Voy a exponer el capítulo 7 de las moradas sextas; tiene un paralelo en el libro de la Vida, capítulo 22. Juntos resumen lo más importante del pensamiento Teresiano sobre Jesucristo, en concreto la “sacratísima Humanidad”.
Se presenta en dos partes, de los números 1 al 5, donde tratará del pecado pasado; y del 5 al 15, los números esenciales, donde encontraremos su vivencia de la Humanidad de Cristo y aplicación a la oración de contemplación.
Por recordar algo de lo dicho en blogs anteriores, estamos intentando aprender la oración de contemplación de la mano de Teresa de Jesús, y a vivir desde el amor que Dios nos tiene. Coincidiendo Teresa con el teólogo Urs Von Balthasar, nos hemos decidido a aceptar el reto de vivir desde el amor incondicional que Dios nos tiene a cada uno. Es una oferta grandiosa, difícil de creer. Sin embargo, hemos visto al Papa Francisco considerarla la opción fundamental para el presente y futuro del cristianismo. “Enlace al Post Una nueva interpretación de las sextas moradas….”
Ella nos las presentará en sus grados supremos. Nosotros intentaremos vivirlas hasta donde el Espíritu Santo considere oportuno conceder la gracia.
En la universidad de la vida presencio cada día la resurrección de los muertos al ofrecer la propuesta y sellarla con el sacramento del Amor de Dios, el de la Reconciliación. El abandono total en el misterio de Cristo da una dimensión inaudita a la vida, levanta a los que están caídos, nos pone de pie, recupera la dignidad de las personas hundidas en la culpa, se convierte en la puerta de acceso a las sextas moradas, vivir desde un amor dado, gratuito, anterior a nuestras incompetencias, miserias y pecados. Su fuerza revoluciona lo más íntimo de las personas. Cada vez la vida me confirma que el cristianismo actual tiene en el amor de Dios su fuerza revolucionaria.
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Los cinco primeros números del capítulo 7 intentan dar respuesta a la pregunta, ¿qué hacer con nuestras equivocaciones, pecados y culpas pasadas? La respuesta es bien clara:
“el dolor de los pecados crece más, mientras más se recibe de nuestro Dios” (M 6.7.1)
Se puede comparar con la entrada por la ventana a través del cristal de una luz de atardecer que deja al descubierto cualquier mota de polvo. No aprieta tanto el pecado en sí, sino “cómo fue tan ingrata a quien tanto debe y a quien tanto merecer ser servido”. “Mucho más se acuerda de esto que de las mercedes que recibe, siendo tan grandes como las dichas y las que están por decir” (M 6.7.2).
El daño causado ha sido superado y vencido por el Amor incondicional de Dios y, sin embargo, está ahí, no se olvida. “Yo sé de una persona (ella) que, dejado de querer morirse por ver a Dios, lo deseaba por no sentir tan ordinariamente pena de cuán desagradecida había sido a quien tanto debió siempre y había de deber” (M 6.7.3).
“En lo que toca a miedo del infierno, ninguno tienen (…). Todo su temor es no las deje Dios de su mano para ofenderle y se vean en estado tan miserable como se vieron en algún tiempo” (M 6.7.3).
“Yo no tendría por seguro, por favorecida que un alma esté de Dios, que se olvidase de que en algún tiempo se vio en miserable estado (…). Para esta pena ningún alivio es pensar que tiene nuestro Señor ya perdonados los pecados y olvidados; antes añade a la pena ver tanta bondad y que se hacen mercedes a quien no merecía sino infierno. Yo pienso que fue éste un gran martirio en San Pedro y la Magdalena; porque, como tenían el amor tan crecido… (M 6.7.4).
La herida ha quedado cicatrizada, no supura, Dios ha perdonado y olvidado. No obstante se hace presente como agradecimiento, dolor por el daño causado. No se olvida. Y motor para suplicar que no nos deje nunca de su mano y volvamos a tiempos anteriores.
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Destaco los párrafos y frase más importantes, desde el número 5 hasta el final del capítulo. Puede servir de introducción a una lectura personal.
“También os parecerá que quien goza de cosas tan altas no tendrá meditación en los misterios de la sacratísima Humanidad de nuestro Señor Jesucristo, porque se ejercitará ya toda en amor. – Esto es una cosa que escribí largo en otra parte, y aunque me han contradecido en ella y dicho que no lo entiendo, porque son caminos por donde lleva nuestro Señor, y que cuando ya han pasado de los principios es mejor tratar en cosas de la divinidad y huir de las corpóreas, a mí no me harán confesar que es buen camino” (M 6.7.5).
La oración de contemplación es la forma más elevada de oración. Teresa descubre por experiencia el error de caer en una contemplación de la divinidad ajena a la vida y a la historia; una especie de silencio y de vacío que le parece muy peligroso, cercano a lo ofrecido por religiones orientales o basadas en la filosofía griega. De eso había escrito en Vida 22.
A continuación reivindica el papel determinante de la Humanidad de Cristo incluso en la oración de contemplación:
“apartados de todo lo corpóreo, para espíritus angélicos es estar siempre abrasados en amor, que no para los que vivimos en cuerpo mortal (…), cuánto más apartarse de industria de todo nuestro bien y remedio que es la sacratísima Humanidad de nuestro Señor Jesucristo (…) si pierden la guía, que es el buen Jesús, no acertarán el camino; harto será si se están en las demás con seguridad. Porque el mismo Señor dice que es camino; también dice el Señor que es luz, y que no puede ninguno ir al Padre sino por El; y «quien me ve a mí ve a mi Padre»” (M 6.7.6).
Niega que se pueda mantener una unión con Dios permanente, sin tener como base y principio la meditación de los misterios de la Pasión y la vida de Cristo:
“Hay algunas almas -y son hartas las que lo han tratado conmigo- que como nuestro Señor las llega a dar contemplación perfecta, querríanse siempre estar allí, y no puede ser; mas quedan con esta merced del Señor de manera que después no pueden discurrir en los misterios de la Pasión y de la vida de Cristo como antes. Y no sé qué es la causa (…) mas será imposible, en especial hasta que llegue a estas postreras moradas, y perderá tiempo, porque muchas veces ha menester ser ayudada del entendimiento para encender la voluntad” (M 6.7.7).
Es imposible vivir en un éxtasis continuo. Ni siquiera en lo más sublime de la oración. Permanecer en una unión ficticia daña el alma. Hay que volver siempre a encender el fuego desde la voluntad, ayudados por la Palabra de Dios:
“sino que nos ayudemos en todo lo que pudiéremos. Y tengo para mí que hasta que muramos, por subida oración que haya, es menester esto” (M 6.7.8).
Para quien entra por pura gracia en las séptimas moradas cambia la situación. El siguiente párrafo es muy importante porque adelanta lo que viviremos: La presencia casi permanente de la unión de lo Humano y lo Divino de Jesucristo:
“Verdad es que a quien mete ya el Señor en la séptima morada, es muy pocas veces, o casi nunca, las que ha menester hacer esta diligencia, por la razón que en ella diré, si se me acordare; mas es muy continuo no se apartar de andar con Cristo nuestro Señor por una manera admirable, adonde divino y humano junto es siempre su compañía. Así que, cuando no hay encendido el fuego que queda dicho en la voluntad ni se siente la presencia de Dios, es menester que la busquemos; que esto quiere Su Majestad, como lo hacía la Esposa en los Cantares” (M 6.7.9).
El número 10 nos ofrece una definición de la oración de meditación inolvidable. Sirve para quienes conocen lo suficiente los evangelios y van pasando de un misterio a otro meditando. El número 11 sigue en lo mismo.
El 12 nos enseña el salto de la meditación a la contemplación. Ella usa el término “suspensión” que equivale a merced “sobrenatural”, a “regalo” dado por el Espíritu Santo.
“Si de aquí la suspendiere el Señor, muy enhorabuena”
La insistencia en partir siempre de la Palabra de Dios es una constante en el método Teresiano de oración, incluso en la oración de contemplación como nos va diciendo:
“Pues créanme y no se embeban tanto -como ya he dicho en otra parte- que es larga la vida, y hay en ella muchos trabajos, y hemos menester mirar a nuestro dechado Cristo, cómo los pasó, y aun a sus apóstoles y Santos, para llevarlos con perfección. Es muy buena compañía el buen Jesús para no nos apartar de ella, y su Sacratísima Madre” (M 6.7.13).
Otra razón a añadir, huir de la Humanidad sacratísima de Cristo equivale a huir de la historia, del sufrimiento de las personas, de los pobres, Teresa lo engloba en un término:“lo corpóreo”:
“Creo queda dado a entender lo que conviene, por espirituales que sean, no huir tanto de cosas corpóreas que les parezca aún hace daño la Humanidad sacratísima. Alegan lo que el Señor dijo a sus discípulos, que convenía que El se fuese. Yo no puedo sufrir esto. A osadas que no lo dijo a su Madre Sacratísima, porque estaba firme en la fe, que sabía que era Dios y hombre” (M 6.7.14).
Culmina el capítulo volviendo a su experiencia:
“sino a no gustar de pensar en nuestro Señor Jesucristo tanto, sino andarme en aquel embebecimiento, aguardando aquel regalo. Y vi claramente que iba mal; porque como no podía ser tenerle siempre, andaba el pensamiento de aquí para allí, y el alma, me parece, como un ave revolando que no halla adonde parar, y perdiendo harto tiempo, y no aprovechando en las virtudes ni medrando en la oración“ (M 6.7.15).
Conclusiones
Nos encontramos ante un paso decisivo en el mundo de la oración donde Teresa se enfrenta contra viento y marea con una concepción de la contemplación sin la compañía de Jesucristo. En el próximo post intentaré situar su posición en el contexto histórico y recurriré a san Ireneo. Coincide con ella sin que tengamos noticia de un contagio de su pensamiento. Teresa descubre su originalidad por experiencia, sin tener otra prueba que una conversación con alguien desconocido.
(La música es de Händel. El Cristo se conserva en el monasterio de San José de Ávila, atribuido a santa Teresa. Una vez más se trata de un Cristo recién resucitado)
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