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Cuca Muro es una acuarelista de mucho prestigio. Tengo un gran aprecio por su marido y por ella. Ha tenido la delicadeza de regalarnos uno de sus cuadros titulado “Alegoría del deseo de volar“. Por correo explica el significado: “Esta imagen me evoca el deseo del hombre por transcender, por comunicarse con algo misterioso, inmenso, inalcanzable… que le atrae como un imán pero que también teme…” Gracias Cuca en nombre de todos.
Mirando desde hace días la pintura, voy a fijarme en la función de la tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo (ES). Seguimos buscando ayudas para perseverar en la oración de meditación y hemos llegado a la principal.
En esencia el ES es la fuerza renovadora y santificadora. Su descubrimiento fue lento, siempre desde la meditación de los misterios de la vida de Cristo, en el nacimiento, bautismo, etc. El ES prolonga la vida de Cristo, el Padre crea, el Hijo recrea, el ES transcrea, es decir, lleva la creación hasta el final. Es quien transforma nuestras vidas y nos da fuerzas para vivir.
Descubre por experiencia la importancia de la tercera Persona. Ella tenía un defecto, las imágenes de personas conocidas, en especial amigos, quedaban grabadas en su memoria y le dificultaban para la oración. Su confesor le dice que se encomiende al ES y cante el “Veni Creator Spiritus”. De este modo tan sencillo consigue librarse de esas imágenes inoportunas (Vida 24.5). Como consecuencia adquiere una libertad desconocida para controlar sus pensamientos:
”Sea Dios bendito por siempre, que en un punto me dio la libertad que yo, con todas cuantas diligencias había hecho muchos años había, no pude alcanzar conmigo, haciendo hartas veces tan gran fuerza, que me costaba harto de mi salud. Como fue hecho de quien es poderoso y Señor verdadero de todo, ninguna pena me dio” (Vida 24.8).
El ES el alma de la santidad del cristiano, con Cristo y la Virgen María (Relaciones 25.2). El 29 de mayo de 1563 tiene una experiencia cumbre. El texto íntegro lo puedes leer al final.
(Hasta aquí he copiado ideas del teresianista Ciro Garcia en el diccionario de santa Teresa publicado por Monte Carmelo).
En aquellos tiempos recios citar en abundancia al ES era peligroso y mucho más las mujeres. Debe andar con cuidado ante los sabuesos de la ortodoxia, la Inquisición. Si en las cartas privadas no tienen ningún reparo en iniciarlas con su nombre, en los libros prefiere ser discreta para que no la confundan con una “alumbrada”, derivación heretica de los recogidos a la que eran aficionadas algunas mujeres. Por eso, el ES se menciona con frecuencia bajo símbolos, agua, fuego, paloma, etc. (Lo explicó muy bien Jesús Castellano, teresianista que me ayudó en los principios).
Esa prudencia traerá consigo en el libro de las moradas el tener que esperar hasta la quinta para descubrir la función de la tercera Persona en los inicios de la vida espiritual:
“Entonces comienza a tener vida este gusano, cuando con el calor del Espíritu Santo se comienza a aprovechar del auxilio general que a todos nos da Dios y cuando comienza a aprovecharse de los remedios que dejó en su Iglesia, así de continuar las confesiones, como con buenas lecciones y sermones, que es el remedio que un alma que está muerta en su descuido y pecados y metida en ocasiones puede tener. Entonces comienza a vivir y vase sustentando en esto y en buenas meditaciones, hasta que está crecida” (Moradas 5.2.3).
Este texto me parece esencial. El ES está desde el principio colaborando en el nacimiento de nuestra vida espiritual, dando calor y vida, ayudando al siervo del amor en los sacramentos. Es huésped y compañía, nos da ”fuerza” para encerrarnos en Cristo y morir al hombre viejo. Creo que también es la fuente de la alegría que nace del amor, como disfrutaremos en las sextas moradas.
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“Estaba un día, víspera del Espíritu Santo, después de misa. Fuime a una parte bien apartada, adonde yo rezaba muchas veces, y comencé a leer en un Cartujano esta fiesta. Y leyendo las señales que han de tener los que comienzan y aprovechan y los perfectos, para entender está con ellos el Espíritu Santo, leídos estos tres estados, parecióme, por la bondad de Dios, que no dejaba de estar conmigo, a lo que yo podía entender. Estándole alabando y acordándome de otra vez que lo había leído, que estaba bien falta de todo aquello, que lo veía yo muy bien, así como ahora entendía lo contrario de mí, y así conocí era merced grande la que el Señor me había hecho. Y así comencé a considerar el lugar que tenía en el infierno merecido por mis pecados, y daba muchos loores a Dios, porque no me parecía conocía mi alma según la veía trocada. Estando en esta consideración, diome un ímpetu grande, sin entender yo la ocasión. Parecía que el alma se me quería salir del cuerpo, porque no cabía en ella ni se hallaba capaz de esperar tanto bien. Era ímpetu tan excesivo, que no me podía valer y, a mi parecer, diferente de otras veces, ni entendía qué había el alma, ni qué quería, que tan alterada estaba. Arriméme, que aun sentada no podía estar, porque la fuerza natural me faltaba toda.
Estando en esto, veo sobre mi cabeza una paloma, bien diferente de las de acá, porque no tenía estas plumas, sino las alas de unas conchicas que echaban de sí gran resplandor. Era grande más que paloma. Paréceme que oía el ruido que hacía con las alas. Estaría aleando espacio de un avemaría. Ya el alma estaba de tal suerte, que, perdiéndose a sí de sí, la perdió de vista.
Sosegóse el espíritu con tan buen huésped, que, según mi parecer, la merced tan maravillosa le debía de desasosegar y espantar; y como comenzó a gozarla, quitósele el miedo y comenzó la quietud con el gozo, quedando en arrobamiento“ (Vida 38,9-10).
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