Santa Teresa de Jesús nos cuenta en las sextas moradas hasta donde puede llegar un alma entregada al amor divino. No se explaya en explicarnos cómo llegar ahí, los largos procesos que la llevaron a tan maravillosos resultados. Quedan muchos cabos sueltos. Sabemos que la oración es la puerta de entrada, junto al crecimiento de las virtudes y su aplicación a nuestra vida.
Hemos de reconstruir los procesos de gestación de las hablas, rellenando como podamos los diferentes pasos a dar por el creyente. Es lo que ahora vamos a intentar. Porque no solo estamos ante una maestra de la mística, sino, además, ante una “facilitadora” de la experiencia religiosa.
Mucho nos puede ayudar a los creyentes descifrar el itinerario a seguir para llegar hasta la barrera del habla mística, gran misericordia del Señor, don inalcanzable sin que se nos dé por el mismo Dios.
Las hablas tienen el punto de partida en la oración. Concretando más, en las sagradas Escrituras. En el principio era la Palabra hecha carne que vino a vivir con nosotros, y el recuerdo de su vida quedó plasmado en los Evangelios y el Nuevo Testamento.
Ahí está el secreto de las hablas. Sin olvidar que el acceso libre a la Biblia traducida a lenguas vulgares no tuvo lugar en la Iglesia Católica hasta el siglo XVIII. Teresa tuvo unas dificultades para acceder a ellas, inimaginables para los cristianos actuales.
Primer paso. A base de escuchar o leer la Palabra, algunas frase, o palabra suelta, o gesto de Jesús nos llama la atención. Incluso parece que va dirigida a nosotros. Podemos no darle importancia y pasar por encima o detenernos un momento a pensar que está dirigida a mí. Sin apenas advertirlo, el Espíritu Santo está encendiendo una luz, mediante la cual, esas palabras pasan de ser un texto antiguo a inmiscuirse en nuestra vida.
Y así, con el paso del tiempo, vamos acumulando palabras o frases “que nos dicen algo”. Es como si la letra cobrara vida, y volara misteriosamente a nosotros. Por eso es tan importante al leer, escuchar o meditar la Biblia, estar atentos a las resonancias, indicaciones o llamadas que nos haga el Espíritu Santo.
Tan de verdad creemos que nos las dicen a nosotros que se quedan grabadas en la memoria. La mayoría las olvidamos, unas pocas quedan grabadas durante mucho tiempo. Algunas no las olvidamos nunca.
En ocasiones he hecho la prueba en grupos de poner en común las palabras o frases predilectas de la Biblia, las que creemos iban dirigidas a nosotros, y he comprobado la riqueza y variedad de frases del Antiguo y Nuevo Testamento que salen a relucir.
Apropiarnos de esas frases, hacerlas nuestras, y no olvidarlas durante mucho tiempo, o nunca, es el primer paso de una habla. Digamos que son hablas en embrión. Por obra y gracia del Espíritu Santo la Biblia comienza a hablarnos.
Por ejemplo, me ha llamado la atención la frase vocacional de Jeremías en el capítulo primero de su libro, después repetida a lo largo de su libro: “No tengas miedo, yo estoy contigo para salvarte y liberarte”. Da la impresión de que me la han dicho a mí en persona. La guardo, la aprendo y en un momento de riesgo, o de peligro, la recuerdo, la hago venir a mi pensamiento y la repito por la calle en voz baja. Estoy personalizando la Palabra de Dios.
Ahora adquiere su verdadero significado la oración de las tres primeras moradas (vocal, de meditación y de recogimiento). Han favorecido el encuentro personal con Jesucristo, el conocimiento de la Palabra de Dios y su forma de entender la vida.
Incluso si llegamos a las cumbres más altas de la mística en las sextas y séptimas moradas, o si la oración de contemplación se ha convertido en habitual gracias a las moradas místicas, siempre recurriremos, un día sí y otro también a la lectura atenta de la Palabra de Dios propuesta por la Iglesia para cada día del año.
Segundo paso. Seguimos una tradición milenaria. Si perseveramos en la oración la comprensión de la Palabra irá evolucionando. Al principio parecía que nos bastaba con los relatos evangélicos, donde se daba el encuentro de Jesús con personas.
Gradualmente el abanico se va ampliando, los salmos, el diálogo de Abrahán, los susurros con los que Dios se dirige a Elías, el primer profeta, los relatos históricos tan difíciles de comprender al principio, las palabras dichas a Samuel, la vocación de Ezequiel o de Jeremías, las palabras íntimas de Yahvé del profeta Isaías, etc.
Todo comienza a hablar. Llegará un momento, en el que, ayudados por la gracia, cualquier texto nos daría para estar meditando horas y días. Tendremos ganas de leer libros enteros de la Biblia, porque su lectura y meditación no sabrán “dulces como la miel” como le sucedía al profeta y sacerdote Ezequiel.
La acumulación de frases que nos hablan irá aumentando, la mayoría las olvidaremos de una día para otro, aunque siempre quedarán algunas grabadas a fuego. Son las predilectas, las que van a guiar nuestra vida cuando las vayamos integrando en el vivir diario.
Quienes siguen la espiritualidad de santa Teresa de Jesús saben desde las primeras, segundas y terceras moradas dejar un tiempo para la contemplación, después de meditar. Es bueno incorporar esas palabras clave al tiempo de meditación o contemplación; forman parte del diálogo con el Señor. De este modo la conversación se va enriqueciendo con los textos bíblicos.
Tercer paso: La llegada de las hablas. Son un don del Espíritu Santo. No se pueden forzar ni buscar. Un día sin venir a cuento, de improviso, en cualquier momento del día, sobreviene de repente una de las frases o palabras asimiladas, bien de las que creíamos olvidadas, o de las que fueron grabadas a fuego. Parece que alguien te habla dentro sin hacer nada. Esa puede ser un habla mística, si cumple los requisitos establecidos por Teresa en los dos capítulos comentados hace unos días M 6.3 y V 25).
Siempre deberán estar ancladas en la realidad de quien las recibe. Vendrán en su ayuda respondiendo a alguna de sus necesidades. Muchos creyentes las tienen sin saber lo que son. No por eso son mejores que los demás. Si incitan a obrar, nunca se llevarán a la práctica sin consultar al menos con una persona.
Se convertirán en algo confidencial. Cuando acuden a consultar y llegan avergonzados, con miedo a que los traten por locos, es signo de veracidad. Si son contrarias al decir de la Iglesia, o se publicitan en el mercado, o se pone un tenderete en la entrada de la catedral para vender algo, o pretenden dañar al alguien, o se creen por eso superiores al común de mortales, seguro que son falsas.
Si son ciertas, se guardan en secreto y benefician a otros desinteresadamente, tienen muchas posibilidades de ser de Dios.
Las hay de diversas intensidades, siempre relacionadas de un modo u otro con la Biblia. Las que jamás van a olvidarse traen consecuencias positivas, por ejemplo las que escucha Teresa, “Ya eres mía y yo soy tuyo”, o “no temas”.
Luego están las que nacen en medio de la conversación con Jesucristo. ¿Cómo saber si son de Dios? En un próximo post nos centraremos en ellas.
Notas finales
. La Iglesia del futuro se construirá con personas que sigan un itinerario espiritual y hayan sido capaces de romper el individualismo reinante y se junten a rezar.
. Se puede argüir que no hemos estudiado Biblia y somos incapaces de leerla de esta manera. El argumento no sirve. El mejor especialista en Biblia del mundo se encuentra ante el texto tan desvalido como cualquiera, cuando se pregunta por el significado para su vida de un relato bíblico.
. Para quienes no somos especialistas en la Biblia es bueno adquirir una con notas. La traducción dirigida por Luis Alonso Schöekel en tres volúmenes se puede conseguir en librerías, o descargar en internet. Hay una versión para Latinoamérica.
. Aprender a leer la Biblia con cursos es muy interesante. Aunque nada evitará enfrentarnos un día con la Palabra cara a cara.
. Leer los comentarios de otros siempre nos enriquece, como hacemos cada domingo escuchando a Javier Lacasta. Eso no impide de ningún modo ser nosotros mismos quienes vayamos descubriendo su riqueza. Hay que dar ese paso sin miedo.
. La Biblia la leemos en la Iglesia Católica, dentro de ella, con su santidad y pecado. Ayer celebramos el tercer domingo del tiempo ordinario, en el que la Iglesia dedica la eucaristía a “la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios”, (Fiesta instituida por el Papa Francisco); junto a la Semana por la Unidad de los Cristianos.
(Una música para acompañar la lectura, de Rachmaninov. Al escribir estas líneas he recordado una película rusa, Ostrov (La isla), subtitulada. El protagonista es un monje ortodoxo, muy especial, que llega a hablar con los demás con palabras exactas de la Biblia. Dios se sirve de una concepción del pecado enfermiza para convertirlo en un hombre de Dios. Por último, las fotografías de las últimas hablas, continuación de las colgadas en el post anterior.







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