El Cristo de Teresa de Jesús nos pide en las quintas moradas entregarle nuestro yo para restaurarlo. Esto presupone aceptar que alguien fuera de nosotros es capaz de transformar nuestro yo viejo en uno nuevo. Para llevarlo a cabo hay que conocer nuestra identidad personal.
Para Teresa somos castillo y diamante. Os dejo con la explicación que preparé en 2015 y 2016, que espera aparecer en papel una vez que esté corregida. Está dedicado de manera especial a las religiosas carmelitas contemplativas, con quienes hice esta búsqueda.
El proceso de convertirse en esclavo libre en santa Teresa de Jesús
Surgió la idea de manera natural, gracias a la disponibilidad que encontramos en el CITES. Resultó que pasé una semana en Ávila con un grupo de carmelitas descalzas en el 2015. Estudiamos diferentes aspectos de la teología teresiana y decidimos continuar nuestra búsqueda con una metodología común en la que pudiéramos intervenir todos. Creamos un “aula virtual”, o fondo común, para que quien quisiera aportara sus ideas e investigaciones. Diversas circunstancias adversas, ajenas a las religiosas, han impedido durante este año continuar el trabajo. Llegado un tiempo de mayor bonanza lo retomamos con ilusión, esperando prestar un pequeño servicio a la amplia comunidad de gentes que pretender seguir a Jesucristo con las enseñanzas de Teresa. Por tanto, este es un trabajo común, donde la única tarea de quien lo coordina, ha sido recopilar lo mejor posible el pensamiento de todos y buscar su relación con la teología.
Introducción
Sabido es por todos la importancia que tiene en el NT el himno cristológico de Filipenses 2,5-8: Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús, el cual, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí, y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, una muerte de cruz.
Como demostraremos más adelante, Teresa aplica el himno paulino a la vida cristiana en M.7.4.8: ¿Sabéis que es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien señalados con su hierro que es el de la cruz, porque ya ellos le han dado su libertad, los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como Él lo fue.
Muchos elementos entran en juego a la hora de comparar ambos textos y aplicarlos a la vida. Nosotros entendemos que, en el caso humano, según lo entiende Teresa, se da una secuencia a los largo de sus escritos que culmina en las séptimas moradas, capítulo cuarto, con la afirmación de hacer se esclavos de Dios.
Es la siguiente: Comienza en la creación del ser humano a imagen y semejanza de Dios. De ahí se deriva la posibilidad de conocernos a nosotros mismos. El conocimiento de uno mismo tiene como hija predilecta la humildad, virtud teresiana por excelencia. La humildad es la base sobre la que se fundamenta la mirada auténtica a la realidad del mundo y la propia. Esta realidad abarca, tanto la belleza de la persona como su tragedia dolorosa, el gran misterio de dolor y sufrimiento de la especie humana.
Mediante un proceso, generalmente largo, de meditación en los misterios de la vida de Cristo, el creyente va conociendo y asimilando los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Éstos incluyen la cruz propia y ajena, el dolor ni se desprecia ni se evita, al contrario, se asume con voluntad decidida en el deseo de seguir a Cristo en los misterios de su vida.
Pasando por la rendición incondicional del yo, al entregar la libertad queda dispuesto para ser el fiel servidor de Cristo. De este modo se llega a ser colaborador de Cristo y esclavo libre al servicio de otros. La propuesta teresiana se presenta como un gran reto vital que saca al hombre del ensimismamiento solipsista y lo lanza en ayuda del Crucificado-Resucitado.
Nos centraremos en los escritos teresianos y, en la medida de lo posible los interpretaremos en compañía de la exegesis, la teología, la patrística y el pensamiento actual.
1.- La creación a imagen de Dios
En el Castillo Interior aparece la creación a imagen en la primera y la última morada. Ambas se complementan e interrelacionan, sin poder afirmar la una sin la otra y viceversa. Tendremos la oportunidad de comprobar un cambio notable entre la primera y la última interpretación, un deslizamiento de la filosofía y teología más habituales en la época de tipo platónico, a otra mucho más desarrollada y cristológica desarrollada por algunos Padres de la Iglesia. Pretendo demostrar que en la primera morada, Teresa afirma la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios y, en la séptima, lo concreta en la creación a imagen de Cristo muerto y resucitado en Dios Uno y Trino.
- La antropología en M 1.1
En el prólogo escrito después de terminado el libro y añadido al principio más tarde, ella nos indica que se conforma con repetir lo dicho en otras ocasiones y así responder a la orden dada por Gracián de que vuelva a escribir lo que se acuerde del libro de la Vida en poder de la Inquisición. Después de orar, el símbolo del Castillo irrumpe con fuerza, reorganizando su pensamiento dando alas a su creatividad. Lo repetimos una vez más aunque sea bien conocido por la mayoría para luego comentarlo:
que es considerar nuestra alma como un castillo todo de diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas [1]Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo, sino un paraíso adonde dice Él tiene sus deleites[2]. Pues, ¿Qué tal os parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con que comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad. Y verdaderamente, apenas deben llegar nuestros entendimientos – por agudos que fuesen – a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios; pues Él mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza[3]. Pues si esto es – como lo es – no hay para qué cansarnos en querer comprender la hermosura de este castillo; porque puesto que hay la diferencia de él a Dios, que del Criador a la criatura – pues es criatura – basta decir Su Majestad que es hecha a su imagen para que apenas podamos entender la gran dignidad y hermosura del ánima (M 1.1,1).
Un poco más adelante volverá a repetir: pues Él mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza (…) Basta decir Su Majestad que es hecha a su imagen para que apenas podamos entender la gran dignidad y hermosura del ánima.
Visto en su conjunto, el párrafo presenta una visión muy positiva del ser humano, un castillo diamante o cristal, aparentemente frágil, lleno de aposentos, donde vive un Rey que viene a descansar por haber sido quien lo construyó a su imagen y semejanza. En su hermosura se fundamenta la dignidad del alma. Se nos está diciendo algo sobre el hombre y, lo más importante, se nos cuenta algo determinante sobre Dios. Intentemos ahora desmenuzar el significado:
Alma-cuerpo: La autora se refiere explícitamente al alma, considerar nuestra alma. En principio podría referirse a la persona en su conjunto de alma y cuerpo porque así lo encontramos en textos neotestamentarios ( Hech 2,41; Rom 2,9). O se trataría de la conciencia, sede de emociones y decisiones (Mt 22,37 según Dt 6,5)[4]. Sin embargo, salimos de dudas cuando más adelante contrapone el alma al cuerpo, nos detenemos en estos cuerpos, y a bulto entendemos que tenemos alma. El cuerpo es lo superficial, la cerca del castillo (M 1.2), aquello que nos une al mundo material, repleto de sabandijas y peligros. La dicotomía entre ambos manifiesta la superioridad del alma y la vida debe subordinar la estructura corporal a la más elevada del alma.
En resumen, el punto de partida de la antropología teresiana es neoplatónica, no se atiene a la unidad bíblica de alma-cuerpo constitutiva de la persona. Adelantamos que, gracias a la vivencia –no teórica- de la Humanidad de Cristo, irá progresivamente modificando, matizando y corrigiendo los presupuestos heredados del neoplatonismo que debieron llegar a ella a través de la cultura de su tiempo muy influida por la Pseudodionisio y san Agustín. Arma de doble filo por el peligro de idealizar el alma, evitando la vida, la historia y el cuerpo, terminando en una mística desencarnada y, por otra parte beneficiosa, al ofrecer la posibilidad de acceder al misterio de Dios con las claves aportadas por Platón que tanto han beneficiado al hombre de todos los tiempos en su búsqueda de Dios.
Desarrollemos un poco lo dicho. En el A.T. no existe una definición del hombre. Existen varios términos, “carne”, “ánima”, “espíritu”, “corazón”, etc. Lo determinante es su relación con Dios y con la historia de salvación. No se encuentra su composición como cuerpo y alma, aunque se encuentren ecos de ella en el libro de la Sabiduría[5]. En el N.T. al igual que en el Antiguo, el corazón del hombre, su interior equivalen a su alma, entendida como “vida”, e implica al hombre en su totalidad. De la distinción entre alma y cuerpo quedan vestigios en Mt 10,28 y son frecuentes la distinción entre “carne” y “espíritu”. Pablo elabora mucho más los conceptos hasta el punto de distinguir entre “cuerpo, alma y espíritu” en una ocasión (1Tes 5,23; texto citado por Teresa), aunque la opinión común entre los exegetas no sea la concepción tricotómica del ser humano, sino la enumeración de los distintos elementos que lo componen. Lo más característicos son los de “carne” y “espíritu”, contrapuestos en textos abundantes.
El primero define al hombre en su debilidad, sometido a la fuerza del pecado y apartado de Dios, contrapuesto al “espíritu” (cf. Rom 7,18 y Rom 8,3-9). El “espíritu” contrapuesto a la “carne” es el Espíritu de Dios comunicado al hombre creyente en Cristo y movido por Él (Rom 8,10). Ha sido definido como la facultad de lo divino, la facultad esencial del hombre a estar en relación con Dios. En consecuencia, la salvación está vinculada a la participación en la resurrección de Cristo. Nada del ser humano queda excluido de esa participación, incluso su cuerpo. De manera que las reminiscencias helénicas en el pensamiento paulino nunca originan una visión dual[6].
En la patrística y frente a la gnosis se subrayará la importancia del ser humano. El hombre está creado a imagen de Dios a diferencia de los animales, dirá Taciano; san Justino afirma que el Espíritu viene solo al cuerpo humano porque ha sido modelado a imagen de Dios. De igual modo Ireneo de Lyon dará mucha importancia al cuerpo, por haber sido plasmado por las manos de Dios, el Hijo y el Espíritu. Al hombre se le contempla en su dimensión histórica (igual que Teresa). Cristo es la plenitud de la vida, el modelo del hombre y la resurrección de los muertos con cuerpo incluido.
Muy pronto el pensamiento primero se va llenando de conceptos extraídos de la filosofía griega. Con Clemente de Alejandría el alma tiene más valor que el cuerpo, aunque sin duda fue Orígenes quien más aceptó las ideas platónicas hasta llegar a decir que el alma racional y libre ha caído en este mundo desde una región superior como consecuencia del pecado. Los excesos de Orígenes no fueron aceptados por la Iglesia, la división entre cuerpo y alma quedó instalada en la antropología cristiana. San Agustín fue decisivo en este aspecto al definir al hombre compuesto de alma y cuerpo, con claro predominio de la primera, siendo el cuerpo algo inferior. Santo Tomás logró un mayor equilibrio a pesar de considerar al alma superior, reconstruyó una unidad indisoluble entre los dos elementos y eliminó los aspectos negativos del cuerpo. Por eso la materia no es una cárcel del alma[7].
No obstante, gran cantidad de ideas de origen platónico sobre el hombre llegan a santa Teresa a través de la predicación y las obras del Pseudodionisio, como ya indiqué.
Un análisis de la terminología utilizada por la Santa confirma lo que decimos: el alma es la parte del ser humano donde tiene lugar la vida espiritual. Son abundantes las citas, empezando por el título al capítulo primero de las moradas primeras: En que trata de la hermosura y dignidad de nuestras almas; pasando por el título del capítulo segundo, cuán fea cosa es una alma que está en pecado. (cf. títulos de M 5,3; M 6,2; M 6,4; M 6,5; M 6,6; M 6,7; M 6,8; M 6,9; M 6,10; M 6,11; M 7,4)). En una ocasión introduce una diferencia entre alma y espíritu siguiendo a Pablo en Tesalonicenses, reconociendo que forman una unidad (título a M 7,1).
Al ser escritos los títulos después de terminar el libro parece fuera de duda lo que venimos diciendo, la consideración del alma como la parte del ser que vive la espiritualidad. El texto lo confirma: el castillo es el alma, Dios se deleita en el alma, ella goza de hermosura; el cuerpo es lo primero que vemos a bulto, mientras desconocemos la importancia del alma (M 1,2), ni los bienes, ni lo que está dentro ni las cosas secretas que pasan entre Dios y el alma (M 1,3). El alma puede permanecer en las rondas del castillo o pueden entrar dentro de sí (M 6 1,5) y quedar tullidas (M 1,8). El cuerpo es una especie de envoltorio de lo esencial, el centro de su alma (M 2,1). En algún momento parece referirse al hombre en su totalidad con cuerpo y alma, ¡Oh almas redimidas por la sangre de Jesucristo! (M 2,4), pero si lo leemos de cerca nos damos cuenta enseguida de que con el término alma se está refiriendo a la totalidad del ser humano. Un alma es una persona. Una vez que el alma entra en relación con Dios, el cuerpo se va uniendo a ella, la vida espiritual lo va domesticando (M 3,2). En M 4.1,10 hace una distinción curiosa cuando localiza en la cabeza la parte superior del alma.
Por no cansar al lector no seguimos enumerando las citas que en nada cambian el significado indicado.
Platonismo y neoplatonismo en la primera morada del Castillo
Durante mucho tiempo me negué a aceptar los fundamentos platónicos y neoplatónicos en la teología teresiana. Creí –también por ignorancia- en el barrido casi absoluto de esas ideas gracias a la sacratísima Humanidad de Cristo. El estudio de los totalitarismos de diverso tipo en la obra magna de Hannah Arendt, me habían convencido del origen nefasto de todos ellos al convertir la máxima aspiración humana al bien, en una idea intercambiable por otras, nación, raza, lucha de clases, etc.
Después de analizar la palabra alma en las moradas, en particular con los títulos de los capítulos escritos a finales de 1577, me he convencido de mi equivocación. Teresa vivió toda su vida satisfecha con esos principios. La Humanidad de Cristo se incrusta en el neoplatonismo, lo matiza, lo modera, lo convierte en esencial, pero siempre desde la filosofía griega cristianizada. Mucho me ha ayudado al respecto el grato descubrimiento de una obra magnífica de Filosofía de la Religión de Miguel García-Baró. Siguiendo a este autor intentaré resumir alguna de sus pensamientos clave que pueden ayudarnos a comprenderla.
b.- El Castillo y Dios
El alma es un castillo todo de un diamante o muy claro cristal. Obsérvese que el castillo es el alma, no se menciona el cuerpo. No es de piedra, es de diamante o claro cristal. Con muchos aposentos, similares a las moradas del cielo. Es decir, el alma se asemeja a una construcción del cielo. La realidad de la persona es una copia de la realidad celeste, idea que remite una vez más al pensamiento griego.
Este castillo está habitado por el mismo Rey del universo en lo más profundo de su ser, incluso en situación de pecado mortal. No es que haya un germen de la presencia divina, hay una realidad divina que habita lo profundo del ser humano. Una presencia ontológica dejó dicho Efrén de la Madre de Dios.
Se ha escrito mucho intentando averiguar el origen del símbolo del castillo. Me inclino por dos posibilidades, la imagen perenne del castillo de su ciudad de Ávila y, sobre todo la imagen del Apocalipsis de la Jerusalén celeste. Hablar del hombre es hablar de Dios en el pensamiento teresiano. El ser humano que forma parte de las realidades creadas encuentra en Dios su último significado, establece con Él una relación permanente, es su última razón de ser. El hombre se define por su relación con Dios. Una presencia inobjetivada, le llamará Martin Velasco. Teresa define el ser del hombre desde su realidad catafática, una presencia divina. La tarea humana consiste en seguir a Jesús de Nazaret desde su Humanidad hasta llegar a descubrir lo que ya es en esencia. Inhabitación trinitaria en Cristo muerto y resucitado, distinta de la presencia real eucarística, personalizada.
El hombre es un calco de la realidad divina a la que remite sin cesar: Digamos ser la Divinidad como un muy claro diamante, muy mayor que todo el mundo, o espejo, a manera de los que dije del alma en estotra visión, salvo que es por tan subida manera, que yo no lo sabré encarecer; y que todo lo que hacemos se ve en ese diamante, siendo de manera que él encierra todo en sí, porque no hay nada que salga de esa grandeza (V 40,10). Del mismo modo que el alma es también espejo (V 40.5). La Divinidad, es decir Dios uno, es también diamante o espejo, donde todo se encierra y se ve. Incluso el Hijo en cuanto Hombre está allí encerrado.
Lo tres últimos capítulos de Vida, posiblemente añadidos al final del relato de su vida y copiados en su mayoría de escritos íntimos, son el perfecto reflejo de la realidad divina, de la que el hombre es copia imperfecta debida al pecado, fruto de un mal uso de la libertad humana.
Son visiones de la vida terrena desde la realidad del cielo, metida en el cielo, (V 38.1). Allí se le descubren indistintamente los grandes secretos (V 38.2), abiertos a todos los que no están en contra de Dios, según le dice el mismo Jesucristo (V 38.3); la realidad vivida se redimensiona desde la realidad celeste, cuando libre de esta cárcel del cuerpo, parecido a cuando sale un alma del cuerpo (V 38.5), y puesta en el descanso total del cielo, -el descanso relativo se dará ya en este mundo-, descubre que somos peregrinos, con un pie en la tierra y otro en el cielo. El cielo es vida, la tierra es muerte (V 38.5-6). En estas visiones grandiosas del cielo y la tierra, cuando el espíritu sale con ímpetus fuera del cuerpo y queda arrebatado, incluso la Humanidad sacratísima queda encerrada en el diamante divino, estar metido en los pechos del Padre.
Estas afirmaciones son muy importantes para lo que después diremos; adelantamos que en Vida se nos descubre a Dios como un diamante grandioso donde la Humanidad de Cristo queda incluida, luego de ahí deduciremos que, en el momento de la creación del hombre interviene la Humanidad de Cristo. Y ella puede acceder al misterio me vi presente en aquella Divinidad (V 38.17). Seguimos en el pensamiento griego con algunas variaciones de vital importancia.
En esta concepción de Dios desde la vida vivida en la tierra se aprovecha sobremanera en el momento de la eucaristía. Cuando las recuerda en el momento de la comunión los cabellos se me espeluzaban ante el enigma de la vida celeste encerrada en la hostia consagrada, hasta el punto de ver la majestad de Jesús en su Humanidad muerta y resucitada en la misma Hostia. El cielo en la tierra, siempre acompañada de la Humanidad de Jesús. Cristificación de la forma consagrada con visión. Cielo y tierra en perfecta relación eterna. La grandeza de Dios está oculta, los cielos se abren y poco a poco los va dando a conocer (V 38.19) La majestad de Dios, riqueza de los pobres, puesta al servicio de lo humano empobrecido. Gran sinfonía celeste, revelación del misterio insondable, quien progresivamente va enseñando sus maravillas, poco a poco se las vais mostrando (V 38.21).
Hemos de advertir que estas imágenes celestes tienen abundantes reminiscencias en el pensamiento judío veterotestamentario. En efecto, fue en los tiempos del exilio babilónico cuando las clases altas de la sociedad fueron deportadas a Babilonia por orden de Nabucodonosor. La crisis espiritual y de todo tipo debió ser enorme. Al parecer es en la desgracia cuando se incentivan todos los recursos humanos. Se organizaron en dos grupos, los sacerdotes capitaneados por Ezequiel y los monárquicos. Estos últimos miraron a los cuatro puntos cardinales para entender la tragedia y escribieron el Pentateuco, (salvo el libro del Deuteronomio, escrito posterior y antimonárquico) remontándose hasta el origen de Adán y Eva. Descubrieron el valor de la persona individual en el libro del Génesis, como también hicieron los partidarios del sacerdocio cuando se enfrentaron al dilema de la retribución, el que peque morirá, dirá Ezequiel. No era posible seguir manteniendo que los hijos heredaran la culpa de los padres, como ya adivinó Jeremías. Este descubrimiento del individuo no hizo más que acentuarse a través de los siglos, ayudados también por el pensamiento griego desde que Alejandro Magno entró en Palestina. El cristianismo terminó de consagrar al individuo cuando, según piensa Pannenberg, Cristo es capaz de abandonar a las 99 ovejas para ir a buscar la perdida. La hermosura y dignidad de cada ser humano forma parte esencial de nuestra herencia, que debemos defender y luchar hasta la muerte si fuera preciso. Teresa recoge esta herencia y las moradas primeras no son sino el comentario a este aspecto esencial de nuestra cultura cristiana.
Tampoco debemos olvidar otro aspecto del pensamiento judío, en los tiempos del hebraísmo, el tiempo anterior a las tres deportaciones a Babilonia, llamado época del judaísmo (Jeremías), que influyen poderosamente en Teresa, se trata de la cosmología. En la época hebraica la relación con el misterio de Dios era cercano. Digamos que el cielo estaba en las nubes. Con el desastre del exilio Dios se aleja más allá del cielo, más allá de la bóveda celeste, se hace más misterioso (siempre en la desgracia parece que Dios se aleja). El hombre debe hacer el esfuerzo, o debe recibir el don de los cielos abiertos. Ezequiel lo hará con visiones que tienen lugar en domingo (por eso en el bautismo de Jesús los cielos se abren), requieren una firme determinación de buscar el misterio y debe suplicar a Yahvé que se abran para conocer sus misterios.
Ese vacío enorme, esa brecha infinita entre lo humano y divino se irá rellenando en siglos posteriores con seres espirituales hasta conformar los siete cielos, la tierra y los siete infiernos. Una escalera repleta de ángeles de diversas categorías, los carteros de Dios, que van y vienen enviando mensajes, con símbolos como la paloma significando una de las personas divinas, etc. (el cristianismo suprime la distancia cuando un Hombre es Dios y Dios se hace hombre en Cristo Jesús).
Teresa hereda esta cosmología, los cielos se le abren, se ve metida en el cielo, le muestran secretos, ve una luz distinta a las de acá, goza en su deleite, aprende a vivir desde la realidad de allá, la auténtica, se descubre peregrina, sabedora del don de los pobres, con mirar al cielo su alma queda recogida, descubre la auténtica vida, la realidad terrena le parece sueño, muerte, desea morir para disfrutar al máximo, pierde el miedo a la muerte, está dispuesta a sufrir la cruz de Cristo, descubre al Dios misericordia (ver V 38, en particular la misericordia de Dios, en V 38.7), al Espíritu Santo en forma de paloma habitándola o encima de su cabeza. Está en plena época de arrobamientos, el equivalente a las sextas moradas.
No olvidemos nunca que estas visiones van acompañadas de situaciones y personas terrenas, sus padres, frailes de distintas órdenes, junto a seres espirituales como los demonios. El cielo le ayuda a entender la tierra, nunca Dios y el hombre se separan. Los muertos suben al cielo o al purgatorio (casi todos). Estamos en una fiesta vertical, subidas y bajadas desde el diamante que es la Divinidad. Los secretos del cielo largamente acariciados desde que comenzara a leer en su infancia sus secretos acompañada de su hermano, se ven ahora colmados descubriéndolos en su corazón, porque desde la llegada de Jesús, el mundo es redimible, está justificado, por la presencia de Jesucristo, el cielo está en la tierra y Dios vive escondido en su hondón.
En el capítulo 39 seguimos en el mundo de las visiones con un alto componente crístico. Parece que de la Divinidad hemos pasado al Hijo. Siempre partiendo de la realidad, devolver la vista a una persona, se le muestra a Cristo como lo suele ver, es decir, muerto y recién resucitado en su sacratísima Humanidad, mostrándole las llagas con el clavo; imagen recurrente que terminará en el matrimonio espiritual, hasta convertir el clavo en el símbolo del matrimonio espiritual en las moradas séptimas. Está entre el cielo y la tierra y le tiende la mano (V 39.17). Ahora va a ser Él, el único mediador, quien le muestre el camino al cielo, sin dejar nunca, ni a las personas con sus dolencias, ni a la tierra.
Se parte siempre de abajo para llegar arriba, a mitad de camino Cristo en cruz ascendiendo de nuevo hacia la Divinidad. Desde Cristo resucitado con los clavos retornamos a la Pasión de Cristo a la columna (V 39.3), siempre en ayuda de personas concretas, prefiriendo la salud de almas a la de cuerpos, colaborando con la redención del Señor (V 39.5). El Maestro celestial le va enseñando, acompañando y sanando a ella y, sobre todo, a otros. Son las curaciones del Jesús terreno vividas por una monja contemplativa, que está fuera del mundo y al mismo tiempo inserta en la realidad de la vida, procurando por todos los medios ayudar a su Esposo en la salvación íntegra del hombre.
La persona concreta es esencial en todas estas visiones de V 38-40. No vive aislada. La realidad de la gente es la sustancia que le eleva hacia el cielo desconocido, su Señor sabe que le ama y le va mostrando parcelas al tiempo que va ayudando en la sanación de otros. Lo han dejado todo estas almas y el monasterio, a pesar del encerramiento, todas juntas se ofrecen en sacrificio por Dios. Sacrificio en el sentido agustianiano, ofrenda existencial de una vida, camino de felicidad, no de tristeza, por mucho que en ocasiones se convierta en sacrificio expiatorio que arrastra el sufrimiento, como el de su Señor (V 39.10). ¿Se puede hacer eso sin conocer personas concretas de carne y hueso?
El contemplativo, incluidas las religiosas carmelitas están abiertas al mundo desde su claustro, no están aisladas, las personas que acuden al monasterio son el medio por el que viven, para lo que viven. No están ni deben estar aisladas, salvo que deseen terminar en almas infantiles que recurren a su infancia, única vida vivida, únicas personas tratadas. La vida comunitaria no suple nunca la vida real, la apertura al mundo sin perder su carisma debe ser en lo venidero alimento de las almas unidas en sacrificio por la salvación del mundo.
La creación –incluido el hombre- se descubren como un libro abierto hacia la divinidad con la mediación de Cristo resucitado y crucificado. Porque la cruz del mundo continúa y Teresa debe colaborar en todo lo que pueda. Seguimos con las influencias comunes del pensamiento griego, ahora acompañados de Cristo, único mediador. El 39 es un capítulo cristológico y profundamente humano. Poco a poco la vista se va elevando a alturas insospechadas: el mundo es un gran campo. Ella está sola. Su vida de persecuciones y calumnias, de las que pocas veces hablará, aparece amenazante, y sola, sin persona que hallase de mi parte (V 39.17). Trágico retrato del mundo, donde el alma que busca a Dios se siente rechazada incluso por personas muy buenas; su vida de dolor por las persecuciones entran también en la sinfonía de Dios (V 39.18). Bien a través de una visión, o mediante alguna persona que el Señor le envía, la imagen de Cristo entre el cielo y la tierra viene en su ayuda y de algún modo le dan la mano. En esos tiempos de persecución es cuando le habla el Señor y le cuenta la expresión que más tarde se convertirá en un resumen de su cristología, ya eres mía y yo soy tuyo (V 39.21), fórmula de la Alianza que el Señor le da junto con su mano.
Todo esto va a parar al matrimonio espiritual, clavo, mano, pasión-resurrección, amor dado y recibido… Y así llegamos, de nuevo con la mediación de Cristo, a una intensa experiencia de la Divinidad por visión intelectual e imaginaria al mismo tiempo. Un trono debajo, quizás reservado a la Humanidad de Cristo, otro encima donde está la Divinidad, así al menos se representa en la catedral vieja de Salamanca (V 39.22). Desde semejante mirador la vida se contempla de otra manera. Lo de abajo se parece a un hormiguero. Algo bulle en el interior de la persona, parece que consume al hombre viejo de faltas y tibieza y miseria, y como el ave fénix renace de sus cenizas y así queda hecha otra el alma (V 39.4); (aunque no sea el momento no puedo dejar de decir que V 39.22 junto a V 33.14 culminan en M 6.4 reproduciendo la vocación del profeta Isaías, en el capítulo 6; visión del trono, debajo el templo, ascua encendida que Yahvé pasa por los labios del profeta, perdón de todas las culpas y envío en misión).
Todo está preparado para acercarse al misterio de la Trinidad cuando se me dio a entender la manera cómo era un solo Dios y tres Personas (V 39.5); y la subida al cielo de la Virgen María y la alegría y solemnidad con que fue recibida. Con un requiebro a los jesuitas termina por el momento esta gran sinfonía del cielo. Nos interesa destacar la secuencia, la Divinidad en el capítulo 38, la mediación de Cristo en el descubrimiento de la Trinidad y la Ascensión de María a los cielos. Se está gestando sin apercibirnos el símbolo del Castillo, el ser Uno de Dios al que hará referencia M.1, la creación a imagen del hombre a su imagen y semejanza, la mediación de Jesucristo… Ante el grito de los profetas llamando a la conversión puesta en labios de Cristo, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón?, ella ha cumplido su cometido, si del todo estaba dada por suya, o no (V 39.24).
El tercer movimiento de la sinfonía del cielo corresponde al capítulo 40. Se abre con el deleite que siente ante tanta belleza. Ella también participa de la fiesta, su espíritu está metido y lleno de aquella majestad que he entendido otras veces (V 40.1). Recibe por medio de un habla una verdad, la importancia de la sagrada Escritura. Se une esta verdad a otras mediaciones dichas anteriormente, las personas, la creación, Cristo… Todas juntas son la Divinidad y ella es la Verdad. Busca las aplicaciones a su vida, la Verdad queda esculpida, buscará siempre hablar de lo verdadero, entendí qué cosa es andar un alma en verdad delante de la misma Verdad; es la misma Verdad (V 40.3).
Acabamos de llegar a la cumbre en la búsqueda platónica. Entiende grandes verdades sobre esta Verdad, ella es principio y fin y todas las demás verdades depende de esa Verdad; en ella misma se encierra todo tipo de amor y de ella se derivan, y todas las grandezas se originan en esa grandeza (V 40.4). Es importante recordar que los descubrimientos del cielo y la Divinidad con la mediación de Jesucristo afectan decisivamente a la vida humana, a su vida: crecen las virtudes, se descubren verdades que quedan esculpidas, cambian los comportamientos morales. La búsqueda de la Divinidad como Verdad condiciona la visión de la realidad, incluida su alma. Ya está preparada para descubrir la esencia de su alma: un espejo claro toda, no olvidemos que la Divinidad también es espejo, el alma en gracia es su calco. Cristo se incorpora en el centro como le suelo ver, es decir, recién resucitado en carne glorificada; desde allí, desde el centro se refleja en todas las partes del alma y por una relación amorosa e íntima el alma se va esculpiendo en Cristo (V 40.5) .
Secundino Castro afirma con razón la importancia de esta experiencia, hasta el punto de ser el principio del Castillo Interior. Esa presencia de Cristo muerto y recién resucitado con visión imaginaria permanece siempre. Es creacional. Ni siquiera en situación de pecado mortal se ausenta. El espejo puede obscurecerse por una gran niebla, pero nunca deja de estar ahí (V 40.5).
Si su alma en gracia es así, podemos afirmar que es un dato creacional, el alma ha sido creada como un espejo, castillo, diamante, en Cristo muerto y resucitado, donde permanece siempre presente dándonos el ser.
En el Castillo, el ser humano ha sido creado a imagen de Dios uno, primera parte de la sinfonía, y en moradas séptimas, después de la larga travesía del conocimiento de Cristo, el hombre ha sido creado y criado a imagen de Cristo muerto y resucitado en Dios uno y trino. Son dos teologías, dos formas de ver la creación y la esencia de la relación, la primera de corte platónica, la segunda mucho más cercana al pensamiento de Ireneo de Lyon y Tertuliano, o sea, de pensadores cristianos primitivos que no optaron por los presupuesto de Platón. De esta descripción del alma insuperable le quedan grandes deseos de recogerse, de buscar al Señor en lo muy interior del alma (V 40.6). Reconoce que pocas personas llegarán a vivir estas experiencias con la misma intensidad que ella, creo hay pocos que hayan llegado a la experiencia de tantas cosas, y que quienes acceden son sobre todo mujeres, hay muchas más que hombres (V 40.8). Está haciendo alta teología desde la oración, con los pies bien firmes en la realidad.
En este tercer movimiento de la sinfonía la música va y viene, juguetea, van pasando los temas de uno a otro lado, lo que parecen temas inconexos van encontrando su espesura, su ser definitivo cada vez más profundos, cada vez más quedos. Cuando ya hemos cantando las excelencias del alma y su enraizamiento en Cristo, volvemos a la Divinidad, para descubrir cómo se ven en Dios todas las cosas y cómo las tiene todas en Sí (V 40.9). Toda la realidad está en Dios y desde Él se contempla la vida. En una relación dialéctica de ida y vuelta se va encontrando la unidad del discurso. Todo está encerrado en la Divinidad, y ésta en el alma a través de Cristo muerto y resucitado. Se parte de la teología tradicional donde el hombre ha sido creado a imagen de Dios para concluir que somos creados y criados a imagen de Cristo en Dios Trino.
Digamos ser la Divinidad como un muy claro diamante, muy mayor que todo el mundo, o espejo, a manera de lo que dije del alma en estotra visión, salvo que es por tan más subida manera, que yo no lo sabré encarecer; y que todo lo que hacemos se ve en ese diamante, siendo de manera que él encierra todo en sí, porque no hay nada que salga fuera de esta grandeza (V 40.10).
El alma es similar al ser de Dios, diamante y espejo, todo está encerrado en Él y Él en el alma. Faltaba la Iglesia. Desde la visión de Dios se contempla el alma humana y la realidad eclesial (V 40.12 y ss). La vida desde estas atalayas se ve como un sueño, ni contento ni pena, que sea mucha, no la veo en mí (V 40.22). Una especie de indiferencia general que relativiza todo.
Tras este viaje por los tres capítulos de Vida que esperamos nos haya enriquecido porque son el fundamento del Castillo, podemos volver a M 1 para llegar a algunas conclusiones.
No podemos negar la importancia de la teodicea en la teología teresiana. El Dios Uno, la Divinidad están en el inicio del Castillo, como lo están en los siete primeros capítulos de Vida y en los tres últimos. Desde san Agustín era frecuente empezar por la unidad de Dios para luego pasar a la Trinidad. Así comienza también la Suma Teológica de santo Tomás. Dios es el Rey poderoso, sabio, limpio, lleno de todos los bienes (M 1.1); una bondad tan buena, una misericordia tan sin tasa.
c.- Creación
Por encima de las miserias del hombre ha querido comunicarse con nosotros (M 1.3). Comunicarse en una historia de amor es el primer motivo de la encarnación y, por tanto, el primer principio de la soteriología teresiana. El pecado queda relegado al segundo capítulo. La diferencia es notable.
La encarnación del Hijo no tiene la finalidad primera de salvarnos del pecado, como era lo habitual en la teología de su tiempo, sino comunicarse con el hombre creado a su imagen. La salvación es comunicación en primera instancia. Y más todavía, el alma del justo no es otra cosa sino el lugar adonde dice El tiene sus deleites (M 1.1). Resulta curiosa esta afirmación, antes de decir que somos criados a imagen y semejanza, especifica que hemos sido creados para deleite de Dios. Teresa recurre al relato de la creación reinterpretado por los libros sapienciales, en particular por la Sabiduría y Proverbios. Por las obras de la creación Dios puede ser conocido (Sal 13,1-9). Dios ha establecido una alianza con el hombre creado a su imagen (Eclo 17,1-14). El himno de Prov 8,22-31 introduce la idea de la sabiduría creadora; cercana a los hombres, sus delicias son estar con los hijos de los hombres; así serán felices. La sabiduría interviene en la creación y gobierno del mundo (Sab 7,21), abriendo así la puerta a la intervención de Cristo en la creación en el NT[8].
De hecho la imagen de la sabiduría creadora es la de una niña juguetona que colabora con Dios, según opina el maestro Schökel. Junto a la ruah que fecunda las aguas, en el himno de los Proverbios la niña juguetona fue engendrada antes del origen de la tierra. Cuando colocaba la tierra allí estaba, yo estaba junto a él como artesano, yo estaba disfrutando cada día, jugando todo el tiempo en su presencia, jugando con el orbe de su tierra, disfrutando con los hombres (Prov 8, 30-31). Es una criatura, procede de Dios y precede al mundo. Muy pronto los cristianos vieron en esta imagen la de Cristo. Disfruta colaborando en la obra creadora y disfruta también con los hombres. Comunicación y deleite son los primeros motivos de la creación en la que participa el Hijo, por tanto también de la encarnación.
Ser salvados en Cristo, justificados, es en primer lugar poder tener acceso a una comunicación con la Divinidad y conocer y reconocer que el mismo Dios se deleita con la criatura. Dentro de ella. Teresa mencionará ambos aspectos en abundantes ocasiones. Valgan como ejemplo algunas del libro de la Vida. Hay que cuidar el huerto para que se deleite el Señor (V 11.6); me era gran deleite considerar ser mi alma un huerto y al Señor que se paseaba en él (V 14.9); y si no es por nuestra culpa nos podemos gozar con Vos y que Vos os holgáis con nosotros, pues decís ser vuestro deleite estar con los hijos de los hombres(V 14.10).
No cabe duda de que las cuatro formas de regar el huerto están construidas sobre el disfrute y los deleites del libro de los Proverbios. Este deleite mutuo se parece mucho al estado de felicidad. Es decir, la creación continuada está hecha para el disfrute mutuo en la relación de Dios con el ser humano. Equivalen a los contentos, expresión habitualmente utilizada por Teresa (M 3.2.11). Lo repetirá varias veces en moradas. En conclusión, la creación del hombre tiene como objeto el disfrute mutuo de la relación construida sobre una comunicación continuada.
El hecho de citar en segundo lugar el relato de la creación del hombre en el Génesis nos sugiere que Teresa prioriza la teología de la Alianza a la de la creación. En los últimos tiempos ha habido una gran discusión entre especialistas acerca de la prioridad de una u otra. Unos opinan que la Alianza tiene como presupuesto la creación; otros, creen, que siguiendo el orden cronológico lo primero es la creación a imagen y después la Alianza.
Aunque son dos aspectos inseparables, al menos en M 1, Teresa opta por acentuar y colocar en primer lugar la Alianza, es decir, la relación del hombre con Dios, antes que la creación a imagen. Una alianza de felicidad, comunicación y disfrute mutuos, porque precisamente en ella se encuentra el amor como argamasa.
La fórmula de la Alianza la descubre poco antes de terminar Vida en la célebre frase dicha por su Maestro el Señor: ya eres mía y yo soy tuyo. La fórmula tiene su primera expresión en 2 Sam 7 aplicada al pueblo. Luego pasa a todos los libros del AT, en especial al Cantar de los Cantares y el evangelio de Juan, libros predilectos de los místicos desde los tiempos de san Bernardo de Claraval. Teresa la personaliza y convierte posteriormente en la esencia de su cristología en el Castillo y en la fórmula matrimonial por excelencia, tanto en su relación autobiográfica (R 35), como en la matrimonial de M 7.2.1.
Hemos defendido en este escrito la Divinidad como principio de la teología teresiana. Más aún, creo que la teodicea ocupa el lugar preponderante en las moradas primeras, como hemos pretendido demostrar en el análisis de los tres últimos capítulos de Vida aplicados al Castillo. Sin embargo, hemos de reconocer un escollo en el término Rey, aplicado a Dios en M 1.1. ¿El Rey que se deleita con los hombres en su centro es Jesucristo, o se trata de Dios uno? El análisis de los textos no nos termina de sacar de dudas. Sabemos por anteriores estudios la dificultad que conlleva el análisis de los nombres de Dios. Nos pareció en su día no poder llegar a conclusiones definitivas. Un nuevo análisis nos lleva a las siguientes conclusiones:
El título de Rey remite a los reyes de la tierra y en la Biblia al rey David. La mística teresiana parte siempre de la realidad creada y se eleva hacia la Verdad. La realeza humana le sirve a Teresa para hacer una auténtica teología política y una crítica feroz a los reyes del mundo, demostrando una vez más la falsedad de una teología mística desencarnada. La mística teresiana pisa barro, no pisa moqueta. Suele ir unido al título de Señor y con mucha frecuencia al de Su Majestad. La vecindad del título en M 1.1 con el nombre de Dios al hablar de la creación a imagen y semejanza, me hace inclinarme por el título de Rey referido a Dios uno. Veamos con un poco de detenimiento:
El Rey vive en el centro del alma, la séptima morada (M 1.2.8; 12 y14); primera comparación con los reyes terrenos; los santos entran en la cámara del Rey a diferencia de los vasallos de la tierra que nunca tendrán acceso (M 3.1.6); en las cuartas moradas se van acercando a la vivienda del Rey (M 4.1.2); el rey la lleva a las bodegas del vino, cita textual del Cantar de los Cantares (M 5.1.12); las religiosas que siguen a Cristo son esposas del Rey (M 5.2.3); no hay que descuidarse, incluso los llamados a reyes como Saúl se perdieron (M 5.3.2); quiere este gran Dios que conozcamos rey y nuestra miseria. Es decir, lo reconozcamos como Rey.
A continuación de Dios (M 6.1.12); para desposarse con el Rey del cielo hace falta ánimo; ella misma se ríe de la comparación porque para desposarse la gente corriente con los reyes de la tierra, todas la tienen (M 6.4.2); critica la acumulación de bienes atesorados por los reyes de la tierra y grandes señores (M 6.4.8); al título de Rey se añade el de Su Majestad, Señor y Emperador (M 6.5.4); san Francisco y otros santos fueron pregoneros del gran Rey (M 6.6.11); la visión imaginaria de la sacratísima Humanidad de Cristo es vista en solitario, no necesita de grandes cortejos para descubrir que es el Señor del cielo y de la tierra (M 6.9.5); le parece muy mal que le obliguen a dar higas ante un retrato de Cristo en la cruz; en este caso el Rey y Emperador es un retrato de Cristo (M 6.9.13); una vez más recurre a experiencias humanas, si un labrador no puede ni soñar con ser rey, mucho menos debe desearlo un alma; con humildad y gran conocimiento de sí, se atiene a la voluntad de Dios; pone de ejemplo a Saúl (M 6.9.14-15); este texto es muy importante, sin lugar a dudas el Rey es en este caso el mismo Jesucristo, pues las palabras de Jesucristo nuestro Rey y Señor no pueden faltar (M 7.2.8); la paz del alma en las séptimas moradas es comparada a la paz de los reyes terrenos aunque hay problemas en su reino (M 7.2.11).
Saquemos algunas conclusiones del análisis de los textos en moradas: Teresa fluctúa en los nombres de Dios porque los contempla desde la unidad de la Divinidad. En la mayoría de las ocasiones se refiere a Dios, salvo una muy notable en las moradas séptimas.
Lo analizaremos a continuación, porque, en mi opinión, la teología de la creación a imagen evoluciona de modo radical de la primera a la séptima morada, en especial en el capítulo segundo, puramente cristológico.
En efecto, en las primeras moradas nos dirá que el ser humano ha sido criado a imagen y semejanza de Dios. El Rey que es Dios vive en su castillo ubicado en el centro del alma, creada y criada a su imagen y semejanza. Tras un itinerario espiritual por las moradas, las séptimas le abren a un panorama trinitario y cristológico. Desde allí la creación a imagen se descubre de otra forma.
Si en la primera morada sigue la teología tradicional, en la séptima descubre nuevos elementos que la separan del neoplatonismo, o quizás sería mejor decir, incluye en el neoplatonismo una visión teológica más cercana a Tertuliano e Ireneo, que a los postulados neoplatónicos herederos de Orígenes y san Agustín. No se olvida de la perspectiva del principio, sino que incorpora datos nuevos y decisivos, fuertemente influenciados por el seguimiento de Cristo desde su Humanidad.
En M 7.1.1 vuelve sobre los temas planteados en M 1.1. Son los mismos iluminados por el bagaje de las moradas anteriores, como creo dije en la primera moradas (M 7.1.3). La grandeza de Dios no tiene fin, tampoco sus obras. La comunicación con Dios es progresiva y lleva a la alabanza; en esa comunicación descubriremos la dignidad de las almas con que tanto se deleita el Señor (…) como merece criatura hecha a imagen de Dios (M 7.1.1). Vuelve a repetir el orden de la primera morada colocando antes el deleite del Señor a la creación a imagen (no añade la semejanza).
En Teresa no se distingue como en los Padres la diferencia entre imagen y semejanza; ellos entendían que la persona es imagen y debe llegar a ser semejanza. La Santa sigue el criterio bíblico de considerarlos sinónimos. Para ellos el hombre es imagen y semejanza en su esencia y ha de llegar a ser lo que ya es, con plena conciencia, ser imagen y semejanza de Dios.
Antes de consumar el matrimonio la mete en su morada, la séptima, luego la vida espiritual del seguimiento de Cristo nos mete enteros donde siempre hemos estado por creación. Porque así como la tiene en el cielo, debe tener en el alma una estancia adonde solo su Majestad mora, y digamos otro cielo (M 7.1.3). El alma en gracia y la que no está en gracia, siempre está habitada; la que no está en gracia no puede recibir la luz del Sol de Justicia. No pocos problemas le causaron en vida estas afirmaciones, colocar a Dios, no solo en el cielo sino en lo profundo del ser y la afirmación revolucionaria de que nada ni nadie, ni ningún pecado mortal por grave que sea, puede impedir que el alma siga en la presencia de Dios, aunque no le llegue la luz; dentro de esta alma hay morada para Dios (M 7.1.5).
Se le revela el secreto de la Trinidad, se le comunican las tres Personas y entiende el evangelio de Jn 14, 23, las tres Personas vendrían al alma a morar. Los tres están en lo interior de su alma, en lo muy muy interior, en una cosa muy honda (…) siente en sí esta divina compañía (M 7.1.7). No siempre lo vive con la misma intensidad, sino cuando Dios quiere que se abra la ventana del entendimiento (M 7.1.9). Compañía permanente. Es tanta la intensidad de sus afirmaciones revolucionarias que la Inquisición fue tras ella. ¡¡Cuánto debió sufrir con tantas acusaciones y que poco se le nota cuando escribe!! Gracias a Dios en Camino (códice de Valladolid) la distingue en los capítulos 33 y ss de la presencia real eucarística. No se me ocurre otro término para distinguirlas que una presencia “personal”. No minusvaloremos su teología y la realidad de esa presencia misteriosa y trinitaria, lo esencial de su alma jamás se movía de aquel aposento (M 7.1.10).
Descubre en ese instante una nueva concepción del alma, continuación de las habituales con una novedad, la visión tripartita del ser humano: el ser humano es uno, pero diferencia el alma del espíritu, el alma de las potencias. En esta única ocasión remite a la concepción tripartita de 1Tesalonicenses, 5,24; en todo se hallaba mejorada con aquella compañía, dispuesta a afrontar los problemas, aunque a veces se quejase a Dios; el alma se espiritualiza, se hace espíritu para juntarse con Dios espíritu: hay diferencia en alguna manera, y muy conocida, del alma al espíritu, aunque más sea todo uno (M 7.1.10). Son los nuevos secretos que Dios le va haciendo por su misericordia.
El capítulo segundo de las séptimas moradas son un tratado de cristología de la misma categoría, o más, que V 22 y M 6.7. Olvidada del cuerpo, centrada en el espíritu del alma, se le manifiesta la gloria que hay en el cielo, por más subida manera (…) queda el alma, digo el espíritu de esta alma, hecha una cosa con Dios, que como es también espíritu, ha querido su Majestad mostrar el amor que nos tiene (M 7.2.3). Quizás es esto lo que dice san Pablo: El que se arrima y allega a Dios, hácese un espíritu con Él (M 7.2.5; 1Cor 6,17). No nos interesa en este momento destacar el matrimonio espiritual con Cristo, sino las implicaciones que tiene para la antropología.
De esta unión muy superior a la del desposorio de las sextas, o la unión regalada de las quintas, irrumpe una imagen materna de Dios dando vida al espíritu del alma, la sustenta con pechos divinos y rayos de leche que toda la gente del castillo conforta (…), salgan algunas veces algún golpe de aquel agua para sustentar los que en lo corporal han de servir a estos dos desposados (M 7.2.6). Es decir, el espíritu del alma, unida al cuerpo queda beneficiada por los rayos de leche y el río caudaloso. Alma y cuerpo unidos, espiritualizada el alma, alimentada de forma permanente, remiten al término criada, habitual en ella y en san Ignacio para describir que el Dios creador no es ocioso, no crea y abandona a la criatura sino que la sustenta continuamente.
Un Dios que da vida a esta vida (M 7.2.6), desde el centro, al igual que la dio a los apóstoles cuando resucitó. Recuerda a la Magdalena, mujer que vivió estas mercedes porque, como otras, estaban dispuestas, que apartase en ellos todo lo que es corpóreo en el alma y la dejase en puro espíritu, para que se pudiese juntar en esta unión celestial con el espíritu increado… (M 7.2.7). Aquí vuelve a olvidarse del cuerpo, o mejor dicho, el cuerpo se beneficia como consecuencia de la unión matrimonial, no forma parte de la esencia de la persona. Se cumple el evangelio, ni más ni menos, hacerse una cosa con el Padre y con Él, como Jesucristo nuestro Señor, está en el Padre y el Padre en Él (Jn 17,21).
A continuación una frase corregida en la edición de Lluch (siglo XIX) nos impidió durante el siglo XX leer la auténtica: Él leía, y no dejaremos de entrar aquí todos. Es falsa. Teresa escribió y no dejamos de entrar aquí todos. En presente. Todos los cristianos están invitados a la santidad, a todos llama en el presente a disponerse. Ella no solo invita, lo da por hecho, todos los cristianos la buscan y ya están entrando.
A continuación viene un párrafo –ya citado-, culminación de toda nuestra investigación y olvidado la mayoría de las veces. Tienen a Jesucristo nuestro Rey y Señor como protagonista: Mas como faltamos en no disponernos y desviarnos de todo lo que pueda embarazar esta luz, no nos vemos en este espejo que contemplamos, adonde nuestra imagen está esculpida (M 7.2.8). El espejo es Cristo, muerto y resucitado, con carne glorificada. El ser humano está creado y criado a imagen de Cristo con cuerpo y alma. Se descubre a sí mismo viéndose reflejado en Él. Toda la dignidad del hombre depende de esta afirmación íntimamente relacional. Estamos labrados en Él y para Él. La máxima aspiración del hombre consiste en verse retratado en esa imagen que lo creó y sigue criando. La vida de Cristo se convierte en imagen que esculpe al hombre, incluida su cruz y sufrimiento.
El rostro de la persona sufriente y de las víctimas del mundo llevan marcadas en su cuerpo y su alma las huellas de la Pasión del Señor en quien han sido esculpidas. La vida humana, no sólo queda dignificada, sino sacralizada. La nueva y definitiva concepción del ser humano se enmarca en la Trinidad. Cristo participó en la creación hasta el punto de ser el arquetipo, el modelo sobre el que se imprimió la huella de Dios uno y Trino en Cristo. Por misterioso que parezca -y en muchos casos injusto antes muertes prematuras o violentas-, ninguna jurisprudencia puede superar este fundamento y hermosura de cada persona.
La antropología de corte neoplatónico queda integrada en la sacratísima Humanidad de Cristo. Es la raíz donde está plantada (…) pues el verdadero espíritu de ella está hecho uno con el agua celestial (M 7.2.9). Ese enraizamiento y paz interior en el centro del alma será el lugar donde aquella joven juguetona venga a deleitarse con el hombre. La esencia del ser permanecerá en esa paz y presencia por mucha guerra que haya en la vida diaria (M 7.2.11). Ahora se termina de comprender V 40.5, el alma es espejo, Cristo muerto y resucitado también. En el espejo del alma se puede ver reflejado a todo Cristo desde el centro (apax en el libro de la Vida), porque es el Señor del alma, en cuerpo y alma resucitado, es el arquetipo, el modelo, estamos esculpidos paso a paso en El y para Él, y con Él en Dios uno y Trino. Llegamos a descubrirlo -si nos disponemos-, en una comunicación de amor íntima, intensa y misteriosa, difícil de comprender.
La primera soteriología teresiana es poner en pie al ser humano hundido en la miseria, hacerle recuperar su dignidad más allá de su obras, porque las limitaciones y pecados del hombre no hablan de su esencia. El hombre no se define por su pecado, sino por su grandeza y dignidad al haber sido esculpido en Cristo muerto y resucitado y por Él en la Trinidad. El mundo se hace habitable, el Hijo ha vivido entre nosotros, nos ha enseñado a vivir y su esencia consiste en estar creados en Él, a su imagen y semejanza.
Visto lo anterior, ha llegado el momento descubrir el origen del símbolo del castillo, teniendo en cuenta que debe encontrarse vinculado a los otros dos acompañantes, diamante y muy claro cristal. Aparece el término castillo en siete ocasiones en los Cartujanos; en mi opinión, ahí está la clave para entender el significado del símbolo y del libro de las moradas.
Está comentando Landulfo la entrada en Jerusalén de nuestro Señor, y afirma: Y también llamó en este lugar castillo a Jerusalén, porque es uso de la sacra escritura decir algunas veces castillo por ciudad, y ciudad por castillo; y podemos decir que lo nombró castillo por el asiento de ella y por su gran fortaleza, porque con tres muros y tres barbacanas y con diversos fortalecimientos y baluartes estaba cercada toda aquella ciudad a manera de castillo muy fuerte e inexpugnable. Puédese asimismo decir que el redentor del mundo llamó a Jerusalén castillo por menosprecio, por la razón de esto es porque ya tenía perdido el nombre de ciudad, porque había ya caído y era puerta de libertad imperial, en servidumbre de los gentiles y estaba sujeta a los Romanos[9].
A continuación Landulfo explica las razones de su menosprecio al término castillo, por ser el lugar de la torre de la soberbia, asiento de muchos males en el ser humano. Es decir, el castillo, tiene también un lado negativo.
A falta de una mayor profundización en los libros del Landulfo, me inclino a pensar que el castillo de Teresa es la Jerusalén celeste que viene del cielo a celebrar las bodas del Cordero, la novia está preparada (Apoc 19,5).
Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, bajando del cielo, de Dios, preparada como novia que se arregla para el novio (…). Mira la morada de Dios entre los hombres: morará con ellos: ellos serán sus pueblos y Dios estará con ellos (Apoc 21,2-3). Brillaba como piedra preciosa, como jaspe cristalino. Tenía una muralla grande y alta… (Apoc 21,11). El aparejo de la muralla era de jaspe, la ciudad de oro puro, límpido como cristal. Los cimientos de la muralla de la ciudad están adornados con piedras preciosas (Apoc 21,18-19); las calles de la ciudad pavimentadas de oro puro, límpido como cristal. No vi en ella templo alguno, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su Templo (Apoc 21,21-22).
El castillo es el alma, la nueva Jerusalén, con un sentido escatológico que recorre todo el libro. Escatología realizada siguiendo el evangelio de Juan. El cielo viene a la tierra y adelanta el momento final. Se incorporan todos los símbolos habituales, las joyas, la novia, la luz que todo lo ilumina, un río de agua viva, brillante como cristal que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza y en los márgenes del río crece el árbol de la vida que da fruto doce veces (Apoc 22,1-2). Está describiendo al alma que sigue a Jesucristo alrededor de las siete moradas, con prioridad en la primera y la séptima. Escena grandiosa, la finalidad última del ser humano, el mayor deleite de Dios. Es la fiesta del amor.
Una segunda fuente de inspiración encontramos en los Cartujanos que pudo ser aplicado por la Santa. Lo encontramos en el comentario al relato de la Magdalena, de como la Magdalena derramó el ungüento sobre la cabeza del Señor. Y afirma: Es de notar que san Lázaro y santa María Magdalena y santa Marta fueron hermanos e hijos de un padre y de una madre y fueron nobles y ricos y personas muy notables; y sucedió a san Lázaro la parte de todos los bienes que sus padres tenían en Jerusalén por suerte de su herencia; que fueron un barrio entero y principal de casas y de tributos censales, y a la Magdalena cupo la villa de Magdalo con un castillo notable de donde le sobrevino por apellido Magdalena. Y esta villa castillo era en la provincia de Galilea, a dos leguas de la ciudad de Betania a la parte del medio día, y dos millas del mar, o del estanque de Genesaret. Y a santa Marta cupo en suerte la villa de Betania. Mas aunque cada uno de los hermanos tenía asiento y casa en que pudiese morar y estar, hospedábanse todos en una compañía , porque ella era muy prudente y avisada para administrar la hacienda…[10].
Aunque los tres tenía abundantes posesiones, vivían juntos y Marta llevaba las haciendas. En el relato de la resurrección de Lázaro, Marta le dice a Jesús que si hubiera estado allí su hermano no habría muerto; luego llama en secreto a su hermana María Magdalena, e vino a el fuera del castillo al lugar adonde Marta había salido a él[11]. Estaba en un castillo desconsolada y sale al encuentro del Señor.
Sabemos de la autoridad e inteligencia de Jerónimo Gracián, de la confianza inmensa que Teresa depositó en él, de las correcciones de su puño y letra introducidas en el manuscrito del Castillo, del voto de obediencia, etcétera; sin embargo, cuando realizamos el estudio para preparar la edición crítica del Castillo, nos extrañó la libertad que se tomó cambiando el título del libro, el Castillo de Magdala, en lugar del Castillo interior. En principio no entendimos ese cambio, ahora adquiere pleno significado. Realizó una copia primorosa y personal, no para la imprenta, a dos tintas (conservada en el monasterio de las carmelitas de Córdoba), la tinta roja reservada para los títulos. Quizás en conversaciones privadas con Teresa, Jerónimo comprendió que el Castillo Interior era una nueva autobiografía, una nueva Vida todavía en manos de la Inquisición, era el castillo de una nueva María Magdalena, llamada Teresa de Jesús. Diálogo de amor, en el marco de la parábola de Mt 25,1-13 y la fórmula repetida cuatro veces por Jeremías, la voz del esposo, la voz de la esposa (Jer 7,34; 16,9; 25,10; 33,11), y recogida en Apoc 18,23
Otro texto donde sale a relucir el Castillo es en el relato de los leprosos que salen al encuentro de Jesús: Y como entrase en un castillo de Samaria, salieron a él diez leprosos, porque habían oído la fama de sus maravillas. Y comoquiera que esto acaece en la entrada de la ciudad o el castillo antes que entrara dentro salieron a él; porque según la costumbre de la ley de Moisés todos los leprosos eran lanzados fuera de las ciudades y villas…[12]
d.- El neoplatonismo en las moradas primeras
Hemos encontrado una raíz neoplatónica en el pensamiento teresiano de la primera morada. Intentaré ahora descubrir ese fondo siguiendo las indicaciones de García Baró[13]. El platonismo cristiano ha profundizado en la metafísica del arte y lo bello. Ha comenzado por descubrir la belleza en la misma creación. En cada cosa reconoce un gesto del amor divino, algo que procede de la eternidad amante. La relación interpersonal con Dios refleja la de la Trinidad. Y, el vaciamiento de Dios que comenzó en la encarnación y siguió hasta la cruz, nos abre a la esperanza de una recapitulación en Dios definitiva al final de los tiempos. La realidad creada y su belleza se humaniza y diviniza, se convierte en una ventana hacia la eternidad.
El arte se convierte así en una tarea absoluta llenado de sentido la realidad. Durante ese viaje se radicaliza el desasimiento, imitación humana de la kénosis divina, tal y como hizo el maestro Eckhart; y Simone Weil en nuestros días. La experiencia de Dios, la presencia inobjetivada del misterio en el centro de la vida se ofrece como nupcias místicas en el fondo del desasimiento, en contraste con el exceso de mal en el mundo[14]. El descubrimiento hondísimo de Dios nace cuando fracasa toda oferta de sentido en la vida, o también en la experiencia de la relativa plenitud existencial. La educación en la sensibilidad por el arte en cualquiera de sus manifestaciones será el camino para el despertar consciente ante el misterio, o por mejor decir, el enigma de la vida. La experiencia mística es la culminación de la experiencia religiosa, o sea, la experiencia religiosa en su originalidad plena[15]. Su punto de partida es la experiencia como intuición de la realidad, la experiencia de mi propio ser existiendo como ser enigmático, como problema abierto y candente[16].
Tanto Platón como Descartes, unidos por el vínculo de san Agustín y el Pseudiodinisio, pusieron en marcha esta forma de pensar. El ser del hombre es el amor, decía Platón. En la subida a las escalas del cielo, el espejo supremo del autoconocimiento es la pupila vida del otro hombre que me mira y en la que yo me veo al mirar su mirada. Todo lo creado es bello de alguna manera y desde la sensibilidad ente la belleza de cualquier cosa creada asciendo en sucesivos partos hacia lo bello[17]. En cada nuevo descubrimiento donde interviene el amor a lo creado, subimos a la eternidad. Pero yo no soy el bien y lo bello. Sólo lo primordialmente amado y amante, puede imantarlo. Nadie es capaz de llegar a la unión con lo Uno con su propio esfuerzo. Deberá purificarse a través de la humildad, -Sócrates le llama prudencia-, tal y como señalan san Bernardo, san Benito y el maestro Eckhart. Es un empeño radical –dirá Platón-, en el que queda comprometido el hombre para asemejarse cada vez más a lo divino y vivir una vida humana y auténtica[18].
Como Dios es el creador, y seguros de que Dios no ha tomado para su creación otro modelo que a Sí mismo –dirá Eckhart- el auténtico ser de cada hombre: que no es sino su idea en Dios, en la segunda Persona de la Trinidad, en el Verbo divino, antes incluso de la creación (…) Y así en el centro eterno de su castillo íntimo, sólo el desierto de la Divinidad habita real y eternamente[19]. Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios y sólo consistimos en esa imagen. Sabiendo que el bien absoluto no se haya en ninguna realidad creada, sólo se puede vivir dirigido al bien absoluto. En esa búsqueda y, siempre partiendo de la realidad vivida, de los bienes visibles, utilizando la razón, se llega -más allá de Platón- a Dios, no a la Idea, lo Inefable, lo Impensable; en lugar de sentirse subordinado a la Idea, está allí Dios que se hizo carne en un momento de la historia, el Amor esencial[20], que conduce a lo Inefable, al silencio.
Sólo se puede construir una vida auténtica desde la firme decisión de buscar la Verdad, como bien dijeron tanto Platón como Sócrates[21]. La plenitud de sentido, la firme decisión de buscar la Verdad, abre a la esperanza, la confianza, la solidaridad frente al mal.
(Continuará)
[1] Jn, 14,2.
[2] Prov, 8,31.
[3] Gen, 1, 26
[4] Estas y otras acepciones se pueden encontrar en la Biblia comentada de Alonso Schöekel, traducción que seguimos en este comentario.
[5] L. F. Ladaria, El hombre en la creación, pag. 94-99, BAC 2012
[6] Ladaria, o.c. pags. 99-105
[7] L. Ladaria, o.c., pgs, 105-114
[8] Ladaria, o.c., p.11
[9] Cartujanos, cap. xxvi, fo. cxxvi
[10] Cartujanos, cap xxv, fol.cciiii
[11] Cartujanos, cap. xvii, fol. xxxlviii
[12] Cartujanos, cap.xix, fol. xcv
[13] Miguel García-Baró, De Estética y Mística, pp. 10 y ss. Ed. Sígueme, 2008
[14] García-Baró, o.c., pag 16
[15] o.c. pag.22
[16] o.c., pag. 28
[17] o.c. pag. 35
[18] o.c., pag.37
[19] o.c., pag.38
[20] o.c., pag.157
[21] o.c., pag. 164
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