En mi opinión, la mejor definición de Dios en el Antiguo Testamento se encuentra en Isaías segundo (en la traducción de Schökel, Biblia del Peregrino): “El que anuncia el futuro de antemano. Yo, el Señor, que soy el primero, yo estoy con los últimos” (Isaías 41,4). No se trata de una teoría, ni de palabras huecas. El Antiguo Testamento es testigo de innumerables citas que confirman al Dios que creemos, cumplidor fiel de su propia definición personal. Su negativa tajante a los sacrificios de niños, la elección de personas sin importancia social como colaboradores suyos, la crítica firme de los profetas sociales contra las injusticias, la preocupación por atender a las “viudas y huérfanos”, estamentos menos favorecidos de la sociedad, contar con el pequeño David, último de los hijos que cuida el ganado; la elección de mujeres estériles, o de don nadies…, evidencian la elección de Dios de lo pequeño y despreciado, sus hijos predilectos.
Junto a la preferencia por lo pequeño y los últimos contemplamos también una historia de acercamiento de Dios al hombre. Si al comienzo Dios hablaba desde las nubes, luego se acercó al monte Sinaí y su presencia queda simbolizada en el arca de la alianza. Pese a los constantes incumplimientos de su pueblo, se fue acercando a los caminantes por el desierto. Su presencia en la “tienda del encuentro”, instalada en las afueras del campamento garantizaba su compañía y protección. Más tarde en el libro de los Números vemos que la tienda no se encuentra en las afueras del campamento, sino en el centro, en medio del pueblo. Dios se va acercando. Cuando llegaron a la tierra prometida se construyó un templo, una casa para Dios. En tiempos del rey David y su hijo Salomón hicieron posible la casa de Dios, custodiada por los sacerdotes y los levitas. Con la llegada de Jesucristo el templo pasó a ser Él mismo. Y por el bautismo todos los cristianos somos templo de Dios, peregrinos en tierra de paso, caminando hacía la nueva Jerusalén del cielo, el Reino de Dios. Para santa Teresa ese proceso lo hacemos desde el centro, lo más profundo de nosotros mismos, porque somos templo de Dios y cielo.
Jesucristo vino al mundo para enseñarnos a vivir a imagen y semejanza suya en la cual fuimos creados y criados. Su cercanía destruye el maleficio de una vida centrada en uno mismo y en el mal. Liberados de las cadenas que esclavizan podemos aprender a vivir si decidimos ser sus amigos (terceras moradas). No nos va a dar unas normas que ya están en el Antiguo Testamento y él mismo asume, sino un estilo de vida radicalmente nuevo. Nos va a enseñar a ver la vida con los ojos de Dios que son los de Jesús de Nazaret. El centro de esa vida nueva está en su vida misma, desde su nacimiento como niño en un pesebre, hasta su exaltación a los cielos, donde sentado a la derecha del Padre, intercede por nosotros, nos envía su Espíritu, mientras construimos unos cielos nuevos y una tierra nueva, esperando su vuelta definitiva. El estilo de vida aprendido nos cambia la vida radicalmente si somos dóciles a su palabra, porque lo primero que va a enseñarnos es a ver y oír.
La Biblia entera clama contra los que “tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen”. Aprenderemos a ver desde abajo, viviremos una espiritualidad de “ojos abiertos”, desde los pesebres desnudos del mundo y los crucificados. No. No es una moral lo que aprendemos, no son normas. El centro de la nueva vida está en el encuentro personal con Jesucristo, en la comunicación con Él desde lo profundo de nosotros (oración de recogimiento). En los evangelios iremos viendo por medio de la oración las opciones de Jesús (siempre desde su Humanidad sagrada), su relación con las personas, los enfrentamientos ante las injusticias, los cuidados y sanaciones a los que sufren, su honradez, etc.
Tampoco se trata de copiar literalmente lo que hace o dice. Nunca despreciará ni manipulará nuestra libertad. Él ha juntado en uno dos mandamientos que estaban separados en dos libros del Antiguo Testamento, amor a Dios y amor al prójimo y los ha elevado a categoría suprema. En ellos se resume la Ley antigua. Y añade algo que heredó y lo coloca en primer lugar: cumplir la voluntad de Dios. No es fácil a primera vista descubrirla. Será en la amistad con Él, en el diálogo interno de oración, en la comunicación con otros cristianos, en la palabra de Dios y la tradición de la Iglesia, donde en cada momento la iremos alumbrando. La Palabra definida en el Antiguo Testamento como el primero que está con los últimos se hace carne y sangre en Jesus de Nazaret, que ha venido a darnos luz y vida (prólogo al evangelio de Juan). Jesucristo nuestro modelo como cristianos, y otros seguidores suyos, nos han enseñado que la genialidad no consiste en inventar todo, sino en la capacidad para asumir el espíritu de una época, digerirlo despacio y devolverlo enriquecido, llevando hasta el extremo lo recibido. El amor ha de incluir al enemigo, el perdón debe practicarse hasta el infinito, en defensa de la mujer prohibirá el divorcio, servir y dar la vida será el objetivo último, salir de nuestro yo y pasar del narcisismo a la donación de sí, etc. Teresa de Jesús a esa transformación personal le llama “efectos”, y a nuestros actos consecuencia de la relación con Él, “finalidad”. Lo que procuramos hacer cada día.
Itinerario Espiritual
Si te unes por primera vez a esta aventura de amor humano y divino, lee las entradas desde el principio del Blog.
No encontrarás una especie de recetario de cocina, ni un conjunto de normas.
Sí te garantizo que encontrarás una forma de vivir, en amistad con Jesucristo, de la mano de Teresa de Jesús.
Sea cual sea tu situación de partida, eres bienvenido.
2 Comentarios
Walaaaa!!!
Gracias por acercarnos el Cielo una vez más ,Padre Antonio.
Gracias
A ti por seguir un itinerario espiritual