(Foto: Manuscrito del Castillo Interior, M 4.1.4)
Antes de entrar en las quintas moradas, estas líneas serán el último comentario a las cuartas, quiero advertir de algo que encuentra el lector en el capítulo primero y puede intrigar a alguno. ¿Cómo se estructura el alma? ¿Qué sucede cuando a través de la meditación entramos en terrenos desconocidos?
La cuestión es sencilla: Teresa de Jesús recibe en herencia lo explicado por sus maestros. Para ellos, el alma tiene una parte inferior y otra superior. Segundo, la cabeza, lo alto del cerebro, es donde está la parte superior del alma. La escuchamos:
“Escribiendo esto, estoy considerando lo que pasa en mi cabeza del gran ruido de ella que dije al principio, por donde se me hizo casi imposible poder hacer lo que me mandaban de escribir. No parece sino que están en ella muchos ríos caudalosos, y por otra parte, que estas aguas se despeñan; muchos pajarillos y silbos, y no en los oídos, sino en lo superior de la cabeza, adonde dicen que está lo superior del alma. Y yo estuve en esto harto tiempo, por parecer que el movimiento grande del espíritu hacia arriba subía con velocidad. Plega a Dios que se me acuerde en las moradas de adelante decir la causa de esto, que aquí no viene bien, y no será mucho que haya querido el Señor darme este mal de cabeza para entenderlo mejor; porque con toda esta barahúnda de ella, no me estorba a la oración ni a lo que estoy diciendo, sino que el alma se está muy entera en su quietud y amor y deseos y claro conocimiento“.
Pues si en lo superior de la cabeza está lo superior del alma, ¿cómo no la turba?” (M 4.1.10-11).
Está muy cansada, quizás rozando la depresión. El viaje de Toledo a Ávila, más múltiples preocupaciones, la tienen al borde del agotamiento. Lo cuenta al principio del Castillo Interior. La descripción de su estado es detallada y, en mi opinión, graciosa: ruidos caudalosos, aguas que se despeñan, pajaritos, silbos. Le sucede en lo superior la cabeza, y ahí es precisamente donde los antiguos colocaban la parte superior del alma. No termina de entender que ella viva en la paz de las cuartas moradas, mientras en la cabeza suceden tantas cosas desagradables.
En los Cartujanos de Landulfo de Sajonia (siglo XIV), leyó que era precisamente en la parte alta del cerebro donde sucedía el encuentro con el Señor. En el siglo XVI algunos seguían la misma opinión, otros colocaban lo profundo del alma en la nuca, al comienzo de la columna vertebral. Otro de sus maestros del siglo XVI, el franciscano Bernardino de Laredo, prefería el corazón, como lugar más adecuado. Teresa cambió de opinión, pasó de situarlo en lo alto de la cabeza a colocarlo en el corazón. Creo que, en su madurez, dejó de preguntarse por el lugar del cuerpo donde se ubicaba lo profundo del alma. En fin, había controversia acerca del lugar, sin ser lo más importante.
La cosa tienen su importancia, porque a partir de las cuartas y mucho más de las quintas a la séptimas, los encuentros de amor van a suceder en lo más profundo del alma. Se fundaban en el texto de Pablo a los tesalonicenses cuando nos habla de una trilogía: alma, cuerpo y espíritu. Teresa reconoce que alma y espíritu son los mismo, aunque haya alguna diferencia entre ambas. Lo admite en las sextas y séptimas.
Para entenderlo recurrimos a Bernardino de Laredo. Este franciscano, al que tengo devoción, era doctor en teología y en medicina. No quiso ser sacerdote y ejerció de enfermero toda su vida en Andalucía. Escribió el primer libro de farmacología en castellano y un libro de espiritualidad en tres partes, siguiendo el esquema de Dionisio Areopagita, escritor del siglo VI muy influido por el neoplatonismo. El camino espiritual tiene tres etapas en su Subida del Monte Sión, (editado de maravilla por tres profesoras de la Pontificia de Salamanca en el año 2000): aniquilación (del yo, se entiende), meditación de los misterios de la vida de Cristo y contemplación. La tercera parte, la contemplación, fue redactada y publicada en dos versiones, la primera en 1535 y la segunda en 1538. La primera redacción rezuma frescura, perspicacia, una capacidad de observación de la naturaleza y de las personas fuera de lo común, con abundancia de ejemplos, reconociendo que una de sus maestras era una mujer pobre, sencilla y sin letras, etc.
La segunda redacción es más técnica, con abundancia de citas de autores, Dionisio, Palma, Herp, etc… en fin, más cuidadosa, menos espontánea, quizás como consecuencia de un aviso de la Inquisición. El padre Fidele de Ros, uno de los grandes hispanistas franceses del siglo XX, opina que Teresa no leyó la primera redacción (“Un inspirateur de Sainte-Thérèse : Le frère Bernardin de Laredo”). Con todas las precauciones posibles, por una vez, no estoy de acuerdo con él. Será en la primera donde Teresa descubrirá los dos pisos que hay en el alma con unos ejemplos que desaparecen en la segunda redacción. También será mejor para nosotros. Vamos a comprender con mucha facilidad dónde suceden las aventuras del amor en las moradas que nos faltan. Sin decirlo, Teresa sigue en parte el pensamiento de Laredo y de los espirituales perteneciente al movimiento de los “recogidos”. Copio las frases esenciales:
“El punto primero es entrar en mi corazón. El segundo subirme sobre él. El tercero aparecer en la presencia de mi Señor, aposentado en lo muy más alto del ánima”.
Pone el ejemplo de alguien que quiere visitar a un gran señor, camina por la calle hasta llegar a la puerta, símbolo de una vida “derramada” y sube al segundo piso donde vive el señor de la posada:
“la casa es mi corazón y el secreto encerramiento de la porción superior, donde se aposenta Dios y donde ha de entrarse el ánima dentro en sí misma (…) Éntrase a su corazón cuando, con quieto recogimiento, guarda silencio cordial, no dando lugar a algún flaco o desmedido o vagueable pensamiento. Item, se sube sobre sí o sobre su corazón cuando, estando en sí quieta y recogida, tiene un vivo cuidado, mirando donde está, que es dentro de sí (…) Y estando en sí o sobre sí en esta manera, luego está presente a Dios, que es el Señor de la casa, y sin testigos ni tercera persona…”. (Laredo, L III, 1535, p. 639-640).
En el capítulo siguiente pone otro ejemplo: Un señor tiene un castillo y nombra un responsable que lo guarde. El castillo es el corazón, el guarda del castillo, el alma racional que por el bautismo decide obedecer a Dios. Hay otro castillo más grande que mil veces Castilla y, antes que la tierra fuera fundada tiene una torre principal que es la Virgen María, “torre y castillo en quien se socorren todos”. (Laredo, L III, 1535, p. 642-645).
En resumen, una zona superior del alma, ubicada en el corazón o en el cerebro, se ocupa de las relaciones amorosas con Dios. Lo que hemos venido diciendo en las cuartas moradas se va a desarrollar en las quintas y siguientes. En ese piso superior del alma se encuentra la vida espiritual, la relación con las Personas divinas, los asuntos del “espíritu”. Conforme la relación amorosa con Jesucristo aumenta y se hace más profunda, el alma se espiritualiza, se hace “espíritu” y puede unirse con Dios que es “espíritu“. “Aquel que se allega a Dios un espíritu es con Él” (1Jn 2,27)
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