
Debemos llevar en el equipaje todo lo que somos, bueno y malo. Historia, cultura, genes, virtudes, defectos, etc. Con nosotros entrarán formas de vida heredadas del mundo, ambición económica, deseo de poder, egoísmos, apetencia por trepar (preferimos cargar con una escalera, en lugar de cargar con las cruces), deseo infinito de conservar nuestro honor, etc. Teresa utiliza imagenes, lagartijas y serpientes ponzoñosas.
Al principio tendremos dudas, entraremos y saldremos del castillo, la tentación de vivir con los criterios del mundo serán muy fuertes. Al aceptar que somos creados a imagen de Dios y conocernos a nosotros mismos, debes comenzar a orar; puedes empezar con oraciones vocales, padrenuestro una vez al día, un avemaría, o una jaculatoria tomada de la Biblia o inventada por ti.
La oración la entenderemos como una comunicación, un diálogo de amistad con quién sabemos nos ama.
Para construir nuestra identidad nos miramos en diferentes espejos, familia, trabajo, aficiones… En este itinerario no debemos romper ninguno, ni somos una secta, ni somos fanáticos. Al contrario, añadiremos otro espejo dónde mirarnos: Dios Amor. Si tienes una imagen de Dios que te da miedo (temor servil, dirá Teresa), debes cambiarla por la de Dios Amor. A continuación, aceptaremos con la Iglesia que Jesucristo es el espejo dónde vamos a mirarnos para aprender a vivir de otra manera.
Aquí comienzan las exigencias fuertes. A través de la oración en sus formas diversas, imitaremos la forma de vivir de Cristo, incorporándolas a nuestra vida. Las virtudes de Jesús irán produciendo una transformación, llamada “efectos” por Teresa. Sin cambios de vida no hay espiritualidad válida.
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