El Dios de Teresa de Jesús es Amor incondicional. El ser humano fue creado por el amor gratuito de un Dios Personal y Trinitario. Él nos amo primero dice san Juan. La imagen de Dios se nos da a conocer en la Biblia como amor puro y desinteresado siendo la imagen perfecta de Dios su Hijo Jesucristo.
1.- La persona
El Castillo Interior tiene dos capítulos en la primera morada. El primero es una joya. Junto con los cuatro capítulos de las moradas séptimas nos explica el ser del hombre: Una escultura o retrato creado a imagen de Cristo muerto y resucitado (teología presente desde san Ireneo de Lyon). Ha sido creado, o mejor dicho, criado por Dios, porque Teresa entiende la creación en sentido continuado. No nos crea y se va, nos crea y nos cria durante toda la vida (Poesía 3). Dios es un Padre con entrañas de madre, decía el maestro Schökel.
Criado a imagen y semejanza de Dios, es capaz de comprender la revelación. Para la doctora Teresa de Jesús -y para toda la Iglesia-, la imagen de Dios por excelencia es su enviado Jesucristo. Para ella el motivo de la venida a este mundo de la segunda persona de la Trinidad tiene como primer objetivo la comunicación, el enseñarnos a vivir.
Dios quiere comunicarse con cada uno de nosotros. El concepto de persona es la clave para entender la revelación de Cristo. Fue descubierta por el pueblo judío en el exilio a Babilonia, tanto por el grupo de los sacerdotes, como el de los monárquicos (Paolo Sacchi). Jesucristo la ratificó en su enseñanza. La parábola de la oveja perdida es el momento cumbre de su ratificación, cuando abandona a las sanas para buscar a la perdida (del teólogo luterano Wolfhart Pannenberg). El ser de la persona es la estructura clave del pensamiento cristiano y teresiano.
El ser humano de este modo queda sacralizado, lleno de dignidad, debe ser respetado sea cual sea su raza, color o creencia, capaz de comunicarse con Dios y con los demás hombres. Amar a Dios y al prójimo serán los mandamiento esenciales, resumen de la fe cristiana. Más aún, en el el rostro del prójimo encontraremos el camino hacia Dios, porque el cristianismo es la única religión donde el otro es la fuente de la moral (del filósofo judío Emmanuel Lévinas), allí donde Cristo se identifica, sobre todo con el más pequeño (Mt 25).
Estamos habitados. La inhabilitación de Dios en lo profundo del ser humano había sido descubierto por el pensamiento griego en concreto por el neoplatonismo de Plotino (siglo III). Consolidado en el cristianismo por san Agustín, de él pasa a Teresa. De ahí se deriva que la relación entre Dios y el hombre sucede en lo profundo del ser, llamado de diferentes formas, entre ellas “centro”, palabra descubierta por Teresa poco antes de redactar Vida y afianzada en el Castillo Interior.
Para la Santa una presencia de Dios permanente (ontológica) de imposible localización en el cuerpo, a veces piensa que está en la cabeza, otras en el corazón o en el comienzo de la columna vertebral… En su madurez, el centro donde Dios habita de manera misteriosa lo localiza en las séptimas moradas. Toda su espiritualidad nos propone un viaje al interior de nosotros mismos, con la paradoja de que conforme bajamos a lo profundo del ser salimos fortalecidos al exterior, dispuestos a vivir en la máxima plenitud el amor a Dios y al prójimo.
Nadie puede quitarnos esa presencia profunda, ni siquiera en situación de grave pecado mortal. Dios nunca se va del fondo del ser. Lo peor que puede pasar es que una tela negra cubra su presencia y sus beneficios no lleguen a dar más vida a la vida de la persona, idea que se encuentra en su maestro Bernardino de Laredo.
El Dios de Teresa fue evolucionando, pasó de una imagen divina llamada “temor servil” a otra denominada “temor filial”. Es decir, de una imagen de Dios que provoca miedo, a otra temerosa en el sentido de respeto ante el misterio que nos sobrepasa, sabiéndose hija querida y amada hasta las entrañas. Un Dios que “dora las culpas” (V 4.10). No solo eso, en la última etapa de su vida llegó a descubrir un Dios, el de Jesucristo, amante fiel, con un amor incondicional que supera cualquier expectativa y se convierte en suelo y techo de quien es capaz de dejarse amar por encima de todo (moradas místicas, 6.4-6).
Sin el respeto a cada persona se derrumba el edificio cristiano y también el social. Aquella sociedad que no tenga a la persona como fundamento y se sustituya por una idea, sea cual sea, puede llevarnos al precipicio. Nosotros no creemos en ideas, creemos en un Dios personal que ha venido al mundo a mantener una relación personal con el hombre y considera sagrada a cada persona.
En nuestro tiempos se nos quiere imponer por medio de la ingeniera social una concepción de la vida inventada, creada más allá de la realidad, sin recurso alguno a la biología, aprovechando el hartazgo de información, después de habernos acostumbrado a tomar la nueva medicina de “ignoratil” o “sudorol”.
Aprovechando también el atardecer del cristianismo, en especial de la Iglesia católica, están creando una nueva religión sin darnos cuenta, apoyados en los 17 puntos de la Agenda 2030, disfrazando lo que tienen de positivo, pues los 17 principios están abiertos a múltiples interpretaciones.
En esta situación, la fe cristiana molesta, se convierte en un enemigo a destruir o someter. Llegará un momento en el que la fe en Cristo será el único baluarte donde preservar la libertad. Creer en el Dios de Jesucristo será la única forma de mantenernos libres de toda contaminación social. De no someternos, seremos condenados a la muerte civil, será el precio a pagar por nuestra libertad liberada.
Ellos sueñan una nueva realidad, una nuevo forma de creer y de vivir ajena a lo real. Con Jesucristo, de la mano de Teresa aprenderemos a volar hacia el cielo (“vuelo de espíritu”), soñaremos y creeremos en la vida después de la muerte, sin perder nunca de vista la realidad pura y dura, soñaremos y creeremos pisando el barro de los caminos donde Marta y María, acción y contemplación puedan caminar juntos.
2.- El Mal
De este modo Teresa se separa de una tradición que había hecho del pecado la razón última de la encarnación de Cristo, prefiriendo otra seguida por el franciscano medieval (Juan Duns Scoto, 1266-1308). Él considera la posibilidad de la encarnación de Cristo incluso si no hubiéramos pecado. La predilección por la Humanidad de Jesús, camino de divinización del hombre, también forma parte del pensamiento de Scoto. Ambas pasarán a la mística teresiana.
Según la antigua tradición la secuencia era: pecado — encarnación — salvación por la Cruz de Cristo. La resurrección apenas ocupaba espacio en la salvación. La secuencia teresiana puede describirse así: Amor incondicional de Dios — creación a imagen de Cristo — encarnación de Cristo — comunicación personal — pecado — salvación de la humanidad gracias a todos los misterios de su vida, sobre todo, los misterios de su muerte, resurrección, ascensión al cielo y segunda venida.
Por tanto, el pecado no es el primer motivo de la encarnación de Cristo, el primero sigue siendo la relación-comunicación (M 1.1). El pecado se encuentra en el segundo capítulo (M 1.2), no define al ser humano, es una circunstancia que no afecta a su ser más profundo, siempre abierto a una posterior reconciliación.
El Mal no ha sido credo ni por Dios ni por el hombre, aparece de manera misteriosa simbolizada en la serpiente. Dios es el primer sorprendido según el Génesis (Gesché). Dios se convierte en el principal enemigo del mal.
Llamémosle demonio, el enigma del Mal. En Teresa es tan frecuente su presencia que ha llegado a considerarse su experiencia como una “epopeya”, una lucha a muerte contra las fuerzas del Mal (Víctor García de la Concha). Anida en cada uno y se remonta a los orígenes de la humanidad, algo que el cristianismo llama pecado original.
Por antiguo que parezca opino que no debemos eliminar de la teología la presencia de los demonios (Haag lo ha intentado). Juegan un papel determinante frente a la culpabilidad de delitos graves contra la personas. No es lo mismo afrontar la culpa en solitario que sabernos corresponsables. Salvo en caso de enfermedad mental grave, la culpa mata. Los demonios no eliminan nuestra responsabilidad, pero la mitigan. La fuerza demoniaca me arrastró a hacer el mal que no debía en lugar de hacer el bien. Los demonios garantizan una responsabilidad compartida.
Francisco de Asís antes y Hanna Arendt después descubrieron la banalidad del mal. Cualquiera de nosotros si deificamos a quien no se lo merece podemos convertirnos en un monstruo. Adolf Eichmann se equivocó de persona, Hitler, y pasó de funcionario anodino a asesino de masas sin experimentar culpa alguna. Únicamente cumplía las órdenes de su jefe, era una pieza más de un engranaje criminal.
La banalidad del mal puede también llevarnos a deificar a un Dios falso fruto de nuestra imaginación y acabar en los mismos resultados. A Cristo lo mató gente muy creyente. No se trata de creer o no creer, se trata del Dios en quien creemos. La historia puede decir lo mismo de la Iglesia en algunos momentos. Luego hay que tener mucho cuidado con el tipo de Dios en el que creemos y conocer la debilidad del ser humano, capaz de lo mejor y de lo peor. La imagen de Dios del siglo XXI la estamos construyendo entre todos y ha de ser fiel a la vida de Cristo.
La actuación de Cristo ante el Mal es desconcertante. No elimina el Mal del mundo, ni siquiera nos da una explicación teórica, alguna nos da acerca de la inmensa fuerza del perdón. Prefiere actuar contra él. Pasa por uno de tantos, cura, enseña y muere en una cruz como un esclavo. Se enfrenta al Mal desde la Cruz, lo vence en su raíz, de manera que cualquier cristiano pueda vencer la tentación demoniaca. Sin embargo, no lo elimina, sigue haciendo estragos, terminará de liquidarlo en el futuro, cuando vuelva de nuevo. Nos sublevamos ante su silencio, su pasividad, elevamos la oración en forma de protesta, al ver las injusticias del mundo, motivo de mucha increencia. (Una reflexión importante la encontramos en Olegario González de Cardedal en “Fundamentos de Cristología II, pp. 309-372).
Para Teresa estamos plantados en el árbol de la vida. Nuestras raíces se hunden en las aguas vivas de Dios. Pero tenemos libertad, podemos llevar nuestro árbol a las aguas turbias del demonio y plantarlas allí. Este sería el pecado radical. Siguiendo la tradición de principios del segundo milenio, Teresa se inclina por comprender el Mal desde el pecado original, haciendo un uso indebido de nuestra libertad.
Las ciencias modernas nos han enseñado las limitaciones de la libertad, estamos en libertad provisional, conocemos los condicionamientos psicológicos y de todo tipo. Ellos disminuyen la culpabilidad ante el pecado, aunque éste nunca queda anulado del todo. Siempre hay un resto por pequeño que sea de libertad que el hombre debe estimular para salir del Mal.
3.- El proceso
A esa relación-comunicación la llamamos oración. Para Teresa será una relación de amistad -a la que hay que dedicar un tiempo-, con posibilidad cierta de convertirse en una relación de amor, incluso apasionado. Cristo será el modelo a seguir como Hombre y Dios. En el caso de Teresa con una opción decidida por el Cristo Hombre, (sacratísima Humanidad), quien al verlo Humano nos va acercando a la Divinidad.
El ser humano es historia, la revelación de Dios se da en la historia del pueblo judío la nuestra también. Teresa de Jesús nos propone vivir nuestro acontecer en los siete momentos del Castillo Interior, siete formas de vivir la vida en relación con Jesucristo. Tienen dos partes bien diferencias, las tres primeras moradas donde aprendemos a ser cristianos, y las cuatro últimas, donde se nos da la oportunidad de vivir el Misterio de la Pascua, muerte y resurrección de Cristo, desde el amor incondicional que Dios nos tiene.
4.- El infierno
El creyente se identifica con el sufrimiento de Cristo en la Pasión. Lo acepta, lo sufre, lo asimila; la soledad, el silencio de Dios (“Dónde está tu Dios), le enseña a rendirse ante la voluntad de Dios, su abandono (¿Dios mío, por qué me has abandonado?) Debe aprender a bajar a los infiernos:
“Después de mucho tiempo que el Señor me había hecho ya muchas de las mercedes que he dicho y otras muy grandes, estando un día en oración me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo espacio, mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme.
Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y oscuro y angosto. El suelo me pareció de un agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho. Todo esto era deleitoso a la vista en comparación de lo que allí sentí. Esto que he dicho va mal encarecido” (V 32.1).
La bajada sucede en su vida después de haber recibido abundantes pruebas del amor de Dios y antes de la fundación del primer monasterio de san José de Ávila. Va acompañada de dolores espirituales y corporales. Según ella era el lugar destinado por Dios por sus muchos pecados. El viaje a las profundidades del Mal lo considera una de las grandes gracias recibidas:
“Fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, así para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme a padecerlas y dar gracias al Señor que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles” (V 32.4).
Le da “pena” las almas que se pierden, le nacen “ímpetus grandes de aprovechar almas”, “parece que nuestro natural nos convida a compasión”. Lo más importante es la conclusión a la que llega: “Pensaba qué podría hacer por Dios” (V 32.6). Desde ahí va a nacer la idea de fundar pequeños monasterios.
Si intentamos aplicar su enseñanza a nuestros días sugiero algunas indicaciones. El Mal está ahí y los cristianos respondemos con palabras de Teresa, “ayudando al Crucificado”. Será en el mundo de la acción más que en las teorías donde responderemos. Cada uno de nosotros debe hacer lo que pueda.
Bajar a los infiernos de la vida será la forma más eficaz de colaborar con Jesucristo en su lucha contra el Mal. El Papa Francisco repite con frecuencia la idea de convertir a la Iglesia en un “hospital de campaña” abierta a todos. Salir a las “periferias” equivale según mi parecer a ir a los infiernos del sufrimiento y la injusticia, al mundo de las víctimas.
El pueblo judío descubrió en el exilio a Babilonia una forma de ver a Dios distinta, la que heredó Jesucristo y luego nosotros a través suyo. Hannad Arendt reflexionó acerca de las ventajas del exiliado para descubrir una nueva cultura (ver Olga Amarís Duarte, “Una poética del exilio, Hannad Arendt y María Zambrano”, ed. Herder, 2021). Me parece imposible comprender la Pasión de Jesucristo sin palpar con nuestras manos el misterio del Mal, el mundo de los exiliados, los infiernos del mundo.
Hay cielo y hay infierno, nos dirá Teresa, aquí y en la otra vida. Me pregunto los motivos que tuvo Teresa para considerarse en el infierno, cuando sabemos que no fueron tan graves sus pecados. Ella no miente.
¿Cuál es la razón? Caben varias interceptaciones. Conforme nos vamos adentrando en el misterio de Dios la luz del sol entra en nuestra habitación y somos capaces de descubrir la gravedad de cualquier mota de polvo.
Hay una segunda interpretación, algunas personas tienen tan alto grado de sensibilidad que se identifican con su pecado y el ajeno. Probablemente Teresa era una mujer PAS, persona de alta sensibilidad. El mal ajeno se lo apropian como si ellos lo hubieran cometido. Hace años Teresa de Calcuta escribió un articulo en la prensa española en contra del aborto. Al acabar de leerlo no sabías si era ella la que había abortado. Algo así pudo pasarle a Teresa.
(Detalle del Bosco, “El jardín de las Delicias”, un tríptico, con el último pintando el infierno // Música de Philip Grass, “Metamorfosis”, compositor minimalista (decir mucho con poco) influenciado por el budismo).
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