Mauro Magatti (Corriere della Sera)
La fórmula que el Papa Francisco quiso proponer al Encuentro de Rimini 2020 es tan simple como (quizás) difícil de lograr: la respuesta a lo que está sucediendo no está en las ayudas generalizadas, que pueden, sin duda, ayudar a gestionar los momentos más difíciles, sino en la capacidad de utilizar las dificultades de este momento como una oportunidad para abordar por fin los temas que nuestro modelo de desarrollo viene arrastrando desde hace tiempo.
Keynes dijo una vez que para crear trabajo se podía ir tan lejos como perforar agujeros en las calles y luego cubrirlos. Con esta paradoja, el economista inglés quiso dejar claro que la actividad económica (que tiene el empleo como criterio fundamental) no es más que el efecto de un acuerdo sobre lo que se considera de valor. Como también dijo Mario Draghi, las soluciones de corto plazo no son suficientes para superar el difícil momento que tenemos por delante.
Necesitamos tomar un camino decisivo de transformación ¿de qué cosas? Hagamos una primera lista resumida.
Está la cuestión de la sostenibilidad medioambiental. Debemos producir y consumir de tal manera que se reviertan rápidamente los efectos devastadores que producimos en la ecosfera. Un gran tema que puede abrir enormes procesos de transformación en nuestras economías.
Está el tema de la formación de personas. Partiendo de la escuela, donde la pregunta no es simplemente por el distanciómetro o la máscara, sino por el uso de la tecnología digital, las nuevas formas de integración escuela-familia-mundo laboral, la formación continua del profesorado, la superación de esquemas didácticos demasiado rígido. Y luego, de manera más general, la extensión de la experiencia formativa más allá del ciclo escolar.
Tenemos que afrontar los nuevos problemas relacionados con la salud (que pesa entre el 10 y el 20% del PIB). Por un lado, el coronavirus nos ha enseñado que una asistencia sanitaria totalmente y únicamente centrada en el gran hospital no es sostenible: hay que tejer una red amplia y ligera para acompañar a personas y territorios llamados a ser sujetos activos en la gestión de la prevención y la cronicidad. Por otro lado, ha quedado claro que la salud es un bien universal al que todas las personas deben tener derecho a acceder.
Metas que se pueden alcanzar superando la etapa de corporativización de la salud: los gerentes no son suficientes para dirigir la ASL.
Lo digital es, entonces, una gran oportunidad para cambiar la forma en que trabajamos, vivimos y nos movemos. Un entrelazamiento que va al corazón de nuestra organización personal y social. De nuestra vida cotidiana.
Es hora de repensar nuestros hogares y nuestros barrios potenciando la posibilidad de una vida social de 0 km que realmente mejore la calidad de vida de todos. Siempre y cuando, sin embargo, el mercado laboral sea capaz de introducir nuevas formas contractuales y que el trabajo inteligente no esté reservado para unos pocos o la pantalla de nuevas formas de explotación.
Una vez más, nunca como en los últimos meses hemos visto lo importante que es contar con alguien que sepa regular eficazmente los comportamientos individuales y los flujos de lo que traspasa fronteras. Haber imaginado un mundo desprovisto de cualquier regulación es un sueño distópico; Igual de distópico es la idea de construir muros para separarnos unos de otros.
La regulación institucional sirve para gestionar el virus pero también para regular los flujos financieros, contrarrestar la enorme concentración de poder económico, reequilibrar la carga fiscal entre los ciudadanos y las (grandes) empresas: un mundo en el que Apple ha alcanzado una mayor capitalización bursátil a 2 billones de dólares (valor superior al PIB de Italia) y en el que el fundador y propietario de Amazon, Jeff Bezos, posee una riqueza personal de 150 mil millones de dólares hay que reconocer que hay algo que anda mal.
Las nuevas herramientas reguladoras son esenciales para combatir las injusticias masivas que alimentan el odio y el resentimiento.
Necesitamos nuevas infraestructuras que completen así el camino del siglo pasado. Aún tenemos infraestructuras físicas por construir – estamos pensando sobre todo en la alta velocidad – para integrar muchas zonas de nuestro país y reducir el tráfico de autopistas y el número de vuelos (muy contaminantes); la banda ancha sigue siendo un sueño para la gran mayoría de los italianos;
También se realizarán casi todas las famosas intervenciones para asegurar la estructura hidrogeológica del país frente a los fenómenos atmosféricos extremos cada vez más frecuentes.
Finalmente, pero ciertamente no menos importante, está el tema de la demografía, un término técnico para indicar la relación entre generaciones.
El mundo de la juventud corre el riesgo de ser asfixiado por los mil problemas que le hemos dejado como legado. Hoy en día, formar una familia es realmente difícil y es aún más difícil tener la audacia (!?) de tener hijos. Sin embargo, toda inversión en el futuro pasa de una renovada centralidad de una familia generadora que es un bien colectivo (y ciertamente no algo confesional) donde, concretamente, conviene en primer lugar completar el curso de formación con la posibilidad de tener una plaza libre en una guardería a partir del primer año de vida. Un tema fundamental también para mejorar las relaciones hombre-mujer dentro de la familia y en el mundo laboral.
La lista podría seguir. La cuestión, en definitiva, es que tenemos mucho que hacer, si tan solo apartamos la vista del miedo que nos atenaza y volvemos a pensar en el futuro. Dejemos de pensar que la recuperación se debe simplemente a un aumento del consumo. Más bien, nuestro futuro depende de la capacidad de imaginar un mundo nuevo. Y construirlo poco a poco. Exactamente como lo hicieron todas las generaciones anteriores a nosotros.
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