Hablar del problema del mal en el mundo nos remite a la imagen que nos hacemos de Dios. No sabemos del hombre sin preguntar por Dios y viceversa. Digamos que el hombre es un ser herido por la trascendencia, con una herida que no cicatriza nunca. Tenemos la necesidad de vernos en el espejo de otro o de Dios para reconocernos a nosotros mismos.
Nos hemos ido alejando de él a través de los últimos siglos. Una de las razones más importantes para alejarnos ha sido la de reprocharle su silencio y pasividad ante el mal del mundo. Presenciamos en la actualidad la salida silenciosa de la religión.
Daremos un paseo destacando el viaje del hombre moderno hacia la increencia. Nos preguntaremos por el Dios de santa Teresa de Jesús y visitaremos los infiernos del mundo. Esperamos llegar a alguna conclusión que nos ayude a vivir. (En paréntesis citaré los autores esenciales. En el post presentamos la primera parte de nuestra reflexión).
1.- El viaje de la secularización hasta nuestros días desde la filosofía
Un gran estudioso de la secularización opina que nació con el mismo cristianismo, o más en concreto con el Concilio de Calcedonia (siglo V) al distinguir en Jesucristo lo Humano y lo Divino. Esa distinción en la misma persona de Cristo entre lo humano y lo divino sin mezcla ni confusión, estaría en los inicios dando a lo divino una independencia de lo humano (Marcel Gauchet).
Si nos atenemos a los últimos siglos todo comenzó a principios del siglo XVII cuando un filósofo creyente descubrió algo que cambiaría el mundo (Descartes, 1596-1650). Explico su teoría con un ejemplo. Hasta ese momento un vaso de agua era un vaso de agua. No otra cosa. Se aceptaba la realidad tal cual.
A pesar de las diferencia entre ellos, los antiguos pensadores griegos nunca negaron la realidad de las cosas (Aristóteles y Platón; ver el curso de García Morente dado en Tucumán durante la guerra civil española; está en internet).
Descartes introduce una novedad: los ojos del que mira el vaso de agua son más importantes que el objeto que miro. Las cosas las vemos a través de nuestros ojos. Tú ves un vaso de agua, “yo” puedo ver otra cosa. Irrumpe con fuerza el individuo que mira, llámale “yo”, o “sujeto”, “subjetividad”, individuo, etcétera.
Acaba de nacer el hombre moderno, la primera modernidad. Se le llama el “giro antropológico”, las cosas se verán a partir de ahora desde los ojos del que mira. Una vez descubierta la importancia de los ojos que ven se va a desarrollar un proceso que irá desplazando a Dios al mismo tiempo que infla al hombre. Los ojos que miran querrán independencia, tendrán vida propia.
Entre los siglos XVIII y comienzos del XIX se da otro paso. Sigue sin dudarse de la existencia de Dios, pero ha de demostrarse su existencia desde la razón (Kant, 1724-1804 y Hegel, 1770-1831; ver Gesché, “Dios” y el “Mal”).
Por aquellos años la revolución francesa da la vuelta a la tortilla social y política. La sociedad antigua se basaba en la alianza del trono y altar, el Rey y la Iglesia (1789-1799). Era una organización piramidal. Rey e Iglesia arriba de la pirámide y el pueblo abajo obedeciendo. La democracia nace cuando la revolución coloca al pueblo arriba del todo. Estamos en el amanecer de la democracia. El poder pasa a manos de la voluntad popular. La monarquía desaparece y a la Iglesia se le quitan muchos privilegios (se había apoderado de la mayoría de las tierras francesas).
La segunda modernidad llega a nosotros de la mano de otro filósofo. Dios no existe, afirma, es una invención del hombre que sufre, una proyección de nuestros deseos. El ser humano tiene la obligación de liberarse de esa “alienación” (Feuerbach 1804-1872). Dicho y hecho, los maestros de la sospecha firman el acta de defunción: Dios ha muerto. Para que el hombre viva libremente debe morir él (Nietzsche, Marx Freud; los dos primeros del siglo XIX, Freud fallece en 1939).
Desde entonces los estudios sobre el hombre y las ciencias humanas se multiplicaron. Muerto Dios, las ciencias y la naturaleza ocuparon su lugar. El ser humano se había quedado solo en el universo. Si Dios había muerto toda la responsabilidad pasaba a manos humanas, no se podía pedir cuentas a Dios.
Muy pronto algunos comenzaron a sospechar si la muerte de Dios traería la verdadera libertad del hombre, anunciando la posible muerte también del sujeto (del yo, de la persona). “El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin” (afirma Foucault, 1926-1984). La muerte de Dios es su propia muerte y la de todas aquellas imágenes que le son correlativas. De hecho, cuando el hombre es entendido como sujeto de su propia conciencia y de su propia libertad, encarna en cierto modo la figura del Dios perdido. Foucault, al igual que Nietzsche, observan esta metamorfosis de la idea de Dios en el pensamiento del siglo XIX y la describen como una teologización del hombre (opinión del filósofo Rodrigo Castro Orellana). Según entiendo, el hombre se convierte en Dios.
Volvamos a nuestro vaso de agua del principio. Las artes, en cualquiera de sus manifestaciones, nos llevan siempre la delantera. Los pintores desde comienzos del siglo XX se van alejando de la pintura realista, pintando el vaso de agua con todas su formas posibles en un mismo plano. Por ejemplo, en Picasso. Una directora de cine muy conocida lo define así: -La realidad no se explica con la realidad. El vaso de agua pueda volar, convertirse en nubes, los pajaritos pueden salir del camisón de niña, etcétera. La realidad transfigurada alcanza otra dimensión, repleta de gran belleza.
En sucesivas oleadas las gentes se han ido separando de Dios sin por ello llegar a eliminarlo, por influencia de la filosofía o de la revolución francesa, revolución muy distinta de la inglesa. La última oleada de secularización comenzó en 1973, durante la crisis petrolera. Se le ha llamado la “salida masiva de la religión”. En silencio la gente va desapareciendo de las Iglesias (Marcel Gauchet).
Sin embargo el hambre por la trascendencia no ha desaparecido, se ha diversificado hasta el infinito. La muerte de Dios no ha conseguido rematarlo. Se han buscado dioses menores y por todas partes nacen ideas, terapias, cursos y nuevas formas de lo religioso. Se crean nuevos dioses de suplencia (Charles Taylor, filósofo canadiense, católico, en los dos tomos de “La era secular”).
El yo ha buscado refugio buscando el bienestar en el día a día cotidiano, y en pequeños grupos estufa donde encontrarse bien. “Como herederos de este desarrollo sentimos particularmente perentorias las demandas de la justicia y la benevolencia universales; somos particularmente sensibles a las demandas de igualdad; sentimos las demandas de la libertad y la autonomía con axiomáticamente justificadas, y consideramos algo extraordinariamente prioritario el evitar la muerte y el sufrimiento”. (Opinión de Charles Taylor en su libro “Las fuentes del yo”).
O sea, nos conformamos con un buen pasar económico que no nos agobie el día a día, nos hemos vuelto mucho más tolerantes con la diversidad en todos los órdenes, queremos el bien para nosotros y los demás. Añadiría de buen grado la solidaridad y otros valores cristianos que han pasado a las sociedades secularizadas. Algunos piensan que el cristianismo está muriendo de éxito. Sus valores los ha aceptado la sociedad sin necesitad de vincularlos con Dios.
Se puede ser feliz sin creer y el humanismo secularizado suple cualquier Absoluto. Observo a diario el humanismo de los hijos y nietos de cristianos, no creen en Dios, son buenas personas y hacen gran bien en sus profesiones. No quieren saber nada con la Iglesia. Los principios fundamentales del humanismo son herencia del cristianismo. (Zoltan Todorov, “El jardín imperfecto, luces y sombras del pensamiento humanista”).
Con la excepción de algunos insumisos, preferimos mirar para otro lado, no meternos en problemas, la pasividad se va abriendo paso. Faltan insumisos en la sociedad modernas, personas dispuestas a denunciar las injusticias, a dar la cara por las víctimas del mundo. El pecado de las sociedades modernas es de omisión, ante la corrupción e injusticias de las sociedades capitalistas. (Una buena guía para los que no quieran callarse la ofrece Todorov, en su libro “Insumisos”).
Lo mismo sucede en la Iglesia. Las víctimas de M. Maciel publicaron en internet todas las advertencias hechas al Vaticano durante decenios. El libro guía lo titularon: “La voluntad de no-saber”. Nadie quiso saber nada. Callaron hasta que el escándalo lo destapó la prensa.
Un hombre con la cabeza enterrada en la arena simboliza para la filósofa y socióloga Renata Salecl al hombre de hoy. Aplastado por la sociedad de la información el hombre moderno se refugia en la ignorancia voluntaria (Renata Salecl, “Pasión por la ignorancia. Qué elegimos no saber y por qué) . Tomamos una medicina que llama “ignoratil”. Mi hermano el músico -siempre en avanzadilla las artes-, hace tiempo que toma “sudorol”, se la suda casi todo.
En los últimos tiempos hemos llegado a negar la misma realidad. Ni la biología ni la verdad cuentan para nada. Nos hemos acostumbrado a fabricar la realidad a nuestro antojo. El vaso de agua, ni está ni se espera. El “yo” construye la realidad a su placer, identidad sexual incluida. Vida y muerte se deciden desde instancias superiores. Me parece que se llama “metaverso”. Pronto viviremos en una realidad virtual.
El proceso nos lleva a la pregunta esencial, ¿podemos los cristianos presentar ante el mundo actual una imagen de Dios atractiva para la parte de población interesada? ¿Tiene Teresa de Jesús alguna oferta que dar en el siglo XXI? ¿Nos podemos enfrentar al Mal del mundo? Mi respuesta es afirmativa e intentaré presentarla en el post siguiente.
(La foto es de Brooke Shaden // La música de Henryk Górecki, Tercera sinfonía. En directo, en presencia del compositor. Pertenece a la escuela “mística minimalista” del siglo XX)
2 Comentarios
Me pide Antonio, a través del WhatsApp que le diga si se entiende este post. Desde luego, leerlo ha sido asistir una vez más a una de sus clases magistrales. Si le has escuchado hablar alguna vez, resulta inevitable leerlo con su voz. Es complicado llegar a entenderle en toda su hondura, porque Antonio tiene mucho de filósofo y a los filósofos cuesta entenderles. Lo que no me cabe la menor duda es que, tanto cuando te escuchamos como cuando te leemos, algo se nos remueve por dentro. Y quizás estemos en cualquier sitio al cabo del tiempo y algo nos traiga a la cabeza aquello que dijiste. Y eso es de ser un buen maestro. Así que gracias por tu interés en abrir nuestra mente y nuestro conocimiento que, del corazón, ya se encargará Dios, a través de Teresa o de quien sea.
Un abrazo y espero impaciente el próximo post.
Pdta. No perderse el podcast (https://open.spotify.com/episode/6f08WgB3oHy8qAJf5O86xm?si=Ab29TFApRPiaMrLxuGh6rg), por favor os lo pido. Es “boccato di cardinale” o “tetica de monja”, lo que más os guste.
Gracias mil querida Carmen