La visita al cielo de Teresa de Jesús no va a ser exhaustiva. Señalará los rasgos esenciales remitiendo a los textos. Lo he dividido en varias partes: las personas en el cielo; la resurrección inmediata de los difuntos; y, Dios en el cielo, para terminar con una pequeña reflexión.
No mencionaré las implicaciones del Templo de Jerusalén como copia del Cielo-Templo, ni la copia del cielo en cada humano, cada persona es un pequeño cielo. Lo tratamos al hablar de la definición de persona y a los post remito (Uno, dos y tres).
1.- Las personas en el cielo
Jesucristo anunció la inminente llegada del Reino de Dios, es decir, la intervención directa de Dios en el gobierno del mundo. No definió el concepto, se trataba de algo dinámico, a suceder en la historia de los hombres, es decir, en una visión “horizontal” de la historia, en beneficio de la paz y la justicia.
El retraso en su llegada, más las persecuciones, hicieron que los primeros cristianos miraran al cielo, a lo vertical, no a lo horizontal. Cielo arriba, infierno abajo. El cambio de perspectiva se produjo desde principios del siglo II (ver la cristología de Joseph Moingt).
Teresa soluciona el cambio haciendo del cielo un Reino, el reino de los cielos presidido por Dios Padre, donde viven los bienaventurados. Una visión general del cielo la explica en Camino: Es algo distinto de la tierra, cada uno vive en una paz y felicidad perpetua, alegres con las alegrías ajenas, satisfechos de ver a todos santificando al Señor. Todos le aman y conocen, algo que no sucede en la tierra.
“Ahora, pues, el gran bien que me parece a mí hay en el reino del cielo, con otros muchos, es ya no tener cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá, aunque no en esta perfección, ni en un ser; mas muy de otra manera le amaríamos de lo que le amamos, si le conociésemos“ (C 30.5).
En una de sus visitas al cielo ve a sus padres, logra identificarlos junto a otras personas y otras muchas cosas que no nos cuenta:
“Estuve así bien poco, y vínome un arrebatamiento de espíritu con tanto ímpetu que no hubo poder resistir. Parecíame estar metida en el cielo, y las primeras personas que allá vi fue a mi padre y madre, y tan grandes cosas -en tan breve espacio como se podía decir una avemaría- que yo quedé bien fuera de mí, pareciéndome muy demasiada merced” (V 38.1).
Metida en el cielo ve a un grupo de jesuitas, orden religiosa a la que debe mucho (y a frailes de otras órdenes):
“De los de la Orden de este Padre, que es la Compañía de Jesús, toda la Orden junta he visto grandes cosas: vilos en el cielo con banderas blancas en las manos algunas veces, y, como digo, otras cosas he visto de ellos de mucha admiración; y así tengo esta Orden en gran veneración” (V 38.15).
Un hermano jesuita goza de un regalo especial:
“Habíase muerto aquella noche un hermano de aquella casa de la Compañía, y estando como podía encomendándole a Dios y oyendo misa de otro padre de la Compañía por él, diome un gran recogimiento y vile subir al cielo con mucha gloria y al Señor con él. Por particular favor entendí era ir Su Majestad con él” (V 38.30).
Es importante resaltar que los bienaventurados ocupan un lugar en el cielo por categorías, en función del comportamiento tenido en la tierra; siguiendo el criterio aprendido de Bernardino de Laredo el centro del cielo lo ocupa la Divinidad, Jesucristo y María la Virgen; alrededor se van colocando los ángeles en sus diferentes categorías, los apóstoles, los fundadores de órdenes y los cristianos. Creo que esa imagen del cielo de Bernardino influye bastante en Teresa, aunque la cambie de manera radical. En el franciscano todo son velas encendidas empezando por Jesucristo resucitado, en Teresa personas.
“Porque acaece ser tanta la diferencia que hay de un gusto y regalo que da Dios en una visión o en un arrobamiento, que parece no es posible poder haber más acá que desear y así el alma no lo desea ni pediría más contento. Aunque después que el Señor me ha dado a entender la diferencia que hay en el cielo de lo que gozan unos a lo que gozan otros cuán grande es, bien veo que también acá no hay tasa en el dar cuando el Señor es servido” (V 37.2).
Teresa se conforma con el último sitio:
“No digo que no me contentaría y tendría por muy venturosa de estar en el cielo, aunque fuese en el más bajo lugar, pues quien tal le tenía en el infierno, harta misericordia me haría en esto el Señor, y plega a Su Majestad vaya yo allá, y no mire a mis grandes pecados” (V 37.3).
Que el cristianismo cambiara de perspectiva ante el retraso de la Parusía, del Reino-en la historia al cielo-de-arriba, no significa que se perdiera la petición constante de la segunda venida de Cristo, el “Maranata”, “Ven Señor Jesús”. Gran parte de ese anhelo se perdió por el pesimismo provocado por las pestes medievales. La pérdida del 30 al 60% de la población europea introdujo el pesimismo y el miedo.
Una última aportación en el primer punto. El interés por el cielo fue algo habitual en la niñez de Teresa. Me parece observar un constante aumento en su interés por la segunda venida de Cristo conforme van pasando los años y va tomando conciencia de la situación del mundo, sus miserias e injusticias. Es decir, la atracción por la segunda venida de Jesucristo se incrementó conforme iba conociendo la realidad de la Iglesia y del mundo. (Leí hace años en un autor, quizás el psicoanalista Lacan, que la vida no consiste en otra cosa que en la acumulación de decepciones).
En las sextas moradas hace frecuente vuelos de espíritu al cielo, que van acompañados de largas épocas de noche oscura, experiencia de la ausencia de Dios, descubrimiento de los infiernos del mundo, persecuciones sin cuento, etc. Es en esa época cuando se despierta en ella un fuerte interés por la llegada definitiva de Cristo a este mundo en su historia.
2.- La resurrección inmediata
Otra cuestión a destacar consiste en la resurrección de los cuerpos y las almas en el cielo. No se espera al final de los tiempos ni a la segunda venida de Cristo. El Antiguo Testamento había mantenido la creencia en la inmortalidad del alma de origen griego desde la llegada de Alejandro Magno a tierras Palestinas; junto a la creencia en el alma se fue difundiendo la resurrección de los muertos en cuerpo y alma, defendida por los egipcios (reservada a los faraones) y de origen mesopotámico.
Con mucha lentitud se fueron divulgando entre los judíos hasta que la muerte de tantos jóvenes en las revueltas macabeas (siglo II a.C.), luchando contra de la implantación de una cultura griega, a punto de aniquilar la cultura judía, hizo que se divulgara y aceptara en amplias capas de la población la resurrección en cuerpo y alma de los jóvenes y del resto. En tiempos de Cristo era una creencia habitual a excepción de las capas altas de la sociedad (los saduceos). Convivía pacíficamente con la inmortalidad del alma, como se puede comprobar en el libro de la Sabiduría.
La resurrección en cuerpo y alma es la idea clave del cristianismo, o mejor dicho, la realidad clave, la resurrección de Cristo en cuerpo y alma a los cielos, con la promesa de una segunda venida.
En la primera visión imaginaria de Cristo recién resucitado en el capítulo 28 de Vida se dice:
“Sonlo tanto los cuerpos glorificados, que la gloria que traen consigo ver cosa tan sobrenatural hermosa desatina” (V 28.2).
Y por si había dudas se confirma:
“Sólo digo que, cuando otra cosa no hubiese para deleitar la vista en el cielo sino la gran hermosura de los cuerpos glorificados, es grandísima gloria, en especial ver la Humanidad de Jesucristo, Señor nuestro, aun acá que se muestra Su Majestad conforme a lo que puede sufrir nuestra miseria” (V 28.3).
Los cuerpos glorificados que no han de pasar un tiempo de purificación en el purgatorio viven iluminados y rejuvenecidos desde el mismo momento de su subida al cielo. Santa Teresa lo cuenta de un fraile:
“Estando pidiendo esto al Señor lo mejor que yo podía, parecióme salía del profundo de la tierra a mi lado derecho, y vile subir al cielo con grandísima alegría. El era ya bien viejo, mas vile de edad de treinta años, y aun menos me pareció, y con resplandor en el rostro” (V 38.27; cf. todo el capítulo 38).
En las cosas del cielo no parece contar ni el tiempo ni la historia. Un suceso como el del fraile ocurre muy lejos de donde está y lo experimenta al lado. O ve subir al cielo a San José y la Virgen María, juntos, después de haber vivido el primer arrobamiento en santo Tomás de Ávila:
“Era grandísima la hermosura que vi en nuestra Señora, aunque por figuras no determiné ninguna particular, sino toda junta la hechura del rostro, vestida de blanco con grandísimo resplandor, no que deslumbra, sino suave. Al glorioso San José no vi tan claro, aunque bien vi que estaba allí, como las visiones que he dicho que no se ven. Parecíame nuestra Señora muy niña. Estando así conmigo un poco, y yo con grandísima gloria y contento, más a mi parecer que nunca le había tenido y nunca quisiera quitarme de él, parecióme que los veía subir al cielo con mucha multitud de ángeles.” (V 33.15).
Preocupada por su amigo Gracián lo ve venir con el rostro iluminado cuando aún vivía, y de ahí nos da razones de la luz que ilumina a los habitantes del cielo. Rostros y cuerpos de luz, además de juventud parecen ser lo común en el cielo de Teresa:
“Estando una noche con harta pena porque había mucho que no sabía de mi Padre, y aún no estaba bueno cuando me escribió la postrera vez, aunque no era como la primera pena de su mal, que era confiada y de aquella manera nunca la tuve después, mas el cuidado impedía la oración; parecióme de presto, y fue así que no pudo ser imaginación, que en lo interior se me representó una luz, y vi que venía por el camino alegre y rostro blanco, aunque de la luz que vi debió de hacer el rostro blanco, que así me parece lo están todos en el cielo, y he pensado si del resplandor y luz que sale de nuestro Señor les hace estar blancos. Entendí: «Dile que sin temor comience luego, que suya es la victoria»” (R 59.1).
Muy pocos de los resucitados se libra del purgatorio:
“Mas no he entendido, de todas las que he visto, dejar ningún alma de entrar en purgatorio, si no es la de este Padre y el santo fray Pedro de Alcántara y el padre dominico que queda dicho. De algunos ha sido el Señor servido vea los grados que tienen de gloria, representándoseme en los lugares que se ponen. Es grande la diferencia que hay de unos a otros” (V 38.32).
3.- Dios y Jesucristo en el cielo
En otro lugar expliqué mi interpretación del libro de la Vida (Acerca de los escritos autógrafos Teresianas “Vida”, “Castillo” Interior” y “Relaciones”, en AA.VV. (coord. Salvador Ros, “La Recepción de los místicos” (Salamanca 1997): Teresa habría escrito la segunda redacción del Vida teniendo delante la primera redacción perdida, copiando lo que le parecía conveniente. Una vez terminado el relato de la fundación de san José se sirve de sus apuntes personales (que llamamos Relaciones o Cuentas de Conciencia, según las ediciones) y nos regala un pequeño tratado práctico y experiencial de escatología, del cielo. Un texto clave para entender el cielo de Teresa lo encontramos en el capítulo 39. Copio el texto y luego comento:
“Como llegué a la Iglesia, diome un arrobamiento grande: parecióme vi abrir los cielos, no una entrada como otras veces he visto. Representóseme el trono que dije a vuestra merced he visto otras veces, y otro encima de él, adonde por una noticia que no sé decir, aunque no lo vi, entendí estar la Divinidad. Parecíame sostenerle unos animales; a mí me parece he oído una figura de estos animales; pensé si eran los evangelistas. Mas cómo estaba el trono, ni qué estaba en él, no lo vi, sino muy gran multitud de ángeles. Pareciéronme sin comparación con muy mayor hermosura que los que en el cielo he visto. He pensado si son serafines o querubines, porque son muy diferentes en la gloria, que parecía tener inflamamiento: es grande la diferencia, como he dicho. Y la gloria que entonces en mí sentí no se puede escribir ni aun decir, ni la podrá pensar quien no hubiere pasado por esto” (V 39.22).
Acaba de tener un habla decisiva del Señor Jesús: “Ya eres mía y Yo soy tuyo”. Se la dice el esposo Jesucristo, a él le corresponde el primer trono, el que otras veces ha visto, sostenido por unos animales que pueden ser los evangelistas. Encima otro trono que corresponde a la divinidad, lo ve por visión intelectual, sin imagen. En el primer trono no ve la imagen de Jesucristo sino multitud de ángeles, querubines o serafines, los de más categoría. Están clasificados en función de su inflamación, es decir, de la intensidad del fuego de amor de Dios.
Que los cielos se abran forma parte del relato del bautismo de Jesús en el Jordán. La concepción del cielo cerrado viene de la deportación a Babilonia en el siglo VI a.C. Lo cuenta el profeta Ezequiel. Sucede siempre, cuando las situaciones de crisis se agravan Dios se esconde o desaparece. Antes del exilio Dios estaba a este lado de la bóveda del cielo. Después de la deportación se aleja y va a vivir al otro lado de la bóveda que cierra el cielo. Para comunicarse con Él se han de abrir los cielos.
A la vuelta del exilio y en siglos posteriores el vacío entre Dios y el hombre ha creado una zona intermedia que se va llenando de seres espirituales, los ángeles, que hacen las veces de carteros de un Dios oculto y lejano, con sus secretos, clasificaciones de los cielos, libros nuevos, ciencias nuevas, etc.
Las sociedades modernas han ido arrinconando al Dios cristiano representado por instituciones hasta olvidarlo en una ignorancia voluntaria. La zona intermedia suele llenarse de cosas, objetos de consumo, propuestas religiosas diversas, creencia en las ciencias, turismo compulsivo (una nueva forma de buscar los cielos), ideologías de todo tipo convertidas en religiones, buscando proyectos ideológicos de futuro en el pasado, medieval por ejemplo (nacionalismo de sentimiento), etc.
En los vuelos de espíritu de Teresa los cielos se le abren de par en par, descubre muchas cosas que no nos cuenta y, sorprende descubrir que en la zona intermedia, o no hay nadie, o está Jesucristo solo, o los ángeles arropan a la Virgen María en su bajada del cielo. (La ausencia de objetos lo interpreto como libertad, ya que las cosas que nos atan suelen vivir allí):
“La víspera de San Sebastián, el primer año que vine a ser Priora en la Encarnación, comenzando la Salve, vi en la silla prioral, adonde está puesta nuestra Señora, bajar con gran multitud de ángeles la Madre de Dios y ponerse allí. A mi parecer, no vi la imagen entonces, sino esta Señora que digo. Parecióme se parecía algo a la imagen que me dio la Condesa aunque fue de presto el poderla determinar, por suspenderme luego mucho” (R 25).
O subir al cielo:
“Un día de la Asunción de la Reina de los Angeles y Señora nuestra, me quiso el Señor hacer esta merced, que en un arrobamiento se me representó su subida al cielo, y la alegría y solemnidad con que fue recibida y el lugar adonde está. Decir cómo fue esto, yo no sabría. Fue grandísima la gloria que mi espíritu tuvo de ver tanta gloria. Quedé con grandes efectos, y aprovechóme para desear más pasar grandes trabajos, y quedóme gran deseo de servir a esta Señora, pues tanto mereció” (V 39.26).
En estos vuelos la persona se va transformando, su comportamiento repercute en los demás sin darse cuenta:
“Comienza a dar muestras de alma que guarda tesoros del cielo, y a tener deseo de repartirlos con otros, y suplicar a Dios no sea ella sola la rica. Comienza a aprovechar a los prójimos casi sin entenderlo ni hacer nada de sí; ellos lo entienden, porque ya las flores tienen tan crecido el olor, que les hace desear llegarse a ellas.” (V 19.)
4.- A modo de conclusión
Al cielo se puede viajar sin merced sobrenatural. Basta con dejar la mente y la imaginación volar. Nuestra maestra debió hacerlo con frecuencia. Una vez superada la barrera infranqueable sin gracia divina y comenzados los vuelos de espíritu por pura misericordia, Dios asume las representaciones que Teresa se había hecho previamente del cielo. Y desde ahí le va mostrando los secretos. Me pregunto por la diferencia radical entre las representaciones que uno puede hacerse y los dones recibidos en los vuelos de espíritu.
No se me ocurre otra comparación que la experiencia de los drogadictos de la heroína. Para mí son místicos fallidos. Buscan y sueñan otros mundos sin darse cuenta de la trampa mortal en la que caen. La droga los engancha y los sube a un cielo del que no quieren ni pueden bajar, salvo el paso por el aterrizaje en la realidad, sin paracaídas y con enorme sufrimiento, llamado “pasar el mono”.
Con un simple pinchazo en minutos son transportados a otro mundo. Un reino de paz absoluta, sin dolor, sin preocupaciones, sin culpa, sin delitos ni cárceles. La vida en el cielo de la heroína se ve a cámara lenta, despacio. Ni dormidos ni despiertos del todo, ven pasar los acontecimientos y las personas sonrientes, todo lleno de colores más intensos que los de la tierra.
Los drogadictos nos han enseñado que no es conveniente soñar cielos durante mucho tiempo. La espiritualidad cristiana pisa barro.
Me pregunto si la búsqueda de nuevos cielos y nuevas tierras no es algo inherente al ser humano. Y lo difícil que es acertar con el camino adecuado en medio de tantas ofertas. En cualquier caso que el viaje no dure demasiado. La tierra nos reclama.
(La foto de Stock Photo. Algunas ideas son de Moingt, Sacchi y Adnés. La oferta de música variada)
Continuaremos en M 6.5
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