Terminamos el comentario de Moradas 6.10. 5-8, por tanto serán tres los post dedicados al capítulo; es conveniente leerlos seguidos.
Se nos dice que Dios muestra de repente en sí mismo una verdad y da a entender que Él solo es la Verdad:
“También acaece, así muy de presto y de manera que no se puede decir, mostrar Dios en sí mismo una verdad, que parece deja oscurecidas todas las que hay en las criaturas, y muy claro dado a entender que El solo es verdad que no puede mentir” (M 6.10.5). Dios es la última Verdad. Dios no puede mentir.
Había reflexionado sobre lo mismo en el paralelo de Vida 40.1-4. Se encuentra en oración (nº1) con “tanto deleite”, el corazón se inflama hasta quedar el alma arrebatada, “pareció estar metido y lleno de aquella majestad”, es decir, en Dios mismo; “mas bien entendí ser la misma Verdad”. De Dios se nos ha dicho que es “Diamante“, que volemos hacía el cielo saliendo de nosotros mismos, ahora identifica a Dios como la Verdad suprema… a descubrir en la Escritura. El resto, en concreto la realidad del mundo, todo es “mentira”. La relación entre Verdad y Escritura queda destaca para siempre en Vida, no en Moradas.
Lo que no está enfocado al servicio de Dios es “mentira” y “vanidad“. Se descubre en la “Escritura divina”: “Yo no sé cómo esto fue, porque no vi nada; mas quedé de una suerte que tampoco sé decir, con grandísima fortaleza, y muy de veras para cumplir con todas mis fuerzas la más pequeña parte de la Escritura divina” (nº2).
Una vez descubierto que Dios es la Verdad suprema y no puede mentir, una vez vislumbrado el mundo como mentira queda “esculpida” la verdad en su alma para siempre. “Un nuevo acatamiento a Dios” será una de las consecuencias; habrá otra “no hablar sino cosas muy verdaderas”. “No vi nada, mas entendí el gran bien que hay en no hacer caso de cosas que no sea para llegarnos más a Dios, y así entendí qué cosa es andar un alma en verdad delante de la misma Verdad. Esto que entendí, es darme el Señor a entender que es la misma Verdad” (nº3).
Por “percepción íntima” -como dice el Vaticano II-, entiende sin estudiar muchas verdades acerca de la última Verdad divina, quedan “impresas” en el alma, Dios es en sí mismo Verdad sin principio ni fin y todo depende de Él:
“Esta verdad que digo se me dio a entender, es en sí misma Verdad, y es sin principio ni fin, y todas las demás verdades dependen de esta Verdad, como todos los demás amores de este amor, y todas las demás grandezas de esta grandeza, aunque esto va dicho oscuro para la claridad con que a mí el Señor quiso se me diese a entender” (nº4). Luego Dios es Verdad y Amor.
Las consecuencias de la visión teresiana para la vida de los creyentes es enorme. Si definimos a Dios como misterio de la vida, Verdad y Amor último y sin fin, lo absolutizamos. Y al reconocerlo como primero y último, el creyente no necesita de otros dioses. Nada ni nadie puede ocupar su lugar. Responde a la máxima pretensión de la vida. Quedamos libres de cualquier esclavitud inferior, de cualquier ideología o persona por muy encumbrada que se presente. Salvo Jesucristo su Hijo que nos ha hecho hijos suyos. Nada ni nadie más es Dios, ni Verdad suprema. Todas las demás verdades quedan relativizadas por muy altas que se presenten. Ninguna ideología nos atará por buena que sea. La puerta de la libertad ha quedado abierta para siempre. Salvo Él todo se relativiza y ocupa un lugar secundario.
El vuelo hacia el cielo tiene para Teresa otra consecuencia: la relación entre Verdad y humildad. Volvemos a M 6.10.6-7.
“para conformarnos con nuestro Dios y Esposo en algo, será bien que estudiemos siempre mucho de andar en esta verdad. No digo sólo que no digamos mentira, que en eso, gloria a Dios, ya veo que traéis gran cuenta en estas casas con no decirla por ninguna cosa; sino que andemos en verdad delante de Dios y de las gentes de cuantas maneras pudiéremos, en especial no queriendo nos tengan por mejores de lo que somos, y en nuestras obras dando a Dios lo que es suyo y a nosotras lo que es nuestro, y procurando sacar en todo la verdad, y así tendremos en poco este mundo, que es todo mentira y falsedad, y como tal no es durable” (nº6).
Si Dios es la Verdad caminemos en ella y aceptemos las consecuencias: ni mentir ni creernos superiores, reconocer nuestra miseria, buscar siempre la verdad de las cosas. Por otra parte, descubrir la verdad del mundo, mentira y falsedad no durables. Y sigue:
“que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quien más lo entienda agrada más a la suma Verdad, porque anda en ella. Plega a Dios, hermanas, nos haga merced de no salir jamás de este propio conocimiento, amén” (nº7).
La humildad es andar en la verdad de Dios, de nosotros mismos y del mundo. Reconociendo nuestra miseria y la pequeñez del ser humano. No dice que Dios sea Verdad y en consecuencia humilde en su raíz. Sin embargo, creo no falsear ni forzar el pensamiento teresiano si aceptamos que Dios, suma Verdad, es el primer humilde. No por su miseria, sino por su forma de actuar. La encarnación y muerte del Hijo es la máxima prueba. Se hizo carne como un don nadie, pasó por la vida haciendo el bien y curando, se despojó de su rango y pasó por uno de tantos, murió como un esclavo más. Una vez más el himno de Filipenses 2 debe acompañar nuestra oración.
Teresa lo confirma: “¡Oh Señor mío, oh Rey mío! ¡Quién supiera ahora representar la majestad que tenéis! Es imposible dejar de ver que sois gran Emperador en Vos mismo, que espanta mirar esta majestad; mas más espanta, Señor mío, mirar con ella vuestra humildad y el amor que mostráis a una como yo” (V 37.6); “Pues deprendamos hermanas de la humildad con que nos enseña este buen Maestro” (C 42.6); “Pongamos los ojos en Cristo nuestro bien y allí aprenderemos la verdadera humildad” (M 1.11); “Su Majestad nunca se cansa de humillarse por nosotros” (F 3.13). “Deprended de mí que soy manso y humilde” (Pensamientos, apuntes, memoriales 1).
Una cita de importancia fue tachada por un censor anónimo. Merece la pena reproducirla, primero, porque no está en las ediciones modernas, segundo, por haberme costado una semana descubrir lo que había debajo de la tacha. Teresa escribe: “«¡Oh humildad admirable de Dios!, ¡oh Señor mío!, y cuan poca tengo yo, pues no se me hace pedazos el corazón de ver que os dejáis mirar de unos ojos que tan mal han mirado como los de mi alma”. La tacha obliga a leer: “¡Oh benignidad admirable de Dios, que así os dejáis mirar de unos ojos que tan mal han mirado como los de mi alma! (V 27.11). La palabra benignidad no pertenece al vocabulario teresiano. Ni está en Vida, ni en Camino, ni en Moradas. En una ocasión se refiere a “estos ojos tan hermosos y mansos y benignos del Señor” del Señor en M 6.9.7
De este modo la humildad de Dios y la nuestra van unidas y se convierte en la virtud fundamental que abraza todas las demás. Es a través de Cristo donde descubrimos el vínculo entre Dios Verdad y la Humildad.
Ahora terminamos de entender aquello que dijimos desde el comienzo de la vida espiritual; el conocimiento propio, o socratismo teresiano, está en la base del seguimiento de Jesucristo. Fue una de las primeras virtudes a incorporar a nuestra vida. Engloba todas las demás. En las terceras moradas se nos pidió bajar a lo profundo del yo para descubrir la belleza y miseria de nuestra alma, dar un sí al Señor entregando nuestra zona oscura a los pies de Cristo.
Cuando falta poco para terminar de comentar el Castillo Interior descubrimos el tesoro guardado hasta el momento: la Humildad es la forma de comportarse del Dios Diamante, Verdad, Amor y Humildad. ¡¡Caminemos en la Verdad!! En el mundo de Teresa no estamos ante un Dios lejano e inmutable.
Un texto paralelo a M 6.10 nos servirá para terminar de entender. Está en V 27.6-12. Desde el capítulo 23 de Vida está explicando lo que más tarde serán las sextas moradas.El 23 sirve de introducción. El 24 remite a M 6.1, el 25 a las hablas de M 6.3, el 27 a M 6.8. Dentro de las visiones intelectuales, a partir del número 6 explica lo que en moradas será la “suspensión en Dios” de M 6.10.
Afirma que es “otra manera que Dios enseña (…) es un lenguaje tan del cielo”: “
“Pone el Señor lo que quiere que el alma entienda, en lo muy interior del alma, y allí lo representa sin imagen ni forma de palabras, sino a manera de esta visión que queda dicha (visión intelectual). Y nótese mucho esta manera de hacer Dios que entienda el alma lo que El quiere y grandes verdades y misterios” (V 27.6).
Las potencias y sentidos pueden estar absortas sin “ningún bullicio (…) Esto es alguna vez y con brevedad“. Lo habitual tendrá lugar con plena conciencia, “que otras bien me parece a mí que no están suspendidas las potencias ni quitados los sentidos, sino muy en sí; que no es siempre esto en contemplación, antes muy pocas veces; mas éstas que son, digo que no obramos nosotros nada ni hacemos nada. Todo parece obra el Señor. Es como cuando ya está puesto el manjar en el estómago, sin comerle, ni saber nosotros cómo se puso allí, mas entiende bien que está, aunque aquí no se entiende el manjar que es, ni quién le puso. Acá sí; mas cómo se puso no lo sé, que ni se vio, ni se entiende, ni jamás se había movido a desearlo, ni había venido a mi noticia podía ser.” (V 27.7).
Casi haciendo fuerza el Señor quiere dar algo a entender y lo da de comer “Todo lo halla guisado y comido; no hay más que hacer de gozar, como uno que sin deprender ni haber trabajado nada para saber leer ni tampoco hubiese estudiado nada, hallase toda la ciencia sabida ya en sí, sin saber cómo ni dónde, pues aun nunca había trabajado aun para desprender el abecé” ( V 27.8).
Antes de seguir observemos algo. Esta forma de comunicación no equivale a la oración de contemplación. Solo en algunas ocasiones se dará dentro de la contemplación, en la mayoría de las ocasiones es otra forma de comunicación. Luego la contemplación es una forma de oración y el conocimiento por intuición otra. De ahí que le dedique un capítulo entero en las sextas moradas. Recuerda mucho al conocimiento por intuición de las madres. Esa capacidad de gran número de personas -sobre todo mujeres, creo-, capaces de volar al cerebro del hijo y adivinar lo que le pasa.
Sigamos recorriendo el capítulo 27 de Vida. Le enseñan el misterio de la Trinidad y otras cosas muy subidas. Con una de ellas puede cambiar un alma: “Quédase tan espantada, que basta una merced de éstas para trocar toda un alma y hacerla no amar cosa, sino a quien ve que, sin trabajo ninguno suyo, la hace capaz de tan grandes bienes y le comunica secretos y trata con ella con tanta amistad y amor que no se sufre escribir” (V27.9).
“quiere el Señor de todas maneras tenga esta alma alguna noticia de lo que pasa en el cielo (…) se entienden Dios y el alma con sólo querer Su Majestad que lo entienda, sin otro artificio para darse a entender el amor que se tienen estos dos amigos. Como acá si dos personas se quieren mucho y tienen buen entendimiento, aun sin señas parece que se entienden con sólo mirarse. Esto debe ser aquí, que sin ver nosotros cómo, de en hito en hito se miran estos dos amantes, como lo dice el Esposo a la Esposa en los Cantares; a lo que creo, lo he oído que es aquí (V 27.10; Cantar de los Cantares 6.2)
En fin, un entendimiento de amantes, de amigos íntimos, donde la mirada y la comunicación forman una unidad indestructible. La Iglesia actual, en el Concilio Vaticano II reconoce, como vimos en el número cinco del anterior post, la diferencia entre oración de meditación, oración de contemplación y “percepción íntima”. En mi opinión M 6.10, llamada por Teresa “suspensión en Dios” es lo mismo a la “percepción íntima” del Vaticano II, y a la intuición si nos referimos a simples experiencias humanas, sin las cuales no se entendería la alta mística.
Resulta curioso comprobar la inexistencia de un capítulo dedicado a la oración de contemplación en el Castillo Interior y dedicar en exclusiva el 10 a la “percepción íntima”. Mantengo de momento una hipótesis a confirmar posteriormente con todo el material preparado por mi amigo Félix de Huesca. La oración de contemplación estaba muy mal vista cuando Teresa escribe. Algo muy serio debió pasar y los jesuitas no son ajenos a ella.
¿Qué puedo decir para terminar al común de mártires del que formo parte? La respuesta de Teresa es clara al terminar su comentario en V 27.12: “Mirad que es así cierto, que se da Dios a Sí a los que todo lo dejan por El. No es aceptador de personas; a todos ama. No tiene nadie excusa por ruin que sea, pues así lo hace conmigo trayéndome a tal estado. Mirad que no es (ni) cifra lo que digo, de lo que se puede decir; sólo va dicho lo que es menester para darse a entender esta manera de visión y merced que hace Dios al alma; mas no puedo decir lo que se siente cuando el Señor la da a entender secretos y grandezas suyas, el deleite tan sobre cuantos acá se pueden entender, que bien con razón hace aborrecer los deleites de la vida, que son basura todos juntos. Es asco traerlos a ninguna comparación aquí, aunque sea para gozarlos sin fin, y de estos que da el Señor sola una gota de agua del gran río caudaloso que nos está aparejado”
En esta ocasión no se dirige a las monjas, sirve para todos, Dios se da del todo a quienes todo lo dejan por Él. A todos ama. Vale. ¿Y los que no hemos llegado a dejar todo? Responderé dando mi opinión: Primero, disfrutar de los que Dios puede llegar a hacer en esta vida a algunos. Segundo, admirar, seguir y procurar imitar a nuestra maestra Teresa, la que hemos elegido para llevarnos a Cristo. Tercero, hacer pequeñas pruebas de vuelo de la mariposilla hacia el cielo dejándonos amar por su amor incondicional. Cuarto, perseverar en la oración y servicio desinteresado al prójimo. Desear, desear y desear volar más alto y pedir el don. Por último, no dejar de soñar en los nuevos cielos y la nueva tierra, siendo insumisos y críticos ante cualquier injusticia; atenernos a nuestro principios pase lo que pase. Podemos volar desde cualquier rincón de una habitación, la vida se ve de otra manera, desde los ojos de Dios.
Abrazos grandes a todos
(Música, “El Himno de los Querubines” de Piotr Ilich Chaikovski, 1840-1893, (o Tchaikovsky) // Foto de Sebastian Voortman en Pexels-photo)
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