Vuelvo a repetir lo que creo haber dicho en más de una ocasión: la Iglesia ante las sucesivas crisis vividas ha optado siempre por atender a los pobres y a la gente que sufre, y enseñar la oración de meditación (además de la vocal). En la crisis de época actual la salida debe ser la misma.
El movimiento de los recogidos del siglo XVI pretendía también ofrecer a cualquier cristiano la posibilidad de vivir con la máxima perfección posible los preceptos del amor a Dios y al prójimo siguiendo de cerca los misterios de la vida de Jesucristo. En ese contexto debemos entender la tercera morada y la interpretación del relato evangélico del joven rico. A primera vista, la negativa del joven da la impresión de referirse a su riqueza.
Lo recogidos van más lejos, proponen al cristiano la entrega de todo, en especial del yo, al considerar que el seguimiento de Jesucristo con perfección no se limita a los consagrados o miembros de órdenes religiosas, sino a cualquier creyente.
De manera que, si queremos llegar al fondo del cristianismo, las terceras moradas son obligatorias, entre otras cosas, porque si las intentas vivir, olvidarás para siempre vivir en la superficialidad, tendrás una vida propia sin necesidad de vivir de la vida de otros.
Así entendido, el joven rico vivido nos conduce a tomar una decisión: intentaremos vivir con perfección el amor a Dios y al prójimo. Con tomar repetidas veces esa decisión, de repente se abrirá un mundo desconocido, el mundo del amor. Porque en la concepción de Teresa de Jesús el amor nace de la decisión de la voluntad. Hay grados, del conocimiento mutuo a la amistad y de ahí a los diferentes grados de amor adulto.
La decisión queda explicada del modo siguiente en los escritos de Teresa:
“aun es menester más para que del todo posea el Señor el alma, no basta decirlo, como no bastó al mancebo cuando le dijo el Señor que si quería ser perfecto” (M.3.1.6).
Es decir, debe ir acompañada de obras. Para conseguirlo habrá que bajar a lo interior, “en lo interior, pasad adelante de vuestras obrillas”.
No vale cualquier obra, aspiramos a “perseverar en esta desnudez y dejamiento de todo” (M.3.1.8). Querrá el Señor que conozcamos nuestra miseria:
“quiere Dios que sus escogidos sientan su miseria, y aparta un poco su favor, que no es menester más (M.3.2.2). El Señor nos va a pedir que dejemos todo por Él (M.3.2.4). Desnudos de todo lo que vamos dejando, señores de nuestras pasiones, ejercitando las virtudes “y que el concierto de nuestra vida sea lo que su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad sino la suya” (M.3.2.6).
Lo más difícil de entregar a Jesucristo son nuestras propias miserias. Lo explicaré más adelante aunque anticipo que bajaremos a lo profundo de nuestro yo para dejar a los pies de Cristo las limitaciones que no podemos corregir. No hay que entender estas frases tan rotundas como si se debieran cumplir de la noche a la mañana, son un proceso de donación de nosotros mismos al amor de Dios para que Él restaure lo necesario y lo llene de sí.
Conviene advertir que esta interpretación del joven rico está ya presente en los Cartujanos de donde con toda probabilidad lo aprende santa Teresa, tal y como advertí en un post anterior: “Continuar la Tercera Morada”.
Con ayuda del Espíritu Santo, poco a poco iremos haciendo vida lo dicho y lo que está por venir.
Un gran abrazo.
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