Seguimos en el mundo de la vida entendida desde la madurez como “pena sabrosa”, algo propio de las sextas moradas. El sufrimiento y la felicidad se van mezclando en medio de los quehaceres diarios. Los humanos buscamos momentos de alegría de diferentes maneras.
Para Teresa la alegría es hija del amor de Dios recibido, un nuevo modo de arrobamiento capaz de sobrecogernos. Ella nos lo cuenta en la cumbre de su experiencia tal y como la vive en las sextas moradas.
Es bien sencillo vivirlo en dosis muy pequeñas si creemos en un Dios que nos ama incondicionalmente, que perdona y olvida siempre. Igual a una madre dando de mamar a su hijo, cuando el bebé aprende a confiar y a sonreír, adquiriendo desde su nacimiento la estructura fundante de la vida.
Reproduzco y comento el párrafo más importante de esta nueva forma de arrobamiento (sobrecogimiento), ante el amor de Dios volcado en el ser humano:
“Entre estas cosas penosas y sabrosas juntamente da nuestro Señor al alma algunas veces unos júbilos y oración extraña, que no sabe entender qué es. Porque si os hiciere esta merced, le alabéis mucho y sepáis que es cosa que pasa, la pongo aquí. Es, a mi parecer, una unión grande de las potencias, sino que las deja nuestro Señor con libertad para que gocen de este gozo, y a los sentidos lo mismo, sin entender qué es lo que gozan y cómo lo gozan. Parece esto algarabía, y cierto pasa así, que es un gozo tan excesivo del alma, que no querría gozarle a solas, sino decirlo a todos para que la ayudasen a alabar a nuestro Señor, que aquí va todo su movimiento. ¡Oh, qué de fiestas haría y qué de muestras, si pudiese, para que todos entendiesen su gozo! Parece que se ha hallado a sí, y que, como el padre del hijo pródigo, querría convidar a todos y hacer grandes fiestas, por ver su alma en puesto que no puede dudar que está en seguridad, al menos por entonces. Y tengo para mí que es con razón; porque tanto gozo interior de lo muy íntimo del alma, y con tanta paz, y que todo su contento provoca a alabanzas de Dios, no es posible darle el demonio” (M 6.6.10)
Comento las frases en negrita. Cosas penosas y sabrosas… No olvidemos la opinión de Teresa sobre la madurez de la existencia. Una mezcla de cosas bonitas con tiempos de prueba y soledad. Ambas deben ser aceptadas y no quedarnos con una sola. En la realidad las encontramos “juntamente”.
Querría convidar a todos y hacer grandes fiestas… Cuando nos sentimos amados por alguien la vida se ve de otra manera, comienza una fiesta de la que nacerá la alegría de vivir, una virtud clave en la espiritualidad teresiana.
Detrás está la parábola del hijo pródigo, el padre saliendo a buscar a su hijo y organizando una fiesta de bienvenida.
Y de ahí aflora el deseo de comunicar a otros el mensaje, el don de trasmitir a otros la alegría de amor recibido gratuitamente, el apostolado.
En consecuencia, la transmisión del evangelio no procede de grandes estudios, ni de las reuniones, sino de la experiencia de ser amados.
A este asunto El Papa Pablo VI y el Papa Francisco escribieron dos textos esenciales.
En mi opinión, llegará un día en que el sacramento de la Confesión, luego llamado sacramento de la Reconciliación, será el sacramento del Amor De Dios.
Tanto gozo interior de lo muy íntimo del alma, y con tanta paz… La alegría interior y la paz profunda serán los “efectos” de una gracia tan grande capaz de transformar nuestra vida si la aceptamos humildemente y la recibimos con intensidad suficiente.
Y que todo su contento provoca a alabanzas de Dios… La oración de alabanza también es fruto del amor recibido. En el diccionario Teresiano de Tomás Álvarez leemos: “alabar, glorificar, cantar las misericordias de Dios, o bendecir y en cierto modo piropear su bondad, su magnificencia, su acción salvífica sobre ella y sobre los hombres todos. A veces unifica esas dos modulaciones doxológicas: ‘Sea por siempre bendito, amén, y glorificado’ (M pról. 3)”.
Otra frase dice: “Idéntico proceso aparece en el Castillo Interior, desde las moradas cuartas (c.1,6), hasta las séptimas (c. 3,6). En estas postreras moradas, Teresa propone a los grandes contemplativos como modelos de oración de alabanza. Entre ellos, a Elías profeta, o a santo Domingo y san Francisco: ‘aquella hambre que tuvo nuestro padre Elías de la honra de su Dios, y tuvo santo Domingo y san Francisco de allegar almas para que fuese alabado” (M 7,4,11).
Continuará
(Foto de Stock Photos. Música de Dvorak, la sinfonía 8, movimiento 3)
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