El capítulo cuarto de las quintas moradas del Castillo Interior introducen un nuevo símbolo que nos va a acompañar hasta el final del libro, el matrimonio espiritual. Como los símbolos anteriores, abarca el itinerario espiritual en su conjunto, destacando los aspectos más importantes, en este caso el desposorio espiritual de las sextas moradas y el matrimonio de las séptimas. Una breve presentación histórica puede situarnos en el contexto.
1.- Introducción histórica. En el paganismo y primer gnosticismo cristiano
Por “matrimonio espiritual” entendemos el más alto grado de oración mística. Sin embargo, el símbolo es muy anterior al cristianismo. Que la divinidad pueda unirse a un ser humano, hombre o mujer, está presente en las tradiciones paganas. Plutarco (+125) no encuentra nada extraño que los dioses deseen juntarse con mujeres para depositar en ellas un germen divino. Cuenta la leyenda de Numa Pompilio, segundo emperador de Roma, (siglo VIII a.C.), quien mantuvo relaciones con la ninfa Egeria y recibía instrucciones y sabiduría divinas.
El filósofo judío Filón de Alejandría (+54) enseña que, cuando Dios se relaciona con el alma, recibe una semilla divina de donde nacen las virtudes y buenas acciones. Por tanto, el símbolo del matrimonio tiene tres orígenes en la antigüedad: el matrimonio sagrado practicado en el paganismo; la metáfora bíblica de las bodas entre Dios e Israel, con una fuerte influencia del profeta Oseas; y el Banquete de Platón, donde el alma se une a la Belleza, para engendrar las virtudes.
Dentro del cristianismo, los primeros en utilizar este tipo de uniones fueron los heterodoxos gnósticos (Doctrina religiosa esotérica y herética que se desarrolló durante los primeros siglos del cristianismo y que prometía a sus seguidores conseguir un conocimiento intuitivo, misterioso y secreto de las cosas divinas que les conduciría a la salvación). Entendían que el alma de las personas “espirituales”, femeninas, se uniría al fin del mundo con los ángeles masculinos y la plenitud consistiría en acceder a una cámara nupcial. Un grupo de estos herejes, nos cuenta san Ireneo, hacían un rito iniciático. Preparaban un habitación nupcial donde introducían al neófito. Al rito le denominaban “matrimonio espiritual”. El evangelio apócrifo de Felipe cuenta una historia similar.
2.- En la tradición de la Iglesia
En el Antiguo Testamento es aplicado a la alianza de Dios con Israel; en el Nuevo Testamento a la unión de Cristo con la Iglesia. En sentido colectivo y comunitario. Por inclusión, lo que vale para la comunidad valepara cualquier individuo. De la Iglesia-Esposa se pasará a que cada miembro de la comunidad eclesial también lo sea. El aspecto individual se fundamenta en 2 Cor 11,2: “Tengo celos de vosotros, celos de Dios: Pues os he prometido a un solo marido para presentaros a Cristo como virgen intacta”. Y San Pablo expresa el amor de Cristo a cada individuo en Gal 2,20: “Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”; Y al mismo tiempo a la Iglesia en Ef 5,25: “Hombres, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella”.
Es en el bautismo donde se celebra la unión nupcial del cristiano con Dios. Tertuliano lo expresa por primera vez: “Cuando el alma llega a la fe, es recreada por el agua y por el Espíritu Santo en el segundo nacimiento. La carne acompaña al alma en las bodas con el Espíritu“. Orígenes escribe: “Cristo es llamado Esposo del alma, que el alma esposa cuando llega a la fe. Podemos observar que las bodas bautismales en Tertuliano son con el Espíritu y en Orígenes con Cristo. San Juan Crisóstomo en sus catequesis bautismales compara el sacramento con una matrimonio espiritual.
En los Padres de la Iglesia encontramos otra idea menos frecuente, la unión esponsal con Cristo en la comunión eucarística; y toda la catequesis de los sacramentos de iniciación como una boda espiritual. La inspiración bíblica de los Padres parte del Cantar de los Cantares, donde veían una interpretación cristiana.
Una segunda perspectiva la encontramos en el final de los tiempos, la escatología. El matrimonio espiritual comienza con el bautismo, apunta al matrimonio con el Señor en la muerte, y termina conduciendo a la unión eterna con Jesucristo. Se fundamenta en la parábola de las diez vírgenes de Mt 25; es la última fase en este mundo de la unión bautismal. La muerte es la venida del Esposo en persona al encuentro del alma. Para el cristianismo primitivo la muerte tenía una connotación de boda espiritual.
Se puede hablar de una escatología colectiva e individual. Al final del Apocalipsis (22,17) leemos: “El Espíritu y la novia dicen: Ven. El que escucha diga: Ven. Quien tenga sed venga, quien quiera recibirá de balde agua de vida”. En el fondo los sacramentos son una figura, un anticipo de las bodas eternas.
3.- La perspectiva mística
Otra interpretación aplica el símbolo del matrimonio espiritual a las más altas cumbres de la vida espiritual. De este misticismo nupcial el padre y creador fue Orígenes. Antes Hipólito de Roma había escrito un comentario al Cantar de los Cantares, pero trataba de la unión del Verbo (Cristo antes de la encarnación, la segunda persona de la Trinidad) con la Iglesia. Fue Orígenes el primero en interpretar el Cantar como un poema de unión del alma con el Verbo (Cristo). O mejor dicho de los dos, del alma y de la Iglesia, porque no concibe el alma del creyente sin estar unida a la Iglesia. Insisto, el alma individual siempre se contempla en el interior de la Iglesia.
Ahora bien, no cualquier alma puede aspirar a ese tipo de unión en este mundo, ha de estar purificada de sus pecados y vicios, y abrazada a un ardiente amor de Dios. Describe en sus escritos la belleza de la esposa amada por el Esposo, el Verbo de Dios, Jesucristo. Esa unión es un matrimonio espiritual.
De los diversos autores que comentan en Cantar en el sentido del matrimonio espiritual destacan dos: Gregorio de Nisa (siglo IV) y Bernardo de Claraval (1090-1153).
Para el primero el Cantar representa la unión amorosa entre Dios y el alma, un “matrimonio divino”. El alma llegará a ser la Esposa si ha sido transformada por la participación en la muerte de Cristo por el Bautismo y vive en comunión con Dios por la contemplación. Para él el matrimonio espiritual es incompatible con el matrimonio humano. Es imposible buscar los placeres de la carne y al mismo tiempo aspirar al matrimonio espiritual.
San Bernardo es más afectivo. Distingue distintos tipos de amor, el que obedece por temor, del hijo que obedece por amor y piedad, mientras piensa en la herencia Ambos son inferiores al amor de la esposa que es puro, desinteresado. Ama por el mismo hecho de amar, y por nada más. Entonces hay conformidad de voluntades entre el alma y Cristo. Ama como ella es amada, ama a Dios por Dios mismo, como Dios le ama por sí misma, el amor es perfecto, por eso es matrimonial. Puede ser esposa del Señor en virtud de la dependencia del amor de Jesucristo a su esposa la Iglesia. El Señor ha querido la unión esponsal con la Iglesia. El bautizado puede reivindicar participar del privilegio de la Iglesia, no solo como fiel, sino como unido matrimonialmente. Esta dimensión eclesial fue olvidada con frecuencia por los místicos posteriores a Bernardo.
El Beato Jan van Ruusbroec (1293-1381) considera las bodas espirituales del Verbo con la naturaleza humana. Nosotros debemos aprovechar esa unión y salir al encuentro del Esposo que viene, como las vírgenes del evangelio. Hugo de san Victor (1096-1141), opina que en esta vida podemos llegar al desposorio, el matrimonio se celebrará en el cielo. Ricardo de san Victor (1110-1173) explicará la ascensión al matrimonio aprovechando el lenguaje de las bodas entres humanos, noviazgo, boda, consumación, fecundidad apostólica, etc.
4.- La Virgen consagrada, esposa de Cristo
Fue Tertuliano (160-220) el primero en designar a la virgen cristiana como esposa de Cristo. A partir de los siglos III y IV la expresión se hizo corriente. La consagración de vírgenes, según consta en los rituales conservados, explican una ceremonia con el simbolismo del matrimonio espiritual con Jesucristo, copiando el lenguaje del matrimonio humano. Será esposa no por su virginidad perpetua, sino por el don del matrimonio que exige esta virginidad. Es decir, no tiene otro esposo que Cristo. “Casadas con Cristo”, “esposas espirituales”, “matrimonio celeste”, etc., serán las expresiones corrientes.
Nunca se negará completamente que todo bautizado está de alguna manera casado con Cristo, pero se tenderá progresivamente a pensar que esta cualidad resplandece sobre todo en las almas consagradas. A partir del medioevo se leerá en las vidas de santos, en particular de las mujeres, la historia de las bodas místicas con Cristo. En cerca de 20 casos se da una ceremonia nupcial muy parecida: Nuestro Señor aparece acompañado de la Virgen María y una corte de ángeles celestiales. La presencia de María es obligatoria. En varias ocasiones la escena va acompañada de música celestial.
Un caso de gran influencia es el de Catalina de Siena (+1380). En las posteriores bodas de vírgenes aparecerá como testigo, según refleja la iconografía. Con frecuencia, el mismo caso de Catalina, un anillo colocado por Cristo sella el compromiso. En ocasiones la entrega del anillo puede ir acompañada de un estigma en el dedo, o de un éxtasis presenciado por testigos. De Catalina se cuenta que el anillo de oro estaba adornado por cuatro perlas y un diamante.
También conservamos relatos autobiográficos, algunos embellecidos, otros más sobrios. Entre los primeros destacan los casos de Marina de Escobar, Jeanne-Marie de la Croix, Verónica Giuliani etc.
Para la ursulina Maria de la Encarnación la boda mística tiene lugar en medio de una visión intelectual (es decir, sin ver ninguna imagen), de la Trinidad. El Verbo la abraza con un amor inexplicable y la toma por esposa en presencia de las otras personas divinas. Marcelline Pauper (+1708), se ofrece en sacrificio de inmolación; después de la comunión su boca estaba llena de sangre mientras escucha: “Eres una esposa de sangre”. Marguerite-Marie Doëns (+1884) asistía a la exposición del Santísimo Sacramento, cuando observó que un rayo de luz salía de la Hostia y llegaba a su alma. Entendió que su alma quedaba desposada con la eucaristía. Fueron testigos la Virgen María y los ángeles. En ocasiones el compromiso matrimonial lo repiten varias veces a lo largo de su vida. En otras, va acompañado de estigmas.
También hay casos de hombres, por ejemplo Francisco de Hoyos (1735); san Pablo de la Cruz (+1775), en matrimonio con el Verbo junto a la Madre de Dios y una muchedumbre de ángeles y santos. El anillo místico contenía los instrumentos de la Pasión. También es frecuente en el caso de los hombre que contraigan matrimonio espiritual con la Sabiduría divina; por ejemplo Enrique Suso (+1366).
5.- El matrimonio espiritual en Teresa de Jesús
Entre los casos más sobrios destaca el de santa Teresa de Jesús, lejos de las leyes tradicionales del género:
“Estando en la Encarnación el segundo año que tenía el priorato, octava de San Martín, estando comulgando, partió la Forma el Padre fray Juan de la Cruz, que me daba el Santísimo Sacramento, para otra hermana. Yo pensé que no era falta de Forma, sino que me quería mortificar, porque yo le había dicho que gustaba mucho cuando eran grandes las Formas (no porque no entendía no importaba para dejar de estar el Señor entero, aunque fuese muy pequeño pedacico). Díjome Su Majestad: «No hayas miedo, hija, que nadie sea parte para quitarte de Mí»; dándome a entender que no importaba. Entonces representóseme por visión imaginaria, como otras veces, muy en lo interior, y dióme su mano derecha, y díjome: «Mira este clavo, que es señal que serás mi esposa desde hoy. Hasta ahora no lo habías merecido; de aquí adelante, no sólo como Criador y como Rey y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía: mi honra es ya tuya y la tuya mía». Hízome tanta operación esta merced, que no podía caber en mí, y quedé como desatinada, y dije al Señor que o ensanchase mi bajeza o no me hiciese tanta merced; porque, cierto, no me parecía lo podía sufrir el natural. Estuve así todo el día muy embebida. He sentido después gran provecho, y mayor confusión y afligimiento de ver que no sirvo en nada tan grandes mercedes” (Relación 35).
Pierre Adnés, de quien estoy aprovechando su trabajo, opina que el clavo significa la indisolubilidad de la unión. No lo creo. En mi opinión significa que el matrimonio espiritual queda vinculado para siempre a la cruz de Cristo con todo lo que esto conlleva.
No es verdadera una relación que circula desde hace siglos en las ediciones de la Santa sin que nadie tenga la valentía de eliminarla. Me refiero a la Relación 38, que copio a continuación:
“Estando un día en el convento de Beas, me dijo nuestro Señor, que pues era su esposa, que le pidiese, que me prometía que todo me lo concedería cuanto yo le pidiese. Y por señas me dio un anillo hermoso, con una piedra a modo de amatista, mas con un resplandor muy diferente de acá, y me lo puso en el dedo. Esto escribo por mi confusión viendo la bondad de Dios y mi ruin vida, que merecía estar en los infiernos. Mas ¡ay, hijas!, encomiéndenme a Dios y sean devotas de San José, que puede mucho. Esta bobería escribo…” (R 38).
El error se debe a Faci, un hombre de mi ciudad de Zaragoza quien la incluyó en una edición de santa Teresa, cuando sencillamente es una influencia de la espiritualidad de Catalina de Siena. No es de Teresa, ni tiene nada que ver con su espiritualidad.
6.- Final por hoy. Con este panorama es difícil convencer a los cristianos normales y corrientes, al común de mártires, que el matrimonio espiritual es algo asequible a cualquier cristiano que aspire a seguir con perfección a Jesucristo, porque no es otra cosa que la santidad a la que todos estamos llamados. Tengo el firme compromiso de abrir las puertas de la mística a cualquier cristiano y haré todo lo posible por presentar las últimas moradas de la manera más accesible.
He procurado resumir de la mejor manera la voz “matrimonio espiritual” del diccionario de espiritualidad francés. Tuve la suerte de seguir un curso en Roma sobre la Trinidad en san Agustín con el autor, el padre Pierre Adnès, del que guardo un excelente recuerdo.
En la próxima entrega comentaré el cuarto capítulo de las quintas moradas teresianas, procurando que nadie se asuste, o se sienta indigno de esta aventura apasionante.
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