Seguimos nuestro recorrido por la noche oscura en santa Teresa de Jesús buscando en el libro de la Vida. En él encontraremos la narración más completa de la “pena sabrosa”. Advertí al comentar el Castillo Interior que el relato quedaba incompleto, era un resumen de escritos anteriores. Si incorporamos los textos de Vida la los del Castillo entenderemos mucho mejor su pensamiento.
Comentaré en un primer bloque, de V 20.8 a V 21, los textos más importantes, dejando abierta la posibilidad de leerlos directamente.
Su inquietud religiosa desde la infancia se manifiesta, cuando quería escaparse con su hermano a tierra de moros para ser mártires; allí descubren la esencia de la pena sabrosa, con la expresión “pena y gloria”, expresión similar a la que venimos estudiando, “pena sabrosa”, o “muerte sabrosa”; equivalen al paso de la muerte a la resurrección:
“Espantábanos mucho el decir que pena y gloria era para siempre, en lo que leíamos. Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto y gustábamos de decir muchas veces: ¡para siempre, siempre,siempre!” (V 1.4).
Únicamente copio los textos clave de los capítulos 20 al 21, añadiendo un breve comentario. No debemos olvidar que la pena irrumpe en su vida después de vivir abundantes experiencias de consuelo con visiones y revelaciones. Primero recibe el amor de Dios, acepta un amor gratuito, más allá de sus miserias; después esas muestras de amor se ocultan bastante y lo habitual es vivir en la pena, con breves momentos “de consuelo”, la mayoría cuando participa en la eucaristía y comulga. Según Teresa siempre hay “más y menos” en toda sus experiencias, mayor o menor intensidad. Las que siguen a continuación las califica como las más difíciles de soportar:
“Después da una pena, que ni la podemos traer a nosotros ni venida se puede quitar. Yo quisiera harto dar a entender esta gran pena y creo no podré, mas diré algo si supiere. Y hase de notar, que estas cosas son ahora muy a la postre, después de todas las visiones y revelaciones que escribiré; y el tiempo que solía tener oración, adonde el Señor me daba tan grandes gustos y regalos, ahora, ya que eso no cesa algunas veces, las más y lo más ordinario es esta pena que ahora diré. Es mayor y menor. De cuando es mayor quiero ahora decir” (V 20.9).
El deseo de Dios es tan grande que la lleva al desierto de la soledad, quisiera morir, “está entonces lejísimo Dios”. Al mismo tiempo “a veces comunica sus grandezas”, lo sabroso de la pena. El deseo en lugar de disminuir sigue creciendo hasta “fatigarse de estar ausente de bien que en sí tiene todos los bienes”, con una “pena tan delgada y penetrativa” que le recuerda al salmista, se ve como un “pájaro solitario” (Salmo 101.8; cf. V 20.10). Otras veces se identifica con el Salmo 41.4: “¿Dónde está tu Dios?”, o con san Pablo, “está crucificado al mundo” (Gal 6,14). O sea está perdida:
“mas paréceme que está así el alma, que ni del cielo le viene consuelo ni está en él, ni de la tierra le quiere ni está en ella, sino como crucificada entre el cielo y la tierra, padeciendo sin venirle socorro de ningún cabo. Porque el que le viene del cielo (que es, como he dicho, una noticia de Dios tan admirable, muy sobre todo lo que podemos desear), es para más tormento; porque acrecienta el deseo de manera que, a mi parecer, la gran pena algunas veces quita el sentido, sino que dura poco sin él” (V 20.11).
Lo paradójico llega al comprobar que el dolor de la ausencia de Jesús “trae consigo un gran contento este padecer”, es un “recio martirio sabroso”, “lo que hubiese de vivir lo querría en este padecer”, “toda la ansia es morirme entonces”. La experiencia se resume así: “ansia de ver a Dios y aquel desierto y soledad le parece mejor que toda la compañía del mundo”. Otra expresión a guardar: “este tormento es tan sabroso”(V 20.15).
Me pregunto ¿cómo es posible que el dolor se convierta en gozo? La razón es evidente para ella, porque lo vive unida a la cruz, “es camino de cruz”. (Rectifico lo que escribí hace años en Acercar el cielo. Entonces no comprendí que cualquier sufrimiento se convierte en gozo; si nos unimos a Jesús en su Pasión nos parecemos a Él dentro del dolor). Escribiendo el libro de la Vida se da cuenta que esta es la situación que vive en 1565: “el alma es la que padece y goza sola del gozo y contento que da este padecer”.
No veo forma de entender, y quizás vivir experiencias tan elevadas, sin recurrir a las nuestras. Dar el paso de aceptar los sinsabores de la vida unidos a la Pasión cambia el panorama por completo. Incorporar la Pasión de Cristo al sufrimiento propio y del mundo abre una ventana al pájaro solitario. Tampoco quedaremos atrapados en una espiritualidad dolorista, porque nos falta la perspectiva de la fe en la resurrección que encontraremos en las séptimas moradas y antes en la sextas al comprobar que nuestro punto de partida consiste en aceptar el amor incondicional del Señor. Lo dirá a partir de V 20.18.
Conforme más leo estos capítulos, partiendo de M 6.11, más me inclino a pensar que Teresa quiere acompañarnos en el misterio del mal. El enigma del mal vivido en primera persona es el objeto fundamental de la noche oscura Teresiana. La pena tan delgada y penetrativa, la soledad crucificada entre cielo y tierra, el dónde está tu Dios con el salmista, junto la gloria de saberse amada, nos va a ir deslizando a una reflexión profunda sobre el mal propio y ajeno hasta llegar al infierno.
El mismo Señor le explica la importancia de estas vivencias, “me dijo que no temiese y que tuviese en más esta merced que todas las que me había hecho; que en esta pena se purificaba el alma, y se labra o purifica como el oro en el crisol, para poder mejor poner los esmaltes de sus dones, y que se purgaba allí lo que había de estar en purgatorio” (V 20.20).
Creo que puede ser un gran consuelo y esperanza para todos aquellos lectores que viven sumergidos en la noche del dolor por diferentes motivos. Adelantándose al existencialismo, el sufrimiento de la vida disminuye el tiempo de purgatorio, luego el purgatorio en parte está aquí, como también veremos que está el infierno.
El creyente tendrá la ventaja de creer en la resurrección para enfrentarse al mal. El dolor unido a la cruz y la resurrección de Cristo se convierten en sus aliados. Tampoco quedará prisionero de su pena, ni procurará caer en una depresión. Allí mismo, hundido en la ausencia de Dios gritará su próxima venida, terminando por convertir el mal en fuerza para la acción de amor al prójimo. Emerge en las fuentes del mal una nueva forma de concebir a Dios sin poder nunca dar cuenta exacta del origen del mal en el mundo, una nueva manera de actuar y de ser libre.
Si unimos el suelo y techo de un amor incondicional asegurado gracias a la resurrección de Jesucristo, daremos otro paso, convertir el sufrimiento en fuerza para servir, “y así no creen a la pobre alma, como la han visto ruin y tan presto la ven pretender cosas tan animosas; porque luego da en no se contentar con servir en poco al Señor, sino en lo más que ella puede. Piensan es tentación y disparate. Si entendiesen no nace de ella sino del Señor a quien ya ha dado las llaves de su voluntad, no se espantarían” (V 20.23).
Jesucristo se ha adueñado de su vida, la cuida “de todo lo que ha de hacer tiene cuidado este soberano Rey”. “y cómo se entiende tenía razón y la tendrán todos de pedir alas de paloma! Entiéndese claro es vuelo el que da el espíritu para levantarse de todo lo criado, y de sí mismo el primero; mas es vuelo suave, es vuelo deleitoso, vuelo sin ruido. ¡Qué señorío tiene un alma que el Señor llega aquí, que lo mire todo sin estar enredada en ello! ¡Qué corrida está del tiempo que lo estuvo! ¡Qué espantada de su ceguedad! ¡Qué lastimada de los que están en ella, en especial si es gente de oración y a quien Dios ya regala! Querría dar voces para dar a entender qué engañados están, y aun así lo hace algunas veces, y lluévenle en la cabeza mil persecuciones (…) porque no saben el ímpetu que la mueve”.
Se ríe de sí misma cuando buscaba la honra o el dinero, “mas ve que este bien se gana con dejarlo todo”. Le nace un espíritu crítico social y político desde la altura de su vuelo, “Con ser la que soy, me dan grandes ímpetus por decir esto a los que mandan, que me deshacen (…) y se las daría a los reyes; porque sé que sería imposible consentir cosas que ahora se consienten, ni dejar de haber grandísimos bienes.” (V 21.2).
La cosa sigue. De ahí se da el paso a la acción: “Llegada un alma aquí, no es sólo deseos los que tiene por Dios; Su Majestad la da fuerzas para ponerlos por obra. No se le pone cosa delante, en que piense le sirve, a que no se abalance” (V 21.5). “Es alma suya. Es Él que la tiene ya a cargo (…) su Majestad me había dado fortaleza”.
(Continuará con el último post de la noche oscura)
(La foto es de Brandon Imbriale, pexels-photo-10935236.jpeg// Música de Hildegarda von Bingen, nombrada doctora de la Iglesia por Benedicto XVI; la descubrí gracias a la cineasta Paula Ortíz al incorporar un fragmento de sus composiciones a la película sobre Teresa)
Deja un Comentario