Por el momento hemos dedicado un comentario a la unidad de los tres tipos de arrobamiento. Y a una presentación general del capítulo cinco de las sextas moradas santa teresa de Jesús. Antes de entrar en el cielo de Teresa me ha parecido conveniente resumir el deseo de cielo en la Iglesia y ver la opinión de un especialista. Sigo a mi manera a François Cuttaz de quien tomo la definición de cielo:
“El cielo para los creyentes es el lugar donde los santos gozan en común la visión de Dios; es la visión intuitiva, el amor y la alegría beatífica de la Trinidad, la completa satisfacción en Dios de todos los deseos, el total desarrollo de todas las aptitudes, de todas las potencialidades de la naturaleza y de la gracia, en una palabra, la felicidad perfecta, privilegio de aquellos que la muerte les ha sorprendido en estado de gracia”.
1.- Es legítimo desear el cielo
Nada hay más legítimo en la vida del creyente que pensar en la felicidad del cielo y hacer de esta idea una ayuda en su vida espiritual. La Iglesia no ha admitido jamás que, con el pretexto de salvaguardar la pureza de la caridad, se haga abstracción de su propio interés. Juan XXII condenó como herética la propuesta del maestro Eckhart cuando llevaba la perfección al extremo de renunciar a la santidad, a cualquier premio, y al reino de los cielos. Contra Lutero defendió el mantener la esperanza en la felicidad del cielo, contra los Jansenistas, contra Molinos, contra Fenelón.
Todos ellos -pienso-, llevaban hasta el extremo valores de gran prestigio en la vida espiritual: la “gratuidad” en el amor, el “desinterés”. Con ellos se quería señalar la gratuidad de Dios al amar y su desinterés. Querían aplicarlo también los humanos suprimiendo cualquier deseo.
2.- La enseñanza de nuestro Señor y los apóstoles
Jesús invoca el cielo con frecuencia para comprometer a sus apóstoles en una vida espiritual siguiendo su ejemplo. El cielo es como el leivmotiv de la moral. “Bienaventurados” será la palabra clave (Mt 5,3-12); realicen buenas obras (Mt 6,1,3-6, 16-18); sean constantes en el sacrificio (Mt7,13-14), obedezcan la voluntad del Padre (Mt 7,21), confiesen su fe con valentía (Mt 10,32); se vuelquen en el servicio a los demás (M 25), sean fieles a su vocación (Mt 19,28).
Pensar en el cielo se convierte en el estímulo más eficaz para el crecimiento de las virtudes, y uno de los mejores apoyos cuando en tiempo de prueba.
Para san Pablo a los Gálatas no debemos dejar de hacer el bien, cosecharemos en la eternidad lo que hayamos sembrado en esta vida (Gal 6,9). Instruye a los Colosenses a hacer las cosas por el Señor sabiendo la herencia celeste que nos espera (Col 3,24; cf. 1Cor 13,10-12; 2 Tes 1,5).
Con el fin de comprometer a los creyentes en la perseverancia san Juan evoca la felicidad del cielo que Cristo les ha prometido (1Jn 2,25). El libro del Apocalipsis es una gran visión del cielo (Ap 22,14).
3.- El ejemplo de los mártires
Llama la atención la cantidad de veces que las Actas de los mártires se refieren al cielo. Los primeros creyentes tenían la firme confianza de ir directos al cielo si los mataban. Tertuliano y Cipriano animaban a las probables víctimas. Allí estaba su esperanza en la gran prueba, el primero san Esteban viendo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Padre (He 7,56). Lo mismo san Ignacio de Antioquía en su celebre frase: “Dejadme ser el alimento de las fieras, por ellas me será dado el gozar de Dios… Dejadme recibir la luz pura; cuando llegue seré verdaderamente hombre”.
4.- La oración de la Iglesia
A lo largo del tiempo litúrgico la Iglesia se preocupa por la Letanía de los Santos. Asimismo se proclama la Letanía en la recepción de varios sacramentos.
5.- La función del deseo del cielo en la vida espiritual
En la vida del creyente la presencia del cielo es fuente de luz, de fuerza, de alegría y de progreso espiritual:
A.- Fuente de luz
Ilumina toda la vida cristiana. Recuerdo perenne del final y donador de un sentido global de la vida. Es nuestra esperanza final. Está detrás de toda nuestra actividad.
B.- Fuente de fuerza
a) En las tentaciones. El deseo de cielo nos asegura el triunfo de la voluntad cuando nos enfrentamos a la elección entre el bien y el mal. Cuanto más no atrae el cielo, menos nos compensan las satisfacciones del pecado. San Pablo tenía razón al afirmar la esperanza como armadura de la fe frente a los grandes combates de la vida (1Tes 5,8). De la esperanza nace la confianza.
b) En las pruebas. Los bienes del cielo ponen en su sitio a los de la tierra. La carta a los Hebreos conserva una expresión a recordar, la esperanza del cielo es el ancla de nuestra fe.
“Así, con dos actos irrevocables, en los que Dios no puede mentir, tenemos un consuelo válido los que hemos buscado refugio agarrándonos a la esperanza propuesta. Ella es como un ancla firme y segura del alma, que penetra hasta dentro de la cortina, adonde entró como precursor nuestro Jesús, nombrado Sumo Sacerdote perpetuo en la línea de Melquisedec” (Heb 6,18-20). (Se refiere a las anclas antiguas que se clavaban en tierra y ahora penetran hasta el Santuario).
Además, si queremos, los sufrimientos de la vida son méritos considerables para la gloria eterna (2Cor 4,17): “Por tanto no nos acobardamos: si nuestro exterior se va deshaciendo, nuestro interior se va renovando día a día. A nosotros, que tenemos la mira puesta en lo invisible, no en lo visible, la tribulación presente, liviana, nos produce una carga incalculable de gloria perpetua. Pues lo visible es transitorio, lo invisible es eterno”.
¡¡Cuán vil me parece la tierra cuando miro al cielo!!, dice san Ignacio de Loyola y Teresa afirma después de uno de sus viajes al cielo: “Después quisiera ella estarse siempre allí y no tornar a vivir, porque fue grande el desprecio que me quedó de todo lo de acá: parecíame basura y veo yo cuán bajamente nos ocupamos los que nos detenemos en ello (V 38.3).
c) Fuente de alegría
La seguridad de estar un día con Dios, por gracia, nos hace saborear por anticipado la felicidad eterna. La vivieron los mártires en grado supremo. San Ambrosio decía de san Pelagio: “Se diría que no va a la muerte, sino al matrimonio”; y añade de santa Inés: “Marcha más sonriente y más ligera a los suplicios que la novia a casa del esposo”. Nos lo recuerda la Palabra de Dios, ver nuestros nombres inscritos en el cielo (Lc 10,20); la herencia que esperamos es fuente de alegría (1Pe 1,3 y 6). Es la alegría de la esperanza nos dice la carta a los Romanos (traducción para Latinoamérica de Schökel):
“Amen con sinceridad: aborrezcan el mal y tengan pasión por el bien. En el amor entre hermanos demuéstrense cariño, estimando a los otros como más dignos. Con celo incansable y fervor de espíritu sirvan al Señor.
Alégrense en la esperanza, sean pacientes en el sufrimiento, perseverantes en la oración; solidarios con los consagrados en sus necesidades, practiquen la hospitalidad. Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca. Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran.
Vivan en armonía unos con otros. No busquen grandezas, pónganse a la altura de los más humildes. No se tengan por sabios. A nadie devuelvan mal por mal, procuren hacer el bien delante de todos los hombres. En cuanto dependa de ustedes, tengan paz con todos (Rom 12,9-19).
D.- Fuente de actividad y progreso espiritual
San Pablo (en Filipenses 3,13) nos invita a olvidar lo que queda atrás y echar todas nuestras energía en lo que está delante. En efecto, el pensamiento del cielo estimula continuamente nuestra actividad. El corredor desea alcanzar la corona imperecedera y se abstiene de buen gusto de lo que pueda comprometer su éxito. Para el cristiano, el crecimiento de las virtudes y los valores teológicos y morales nos ayudan a alcanzar nuestra esperanza (cf. 1Cor 9,25).
San Agustín nos recuerda en sus Confesiones la importancia del cielo para su madre Mónica en los últimos años de su vida. Los creadores de la meditación metódica dedicaban al cielo el domingo, lo mismo que el benedictino García de Cisneros (+1510) y Luis de Granada en sus tratados de oración.
(Próxima entrega: “Teresa de Jesús en su cielo”. La foto de pexel.com. La música de Bach, Jesús es mi alegría)
5 Comentarios
Muchas gracias, me ha ayudado este artículo.
Muchos besos María José
Padre Antonio mas buenas tardes: me gustan mucho sus artículos y me son muy útiles para compartirlos, a un grupo que tengo de Escuela para padres, en la ciudad de Morelia Michoacán México; y estamos tratando de empezar a conocer y vivir las moradas de Santa Teresa desde donde usted, las ha compartido en conferencias , ya que nos parecen muy sencillas no fáciles pero con la gracia de Dios creo que podremos hacer algo. Si usted me puede orientar en es camino se lo agradecería mucho. Quedo a sus ordenes: María Jesús Casas Landeros. Dios lo bendiga siempre.
El efecto indeseado de la ‘devaluación’ del infierno ha sido ‘devaluar’ también el cielo: ni se describe; ni parece que se aspire a él. Por eso me parece concluyente re-hacer una teología del cielo como la que haces aquí. Oportuno y pertinente para un creyente
Hemos hablado mucho rato con Javier por videoconferencia y le ha dicho cosas tan botas y cariñosas que hemos aplaudido la mona, mercedes y yo.
Con este asunto del cielo sigo dando vueltas.
Besos a Emma