(El escrito de María Noel es un bello ejercicio donde confluye el misterio de Dios-Amor-Incondicional con la psicología moderna y Santa Teresa de Jesús. Gracias por dejarnos publicar tu artículo con la autorización de la revista de lengua inglesa donde ha sido publicado)
Somos relacionales por naturaleza. La relación es constitutiva del ser humano, incluso se podría decir que antes de ser “racionales”, de desarrollar la razón, tenemos que desarrollar un vínculo. Nacemos preparados para entrar en relación, siendo condición necesaria para que nuestro cerebro madure y para lograr nuestra supervivencia. La teoría del apego (Bowlby), ilumina nuestro “ser en relación”, comprendiendo el desarrollo humano como proceso relacional. El apego, que no tiene nada que ver con el estar “apegado” a algo o alguien de manera negativa, es “toda conducta por la cual un individuo mantiene o busca proximidad con otra persona, considerada como más fuerte y más capacitada. Se caracteriza también por la tendencia a utilizar al cuidador principal como una base segura, desde la cual explorar los entornos desconocidos, y a la cual retornar como refugio en momentos de alarma” (Bowlby, 1980). Ese cuidador principal, en el mejor de los casos nuestra madre o padre, es quien nos saca de nuestros momentos de estrés -hambre, sueño, frío, etc.- cuando somos bebés. La experiencia que tenemos cuando nos sentimos mal, y alguien acude a nuestro llamado, da un sentimiento de agencia frente al mundo que nos rodea. Nos regula emocionalmente, generando una confianza básica que nuestro malestar será calmado, que no durará mucho, que con alguien nos vamos a sentir mejor. Lo contrario puede ser devastador. Este vínculo primario es necesario incluso para una supervivencia plenamente humana como seres sociales, sensibles, conectados, capaces de relacionarnos con los demás.
Estos intercambios mutuos que se van dando entre cuidador y bebé, al cabo de un tiempo se internalizan, logrando lo que se llama un “modelo operativo interno” (Bowlby, 1969), que formará parte de un modo de estar en relación, de “ser con el otro”. La experiencia de apego no permanece solo como un recuerdo, sino que en cierta manera continúa estando presente, transfiriéndose a otras relaciones. Esto es debido a que dichos modelos operativos internos organizan la experiencia subjetiva, y nos llevan a preguntarnos: ¿soy digno de ser amado?, ¿me hará caso el otro?, ¿me aceptará?, ¿le interesará lo que diga?, ¿vendrá en mi ayuda si lo necesito?, etc. Las respuestas a estas preguntas estarán basadas en las experiencias que hayamos tenido. Por lo cual, nuestra identidad además de ser intrapsíquica, es intersubjetiva.
Lo esperable es que el bebé cuente con una “base segura” a quien recurrir, sabiendo que el adulto es responsivo, suficientemente bueno, que brinda sostén, que regula en momentos de alarma y que junto a él se vuelve a la anhelada calma. De diferentes maneras eso lo necesitamos durante toda la vida. Somos frágiles y necesitados de los demás, siempre. Si hemos sido medianamente satisfechos, con la presencia de un cuidador principal óptimo, sensible y contingente, podremos con los demás, sentirnos seguros, ser nosotros mismos, tener confianza. De lo contrario, si la persona no ha sido atendida sensiblemente, o no tiene la certeza de haber sido amada establecerá las relaciones con la ilusión de obtener amor, consideración, atención. Vivirá con esta sed y podemos darnos cuenta de las consecuencias. Estará pendiente de que la figura de apego no lo abandone, utilizando cualquier tipo de estrategia para lograrlo. O en caso contrario, “desconectar” y no recurrir a ella. Todo esto, es muy complejo y excede este artículo, pero forma parte de las necesidades, deseos, angustias, dinámicas interpersonales, que nos acompañarán en nuestras relaciones con los demás.
Si bien el apego se da durante toda nuestra vida, la persona con quien tenemos esa relación varía. Al principio son los padres, a medida que vamos creciendo puede ser un docente, un amigo, la pareja, nosotros mismos figuras de apego de otros, pero la función que se cumple es siempre la misma: brindar sostén, calmar y regular emocionalmente. Lo más alentador de todo esto, es que en el caso de que las experiencias no hayan sido positivas, esos patrones se pueden modificar a la luz de nuevos vínculos. No estamos determinados.
Para argumentar esto, nos apoyamos en las neurociencias, concretamente en la “plasticidad neuronal” (Ansermet, F, y Magistretti, P), como la capacidad del cerebro de ser modificado por la experiencia. Con una nueva experiencia de un vínculo profundo, se pueden transformar las huellas de uno anterior. Donde hay una auténtica conexión persona a persona, cada vez más especial, profunda y única, esa relación es transformadora ya que se van gestando nuevas formas de “estar con” el otro. Esto nos invita a creer que tenemos el potencial de trascender los límites de nuestra propia historia, rompiendo las cadenas que pueden transmitir inseguridad, desconfianza, temor,etc. Esto en lo que se refiere a nosotros, pero además tener la posibilidad de ayudar a cambiar patrones disfuncionales en las personas con quienes nos relacionamos. De esta manera la teoría del apego nos ayuda a comprender cómo nuestros vínculos nos hacen ser quienes somos y cómo nos ponemos en juego en nuestras relaciones con los demás. Dice San Juan de la Cruz: “¡Ay, quién podrá sanarme!” (C6). No es una terapia concreta, ni una medicina, es una relación profunda e íntima con alguien, lo que repara y sana.
Teresa de Jesús, maestra en las relaciones interpersonales
La relacionalidad, además, es la característica central del Dios de los cristianos. Creados a “imagen y semejanza” de un Dios amor, de un Dios trinitario -tres personas en relación- , podríamos decir que “somos relación” (M.Herráiz). Eso nos lo expresan los místicos, personas que conocen el misterio de la comunicación divina hasta vivir una íntima y estrecha relación con Él. Se sienten plenamente amados por Dios, aceptados, acogidos por esa comunidad de personas divinas. Experimentan que Dios tiene el rostro de quien solo sabe amar. La mística es la ciencia del amor.
Teresa de Jesús, monja, mujer y mística del SXVI, supo traspasar los muros de la clausura con sus fundaciones, con sus escritos, y con su extraordinaria capacidad de relación. Eso le sirvió también para su relación con Dios. Nos cuenta que fue hija preferida, que las hermanas la valoraban por su simpatía, que siempre estaba dispuesta al servicio a los demás, que tenía gracia en su conversación, y eso la hacía agradar y a la vez sentirse amada, “solía ser amiga de que me quisiesen bien” (CC3,2). En sus cartas vemos que se desenvuelve tanto con mercaderes, como con el Rey. Desnuda su alma sin pudor – novedosa manera para su época- ante los lectores, ante sus hermanas, confesores e inquisidores. Saberse amada por los demás y por Dios le genera una confianza básica que la desborda. El ser humano aprende a amar, siendo antes amado por esos cuidadores principales, como hemos comentado antes. En la vida espiritual es también así: caemos en la cuenta de la previa atención amorosa de Dios, y tras eso viene la respuesta humana a la iniciativa divina. Este es el estilo de Dios, nos ama haciéndonos capaces de amar.
Ella solo quiere contar las maravillas que Dios ha hecho con ella. Y nos invita a todos a experimentar esa relación transformadora, sabiendo que si nos determinamos a seguirlo, nadie queda defraudado. Nos acerca un Dios que permanentemente está queriendo relacionarse con nosotros: “Nunca, hijas, quita vuestro Esposo los ojos de vosotras… no está aguardando otra cosa sino que le miremos, tiene en tanto que le volvamos a mirar, que no quedará por diligencia suya” (C26, 3). Siempre pendiente. Si conectamos con lo que hemos tratado de la teoría del apego, Dios sería una figura de apego segura, con quien se podría experimentar una relación en la que hay Alguien capaz de amarnos tan incondicionalmente como lo necesitamos. Y acercarnos a Él, relacionarnos con Él, nos transforma. La religión basada en un conjunto de prácticas piadosas no nos hace mejores personas, sino que lo que es transformante es el encuentro íntimo con Dios. En la vida mística Él siempre es el protagonista, el que se adelanta. Si de nuestra relación con Dios no sale de un yo renovado, un ser recreado, podremos hacer muchos actos piadosos, pero no son válidos, no llegan al fin. Es el ser lo que hay que recrear, de egocéntrico a alterocéntrico. Y solos no lo podemos lograr, es en relación.
Maestra de espirituales, Santa Teresa habla de la oración -conducta de apego-, como “tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V8,5). Amistad, término con el que ella define su relación con Dios. Nos relata su experiencia diciéndonos que como consecuencia de esta, su vida estaba “muy mejorada y con más fortaleza” (V28,18), “me veía otra en todo” (V27,1).
Relación de acogida y de donación. Recogimiento que nos va moldeando nuestra personalidad. Teresa de Jesús nos enseña a tomar conciencia de una Presencia, Alguien que está con nosotros, pero que la sobrepasa, y que a la vez la lleva a lo humano auténtico, verdadero, al prójimo.
El inicio de la mística es el comienzo de esa “otra vida”, de una comunión de anhelos y trabajos con Jesús. Teresa nunca pierde de vista que la gloria de Dios es la salvación del hombre entendida como asunción de la comunión de vida trinitaria, participar de esa relación. Y aclara que el camino místico no consiste en construir “torres sin fundamento”, sino crecer en el amor. “No se trata de pensar mucho, sino de amar mucho” (4M1,7). Su estilo siempre es muy llano, directo y casi diríamos sencillo, incluso cuando habla de temas espirituales. Lo esencial de su mística, se resumiría en “que no, hermanas, no; obras, quiere el Señor, y que si ves a una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada en perder esa devoción … “ (6M 3,11). Siempre el Tú de Dios, nos va a referenciar al prójimo, al hermano. La vida mística no excluye nada de lo que integra la vida humana.
La amistad, no tiene término totalitario, siempre está en camino, por lo cual este proceso nunca culmina en esta vida, siempre estaremos comprometidos a más. De esta manera crecen las relaciones en interioridad, se sanan y vivimos más en plenitud nuestra relación constitutiva con Dios. Ese Dios que no se agota, que siempre es misterio.
María Noel Firpo
marianoelfirpo@yahoo.es
Bibliografía
Ansermet, F. y Magistretti, P., “A cada cual su cerebro. Plasticidad neuronal e inconsciente”, Katz (2012)
Bowlby, J. (1969), El vínculo afectivo. Buenos Aires, Paidós
Bowlby, J. (1980), La pérdida afectiva. Buenos Aires, Paidós.
Santa Teresa, Obras completas, Ed. Maximiliano Herráiz, Sígueme, 2015. Siglas de las obras de Santa Teresa.
C: Camino de Perfección
CC: Cuentas de Conciencia
M: Moradas
V: Libro de la Vida
San Juan de la Cruz, Obras completas, Ed. Maximiliano Herráiz, Sígueme, 1992 Sigla de la Obra
C: Cántico Espiritual (B)
(La foto es de fauxels en pexels.com)
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