(Recupero un pequeño artículo publicado en 2012 en la revista Actúa, de Acción Social Católica de Zaragoza, en mis tiempos de consiliario. Sigo la teología del especialista Paolo Sacchi. Gracias a él descubrí para siempre la teología del Antiguo Testamento. La fotografía es de Pexels.com)
En plena crisis económica, el creyente vuelve su mirada a la Biblia buscando una respuesta a los interrogantes actuales. Desde su lectura y meditación hacemos memoria y nos enfrentamos a la situación actual.
La cultura occidental debe casi todo a la gran crisis sufrida por el pueblo judío con la deportación a Babilonia. La invasión de las tropas de Nabucodonosor fue la causa de tres deportaciones. Las clases poderosas de la sociedad de aquel tiempo, no sólo perdieron todas sus posesiones, sino que sufrieron el exilio. Se quedaron sin nada.
Una vez recuperados de la primera impresión, fueron capaces de organizarse en dos grupos mayoritarios, los monárquicos y los sacerdotes, a quienes muy pronto se unieron los ancianos. Ambos grupos de pusieron a discurrir mirando a los cuatro puntos cardinales: el pasado, su relación con Dios, la interioridad y el futuro.
Los monárquicos repensaron el pasado desde sus inicios y pusieron por escrito todas las tradiciones orales. De este modo pasó al acervo cultural el Pentateuco, menos el libro del Deuteronomio, libro republicano escrito posteriormente. Repensar desde el inicio supuso redescubrir los hitos históricos fundamentales de su historia, destacando los esenciales: la creación del mundo, el origen del mal, la historia de la esclavitud, Moisés, etcétera. Proyectaron el futuro soñando a la vuelta del exilio un gobierno monárquico, cuyo modelo seguiría siendo el de David. Destacaron la Alianza de Dios con su pueblo establecida por Él en 2 Samuel 7,1ss y legislaron para los tiempos venideros tanto la vida social como la del Templo. Además, frente a la tradición de los antiguos que consideraba a la persona dentro de un grupo social, descubrieron al individuo en Génesis 1,27.
Los sacerdotes, capitaneados por Ezequiel, también rechazaron la tradición -ya intuida por el profeta Jeremías- y pusieron a la persona en el centro del debate, como sujeto responsable de sus actos: “Morirán todos ellos, cada cual por su culpa”. Detrás de cada crisis hay equivocaciones, cometidas por personas, y víctimas que sufren las consecuencias. Siguiendo esta tradición, amplificada posteriormente por el pensamiento griego, el cristianismo consagró a la persona y la convirtió en templo sagrado (microcosmos). Las víctimas de la crisis actual serán nuestros predilectos en todos los sentidos.
La línea sacerdotal también sufrió la lejanía de Dios, propia de cualquier cambio histórico profundo. Nos da la impresión de que Dios se aleja de nosotros, que no ha sido capaz de acompañarnos en la desgracia. Dios estaba más allá de la bóveda celeste, era un misterio al que sólo se podía acceder en condiciones precisas y a través de intermediarios. La inmensa distancia creada entre Dios y el ser humano creó un vacío que muy pronto empezó a llenarse de ángeles y demonios, echadores de cartas y astrólogos. La nueva cosmología disponía de amplias estancias intermedias, siete cielos y siete infiernos. (En la actualidad, el vacío de Dios se llena de cachivaches de todo tipo, milenarismos, gimnasios, viajes, ambiciones diversas, todas ellas concentradas en el poder y el dinero, nacionalismos de diverso tipo, etcétera).
Había llegado el tiempo de la interioridad y la denuncia. Ezequiel descubre su vocación profética en el exilio cuando Dios le envía a una misión. Para ello, ha de empaparse antes de la Palabra de Dios: “Hijo de Adán, ponte en pie, que voy a hablarte (…). Come lo que tienes ahí; cómete este rollo y vete a hablar a la casa de Israel. Abrí la boca y me dio a comer el rollo, diciéndome: -Hijo de Adán, alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este rollo que te doy. Lo comí y me supo en la boca dulce como la miel” (Ez 3,1ss).
El viaje a la memoria, al más allá del vacío y al corazón, nos capacita para soñar futuros. Todavía estamos a tiempo de recrear una nueva cultura que no tenga como único fundamento la economía y sea capaz de construir el futuro desde las víctimas del mundo, desde los pesebres y las cruces de la humanidad.
Jesucristo tiene los tres atributos de la antigüedad: sacerdote, profeta y rey y los tres los dejó en herencia a sus seguidores, los bautizados.
Esperemos tener la valentía de visitar los cuatro puntos cardinales de la existencia y legar a las siguientes generaciones un mundo mejor. “No tengáis miedo, no os dejaré”, dijo el Señor.
Deja un Comentario