El pensamiento de Ireneo de Lyon no llegó a Teresa de Jesús. De hecho su teología durmió el sueño de los justos hasta finales del siglo XIX comienzos del XX. Escribió varios libros siendo el esencial para conocer su pensamiento el Adversus Haereses (Contra los Herejes o Contra las Herejías). La mitad del libro ataca las herejías de su tiempo, en la segunda explica su forma de comprender el cristianismo. Gracias a Maurice Jourjon, patrólogo de Lyon, y al jesuita Antonio Orbe en Roma me pude acercar un poco a él. El Papa Francisco lo ha nombrado Doctor de la Iglesia.
En una primera parte copio los párrafos destacados de un artículo de Antonio Orbe, “El hombre ideal en la teología de san Ireneo”. En la segunda lo pongo en diálogo con Teresa, afirmando que llegan a las mismas conclusiones.
Siendo griego, Ireneo (siglo II y III) no toma el alma como punto del partida para explicar al ser humano en Jesucristo. Parte del “cuerpo”. En resumen, Cristo resucitado manifiesta al mundo la imagen y semejanza ideal de Dios. Su carne gloriosa es el canon de toda humana perfección y salud. Desde estas ideas, que compendian los aspectos más variados de la teología de San Ireneo, se exalta el valor cristiano del cuerpo frente a cualquier actitud despectiva o dualista.
Para Ireneo Cristo es el ideal de hombre, la “carne” creada es la carne del Verbo, del Hijo hecho carne, creada por las “manos de Dios”, el Hijo y el Espíritu Santo. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza (Génesis 1,26).Cuando Dios modelaba del barro en el Paraíso miraba hacia ese Verbo que se ha humanado para ser ejemplar del hombre.
El intento de creación se ve interrumpido por el pecado. Solo al final de los tiempos la imagen y semejanza de Dios se hará visible en plenitud.“Pues si el hombre no hubiese tenido que ser salvado, el Verbo no se hubiese hecho carne. Y si no hubiese tenido que ser buscada la sangre de los justos, el Señor no hubiese tenido sangre” (Adv. haer. V, 14, l). En cualquier etapa de su vida Cristo es el modelo perfecto de humanidad. El ejemplar de hombre, a que Dios miraba, fue la humanidad gloriosa de Jesús. Sólo Cristo resucitado constituye el hombre perfecto, a cuya imagen y semejanza fue plasmado el cuerpo de Adán.
En el momento de la encarnación, el Verbo, el Hijo, asumió la carne sin todas sus perfecciones, algo que el Señor Jesús fue descubriendo y el Espíritu Santo santificando. Para Ireneo, hasta el Jordán Jesús no poseía en plenitud al Espíritu Santo y desde el Jordán hasta la Pasión no llegó a tener todas las cualidades divinas. Después de la resurrección es el Hombre perfecto y todo aquel que viva en la carne la vida perfecta del Espíritu asimila en el cuerpo la incorrupción de Dios. “Carne poseída por el Espíritu, olvidada de sí, que asume la cualidad del Espíritu, conformada al Verbo de Dios” (Adv. haer. V, 9, 3). Ireneo afirma con Pablo que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios (1 Cor 15,50). Ni siquiera la carne de Jesús tiene vida incorruptible sin el Espíritu, ni puede poseer el reino de Dios. Pero la carne es capaz de recibir la cualidad del Espíritu y por consiguiente la incorrupción. Tampoco el hombre que recibe el injertó del Espíritu pierde la substancia carnal, aunque cambie su cualidad, y de hombre carnal pase a serlo espiritual (Adv. haer. V, 10,2).
Ireneo se fundamenta en ideas estoicas para dar un vuelco a la filosofía clásica griega. Apenas habla del alma. Aparece como mediadora entre la carne y el espíritu. El plan de Dios sobre la naturaleza humana consiste precisamente en superar y trascender lo natural del hombre, mediante lo natural del Hijo de Dios: en aplicarnos la incorrupción físicamente debida al Verbo. Por haber sido ganada en nuestra carne por Él, se nos aplica gratuitamente a nosotros. Se exalta así la sobrenaturalidad del plan divino inaugurado en Adán. El hombre perfecto, en la mente y el plan de Dios, no es el hombre personalmente asumido por el Verbo, sino el humanamente, esto es, carnalmente elevado a la gloria del Verbo. La Salud es la carne deificada, a ejemplo de Cristo resucitado.
Conclusión de Antonio Orbe
La carne del hombre compendia así los aspectos más varios y hondos de la teología de Ireneo: Trinitario: el Padre ofrece la tierra del Paraíso, substrato virginal; el Logos la modela según su futura forma en Jesús; el Espíritu la deifica en orden a la plenitud de Cristo glorioso. Cristológico: Jesús, en carne espiritual, es el Hombre perfecto, ideal y modelo de los hombres.
Escatológico: Adán prenuncia al Cristo glorioso; por tanto, prenuncia también la consumación de los tiempos, cuando todos serán sublimados a la condición carnal de Cristo y gozarán con Él, aun carnalmente, de la vista de Dios.
Aspecto diferencial con el ángel: el ángel no tuvo por modelo al Hombre-Dios, ni se asociará a la gloria misma del Verbo, en comunidad de carne y espíritu con Jesús. Plan de salvación: el hombre compendia en su cuerpo los dos extremos -carne y espíritu- que trató Dios de unir mediante el plan o economía de salvación.
Sobrenatural: el cuerpo humano prenuncia desde Adán todas las maravillas y la gratuidad del orden sobrenatural. Tan soberbia síntesis teológica se cuartearía si las palabras de Gn 1,26: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, no evocaran en Ireneo la figura ideal de Jesucristo resucitado. Frente a la actitud despectiva de los gnósticos ante la carne, Ireneo la exalta hasta una deificación, como en Cristo.
Teresa de Jesús e Ireneo
En Teresa no vamos a encontrar una estructura teológica completa similar a la de Ireneo. No ofrece una síntesis teológica de la historia de salvación. Era autodidacta, sin formación teológica, una especie de esponja que iba asimilando las ideas de su tiempo. Hay en ella una evolución.
En la primera parte de su vida asume las ideas del pensamiento platónico y neoplatónico hasta extremos condenados por la Iglesia. Predomina en su pensamiento la vida del alma y la convierte en la esencia de la persona. Incluso llegará a afirmar en varias ocasiones que el alma está encarcelada en el cuerpo, algo que la Iglesia condenó, “el estar en la cárcel de este cuerpo” (C 33.13). Éste será un impedimento para la vida espiritual, algo a domesticar a fuerza de penitencia, sacrificio y renuncia.
En una segunda etapa se advierte un cambio drástico. En mi opinión sucede cuando después de su conversión adulta (quintas moradas) descubre a Cristo resucitado por experiencia (sextas y séptimas moradas). Es su huésped divino cuando comulga, su amigo y Esposo. Se sabe amada y llega a la conclusión de estar creada a imagen y semejanza de Cristo resucitado.
Saberse amada y resucitada son la esencia de las sextas moradas. El proceso lo explica a partir de V 28. Una frase de las séptimas moradas da cuenta del descubrimiento:
“Mas como faltamos en no disponernos y desviarnos de todo lo que puede embarazar esta luz, no nos vemos en este espejo que contemplamos, adonde nuestra imagen está esculpida” (M 7.2.8).
El ser humano esculpido en Jesucristo resucitado, igual que en san Ireneo de Lyon. Un retrato o escultura sacado al vivo en Cristo resucitado con cuerpo resucitado. Lo “corpóreo” se incluye en carne espiritualizada por el Espíritu Santo, plenamente deificada. Teresa añade algunos elementos, el hombre no ha sido creado, sino “criado”, en una creación continuada, con simbolismo materno. Además el Cristo glorioso no pierde nunca su Humanidad, ni olvida el sufrimiento del mundo.
El encuentro con Él se dará a través de imágenes plásticas (estampas y cuadros) utilizadas por la piedad popular. Encumbradas y vivificadas en encuentros personales con o sin imagen interior (imaginarias o intelectuales). El Cristo definitivamente glorioso aparecerá en la plenitud de los tiempos con todo su poder y majestad. Mientras tanto, su resurrección irá siempre acompañada del dolor de las víctimas presentes por desgracia en el mundo.
En la última Relación escrita describe su vida un año antes del tránsito al cielo (1581), dejando para la posteridad una frase inolvidable:
“Lo de las visiones imaginarias ha cesado; mas parece que siempre se anda esta visión intelectual de estas tres Personas y de la Humanidad, que es, a mi parecer, cosa muy más subida”.
Lo Divino de Cristo junto a lo Humano, en carne resucitada. En ningún momento pierde su cuerpo. Tiene un cuerpo espiritual. Este cambio de parecer tendrá consecuencias inmediatas incluso en la relación con su cuerpo. Acostumbrada a grandes penitencias para mortificar la carne, descubre la necesidad de cuidarse, sin negar nunca sus prácticas antiguas de origen griego.
“Conque esto es así, de lo que toca a su salud y cuerpo me parece se trae más cuidado y menos mortificación en comer, y en hacer penitencia no los deseos que tenía, mas al parecer todo va a fin de poder más servir a Dios en otras cosas, que muchas veces le ofrece como un gran sacrificio el cuidado del cuerpo, y cansa harto, y algunas se prueba en algo; mas a todo su parecer no lo puede hacer sin daño de su salud, y pónesele delante lo que los prelados la mandan. En esto y el deseo que tiene de su salud, también debe entremeterse harto amor propio. Mas a mi parecer, entiendo me daría mucho más gusto, y me le daba, cuando podía hacer mucha penitencia, porque siquiera parecía hacia algo y daba buen ejemplo y andaba sin este trabajo que da el no servir a Dios en nada. Vuestra señoría mire lo que en esto será mejor hacer” (R 6.2).
En Ireneo acabamos de ver que Cristo es hombre y Dios desde el momento de su concepción; sin embargo, la divinización de la carne de Cristo tiene un proceso, una toma de conciencia que culmina con la resurrección y ascensión al cielo. No me parece que este proceso de descubrimiento y conciencia se dé en Teresa.
Sí se da un constante acercamiento a la escatología; es decir, una atracción cada vez mayor hacia el final de los tiempos, un deseo de que Cristo vuelva cuanto antes a poner remedio a un mundo perdido. Pienso que en ella la resurrección de Cristo se contempla de dos maneras: recién resucitado con las llagas y heridas de su sufrimiento; y otra del Cristo glorioso cuando vuelva.
A través del primero descubrimos a un Jesucristo vivo que nos busca una y otra vez, nos llama por nuestro nombre…, sin olvidar el dolor de la humanidad, las víctimas del mundo. Nuestro encuentro con Él nos conduce al servicio de los crucificados.“Ayudemos al crucificado” nos grita desde las séptimas moradas. No deja de sorprender un encuentro con Cristo vivo que nos remita de inmediato al servicio de los sufrientes.
El oficio de los cristianos se resume en bajar de la cruz y resucitar a todos los que podamos. Antes hemos de bajar de nuestras cruces y resucitar cada uno de nosotros.
Observo en la universidad de la vida un goteo incesante de personas (no las masas enfervorizadas) que, ante el vacío existencial, aceptan la oferta de una Dios amoroso y gratuito sin que nadie se inmiscuya en sus asuntos privados. Lo que haya que cambiar de sus vidas lo descubren después desde el amor incondicional recibido. Cambian la culpabilidad por responsabilidad (algo mucho más sano), descubren la Palabra de Dios, el rostro del prójimo lo identifican con el de Cristo y viven más felices que antes. Un cristianismo sociológico muere (o ya está muerto) y otro nace en silencio. Resucitan porque se saben amados.
Según he leído las pestes medievales infundieron un miedo tal en Europa que renunciaron a la expresión de los cristianos primitivos, “Ven, Señor Jesús”. Recuperar la esperanza final con la segunda venida de Cristo es muy Teresiano y ha de ser un signo de la nueva Iglesia católica.
En Ireneo la creación a imagen y semejanza se perdió por el pecado, seguimos siendo imagen, perdimos la semejanza que recuperamos por la vida espiritual que comienza con el bautismo. En Teresa no existe esa distinción propia de los primeros Padres de la Iglesia. Somos imagen y semejanza y debemos llegar a ser imagen y semejanza en Cristo resucitado.
Las guerras siempre han descubierto lo mejor y lo peor del ser humano, sobre todo lo último. Contemplamos horrorizados el nulo valor del ser humano, en la invasión de Ucrania. Encima, en sociedades de cultura cristiana el máximo responsable de la Iglesia ortodoxa rusa bendice la contienda. Un escándalo. Nuestros propios errores guerreros a lo largo de los siglos nos pesan como losas.
En mi opinión, mientras las sociedades con cualquier creencia no acepten que cada ser humano es una escultura sacada al vivo en Jesucristo muerto y Resucitado, como nos enseñan Ireneo, Teresa y la Iglesia Católica, no habrá forma de erradicar la violencia.
Concluyo. A la oración de contemplación vamos con todo lo que somos y lo volcamos en el Dios de Jesucristo, afectividad, aficiones, cosas y personas etc. Nada de lo humano nos es ajeno. Respetamos y valoramos cualquier tipo de religiosidad popular porque sabemos que nuestra maestra Teresa la llevó hasta la contemplación perfecta. Creo que es la única espiritualidad capaz de respetar al sencillo Pueblo de Dios y llevarla en estos nuevos tiempos a la santidad.
(He pensado la foto adecuada que sirva de entrada al escrito. Al final me decido por una de la segunda guerra mundial, muy estudiada, acaecida en Ucrania, una madre es asesinada junto a un hijo que se ve y un segundo niño escondido entre sus faldas. La música es de Dmitri Shostakóvich, compositor ruso. Compuso la Sinfonía Nº13 en homenaje a las víctimas judías de Kiev, con poemas del ucraniano Yevgeny Yevtushenko. Para leer la letra del poema en español. Remito a una explicación de la sinfonía, llamada “Babi Yar”, por el barranco donde los ejecutaban y tiraban. Para comprender los enfrentamientos del compositor con el poder soviético puede verse este documental.
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