Comentario al segundo capítulo de las sextas moradas de Teresa de Jesús
Vamos a intentar explicar cosas muy subidas en el mundo del amor. En primer lugar intentaré aclarar el capítulo tal y como se nos presenta; en segundo lugar, situaremos estas experiencias en la tradición de la Iglesia.
Por último, bajaremos a la realidad para aquellas personas que no hayan gustado de esos dones tan altos y comprenderemos las múltiples aplicaciones que tiene para la vida diaria del común de mártires.
(Las palabras entrecomilladas y en negrita son las usadas por Teresa).
Seguimos en el mundo del “deseo” de Dios descrito en el primer capítulo de las sextas. La “palomita” nacida en las quintas moradas gracias a la “muerte sabrosa” desea volar alto. Muriendo comenzó a resucitar y el deseo de Dios anda crecido.
El Señor quiere que lo desee más. ¿Cómo lo hace? “Llamar” y “despertar” serán los dos verbos utilizados. Desde desde las séptimas moradas donde vive; desde el centro del alma. Bien con un “silbido” profundo (como en las cuartas moradas), o con “centellas” de fuego, mucho más habitual en las sextas, símbolo predilecto del Espíritu Santo.
Trata Teresa de explicar un proceso que va a durar años. Un proceso en dos etapas. Para ser más concreto, el primero comienza recién iniciada su conversión a los 39 años (1554), y dura hasta la llegada del matrimonio espiritual en 1572, cinco años antes de escribir las moradas (1577).
A la primera etapa de larga duración corresponden las tres maneras de despertar el alma del capitulo segundo de las sextas. No debemos entender que sucedan una vez, es una larga y reiterada llamada de Dios llevada a cabo en múltiples experiencias Al principio no dejan de ser bastante misteriosas. Van evolucionando y clarificando conforme pasa el tiempo.
La primera experiencia en su forma más sencillaTeresa la denomina “inflamación deleitosa”:
“También suele nuestro Señor tener otras maneras de despertar el alma: que a deshora, estando rezando vocalmente y con descuido de cosa interior, parece viene una inflamación deleitosa, como si de presto viniese un olor tan grande que se comunicase por todos los sentidos (no digo que es olor, sino pongo esta comparación) o cosa de esta manera, sólo para dar a sentir que está allí el Esposo; mueve un deseo sabroso de gozar el alma de El, y con esto queda dispuesta para hacer grandes actos y alabanzas a nuestro Señor. Su nacimiento de esta merced es de donde lo que queda dicho; mas aquí no hay cosa que dé pena, ni los deseos mismos de gozar a Dios son penosos: esto es más ordinario sentirlo el alma” (M 6.2.8).
En definitiva, se trata de la conciencia de estar con Jesucristo, sentir su presencia con una intensidad desconocida hasta el momento en medio de los quehaceres de la vida. Un don de amor que sobreviene inesperadamente. El deseo de Dios crece. No hay pena, ni dolor, eso vendrá después.
La segunda, menos frecuente y más fuerte, cuando, de repente, un “ímpetu” nace de dentro, como una saeta que cruza el espacio, como un fuego de amor, o un deseo violento de Dios que inunda todo. La persona experimenta un gran “dolor” y “gozo” al mismo tiempo; la aflicción le produce una “herida” en lo hondo, una herida de amor. Para decirlo en dos palabras: es una experiencia de “amor” sin “dolor“. En la historia de la mística se le llama “herida de amor”. Dura poco tiempo al principio:
“muchas veces estando la misma persona descuidada y sin tener la memoria en Dios, Su Majestad la despierta, a manera de una cometa que pasa de presto, o un trueno, aunque no se oye ruido; mas entiende muy bien el alma que fue llamada de Dios, y tan entendido, que algunas veces, en especial a los principios, la hace estremecer y aun quejar, sin ser cosa que le duele. Siente ser herida sabrosísimamente, mas no atina cómo ni quién la hirió; mas bien conoce ser cosa preciosa y jamás querría ser sana de aquella herida. Quéjase con palabras de amor, aun exteriores, sin poder hacer otra cosa, a su Esposo; porque entiende que está presente, mas no se quiere manifestar de manera que deje gozarse. Y es harta pena, aunque sabrosa y dulce; y aunque quiera no tenerla, no puede” (M 6.2.2).
Se experimenta a Dios y su presencia. Sabe estar recibiendo un cariño que la sobrecoge; sin embargo, no puede disfrutarlo, Dios se oculta rápido. Por primera vez la define como “pena sabrosa”. Tiene grandes resonancias del profeta Oseas. Reconoce estar en la presencia amorosa de Dios, mas no se quiere manifestar de manera que deje gozarse. Hay que destacar cómo dos cosas diferentes presencia y ausencia se dan en una misma experiencia, provocando una “herida”.
Hay una tercera manera dentro de la primera etapa. En las tres colabora la persona aportando un deseo de Dios muy grande; en la que vamos a ver “se está deshaciendo de deseo”. Sin visión, ni imaginaria, ni intelectual se ve atravesada hasta las entrañas:
“Hace en ella tan gran operación, que se está deshaciendo de deseo y no sabe qué pedir, porque claramente le parece que está con ella su Dios.
Diréisme: pues si esto entiende, ¿qué desea, o qué le da pena?, ¿qué mayor bien quiere? – No lo sé; sé que parece le llega a las entrañas esta pena, y que, cuando de ellas saca la saeta el que la hiere, verdaderamente parece que se las lleva tras sí, según el sentimiento de amor siente. Estaba pensando ahora si sería que de este fuego del brasero encendido que es mi Dios, saltaba alguna centella y daba en el alma, de manera que se dejaba sentir aquel encendido fuego, y como no era aún bastante para quemarla y él es tan deleitoso, queda con aquella pena y al tocar hace aquella operación; y paréceme es la mejor comparación que he acertado a decir” (M 6.2.4).
En presencia de Dios, con el deseo en carne viva, siente un gran amor y a la vez una gran pena. Del fuego divino salta una centella, el Espíritu Santo. Estamos en las moradas del fuego, del amor apasionado. Pena y gozo juntos.
El lector queda maravillado sin terminar de entender y se acumulan las preguntas:
¿Estas experiencias las viven los humanos sin entender de mística? ¿tienen un trasfondo humano?
¿Por qué introduce Teresa este capítulo cuando no lo ha hecho en los textos paralelos de V 20 y R 5?
¿Si la razón de este proceso intenso de presencia-ausencia se verá resuelto en la segunda etapa del proceso, en concreto en M 6.11.2, qué nos quiere enseñar con el capítulo segundo?
¿Cuál es la relación con la experiencia de la transverberación de V 29?
Prefiero dejar el enigma en el aire, e intentar dar respuestas en post posteriores. Así tendremos tiempo de leer detenidamente el capítulo segundo y llegar a nuestras propias conclusiones.
Dos cosas adelanto. Incrementar todo lo posible en nosotros el deseo de Dios es harto beneficioso. Aprovechar el tiempo de pandemia con la celebración cristiana de la navidad, también. Por otra parte , estoy firmemente convencido de que la experiencia de amor místico está abierto a todos los cristianos. Y que Teresa puede facilitarnos mucho nuestro camino.
(continuará)
(Fotografía de Nadezhda Diskant en https://www.pexels.com/es-es/)
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