por Teresa como “pena sabrosa”, llena de gozos y sinsabores, (lo explicamos en el capítulo dos de las sextas en varios comentarios). Un amor volcado en la vida concreta de los creyentes, donde el amor y el desamor van juntos, porque no se puede comprender el amor sin saber lo que es el sufrimiento propio y ajeno, el desamor.
En consecuencia, no se puede privar a los cristianos normales de semejante enseñanza, aunque sea vista desde sus más altos resultados, por imposible que sea acceder a ellos para la mayoría. Los creyentes deben conocer estos secretos divinos y llegar hasta donde quiera el Espíritu Santo.
2.- El fundamento humano y divino del éxtasis

La capacidad humana para el éxtasis está en el ser humano. ¿No es capaz de “ex-sistir”, en el sentido de salir de sí mismo? ¿No va más allá de sí mismo en tantas de sus actividades? Desde este punto de vista, hay un éxtasis que podemos llamar humano, o normal, al que acceden la mayoría de personas en su vida diaria.
A partir de este éxtasis común, más o menos profundo, podemos comprender el éxtasis privilegiado de algunos artistas, filósofos, o místicos. Hay personas con una sensibilidad especial ante la naturaleza, el arte, la literatura, la poesía, la mística. En cualquiera de estas modalidades, el éxtasis expresa el sentir humano, su naturaleza extática.
Dentro del grupo de personas sensibles debemos incluir a la mujer. Por desgracia sus testimonios tardaron en llegar y ser reconocidos por la Iglesia. Citemos algunas de las anteriores a Teresa: Juliana de Norvich (+ hacia 1442), venerada por católicos y anglicanos, famosa entre otras cosas por un éxtasis místico de cinco horas de duración; Brígida de Suecia (+1373), Catalina de Siena (+1380), patrona de Italia y doctora de la Iglesia, Dorotea de Montau, eremita y visionaria alemana (+1394), Catalina de Génova (+1510), hija de la alta sociedad, combinaba su profunda unión con la ayuda a los más pobres de la ciudad hasta morir agotada.
Podemos decir sin temor a equivocarnos que las mujeres añadieron a la reflexión masculina de siglos anteriores una gran capacidad para explicar psicológicamente los fenómenos profundos vividos por sus almas. Con ellas llegaron también los símbolos femeninos, la maternidad, la vida del bebé (o “bebita” que dicen los argentinos), la lactancia, etc.
Teresa nos abre la puerta a entender los arrobamientos desde la maternidad y la lactancia: “Y aunque esto del conocimiento propio jamás se ha de dejar, ni hay alma, en este camino, tan gigante que no haya menester muchas veces tornar a ser niño y a mamar (y esto jamás se olvide, quizás lo diré más veces, porque importa mucho)” (V 13.15).
O esta otra comentando la frase del Cantar “mejores son tus pechos que el vino”:
“Porque así como un niño no entiende cómo crece ni sabe cómo mama, que aun sin mamar él ni hacer nada, muchas veces le echan la leche en la boca así es aquí, que totalmente el alma no sabe de sí ni hacer nada, ni sabe cómo ni por dónde (ni lo puede entender) le vino aquel bien tan grande. (…) No sabe a qué lo comparar, sino al regalo de la madre que ama mucho al hijo y le cría y regala” (C 31.9; ver M 4.3.10 y CAD 4.4.).
He preguntado con frecuencia a las madres que traen a sus hijos a bautizar por su experiencia ante el misterio de la vida. Las respuestas son coincidentes: estarían contemplando al bebé las 24 horas del día. Nace entre los dos una relación de amor total.
Una de ellas leyó una carta a su hijo durante el bautismo que decía: –Te tengo un amor incondicional y te lo tendré siempre. Pregunté si podía explicarme la frase. La relación con mi marido -contestó- es estupenda, pero con mi hijo es diferente, mi matrimonio puede romperse por muchos motivos con el paso del tiempo, el amor a mi hijo lo tendré siempre, pase lo que pase, suceda lo que suceda, siempre será mi hijo, contará con mi amor, ayuda y perdón.
Este es el tipo de amor que Dios nos ofrece, un amor incondicional, para siempre, siempre, siempre. Un amor tan grande que incluye su máxima manifestación, el perdón y el olvido. Quienes son capaces de tomar conciencia de ese amor del Dios de Jesucristo, muy parecido al de una madre, están muy cerca de vivir los arrobamientos, o éxtasis.
La cuestión es que a los creyentes les parece tan increíble que no se lo creen. Dios debe decirlo a gritos, venir por sorpresa, abrir el entendimiento y el amor y hacerlo experimentar de golpe. Son dones sobrenaturales que comienzan en las cuartas moradas con pequeñas “supensiocillas” -dirá Teresa-, vividas cada vez con mayor intensidad.
Los tres capítulos, 4, 5 y 6 de las sextas moradas forman una unidad Tratan de diferentes formas de arrobamiento, tienen nombres diferentes, cada uno con sus peculiaridades: “arrobamiento” en el capítulo 4, “vuelo de espíritu” en el quinto y “arrobamiento de contento”, (o “ímpetu de alegría“) en el sexto. Las tres formas tienen en común ser un regalo enorme de Dios, cuando se dan en su máxima intensidad, justo la que vive Teresa al escribir Vida y Castillo. Curiosamente, como veremos, casi desaparecen en las séptimas.
Siempre se me ocurre el ejemplo de una pareja con muchos años de matrimonio, cuando la pasión ha dado paso a una convivencia armoniosa y han sido capaces de superar múltiples discusiones. De repente, una declaración de amor incondicional por parte de uno de ellos toma desprevenido al otro, está tan impresionado que queda absorto, confundido. Eso equivale al “arrobamiento místico” (M 6.4); la respuesta primera ante un amor tan grande es de agradecimiento, lanzarte a los brazos del otro y darle las gracias; en mística teresiana se llama “vuelo de espíritu” (M 6.5); de ahí surge una alegría inexplicable, “el arrobamiento de contento” (M 6.6).
En conclusión, los tres capítulos tienen en común ser la experiencia de un amor de Dios recibido por la persona. Este es el punto crucial, mucho más importante que las consecuencias vividas por quien las recibe.
3.- La acogida del don de Dios en el éxtasis según santa Teresa de Jesús

Ahora comentaré los cambios que se producen en Teresa cuando recibe los arrobamientos, siguiendo el capítulo cuatro de las sextas. Los hay interiores a su alma y exteriores, es decir, las repercusiones para la práctica apostólica.
El alma recibe un don de amor gratuito que la saca de sus sentidos. Queda limpia de sus pecados y unida a su Señor. Una unión misteriosa, inexplicable, “sin entender aquí nadie sino ellos dos”.
La persona queda “absorta”, conmovida por el don, las potencias (memoria, entendimiento y voluntad), y los sentidos en “suspensión”, y, sin embargo, son conscientes de lo que está pasando. La mezcla de las dos también es inexplicable; por una parte es consciente del amor que recibe con todas sus capacidades “despiertas“; por otra, las potencialidades del ser humano están fijas en el objeto amoroso, Jesucristo.
Estoy en el n. 5, párrafo algo confuso. Una vez fija en el amor, se ve transportada a otras realidades, quiere “mostrarle algunos secretos”, bien por “visión intelectual o imaginaria“.
Las intelectuales (sin ver ninguna imagen y con certeza de una presencia divina) van dirigidas al entendimiento, son verdades de fe que ahora se comprenden mejor y más profundamente. En el momento del éxtasis no se pueden explicar, pero quedan grabadas en la memoria, “quedan bien escritas y jamás se olvidan”. Algo se puede decir cuando termina el arrobamiento. Las visiones imaginarias, con imagen, son viajes al cielo, explicados en los últimos capítulos de Vida.
Encuentra en la Biblia modelos de viajes extáticos: Jacob (Gen 28,12); Moíses (Ex 3,2). Ninguno de los dos supo explicar lo sucedido, como en el éxtasis. “Está tan embebida en gozarle” que es imposible comprender el misterio oculto de Dios.
Por paradójico que parezca los viajes se producen en lo más profundo del yo, “en el cielo empíreo que debemos tener en nuestra alma”, es decir, el más alto de los cielos. “Creed que roba Dios toda el alma para sí, y que como a cosa suya propia y ya esposa suya, la va mostrando alguna partecita del reino que ha ganado, por serlo“.
Gozando, sin poder hablar, viajando sin moverse del sitio, cerrando todas las puertas del castillo, a excepción de la suya y la de Dios… el éxtasis dura poco tiempo. Cuando vuelve en sí los efectos pueden durar días, en particular “despertar la voluntad a amar”. Queda el recuerdo del suceso y la voluntad inflamada en amor.
Más efectos al terminar el arrobamiento: “¡Oh, cuando el alma torna ya del todo en sí, qué es la confusión que le queda y los deseos tan grandísimos de emplearse en Dios de todas cuantas maneras se quisiere servir de ella! (…) Querría tener mil vidas para emplearlas todas en Dios, y que todas cuantas cosas hay en la tierra fuesen lenguas para alabarle por ella. Los deseos de hacer penitencia, grandísimos” (M 6.4.15).
Para Teresa es un inconveniente muy grande que los éxtasis sucedan en público. Le preocupa “cuando es delante de otras personas”, “qué pensarán los que los han visto”. Escucha del Señor unas palabras que la dejan tranquila: “No tengas pena, que o ellos han de alabarme a Mí, o murmurar de ti; y en cualquiera cosa de éstas ganas tú”.
En el momento que entra en éxtasis se queda como estaba antes, sin moverse, sin hablar, como una estatua. La primera vez que vi uno, hace muchos años, fue en el monasterio trapense de la Oliva (Carcastillo, Navarra). Atravesaba la Iglesia con el abad Mariano, cuando al llegar al altar vimos al monje que cuidaba las vacas debajo del sagrario, sentado sobre sus rodillas, mirándolo fijamente, como una estatua.
El abad no le dio la menor importancia, solo dijo: – A este le ha dado la “pájara”, puede estar así varias horas.
La “pájara” es un termino ciclista. Se dice cuando por desnutrición o falta de líquidos el ciclista se queda clavado en la carretera. Algo parecido debían ver los que presenciaban los éxtasis públicos de Teresa.
Termino con una invitación de Teresa a vivir, si Dios quiere, cosas tan subidas:
“creed que, llegada a estas grandezas de Dios, digo a hablar en ellas, no puede dejar de lastimarme mucho ver lo que perdemos por nuestra culpa. Porque, aunque es verdad que son cosas que las da el Señor a quien quiere, si quisiésemos a Su Majestad como El nos quiere, a todas las daría. No está deseando otra cosa, sino tener a quien dar, que no por eso se disminuyen sus riquezas” (M 6.4.12).
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(Hay mucho más que decir de los arrobamientos. Recomiendo buscar en el diccionario online las voces: Éxtasis, Contemplación, y Arrobamiento. O los mismos artículos en el “Diccionario de Santa Teresa”, editado por Monte Carmelo, y dirigido por el P. Tomás Álvarez.
Ayer falleció un músico muy querido de mi tierra, Antón García Abril. Cuelgo dos músicas breves para una serie de Televisión. La primera está grabada en directo en el auditorio de Zaragoza, durante un homenaje al que asistió el compositor. La segunda se titula “El invierno” y es una delicia. Más 6 partitas interpretadas por Hilary Hahn).
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