La presentación de la noche oscura teresiana ha tenido de momento dos comentarios. El primero, centrado en el capítulo 11 y 2 del Castillo Interior. Y la segunda conversión del cristiano, cuando incorporamos a nuestra vida la Pasión de Cristo.
El comentario de hoy se centra en las Relaciones (o Cuentas de Conciencia). En concreto las tres primeras escritas entre 1560 y 1563, muchos años antes de escribir el Castillo. Gracias a ellas comprobamos la existencia de un proceso en su vida.
1.- La “pena sabrosa”, un proceso que viene desde antes de escribir el libro de la Vida
Para llegar a entender la “pena sabrosa” hay que partir de las experiencias humanas, vividas por todos los humanos, de sufrimiento, dolor, desengaño, muerte, etc. En este sentido a todos nos alcanza y cualquier cristiano las vive con frecuencia. Una vez más vamos a comprobar cómo detrás de la alta mística se esconde la vida ordinaria.
Observo en Teresa una tendencia clara a señalar su propia experiencia negativa desde cosas muy sencillas.
Los fenómenos de “pena” descritos en moradas los vive de modo similar en 1560. Recordemos que su rendición a Cristo, (entrega del yo, o “muerte sabrosa”) comenzó en la cuaresma de 1554, a la edad de 39 años. Tienen su paralelo en las quintas moradas. Muy pronto comenzaron las experiencias de “pena sabrosa”.
El deseo de encontrase con Dios es tan grande que “muere por morir”. Digamos que con el paso de los años la “pena” no hizo sino crecer. Para salir de esa situación siempre recuerda los momentos “sabrosos“, los “arrobamientos, visiones y revelaciones“.
“Otras veces me dan unos ímpetus muy grandes, con un deshacimiento por Dios que no me puedo valer. Parece se me va a acabar la vida y así me hace dar voces y llamar a Dios, y esto con gran furor me da. Algunas veces no puedo estar sentada según me dan las bascas (ansia, desazón), y esta pena me viene sin procurarla, y es tal, que el alma nunca querría salir de ella mientras viviese, y son las ansias que tengo por no vivir y parecer que se vive, sin poderse remediar, pues el remedio para ver a Dios es la muerte, y ésta no puedo tomarla (…). Es tanto lo que aprieta esto, que si el Señor no lo remediase con algún arrobamiento, donde todo se aplaca y el alma queda con gran quietud y satisfecha -algunas veces con ver algo de lo que desea, otras con entender otras cosas-, sin nada de esto era imposible salir de aquella pena (R 1.3).
Otras veces los ímpetus vienen por unos deseos de “servir a Dios” y sentir pena por sus limitaciones personales. Terminan cuando acoge los “regalos“ y “consuelos de Dios” (R.1.4). Busca la soledad y le da pena el tener que tratar con otros. Siempre desea tiempo para estar sola y no lo encuentra (R 1.6). A tanto llega el deseo que incluso siente tener que comer y dormir, “de estar sola nunca me cansaría” (R 1.7).
Aumenta el deseo de no ofender a Dios, “una determinación muy grande de no ofender a Dios ni venialmente” (R 1.9). Se reafirma en la obediencia a su confesor, el deseo de vivir la pobreza; la belleza de la naturaleza deja de ser objeto de admiración, porque prefiere ver lo que sucede en su interior. El mundo interior con sus penas y gozos es superior a ninguna otra cosa (R 1.9-11). El amor a los demás se centra en las personas que viven las mismas búsquedas que ella (R 1.14). El amor de Dios recibido no le lleva a la “vanagloria“, sabe de sus “miserias“, reconoce que son dones de Dios gratuitos (R 1.15-16).
El repliegue hacia su interior no la encierra en la melancolía, o depresión. Al contrario, la saca fuera de sí, le hace descubrir el mundo de otra manera, mucho más profunda. La soledad querida no es lo mismo que la impuesta, la primera aprieta el alma, la segunda libera, aumentan las ganas de servir a los demás, el procurar ir corrigiendo sus defectos, etc.
El cambio lo vemos más claro en la Relación 2 de 1562:
“Las visiones y revelaciones no han cesado, mas son más subidas mucho. Hame enseñado el Señor un modo de oración, que me hallo en él más aprovechada, y con muy mayor desasimiento en las cosas de esta vida, y con más ánimo y libertad” (R 2.1)
Conforme vuela (“vuelo de espíritu”) se va desprendiendo de las ofertas del mundo, se experimenta más libre, va descubriendo cosas nuevas:
“En lo de la pobreza, me parece me ha hecho Dios mucha merced, porque aun lo necesario no querría tener, si no fuese de limosna” ( R 2.3).
“En cosas que dicen de mí de murmuración, que son hartas y en mi perjuicio, y hartos, también me siento mejorada; no parece, me hace casi impresión más que a un bobo, y paréceme algunas veces tienen razón, y casi siempre” (R 2.5).
“Dame Dios más vivos deseos, más gana de soledad, muy mayor desasimiento -como he dicho- con visiones, que se me ha hecho entender lo que es todo” (R 2.6).
Un año después, (R 3, de 1563), la evolución prosigue con “mucha más libertad”:
“Hasta ahora parecíame había menester a otros y tenía más confianza en ayudas del mundo; ahora entiendo claro ser todos unos palillos de romero seco, y que asiéndose a ellos no hay seguridad, que en habiendo algún peso de contradicciones o murmuraciones se quiebran. Y así tengo experiencia que el verdadero remedio para no caer es asirnos a la cruz y confiar en el que en ella se puso. Hállale amigo verdadero y hálleme con esto con un señorío…“ (R 3.1).
“En muy grandes trabajos y persecuciones y contradicciones que he tenido estos meses hame dado Dios gran ánimo; y cuando mayores mayor, sin cansarme en padecer” (R 3.2).
“De mi natural suelo, cuando deseo una cosa, ser impetuosa en desearla. Ahora van mis deseos con tanta quietud, (…) que pesar y placer, si no es en cosas de oración, todo va templado, que parezco boba y como tal ando algunos días” (R 3.4).
“Es grandísima [pena] para mí muchas veces, y ahora más excesiva, el haber de comer, en especial si estoy en oración” (R 3.6).
“Deseo grandísimo, más que suelo, siento en mí, que tenga Dios personas que con todo desasimiento le sirvan y que en nada de lo de acá se detengan” (R 3.7).
“En cosas de la fe me hallo, a mi parecer, con muy mayor fortaleza” (R 3.8).
“Paréceme que, aunque con estudio quisiese tener vanagloria, que no podría, ni veo cómo pudiese pensar que ninguna de estas virtudes es mía (…) Así que veo claro que de estas revelaciones y arrobamientos -que yo ninguna parte soy, ni hago para ellos más que una tabla- me vienen estas ganancias. Esto me hace asegurar y traer más sosiego, y póngome en los brazos de Dios, y fío de mis deseos, que éstos, cierto, entiendo son morir por El y perder todo el descanso, y venga lo que viniere” (R 3.9).
“Viénenme días que me acuerdo infinitas veces de lo que dice San Pablo -aunque a buen seguro que no sea así en mí-, que ni me parece vivo yo, ni hablo, ni tengo querer, sino que está en mí quien me gobierna y da fuerza, y ando como casi fuera de mí, y así me es grandísima pena la vida. Y la mayor cosa que yo ofrezco a Dios por gran servicio, es cómo siéndome tan penoso estar apartada de El, por su amor quiero vivir. Esto querría yo fuese con grandes trabajos y persecuciones; ya que no soy para aprovechar, querría sea para sufrir” (R 3.10).
Si como pienso, detrás de este proceso están las experiencias humanas, no puedo terminar este apartado sin hacer mención de su testimonio más doloroso, contado en Vida:
“Vime estando en oración en un gran campo a solas. En rededor de mí mucha gente de diferentes maneras que me tenían rodeada. Todas me parece tenían armas en las manos para ofenderme: unas, lanzas; otras, espadas; otras, dagas y otras, estoques muy largos. En fin, yo no podía salir por ninguna parte sin que me pusiese a peligro de muerte, y sola, sin persona que hallase de mi parte. Estando mi espíritu en esta aflicción, que no sabía qué me hacer, alcé los ojos al cielo, y vi a Cristo, no en el cielo, sino bien alto de mí en el aire, que tendía la mano hacia mí, y desde allí me favorecía de manera que yo no temía toda la otra gente, ni ellos, aunque querían, me podían hacer daño. Parece sin fruto esta visión, y hame hecho grandísimo provecho, porque se me dio a entender lo que significaba. Y poco después me vi casi en aquella batería y conocí ser aquella visión un retrato del mundo” (V 39.17-18).
En conclusión, en la vida del creyente todo va mezclado, el gozo y la pena. El dolor producido por la vida de distintas maneras no debe llevarnos a encerrarnos en la depresión, sino que debemos aprovecharlo para descubrir el sufrimiento propio y ajeno, abrir el entendimiento a una comprensión profunda de la existencia. Sabiendo que ese aspecto no lo vivimos nunca en soledad, porque siempre contamos con el apoyo y amor incondicional de Cristo.
2.- La Pasión de Cristo como regalo
En santa Teresa se da un punto de apoyo a descubrir e integrar en la vida: la Pasión de Cristo. Precisamente cuando los desengaños aumentan y la amargura crece, es cuando con mayor facilidad podremos incorporar la Pasión de Cristo.
Mencionamos en otro post la llamada a una segunda conversión en el evangelio de Marcos a partir del capítulo 8, aprendiendo de Santiago Guijarro. En ella se pide al discípulo seguir a Cristo en la Cruz. Los discípulos ni le siguieron, ni lo aceptaron y terminaron por abandonarlo.
En Teresa es de distinta manera, el creyente es llamado a seguir los pasos de la cruz cuando Él mismo nos invita a vivir nuestra pequeña pasión como si fuera la suya. No es tanto una conversión, sino un gran regalo: “díjole el mismo Crucificado, consolándola, que El le daba todos los dolores y trabajos que había pasado en su Pasión, que los tuviese por propios, para ofrecer a su Padre (M 6 5.6).
Si aceptamos la pasión de Cristo junto a la nuestra, la realidad, por dura que sea, cambia de sentido. No importa el desconsuelo provocado por otros, o a consecuencia de la enfermedad. Junto a Jesús no dejan de ser pequeñas similitudes con su pasión. Cualquier aflicción se convierte en participación y quizás incluso en gozo.
En consecuencia, descubrir con Teresa la cruz, puede ayudarnos a comprender las nuestras -y las del mundo- y unirlas a las del Señor. Por pequeñas que sean en algo nos vamos pareciendo, lo cual ya es motivo de alegría. Nos lo acaba de decir hace unos instantes: “el verdadero remedio para no caer es asirnos a la cruz y confiar en el que en ella se puso“.
La lectura de la Pasión del Señor ha sido aconsejada por ella desde el principio del itinerario (R 4.1). Ahora se asume del todo y se incorpora a la vida. Dando un paso más, se identifica de tal modo con Cristo que pasa de rechazar el dolor, a aceptarlo y, a continuación, desearlo, por ser el camino seguido por Él.
Al aceptar el sufrimiento como algo inherente al ser humano, lejos de protestar lo vincula con la Pasión del Señor, quien le da fuerzas para soportar los sinsabores. Así, la perspectiva ante el dolor cambia de manera radical, se puede soportar y a la vez ser feliz si lo experimentas unido a la cruz del Señor. Servir a Cristo crucificado y sufrir serán sus metas.
Algunos ejemplos:“Estando en oración y aun casi siempre que yo pueda considerar un poco, aunque yo lo procurase, no puedo pedir descansos, ni desearlos de Dios, porque veo que no vivió El sino con trabajos, y éstos le suplico me dé dándome primero gracia para sufrirlos” (R 1.17)
No olvidemos que estamos viendo la realidad en pleno vuelo de la mariposa, buscando una distancia, una perspectiva nueva desde donde contemplar la vida. Para un cristiano eso se llama cielo y segunda venida de Cristo, ambas objeto de nuestra esperanza definitiva.
Sumergidos en nuestro propia pena, si estamos unidos a la pasión de Cristo, el abanico se amplía de inmediato. Muy pronto descubriremos el amor a los demás de una forma nueva, las cruces de los demás se transformarán en el ámbito de nuestro actuar. Comprenderemos la cruz como un camino a la resurrección. Mirando en la cruz a Jesús Víctima de la injusticia, abrazaremos la causa de las víctimas del mundo y nos abrazaremos a sus luchas por bajar de la cruz.
La oferta de la sociedad se ve en su justa dimensión: “parecen desatino las cosas del mundo” (R 1.18).
Deja de fijarse en los defectos y pecados de los demás, “nunca me detengo en cosa mala que se me acuerde después”. (R 1. 19) Está imitando a Dios cuando en Vida 4.10 nos dice que “dora las culpas”. Alguien la “despierta” para tener “muy continuo el pensamiento en Dios” (R 1.21).
Unidos a la Cruz de Jesús, pasaremos de la pena a la alegría de golpe. Nunca el Espíritu de Jesús nos abandonará, o por decirlo con más claridad, el amor incondicional de Dios no nos faltará. Será lo sabroso de la pena. No estaremos en el cielo, pero casi. Será una escatología realizada al estilo del evangelio de Juan.
Poesía 19:
En la cruz está la vida y el consuelo,
y ella sola es el camino para el cielo.
En la cruz está «el Señor de cielo y tierra»,
y el gozar de mucha paz, aunque haya guerra. Todos los males destierra en este suelo,
y ella sola es el camino para el cielo.
De la cruz dice la Esposa a su Querido
que es una «palma preciosa» donde ha subido,
y su fruto le ha sabido
a Dios del cielo,
y ella sola es el camino para el cielo.
Es una «oliva preciosa» la santa cruz
que con su aceite nos unta y nos da luz.
Alma mía, toma la cruz con gran consuelo,
que ella sola es el camino para el cielo.
Es la cruz el «árbol verde y deseado»
de la Esposa, que a su sombra se ha sentado
para gozar de su Amado,
el Rey del cielo,
y ella sola es el camino para el cielo.
El alma que a Dios está toda rendida,
y muy de veras del mundo desasida,
la cruz le es «árbol de vida» y de consuelo,
y un camino deleitoso
para el cielo.
Después que se puso en cruz el Salvador,
en la cruz está «la gloria y el honor»,
y en el padecer dolor vida y consuelo,
y el camino más seguro para el cielo.
Conclusión. Hemos viajado al trasfondo de la “pena sabrosa” siguiendo algunas de la Relaciones. Descubrimos que el sufrir y el gozar van con frecuencia juntos en la vida cristiana, gracias a la unión indestructible del amor incondicional ofrecido libremente por Dios a quien lo busque.
Una pena a la que encontramos sentido en la Cruz de Jesucristo, en un proceso que comienza con la toma de conciencia de nuestros propios dolores y luego se va abriendo a la solidaridad con el prójimo, de manera especial con las víctimas del mundo, a rechazar del todo la falsa oferta del mundo, (centrada en el beneficio propio, la insensibilidad ante el sufrimiento ajeno, la búsqueda inagotable del honor, el poder y el tener).
Al juntar todo el dolor podemos llegar a dudar de la fe, incluso a olvidarnos del Señor, a gritar su segunda venida, a estar cerca de la increencia, o a comprender a tantos alejados de la fe en Cristo y la Iglesia.
Estas vivencias de Teresa terminan de formarla, purificarla, le parecen similares al purgatorio y el infierno vividos en este mundo. Las fundaciones de monasterios vienen a continuación, son su consecuencia última. Es difícil responder a nuestro mundo sin creyentes dispuestos a comprender los infiernos de la vida, donde de verdad se aprende a ser solidarios y compasivos.
En las entrañas del mal, si van acompañadas de la cruz y de la resurrección, de saberse amado hasta el fondo, nace la creatividad desbordante en beneficio de otros. Junto al espíritu crítico y profético iniciado en el capítulo 5 de las sextas moradas.
Me parece que muchos de los grandes carismas de la Iglesia, nacidos de la eucaristía, se han desarrollado desde experiencias similares a las dichas, vividas por personas concretas en las circunstancias que les tocó vivir. También desde aquí debemos comprender a los mártires.
Terminaremos de comprender el proceso si buscamos en Vida y en las séptimas moradas lo que termine de completar este viaje apasionante por las fuentes del mal y la alegría.
(Fotografía de ArtHouse Studio, en pexels.com // Música de Richard Strauss compuesta al final de su vida; en pleno ataque de melancolía descubre una luz de esperanza. Dos interpretaciones, una subtitulada de Felicity Lott; y otra con la misma canción interpretada por Elisabeth Schwarzkopf, sin subtítulos)
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