Al resumir la espiritualidad de santa Teresa de Jesús, suele decirse que es una especialista en explicar los grados de oración. San Ignacio de Loyola sería el místico de la acción y Teresa de la oración. No estoy de acuerdo. Teresa es una maestra de vida; la vida del cristiano incluye el amor a Dios y el amor al prójimo. En la espiritualidad teresiana es tan importante la oración como la transformación del corazón, efectos en su lenguaje, y la acción, obras. Teresa hace una propuesta de vida total, siguiendo a Jesucristo desde su sacratísima Humanidad.
A través de la vida Dios nos va haciendo llamadas. Éstas son cada vez más íntimas y personales. Desde un sermón, la lectura de un libro, la oración, los sacramentos, un acontecimiento, una conversación íntima con alguien…, o una pandemia. Todo son llamadas a un cambio de vida, conversión a Dios. Esas llamadas se van haciendo cada vez más personales e íntimas cuando entramos en las moradas místicas, moradas de un amor que recibimos.
Las moradas místicas no son necesarias para la salvación, se nos dan por puro don. Y tienen la finalidad de hacer más radical nuestra relación con Jesucristo y cambiar nuestra vida del todo.
Los regalos recibidos de Dios en la oración nos hacen recuperar las fuerzas perdidas. En su teología, Teresa considera que el bautismo nos libró del pecado original, pero hemos quedado debilitados. La oración y los regalos recibidos nos dan fuerza en el Fuerte que es Jesucristo. Y esa fuerza llena de esperanza nos va convirtiendo en colaboradores suyos. No es para guardarla, sino para ponerla a disposición de Jesucristo y de los demás con obras bien concretas.
Ese viaje hacia el interior del Castillo Interior, favorecido ahora por la cuarentena que nos tiene retenidos en nuestras casas en tantos países, atraviesa diversas capas que son las distintas moradas. Se trata de una historia de amor humano vivido a lo divino. Cada vez las llamadas son más personales y profundas.
En un momento determinado, en las cuartas moradas, el encuentro se hace mucho más personal e íntimo, allí donde la amistad se convierte en amor. Se entiende amor recibido de un Dios que nos ama en su Hijo Jesucristo. Cuando ese amor que conocemos por la fe, llegamos a experimentarlo, aunque sea en sus fases primeras, se abre un mundo nuevo, en la oración y en la vida.
Somos libres de aceptar la propuesta, sabiendo que, en cualquier circunstancia, va a respetar nuestra libertad y decisión. Teresa nos advierte del peligro de quedarnos en buscar esos regalos del Señor, sin tener en cuenta el cambio de corazón, que debe producirse obligatoriamente, y las relaciones con el prójimo, que deben basarse en el amor, buscando el interés común por encima del bien personal. De lo contrario haríamos del cristianismo una escapatoria, una huida hacia ninguna parte. En una frase está todo dicho:
“pues no está la perfección en los gustos, sino en quien ama más, y el premio lo mismo, y en quien mejor obrare con justicia y verdad”
(M 3.2.10).
Una trilogía inseparable, amor, justicia y verdad, aplicados a la vida diaria. Dirá en otras dos ocasiones, somos seguidores del Sol de justicia, Jesucristo nuestro Señor (M 6.5.9; 7.1.3).

Luego, para ser cristianos siguiendo a Jesús de la mano de Teresa de Jesús, hemos de vivir el proyecto de vida propuesto por Jesucristo. El cual, como dijimos en el post Jesucristo el profeta, está explicado en la sinagoga de Nazaret, las bienaventuranzas y la oración del grupo de seguidores de Jesús, el Padrenuestro.
En la lectura de la sinagoga Jesús copia al profeta Isaías, de dos maneras: teniendo como destinatarios primeros a los más débiles, los pobres, e invitándonos a vivir una relación matrimonial.
Las bienaventuranzas son la nueva tabla de la Ley, con una jerarquía de valores contraria a la que ofrece el mundo. Y el Padrenuestro, la oración de los primeros cristianos, agricultores, pescadores…, llenos de deudas y con la inseguridad de tener pan para mañana y la gran tentación de caer en la desesperanza.
En resumidas cuentas, el proyecto de vida de Jesucristo es totalmente distinto del que favorece la realidad que vivimos, porque asume los pesebres y las cruces del mundo. Comienza desde abajo. Se trata de aprender a vivir viendo la realidad con los ojos de Dios.
De un Dios que ve la vida desde los pies desnudos y sucios de sus discípulos, como decía san Agustín en uno de sus sermones de jueves santo.
De un Dios fiel a la definición que nos dejaron los profetas y heredó Jesús, Él es el primero que está con los últimos. Un Dios que viene al mundo a terminar de enseñarnos a vivir desde el amor a los demás, empezando por los más débiles, que nace en un pesebre y muere en una cruz.
Las palabras de Jesucristo en el evangelio son normativas para los cristianos, de obligado cumplimiento. Para todos, no para unos pocos. Si seguimos su proyecto de vida y lo aplicamos a la vida social y a la política, el mundo cambiará muy pronto.
Imaginemos una sociedad donde primero se atienda a los de abajo, a los más débiles, pobres y vulnerables. Una economía basada en la mayor riqueza que son los trabajadores, una sociedad donde se defienda a la persona por encima de todo. Una economía de austeridad, etc. En resumen, Amor, justicia y verdad, en palabras de Teresa.
En estos momentos de la historia, Dios nos está haciendo una llamada muy fuerte. Vivimos en un exilio involuntario, muy parecido al sufrido por los judíos en Babilonia. (ver Breve presentación de Jesucristo desde el Antiguo Testamento).
Después de atravesar el schok inicial, la humanidad tiene la posibilidad de ponerse de pie, como hicieron ellos, creando toda una cultura, repensando su vida, proyectando un mundo mejor. Los cristianos y la Iglesia, también.
Hay una dificultad enorme de la que los profetas, y también Jesucristo pronto se dieron cuenta: la ceguera voluntaria.
“Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen”
Claman a lo largo y ancho del Antiguo y el Nuevo Testamento. No nos da la gana de ver la existencia desde los ojos de Dios. También en la Iglesia.
Que yo sepa, ninguno de los dos mejores teólogos católicos del siglo XX, Rahner y Baltasar, dijeron una sola palabra sobre las atrocidades de los nazis y sus consecuencias para el cristianismo. Como dijo una de las víctimas del nazismo, la entrada a los campos de concentración estaba empedrada de silencios. Muy pocos fueron quienes tuvieron la valentía de descubrir las similitudes entre el totalitarismo nazi y comunista. Eran gentes de todas las creencias que, jugándose la vida, o pasando a una muerte civil, tuvieron los ojos abiertos para ver y denunciar lo que sucedía. Son los insumisos, sujetos anónimos de una sociedad futura (leer el libro de Zoltan Todorov, los Insumisos).
Aprendamos de los profetas. ¿Cómo enfrentaron su misión desde una realidad de ceguera voluntaria? El joven Isaías, después de tener un encuentro con Dios (arrobamiento que veremos en las sextas moradas), se ofrece a realizar una misión contradictoria: Embotar todavía más el oído y la vista de un pueblo que no quiere ver ni oír. Da por perdido cualquier intento de cambiar la situación y pregunta a Dios: ¿hasta cuándo Señor? La respuesta de Dios es sorprendente: hasta que todo se hunda por su propio peso. Todo será barrido y cortado. Hasta que quede un tocón florecido: “Este tocón será semilla santa” (leer todo el capítulo 6).
Al profeta Jeremías, ejemplo de un hombre curtido en la adversidad del perdedor nato, Dios le dice que no tema: No les tengas miedo (…) porque yo estoy contigo para librarte. (Primer capítulo de Jeremías).
En un relato trepidante el sacerdote y profeta Ezequiel se enfrenta al mismo dilema, hablar o callar. La respuesta de Dios es clara, debe hablar pase lo que pase, “te escuchen o no te escuchen, pues son casa rebelde”. Debe prepararse para la misión degustando la Palabra de Dios hasta que le sepa dulce como la miel. Y hablar y denunciar. (leer los capítulos 2 y 3 de Ezequiel).
El relato bíblico del Antiguo Testamento más sugerente acerca de la ceguera voluntaria, lo encontramos en el libro de los Números. Un sátrapa invita a un afamado hombre no judío de nombre Balaán para que expulse a los judíos que quieren asentarse en sus tierras después de la travesía por el desierto. Puesto en camino, con gran ironía, el burro desobedece a su amo, porque un ángel que Balaán no ve le va indicando el camino. Harto de su desobediencia, Balaán la emprende a palos con él. Y en una escena digna de Disney, el burro se pone a hablar y a darle lecciones. ¡¡Hasta los burros hablan, ven y oyen más que las personas!!! (leer Nm 22-24). En un momento de la historia, de repente Balaán ve cuando “El Espíritu de Dios vino sobre él y recitó sus versos:
Oráculo de Balaán, hijo de Beor; oráculo del hombre de ojos perfectos, oráculo del que escucha
palabras de Dios,
que contempla visiones
del Todopoderoso,
en éxtasis, con los ojos abiertos”. (Nm 24,1)
El Profeta de los profetas, Jesucristo, sigue en lo mismo y, tras una primera parte de su vida pública triunfal, acaba fracasado en la cruz. La resurrección del Hijo es la prueba de un proyecto de vida triunfante, a la espera de gentes dispuestas a ver y oír, preñados de la Palabra, libres, dispuestos a colaborar en la construcción del reino de Dios en la tierra, siguiendo los pasos de Jesucristo nuestro Señor. Son tocón florecido, con los ojos abiertos a la realidad vista desde Dios, constructores de un mundo desde abajo, desde los pies sucios y los barros de la humanidad sufriente.
En los escritos teresianos, Jesucristo es el Águila, capaz de mirar el sol sin que le queme la vista y, al mismo tiempo, ver la realidad, la caza. Ver, oír, amor, justicia y verdad.

3 Comentarios
Antonio, me lo he impreso y todo para tenerlo bien a mano… Lo leía y te escuchaba hablar… Me lo voy a dejar en la mesilla de noche para tenerlo bien presente. Me he quedado intrigada con el libro de “Los Insumisos”… a ver si lo encuentro. Abrazos virtuales libres de virus. Cuídate mucho, por favor.
Excelente, me gustó mucho, es para reflexionar.
Muchas gracias, María Leonor. Adelante siguiendo a Jesucristo