Seguimos comentando el capítulo 1 de las sextas moradas.
1.- Los deseos en la infancia y juventud
En el siglo XVI Ávila funcionaba a toque de campana. La presencia de la Iglesia y sus innumerables conventos e Iglesias facilitaban la experiencia espiritual. En ese ambiente familiar y social, el deseo de Dios nace en la infancia de Teresa.
Pronto descubre que su calidad depende en gran medida de las relaciones humanas. Fuertes al comienzo, “entera en los buenos deseos”, “fría” cuando hereda la costumbre de su madre de leer libros de caballerías, o novelas de amor de la época (V 1.5 y 2.1 y 3). El deseo nunca está quieto, o crece o decrece, dirá ella.
El tiempo, con sus altibajos correspondientes, va fijando el objeto del deseo en el Dios de Jesucristo, quien, por una parte, nos va enseñando una forma de vivir a fuerza de meditar los misterios de su vida, mientras otros muchos deseos ofrecidos por el mundo se van relativizando.
Los deseos de Dios se van imponiendo a los pequeños diocesillos que la vida nos ofrece, acumular poder, o tener… Nace ahí el anhelo por el encuentro cara a cara, siempre insatisfecho, que se verá cumplido en la otra orilla de la vida. Por pura gracia.
Podemos decir que todos los elementos del deseo están activos en su infancia y juventud. El relato de los primeros capítulos de Vida nos indica que sabe de la importancia de las obras, es decir, que el deseo de lo divino vaya acompañado de hechos. Conoce que no debemos reprimir los deseos, sino dejarlos crecer. También que siempre Dios nos lleva la delantera y va dando gracias antes de solicitarlas, siendo un buen acicate para el crecimiento del deseo.
2.- En la madurez
Dios ocupa un lugar tan principal que ha arrasado con los deseos del mundo. Dios es su único objeto de deseo. Y con Él, el amor al prójimo. Cumplir su voluntad, buscarla, serán su objetivo. Y se van concretando. El amor a Dios va dejando paso al amor de Dios hacia ella.
La sagrada Humanidad de Cristo le ha enseñado a vivir. Su deseo es servirle. Lo concreta en ayudarle desde la cruz. Nunca rehuirá el sufrimiento, con todos sus matices, por parecerse un poco al que sufrió su Señor en la cruz.
Los deseos de morir desaparecen al descubrir que no puede hacer otra cosa mejor que vivir lo más posible por ayudar al crucificado-resucitado. No encontrará otra forma mejor de hacerlo que “allegando almas a Dios”. “Obras, obras…” dirá en las séptimas moradas.
A la sombra del amor experimentado, nacerán sus ansias fundadoras. Entrará en el mundo del amor apasionado, herida de amor a Dios y al prójimo. Será fácil comprometerse con su Señor que tanto la quiere, hará un desposorio. Los deseos se convertirán en “ímpetus”, como veremos en el capítulo 2 de las sextas.
Difícil veo, no imposible, entrar en este mundo de la contemplación sin haber pasado durante bastante tiempos por la meditación de los misterios de la vida de Cristo y tener las virtudes crecidas.
Recordaréis en la la oración de meditación que propusimos dedicar un pequeño tiempo, aunque fuera breve, en dejarnos mirar, el “mire que le mira“. Eran pequeños ensayos a la oración de contemplación. Ahora la podemos practicar con más anchura, sin dejar nunca de comenzar por la meditación de la Palabra de Dios propuesta cada día por la Iglesia.
Comentamos en la anterior entrada la necesidad que tiene el amor de ser enseñado. Aprender a amar, buscar la perfección, soñar el cielo, son cosas apetecibles y aceptables. No es fácil saber amar bien. Bien es verdad que será el mismo Jesucristo quien nos enseñará a amar si nos dejamos amar por Él. Algo deberemos poner de nuestra parte. El secreto, creo, está en el desinterés. O sea, cuanto menos interés hay en el mundo del amor, tanto mejor.
3.- La gratuidad del amor
La falta de interés me parece la mayor purificación del amor. Al parecer, para amar con perfección has de salir de casa con las necesidades cubiertas. Conforme más gratuita sea el acto de amor, con menor interés personal, más cerca está de un deseo purificado.
Intento resumir su pensamiento con sus textos: El interés, por pequeño que sea, ciega el amor. Incluso el amor a Dios debe evitarlo, “ve que se le comienza un amor con Dios muy sin interés suyo (V 15.14). “Con que amistad se tratarían todos, si faltase interés de honra y dineros” (V 20.27); “no hay ya quien viva en tanto tráfago, en especial si hay algún poco de interés“ (V 21.1).
“Ahora noten que, como el amor, cuando de alguna persona le queremos, siempre se pretende algún interés de provecho o contento nuestro, y estas personas perfectas ya todos los tienen debajo de los pies” (C 6.6).
“Que para esto es menester amar a Dios sin interés” (M 4.3.9)
“y cuando las obras activas salen de esta raíz, son admirables y olorosísimas flores; porque proceden de este árbol de amor de Dios y por sólo El, sin ningún interés propio, y extiéndese el olor de estas flores para aprovechar a muchos, y es olor que dura, no pasa presto, sino que hace gran operación” (CAD 7.3).
“Así digo que aprovechan mucho los que, después de estar hablando con Su Majestad algunos años, ya que reciben regalos y deleites suyos, no quieren dejar de servir en las cosas penosas, aunque se estorben estos deleites y contentos. Digo que estas flores y obras salidas y producidas de árbol de tan hirviente amor, dura su olor mucho más, y aprovecha más un alma de éstas con sus palabras y obras, que muchos que las hagan con el polvo de nuestra sensualidad y con algún interés propio” (CAD 7.7).
“Oh gente interesal , codiciosa de sus gustos y deleites”. “Merezcamos todos amaros, Señor; ya que se ha de vivir, vívase para Vos, acábense ya los deseos e intereses nuestros” (Exclamaciones del alma a Dios, 13.2. y 15.3.).
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Si quieres seguir leyendo acerca del deseo de Dios te remito al artículo escrito por el carmelita descalzo, Fray Oswaldo Escobar, ocd, actual obispo en El Salvador.
Utilizo con frecuencia un libro antiguo, reeditado por la editorial Monte Carmelo, Las Concordancias de santa Teresa de Jesús, de Luis de San José.

La música es creación pura. Con frecuencia se adelanta a los tiempos. En el norte de Europa, desde hace años, se han abierto paso las obras de los llamados “minimalistas”, la mayoría con una fuerte apertura al misterio de Dios, o decididamente cristianos. Por ejemplo, Arvo Pärt (ortodoxo), o Gorecki (católico). Mientras escribía estas líneas escuchaba una obra de Pärt que adjunto.
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