Las ideas griegas llegaron a Palestina con Alejandro Magno en el siglo IV a.C. En su breve paso por aquellas tierras dejó sembrada la tierra de Israel de una semilla que iría fructificando con el tiempo.
En realidad ambas culturas, griega y judía, sentían un atractivo mutuo. Simplificando bastante podíamos afirmar que los griegos discurrían desde lo alto de las ideas, y los judíos interpretaban su historia desde Dios; también la vida diaria era valorada por encima de todo, o sea, pisaban tierra. Entre las ideas que dejaron los griegos no podía faltar la inmortalidad del alma.
Con el paso del tiempo la mentalidad griega se fue imponiendo entre los judíos, hasta llegar a un punto insostenible para su fe. Se apoderaron del Templo, impusieron sus dioses, construyeron un gimnasio dentro del Templo, muchos judíos dejaron de circuncidarse.
La tensión explotó en el siglo II a.C. con la revuelta de los Macabeos. Algunos optaron por la acción armada (Macabeos), otros permanecieron en la ciudades formando grupos de resistencia que más tarde, en tiempos de Cristo, serían los fariseos defendiendo con “celo” la Ley de Dios. Y, otros, todavía más radicales, huyeron de las ciudades, organizaron una vida monástica esperando la llegada inminente del mismo Dios. Se llamaban los esenios; seguían existiendo en tiempos de Cristo.
Gracias ellos y a su trabajo con manuscritos fue posible en 1948 encontrar parte de su biblioteca de Qumrán, a orillas del mar Muerto, escondida en cuevas, cuando, ante la llegada de los romanos tuvieron que abandonar el monasterio para refugiarse en Masada.
Los Macabeos comprobaban con frecuencia la muerte de los más jóvenes en aquellas guerras por recobrar su identidad judía, a veces delante de sus madres, como se puede leer en los libros bíblicos. Fue en aquel momento cuando redescubrieron otra idea importada siglos antes (siglo IV a.C.), heredada de las culturas vecinas, persas y egipcias: La resurrección de los muertos en cuerpo y alma. Les parecía injusta la muerte prematura de aquellos jóvenes que preferían morir cruelmente antes que abandonar su fe en el Dios monoteísta. Su entrega merecía seguir viviendo en el otro mundo.
Unos años antes del nacimiento de Jesucristo, hacia el 50, se escribieron varios libros, el libro de la Sabiduría, el libro de las Parábolas; y un comentario a los Salmos de Salomón (apócrifos los dos últimos). Según los expertos ambas ideas, la inmortalidad del alma y la resurrección de los muertos convivieron pacíficamente durante siglos.
Sin embargo, antes del nacimiento de Cristo, la idea de la resurrección de los cuerpos y almas había tomado cuerpo entre los judíos; aunque las esperanzas se multiplicaron en aquellos tiempos que anunciaban un fin de época, aumentó mucho la creencia en la resurrección; con la llegada de Cristo, el cristianismo optó decididamente por dar la primacía a la resurrección de los muertos en cuerpo y alma. De hecho, nuestra fe no tendría ningún sentido sin creer que Jesucristo ha resucitado en cuerpo y alma.
Los primeros mensajes cristianos se realizaban de boca a oreja: Hablaban de un hombre crucificado, a quien decían Dios, que cambia la vida de las personas y volvería de nuevo. En realidad, el cristianismo optó por la Persona de Cristo y por la universalidad, es decir, cualquiera podía ser cristiano; frente a las tendencias nacionalistas de tiempos anteriores, representadas por Nehemías y Esdras, donde se unía la etnía judía con la fe, Jesucristo con sus incursiones en tierras extranjeras y Pablo la convirtieron en una religión para todos los que tuvieran fe en Jesús.
No hay ninguna constancia de que ni Jesús ni sus familiares se dejaran influenciar por las ideas griegas, a pesar de vivir a muy poco kilómetros de Séforis, ciudad helenista cercana a Nazaret (así lo explica Meier y Dunn en sus libros).
Jesús de Nazaret siguió la senda de los profetas, Asumió y condensó la Ley y los profetas. La llevó a su máximo desarrollo, resumiendo la vida cristiana en el amor a Dios y al prójimo. Superó la Ley antigua de muchas maneras, todas ellas tendentes a una mayor libertad del ser humano y su dignidad como persona.
Elevó al máximo la herencia recibida sintetizada en cumplir la voluntad de Dios, amando a Dios y al prójimo. En la voluntad de un Dios que nos ama incondicionalmente y nos hace una oferta, para que, desde su amor, reconstruyamos la nueva vida sellada en el bautismo. De este modo podríamos superar la tendencia narcisista y egoísta provocada por el pecado original.
Aplicación de santa Teresa en las quintas moradas
Fiel a la Iglesia, esquivando los errores que otros cometieron (suprimiendo la oración vocal, los sacramentos, o creyéndose la divina pomada por tener acceso a la contemplación), santa Teresa de Jesús nos ofrece en las quintas moradas la posibilidad de aprender por experiencia ese amor incondicional, a través de la unión regalada, a la que debe aspirar todo cristiano. A no solo saber del amor por fe, sino por experiencia.
Los llamamientos frecuentes en sus escritos a seguir a Cristo crucificado, deben entenderse desde los Padres primeros de la Iglesia. La pasión y cruz son la manera más eficaz de explicar el anonadamiento de Cristo, quien se despojó de todo, pasando por uno de tantos (leer Filipenses 2). Son el entrenamiento inexcusable a la muerte sabrosa. Algo difícil de entender en nuestras sociedades actuales, amantes de negar la muerte o bien ocultarla.
A cambio, se nos pide una segunda conversión, parecida a la que ella vivió, cuando a los 39 años, decidió entregar su yo entero a Jesucristo. Lo hizo, siguiendo el modelo de María la Virgen y de María Magdalena, abrazada a la sacratísima Humanidad de Cristo, mientras leía las Confesiones de san Agustín. Proceso de varios años de duración que la transformó y terminó por convertirla en una excelente colaboradora de Cristo Crucificado y resucitado.
El gusano encerrado en Cristo forma una crisálida que la envuelve. Resucita a una vida nueva desde un amor recibido. La mariposa o paloma resultante (significan lo mismo según el diccionario de Covarrubias), tendrá que aprender a vivir desde el amor, en la sexta y la séptima. Terminará de entregar su voluntad en una serie de experiencias amorosas, repletas de palabras, silencios y acción. El objetivo no será vivir en un nirvana espiritual, sino en la más cruda realidad, ayudando a Cristo crucificado, es decir, a los crucificados del mundo.
Teresa sí recibió una fuerte influencia neoplatónica que le llevó a mortificar su cuerpo con dureza, hasta afirmar que el alma era prisionera del cuerpo, sin saber que la Iglesia había condenado esa afirmación excesiva. Por ejemplo, la primera parte del libro de su maestro Bernardino de Laredo se titula “Aniquilación“, es decir, reconocimiento de nuestra miseria y lucha contra los atractivos del mundo.
La enraizada creencia en la resurrección en cuerpo y alma de Jesucristo, junto a la decisión del seguimiento desde su Humanidad fueron mitigando, o desplazando las influencias neoplatónicas. En su madurez cuidaba mucho más su cuerpo y su salud.
Su verismo ante el misterio le llevó a “ver” en el cielo a sus padres, como se observa en los últimos capítulos de Vida, su pequeño tratado de escatología. Una resurrección de los muertos anticipada.
Abrió con valentía la posibilidad de la alta mística a los creyentes (con disimulo por miedo a la Inquisición), siguiendo el modelo de la mística agustiniana, franciscana, renana, de san Bernardo y de los “recogidos”. Se negó a comprender la alta contemplación como un “no pensar nada”, centrados en la Divinidad, omitiendo a su amado Jesús, algo que proponían las escuelas influidas por el platónico Pseudo-Dionisio, del que hablaremos en algún momento.
El concepto de persona es uno de los grandes descubrimientos bíblicos del Antiguo Testamento, distinto a la mentalidad griega. Sin distinguir cuerpo alma, algo ajeno a la mentalidad de los judíos, siempre comprendido en su unidad; Jesucristo sacraliza la persona, en especial en la parábola de la oveja perdida (según la opinión de Pannenberg).
Donde considero que se produce el cambio sustancial de su pensamiento es en la definición de persona cristiana que nos legó Teresa de Jesús. Algo de lo que hablaremos después de presentar su conversión, como modelo de la nuestra.
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