(Continúo dando mi opinión acerca del concepto de persona en Teresa de Jesús. Dejo como están los artículos escritos en el 16 con la ayuda de las religiosas contemplativas en el cursillo que tuvimos en el 15, aunque estén incompletos. Se concibieron como artículos independientes, por tanto, hay repeticiones. Pido disculpas).
Hemos analizado el origen del término Castillo en M 1.1, con unas conclusiones que se pueden resumir del siguiente así:
Teresa titula el último libro como Castillo Interior debido a la traducción del término aldea como castillo en la versión latina de la Vulgata a cargo de san Jerónimo.
Salvo la Virgen María, el resto de veces que aparece el nombre de María en los evangelios se la identifica con María Magdalena, influidos por la Leyenda de los Santos de Jacobo de la Vorágine. Lázaro, Marta y María eran hermanos de sangre, hijos de acaudalados personajes, de quienes heredaron tres castillos o villas. Juntos vivían en casa de Marta por ser la más hacendosa y allí recibían a Jesús en sus viajes apostólicos. María Magdalena era una especie de secretaria o acompañante permanente de María la Virgen por orden expresa de Jesús, siguiéndole a todos los lugares donde él se encontrara.
Teresa se identifica como la nueva María Magdalena, siempre al lado de Jesús y la Virgen, salvo en dos ocasiones, la oración del huerto de los Olivos y el momento en que fue torturado atado a la columna. Esos dos lugares serán los predilectos para Teresa, reproduciendo incluso los cuadros o litografías. La aportación teresiana traslada el castillo al propio corazón, desarrollando un proceso de seguimiento de Cristo en siete moradas de la mano de la Virgen María y María Magdalena.
En mi opinión, estamos ante una nueva definición de persona, apoyada, no en una lenguaje filosófico, sino simbólico.
La primera parte, castillo, nos sitúa en la vida de Jesús de Nazaret durante su vida en este mundo. El símbolo nace dentro de la cultura de su tiempo siguiendo al Jesús histórico.
Pero la definición no termina ahí, ella añade dos nuevos símbolos que vamos a estudiar a continuación, diamante y cristal: todo de un diamante o muy claro cristal.
Intentaré demostrar que ambos nos desplazan a otro contexto mucho más amplio, la antropología del ser humano en su interior o centro, los diferentes templos construidos en el Antiguo Testamento y, sobre todo, la Jerusalén del cielo.
La persona es una copia de la Jerusalén celeste, que, como en un espejo, se ve reflejada en el alma humana, criada como diamante o puro cristal. Todo ello lo hará en diálogo con un hombre genial y complejo llamado Bernardino de Laredo, en su obra Subida al Monte Sión.
Para el estudio de estos términos en ambos autores procederemos en primer lugar analizando los textos de Laredo, con la seguridad de que han sido leídos previamente por Teresa, los ha asimilado, seleccionado y volcados en sus escritos con una organización original.
1.- Breve presentación de Bernardino de Laredo
La obra de Laredo nos descubre a un hombre muy preparado en la observación de la naturaleza, las plantas y las personas; con una gran capacidad, tanto para incorporar los símbolos e imágenes leídos en otros autores, como para crear símbolos capaces de expresar las más altas cimas de la mística. Por algo era doctor en medicina y teología, y sus libros de farmacología fueron pioneros en esa ciencia. Su principal libro espiritual, la Subida al Monte Sión, es un libro de antropología teológica en la rama de espiritualidad.
Desde el comienzo, su estructura se fundamenta en los textos bíblicos de la creación del hombre a imagen de Dios, aspecto que acompaña toda su reflexión con unos capítulos dedicados en la primera de las tres partes que componen el libro, dedicados a la encarnación y en la segunda parte, dedicada a la meditación de los misterios de la vida de Cristo. Y la tercera a la contemplación.
Su importancia fue destacada por Teresa misma en varias ocasiones, por eso creo que un estudio de la obra teresiana debe analizar su influencia desde la teología. Encontraremos abundantes préstamos, especialmente en la simbología y en las palabras que puedan ayudarla a expresar las altas cumbres de la mística.
2.- Presentación del símbolo “diamante” en la obra teresiana
En el Castillo Interior, la palabra castillo aparece dos veces; en la primera morada se nos pide considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy puro cristal, texto principal sobre el que volveremos una y otra vez.
En el capítulo nueve de las sextas moradas explica Teresa las visiones imaginarias diferentes a las visiones intelectuales del capítulo ocho; recurre a una imagen: es como si en una pieza de oro tuviésemos una piedra preciosa de grandísimo valor y virtudes (M.6.9.2).
Nunca la hemos visto, aunque sabemos que está ahí por habernos sanado de algunas enfermedades. Encerrada en un relicario, la tenemos prestada, el propietario guarda la llave y solo las vemos cuando nos dejan. De presto se abre, vemos el resplandor de la piedra y así quedará más esculpida en la memoria (…) cuando nuestro Señor es servido de regalar más a esta alma, muéstrale claramente su sacratísima Humanidad de la manera que quiere, o como andaba en el mundo, o después de resucitado. La vista es como la de un relámpago, con la virtud de quedar esta imagen gloriosa esculpida en su alma (M.6.9.3).
De la imagen sale luz, porque su resplandor es como una luz infusa y de un sol cubierto de una cosa tan delgada como un diamante, si se puede labrar (M.6.9.4). Su presencia es de gran majestad, es el Señor del cielo y de la tierra (M.6.9.5). Trata de amistad con la esposa y al mismo tiempo es el juez del universo (M.6.9.6). San Jerónimo no apartaba su mirada de esta imagen con ojos tan hermosos y mansos y benignos (M.6.9.7).
Es decir, el ser humano habitado tiene un su interior un relicario cerrado que contiene la imagen de Cristo en su Humanidad. El dueño del relicario la abre cuando quiere para que la persona esculpa en su alma la imagen. En otros lugares al relicario Teresa le llama centro, expresión habitual también en Laredo. Esa misma imagen es la descrita en V 40.5 y V 28, textos de los que nos ocuparemos al comparar la versión de Laredo con la de Teresa.
Con la vista interior se ve a Cristo vivo en imagen de la cual emerge una luz infusa, o una luz del sol cubierta como un diamante. Por tanto, no se trata de una luz resplandeciente, cegadora, sino mitigada por una cosa tan delgada como un diamante. Además de luz que suspende y la persona entra en arrobamiento, la imagen emite enseñanzas secretas, unas grandes verdades (M.6.9.10). La imagen grabada en el alma acompaña al caminante espiritual, os esforzaréis a contentarle mejor y andar siempre ocupada en la memoria su figura (M.6.9.12).
Retenemos dos cosas, el ser humano es una castillo o diamante que contiene un relicario con la imagen de Cristo en su Humanidad, que, al verlo, cuando Dios quiere, emana una luz especial, infusa, como la de un diamante.
En el resto de la obra escrita hay otras menciones a esta joya, una especial será la Divinidad como diamante: Digamos ser la Divinidad como un muy claro diamante, muy mayor que todo el mundo, o espejo, a manera de lo que dije del alma en estotra visión, salvo que es por tan más subida manera, que yo no lo sabré encarecer, y que todo lo que hacemos se ve en ese diamante, siendo de manera que encierra todo en sí, porque no hay nada que salga fuera de esta grandeza. Cosa espantosa me fue en tan breve espacio ver tantas cosas juntas aquí en este claro diamante (V.40.10).
En esta ocasión no es la luz de Cristo el diamante, sino la misma Divinidad, Dios uno y trino. También utiliza la palabra espejo como sinónimo, algo a retener para entender la merced del espejo como símbolo del alma en V.40.5.
En otra ocasión, teniendo la cruz de un rosario en la mano, el Señor la junta con la suya y se la devuelve en forma de cuatro grandes piedras preciosas muy más preciosas que diamantes, tenía cinco llagas de muy linda hechura (V.29.7).
En conclusión, el diamante queda vinculado a las llagas de Cristo en la cruz, al alma humana, a la Divinidad y a la imagen de Cristo resucitado en su Humanidad.
Por último, una señora principal le enseña su colección de joyas, en especial una de diamantes que apreciaban en mucho. Teresa reacciona riendo para sus adentros, si compara esas joyas con las que tiene reservado el Señor para comunicarse con sus amigos (V.38.4).
3.- Castillo y diamante en la obra de Laredo comparado con Teresa
Volvemos a encontrar el símbolo en la obra de Laredo. En efecto, en la segunda redacción de 1538, encontramos un capítulo dedicado a explicar el símbolo:
Un gran señor tiene un castillo al que quiere guardar por medio de un alcalde leal. Desde la torre más alta el señor observa y vigila quien entra y sale de la fortaleza; y sigue: el castillo es el coraçón; el alcayde, el ánima racional que en el baptismo hizo a Dios pleytomenaje (homenaje de fidelidad) (…) El coraçón castillo es, pues lo es qualquier casa fuerte que tiene el alcayde y señor y el coraçon esto tiene; fortaleza es, que estando su señor dentro no basta a la combatir ninguna contrariedad; castillo es, fortalecido el coraçon, en el qual entró Jesú. Ca escripto está: Intravit Iesus in quoddan castellúm[1].
El castillo por excelencia, más grande que cien mil veces Castilla es la Virgen María, estava fabricado, e antes que se pusiesen fundamentos a la tierra él estaba ya fundado; castillo cuya torre principal es sicut tourris ebúrnea (…) Assi que mi gran Señora se llame torre y castillo en quien se socorren todos, y llámese casa real, pues bastó para aposento de toda la Trinidad y es aposento de Dios nuestro bien inmenso.
El castillo es el corazón de cualquier persona bautizada, con una especial importancia a la Virgen María, no avrá algún impedimento que nos estorve al decir que castillo es el coraçon en el qual entra Jesús, mayormente que le recibió en su casa, mulier quedam Martha nomine. Desde ese momento el corazón hay que guardarlo con esmero: el coraçon concertado castillo es y casa fuerte y alcaçar real y fortaleza, e cibdad y aposento es de su Dios[2].
Estas consideraciones acerca de María y el corazón humano poco difieren de las ya descubiertas en los Cartujanos. Quizás la importancia de María como castillo principal se vea acrecentada en Laredo.
La novedad más importante aparece a continuación, cuando se vincula el castillo con el diamante y el cristal, ambos sinónimos. Vamos a entrar en otro mundo, donde el alma aposento divino se engalana con joyas que lanzan su resplandor hasta el cielo.
En la Epístola X del Extravagante, Laredo presenta tres imágenes para explicar la gran capacidad del alma humana: la barra de hierro, la pupila del ojo y el cristal. Nos detenemos en la última:
El ánima racional, quando en gracia se conserva, o para mejor decir es conservada de Dios, muy más clara es que cristal e más firme es que diamante, e aún más pura que el cielo y más preciosa que el sol. E assí como los rayos del sol criado parecen en lo interior del cristal quando se infunden en él, bien assí y más sin comparación los rayos del sol increado resplandecen en el ánima, de los quales ánima es capaz por la gran bondad de Dios[3].
Por si la influencia de Laredo no quedara suficientemente probada en los comienzos del Castillo Interior, las líneas posteriores de la misma carta nos aseguran al ser reproducidas con las mismas palabras por santa Teresa:
Assí que el cristal es capaz de rescebir dentro en sí los resplandores del sol, el ánima racional, que le excede en claridad, es capaz de rescebir a Dios si está en gracia. Porque si en pecado está, christal es, más cubierto está de pez, la qual assí es apretada sustancia que no se sabe aclarar ni con fuego ni sol, porque es materia indispuesta y es paciente, que no tiene actividad para poder recebir poca ni más claridad.
En el capitulo 2 de las primeras moradas Teresa había dicho: Mas si sobre un cristal que está al sol se pusiese un paño muy negro, claro está que, aunque el sol dé en él, no hará su claridad operación en el cristal. ¡Oh almas redimidas por la sangre de Jesucristo! ¡Entendeos y habed lástima de vosotras!¿Cómo es posible que entendiendo esto no procuráis quitar esta pez de este cristal?
Y en la Relación 57 lo vuelve a repetir, como no es por falta del sol no resplandecer cuando da en un pedazo de pez, como en uno de cristal.
3.- El centro del alma
El alma humana así concebida tiene un centro, nuevo símbolo que irrumpe en el escenario de Laredo y después de Teresa para intentar explicar su esencia.
A través de él llegaremos a la composición del cielo, fundamento del diamante, el castillo y el cristal. Rodeado de moradas, el centro del alma es la más principal. Equivale a las séptimas moradas, lugar del encuentro más profundo del alma con Dios.
En el libro de la Vida aparece una sola vez y en Moradas se convierte en esencial. En ese centro está siempre Dios, es una presencia ontológica, una estructura del ser, en caso de pecado mortal la presencia de Dios no se ausenta de su centro aunque es como si allí no estuviese para participar del él[4].
Las distintas moradas no deben entenderse en hilera, una detrás de otra, ni en escalera. Ella aconseja ir directamente a lo más profundo, sino poned los ojos en el centro, que es la pieza o palacio adonde está el rey, y considerar como un palmito, que para llegar a lo que es de comer tiene muchas coberturas que todo lo sabroso cercan[5].
No se localiza en el corazón aunque parece que guardan relación. El corazón comienza a dilatarse gracias al amor de Dios, pero el “centro” es algo más interior, su nacimiento es del corazón, sino de otra parte aún más interior, como un cosa profunda. Pienso que debe ser el centro del alma[6]. Parece tener una ubicación en el cuerpo sin que se sepa con exactitud su localización.
Laredo, más proclive a explicar el contenido de sus símbolos los describe así:
Bolved el entendimiento a notar qué cosa es centro, y cevad la voluntad. El centro en nuestro hombre es el más oculto secreto y el más abscondido encerramiento de las entrañas del animal racional[7]. En esto coincide con Teresa. En lo demás prescinde de sus explicaciones. Laredo lo compara con una naranja, y distingue entre centro y circunferencia: En una naranja es el centro el punto que es más en el medio d’ella, de manera que si la partís por medio y le pusiéredes un compás que dé vuelta ygual, el punto que el compás toma en medio de la más interior parte d’ella es el centro, y todo lo que cerca la vuelta de la otra punta del compás hazia la parte de fuera es circunferencia. De manera que entendays ahora de aquí que mi Dios, inmenso, incomprensible, es perfectissimo centro e nadie lo vio cómo es, y el solo es el que conoce a sí mismo (…) no con el entendimiento se puede comprender, sino con sola la voluntad le gozamos con fruyción e con el entendimiento de beatífica visión, porque es todo amable, todo desseable e todo elegible[8].
El entendimiento no puede comprender a Dios en su centro mientras estamos en esta tierra, solamente a través de la voluntad con el amor encerrado en ella puede acercase al misterio. Si el hombre tiene un centro, Dios también, y el centro de Dios que es Dios (…). Porque como todo centro en la criatura se considere puntual, en el Criador, Dios inmenso inaccesible, se ha de contemplar quadrado, que no ay más que contemplar en lo profundo que en lo alto, ni en lo ancho que en la longura, porque es una simplicísima ygualdad[9].
De ahí deduce el término técnico cuadrar el entendimiento, aplicado en la contemplación y queriendo explicar un texto paulino[10]; contemplar el divino centro en cuadrado significa que el alma debe contemplar a Dios en purísima igualdad, todo igual en todas partes, en una sola sustancia[11]. Esta idea fue rechazada por Teresa al cerrarse a la sacratísima Humanidad de Cristo[12].
(Este artículo está incompleto. En resumen debe decir lo siguiente: El cielo es un castillo forrado de piedras preciosas como encontramos en Tobías y Apocalipsis. Entre ellas el diamante. El templo de Jerusalén es una copia del cielo. El cristianismo añade una novedad: cada creyente es una copia del cielo y del templo de Jerusalén. De ahí que Teresa nos llame castillo y diamante).
(Continuará)
[1] Laredo, L. III, 1535, cap. XIII, p. 642 y ss
[2] Sal 127,1
[3] Laredo, Epístola X, p. 811
[4] M.1.2.1 y 1.2.3
[5] M.1.2.8
[6] M.4.2.5
[7] Laredo, L. II, p. 334
[8] Laredo, L.II, p.333
[9] Laredo, L.II, pp.334-335
[10] Ef. 1,18
[11] Laredo, L.II, p. 335
[12] V. 22.1
Deja un Comentario