Después de un largo periodo de silencio coincidiendo con el fallecimiento de mi madre, continuamos nuestros comentarios de las sextas moradas donde nos quedamos, en el capítulo quinto.
Sin estar dispuestos con humildad a sabernos amados de Dios no se pueden vivir, ni los arrobamientos, ni las sextas moradas. Esta es la primera condición. Se pueden vivir con visiones concedidas por Dios cuando quiere, o intentando acercarnos a vislumbrar las altas cumbres de la mística.
El vuelo de espíritu se da cuando, por pura gracia, la palomita o mariposa aprende a volar y se le cae el mal pelo. Se sabe amada incondicionalmente (capítulo 4 de las sextas, “arrobamiento”) y vuela al cielo a descubrir alguno de sus tesoros (“vuelo de espíritu”).
En el presente comentario nos acercamos brevemente a la presencia de Cristo en el cielo y en la tierra.
1.- La identidad Jesucristo
Los cristianos afirmaban desde el principio que Jesucristo era Verdadero Hombre y Verdadero Dios. En diálogo con el mundo griego intentaron concretar la definición en siete concilios ecuménicos durante el primer milenio. En el Concilio de Calcedonia se definió la identidad de Cristo (siglo V; puedes leer la definición completa en el enlace).
Dijeron, Jesucristo es una Persona con dos naturalezas, Humana y Divina. Ha resucitado en cuerpo y alma y está sentado (es decir, gobernando) en el cielo a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros. Javier Lacasta la explica de manera sencilla:
“Pues así, rápidamente,
naturaleza podría ser humanidad; lo común que tenemos todos.
Persona, contrariamente a lo que a veces se dice, es una opción. Todos elegimos ser como somos. El drama es que muchos simplemente son lo que les surge instintivamente, sin poner nada de su parte… Dios se manifiesta como Hijo. Eso es opción y creación en la eternidad. El Hijo se manifiesta humanamente.
Para eso asume la persona de Jesús.
Humanidad y opción, sería mi respuesta. Tal vez un poco enrevesada, pero creo que son términos que se entienden”.
2.- La interpretación aprendida de otros
Ahí surgió una pregunta para los teólogos: Si está en el cielo en cuerpo y alma, ¿baja cada día a hacerse presente en la eucaristía? ¿Somos nosotros los que subimos? ¿Qué tipo de presencia tiene en la eucaristía, espiritual porque sigue en el cielo, o física porque baja entero?
Teresa de Jesús aprendió una teoría bastante extraña. Desconozco de dónde la sacó. En pocas palabras dice así: Nuestro Señor subió a los cielos en su Divinidad, en cuando a su Humanidad se quedó con nosotros para ayudarnos.
Los capítulos sobre la eucaristía de Camino de Perfección (C 33-35) están muy condicionados por esta concepción. Cristo pide permiso al Padre para quedarse todos los días con nosotros en la Eucaristía, en su Humanidad:
“El quiere ahora por la suya propia no desampararnos, sino estarse aquí con nosotros para más gloria de sus amigos y pena de sus enemigos; que no pide más de «hoy», ahora nuevamente; que el habernos dado este pan sacratísimo para siempre, cierto lo tenemos. Su Majestad nos le dio -como he dicho- este mantenimiento y maná de la Humanidad, que le hallamos como queremos, y que si no es por nuestra culpa, no moriremos de hambre” (C 34.2).
La Humanidad se queda con nosotros y es la que nos habla: “No me acuerdo haberme parecido que habla nuestro Señor, si no es la Humanidad, y ya digo, esto puedo afirmar que no es antojo” (R 5.23).
La Divinidad de Cristo está en el cielo y baja a juntarse con la Humanidad al celebrar la eucaristía:
“Un día, después de comulgar, me parece clarísimamente se sentó cabe mí nuestro Señor y comenzóme a consolar con grandes regalos, y díjome entre otras cosas: «Vesme aquí, hija, que yo soy; muestra tus manos», y parecíame que me las tomaba y llegaba a su costado, y dijo: «Mira mis llagas. No estás sin mí. Pasa la brevedad de la vida». En algunas cosas que me dijo, entendí que después que subió a los cielos, nunca bajó a la tierra, si no es en el Santísimo Sacramento, a comunicarse con nadie” (R 15.6).
En esta interpretación aprendida parece que hay dos personas en Cristo que se pueden dividir, cuando el concilio de Calcedonia dejó bien claro lo contrario, “que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión”.
3.- Su propia interpretación
Cuando llegaron las visiones a la vida de Teresa se dio un cambio. Desde su experiencia descubrió otra forma de ver a la Persona de Jesucristo y sus dos naturalezas. Comienza a contarlas en el capítulo 28 de Vida:
“Un día de San Pablo, estando en misa, se me representó toda esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad (…) Sólo digo que, cuando otra cosa no hubiese para deleitar la vista en el cielo sino la gran hermosura de los cuerpos glorificados, es grandísima gloria, en especial ver la Humanidad de Jesucristo, Señor nuestro” (V 28.3).
La está viendo en el cielo, a Cristo resucitado en cuerpo y alma. Durante un tiempo duda, la imagen fija cobra vida, es “Cristo vivo”. Junto lo humano y lo divino. (La sacratísima Humanidad se ve en la visiones de M 6.5, paralelas a las que ve en V 28).
“Porque si es imagen, es imagen viva; no hombre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios; no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado” (V 28.8).
“y veo que queréis dar a entender al alma cuán grande es, y el poder que tiene esta sacratísima Humanidad junto con la Divinidad. Aquí se representa bien qué será el día del juicio ver esta majestad de este Rey, y verle con rigor para los malos” (V 28.9).
En los grandes secretos del cielo va descubriendo las cosas Dios. Una de la más elevadas incluye a la Humanidad de Cristo:
“Vi a la Humanidad sacratísima con más excesiva gloria que jamás la había visto. Representóseme por una noticia admirable y clara estar metido en los pechos del Padre. Esto no sabré yo decir cómo es, porque sin ver me pareció me vi presente de aquella Divinidad” (V 38.17).
Cristo es Hombre y Dios, la fuerza de lo Humano y Divino de Cristo se van instalando en su vida interior, hasta descubrir que juntos son siempre compañía. Teresa nos cuenta su experiencia reflexionada, y en el capítulo 7 de las sextas moradas nos informa de una vivencia habitual en las séptimas moradas:
“mas es muy continuo no se apartar de andar con Cristo nuestro Señor por una manera admirable, adonde divino y humano junto es siempre su compañía” (M 6.7.9).
El último escrito que conservamos de ella nos reafirma en la identidad de Cristo, perfectamente Hombre y perfectamente Dios. Se trata de la Relación 6.3, donde nos explica su situación un año antes de morir:
“Lo de las visiones imaginarias ha cesado; mas parece que siempre se anda esta visión intelectual de estas tres Personas y de la Humanidad, que es, a mi parecer, cosa muy más subida. Y ahora entiendo, a mi parecer, que eran de Dios las que he tenido, porque disponían el alma para el estado en que ahora está, sino como tan miserable y de poca fortaleza íbala Dios llevando como veía era menester; mas, a mi parecer, son de preciar cuando son de Dios, mucho“ (R 6.3).
4.- Conclusión
Me parece que las visiones trinitarias en santa Teresa se fundamentan en imágenes diversas. Son las visiones imaginarias. En concreto la Trinidad se ve en dos tronos, uno encima del otro. El de arriba para la Trinidad, el Padre, el Hijo en su Divinidad, y el Espíritu Santo. En el trono de abajo Jesucristo en su Humanidad.
Nuestro diálogo con Jesucristo en la oración se hace con la Persona de Jesucristo en las dos naturalezas, Humana y Divina.
La sacratísima Humanidad será siempre nuestro punto de partida y de llegada. La Humanidad no desaparece nunca en la Divinidad, como pretendían los maestros habituales de Teresa. Lo humano no se diluye en lo divino.
Somos seguidores de una corriente que llega a lo divino de Cristo a través de lo humano. Nuestro trato habitual será con Cristo Hombre, bien antes o después de la resurrección. Es algo común a los maestros españoles del siglo XVI, heredado en el segundo milenio a través de san Bernardo y su escuela, los franciscanos y los recogidos del siglo XVI.
(La música, el Requiem de Fauré)
2 Comentarios
Muy apreciado
Lamento profundamente la pérdida que sufre. El Señor le guarde en la fe que algún día los volveremos a encontrar, usted a su mamá y yo a mi hijo.
Muchas gracias Maricris. A tu servicio