Con la llegada de san Agustin (354-430) se abre un nuevo panorama en el proceso de interiorización y búsqueda del yo personal desde la experiencia. Su influencia va a ser enorme en la historia de la espiritualidad y en el pensamiento de santa Teresa.
Breve introducción a san Agustín
Le llegaron las ideas de Platón a través de Plotino; comprendió que la distinción de Platón entre lo corpóreo y lo incorpóreo, equivalía a la distinción cristiana entre el espíritu y la carne. El mundo de las Ideas de Platón serán para él los pensamientos eternos de Dios. La creación de la nada cristiana se comprende desde la idea de “participación” de Platón. Las cosas creadas reciben su forma a través de Dios, mediante su participación en las Ideas. El orden de la creación se realiza mediante el Verbo de Dios del primer capítulo del evangelio de san Juan, por tanto, con la Trinidad. El modelo de la semejanza con Dios se da también por Jesucristo.
Todo lo que existe es bueno y todo es creado para el bien, copiando a Platón la Idea del Bien. La Idea de Dios y la Idea del bien se simbolizan para ambos con el símbolo del sol, por la imposibilidad de mirarlo fijamente. La razón puede contemplar el Bien creado y los humanos pueden respetar y amar ese orden. En ambos se interpone la excesiva preocupación por lo sensible, por las manifestaciones externas de la realidad. El alma ha de volverse y cambiar su mirada del deseo a las realidades superiores. “Nos transformamos en lo que amamos. ¿Amas la tierra? Serás tierra. ¿Amas a Dios?, entonces yo digo, serás Dios”, dirá Agustín. Lo decisivo será el amor en Agustín, no la razón como dice Platón, por eso la atención puede dirigirse a la caridad o a la concupiscencia. Son dos los amores a quienes podemos dirigir nuestra atención.
Otro cambio significativo va a ser el convertir en esencial lo “interior del alma”. Distingue entre el “hombre interior” y el “hombre exterior”. Los humanos han de prestar atención a sí mismos, son “seres interiores”. “No salgas afuera; vuelve a tí mismo. La verdad mora en el hombre interior”. El sendero hacia Dios está dentro, no fuera. A Dios puede conocérsele a través del orden creado y nunca directamente, salvo quizás en el éxtasis. La principal ruta para conocerle es “en” nosotros. La Luz De Dios no está ahí fuera, como en Platón, sino en la Luz interior, la Luz del alma.
El proceso de conocer es individual, cada uno se ocupa del suyo. Mirar el proceso es mirar al yo, adoptar una postura reflexiva.
La identidad del yo, saber quién soy, lleva consigo una moral, una forma de comportarme en la vida. Agustín nos enseña que el lugar central del conocimiento es la interioridad. De ahí emergen las fuentes morales. Para él las fuentes de la moral emergen cuando pasan por no valorar lo que es habitual en las personas: la riqueza, el poder, el éxito, el placer; y preocuparse desde el interior por la salud del alma. Una especie de cuidado del alma desde una postura reflexiva descubriendo lo que el mundo es “para” nosotros. El vuelco hacia la reflexión radical desde el yo interior hace de la teología de san Agustín una experiencia irresistible. Fue él quien introdujo en occidente y legó al pensamiento la reflexión radical desde la primera persona. Con ello inauguró una nueva vía para llegar a Dios, con el acceso a unas fuentes morales seguras. La Verdad mora dentro, y Dios es Verdad. Dios no solo se encuentra en el mundo, sino también, y más esencialmente, en los propios fundamentos de la persona; Dios se halla en la intimidad de la autopresencia, de manera implícita.
La idea de que Dios se encuentra dentro de uno mismo arrastra otra consecuencia: Muy dentro de nosotros anida una comprensión implícita que, después de bien reflexionada, se puede formular conscientemente. Se llama “memoria“. En su raíz está el “Señor interior”, la fuente que ilumina a cada persona que vienen al mundo. Al final de la búsqueda de uno mismo, si se llega hasta el final, el hombre encuentra a Dios. Con otras palabras, el alma encuentra a Dios en la raíz de la memoria. Al volverme hacia Dios escucho lo profundo de mi “memoria” y así recuerda el alma “que vuelva hacia el Señor como hacia la Luz por la cual fue tocada de algún modo, incluso cuando estaba alejada de él”. Según Gilson (uno de los mejores expertos) el camino de Agustín “conduce de lo exterior a lo interior y de lo interior a lo superior”.
“Dios está por encima de lo más alto que hay en mí y está en lo más hondo de mi intimidad”; “como el alma es la vida de la carne, así Dios es la vida bendita del hombre”. Agustín busca acercarse a la Trinidad desde el ser del hombre: Una analogía serán las potencias del hombre, mente conocimiento y amor; la mente se conoce a sí misma, y al hacerlo se ama, otra forma será desde la memoria, entendimiento y voluntad (la voluntad había sido bastante olvidada por Platón y los cristianos la recuperan). La memoria nos ayuda a recordar lo que implícitamente poseemos. Comprender mi yo es amarlo, sacar del pozo de la memoria lo que soy ayudado por la inteligencia. De ahí se llega a la voluntad y al amor a nosotros mismos. Entonces nos descubrimos imagen de Dios desde nuestro propio interior. Agustín desarrolla la importancia de la voluntad -idea más desarrollada por los estoicos que por el platonismo-, hasta convertirla en la potencia clave del alma. En consecuencia, la perfección moral requiere de la libre adhesión al bien, por el compromiso total de la voluntad. Estamos motivados por el amor a tender hacia el bien (Platón), aunque podemos desviarnos hacia el mal por los malos hábitos (Aristóteles). Agustín le llama los dos amores, al bien o al mal, debido al pecado de Adán. Para el elegir el bien la voluntad debe curar la tendencia a través de la gracia de Dios.
En este contexto se entiende la muerte mística. “No quieras esconderme tu rostro. Muera yo para que no muera y pueda así verte”, dice en las Confesiones. Él entiende esa muerte desde las visiones de Moisés (en Ex 33,12-23) y san Pablo. La muerte es algo indispensable para ver a Dios. Nadie puede gozar en esta vida mortal de Dios sin morir de alguna manera, separándose de todo lo que sea carnal. En definitiva son muy pocos los que llegan a morir del todo al mundo y a tener el rapto o visiones de Moises o Pablo. La plena visión queda reservada para después de la muerte física. La de esta tierra, todos los cristianos pueden llegar a ella. Solo los dos citados la han tenido con seguridad.
Al lado de esta muerte mística radical, san Agustín contempla otra en diálogo con un amigo y discípulo (Paulino de Nola), la “muerte evangélica”, imitando la pasión de Cristo. No hay mejor camino -dice su amigo Paulino en una carta-, para aprender a hacer la voluntad de Dios que seguir a Cristo en la cruz, muriendo voluntariamente al mundo. Por decisión propia, nos alejamos de los cantos de sirena que ofrece el mundo y nos preparamos a la muerte física, al encuentro cara a cara, para vivir con el Dios de Jesucristo. Es el amor, más fuerte que la muerte (Cantar 8,6), quien nos conduce al descubrimiento de ese tipo de muerte, mortificando el cuerpo. Agustín le contesta aceptando la propuesta, levantamos nuestras almas para vivir la muerte evangélica. Reconoce en Gal 6,14 y Col 3,3 este tipo de muerte.
Casi sin darnos cuenta se ha producido un cambio enorme en la historia del pensamiento occidental. Con Platón y Aristóteles las cosas son lo que son, la realidad pura y dura. Un vaso de agua es un vaso de agua. Y punto. En el momento que comenzamos a ver desde nuestro yo, cambiamos de óptica. Las cosas son en cuanto yo las miro. Tu ves un vaso de agua y yo veo un elefante. La realidad es lo que percibo desde mi yo. La interioridad nos conduce del objeto al sujeto, de las cosas a los ojos de quien las mira.
Será Descartes (1596-1650), el padre de la modernidad, el que anuncie una nueva revolución. Aunque acepta los postulados de Agustín, su famoso “pienso, luego existo” es una continuidad suya, gracias a los primeros avances de la ciencia, desvincula la creación y el cosmos de Dios. Se produce una desconexión con lo de arriba, con la parte espiritual del hombre. Éste puede investigar la naturaleza y el cosmos. Las fuentes de la moral y de la vida se deben buscar dentro de sí mismo. Esta idea tardó tiempo en surtir efectos secularizantes en la sociedad, a finales del siglo XVIII eran escasos los ateos. En los dos siglos siguientes el mundo antiguo se está desmoronando y se produce ante nuestros ojos la salida masiva de las religiones. El hombre moderno sigue en busca de su personalidad desde un yo perdido en la inmensidad, sin Dios. Y, sin embargo una nostalgia de Dios sigue latiendo ante un individualismo cerrado a la trascendencia. Volveremos sobre esto para ubicarnos como creyentes y tener muy claro el yo que debemos entregar a Dios en la muerte del gusano de seda.
Algunos autores de la Edad Media y la muerte de amor
En el segundo milenio son muchos los maestros espirituales que analizan la muerte mística, en un tiempo donde la muerte física está muy presente. Destacan tres: Bernardo de Claraval, Ludolfo de Sajonia y el maestro Eckart y sus discípulos.
Bernardo de Claraval (+1153), marca el segundo milenio, con su comentario al Cantar de los Cantares (sermón 52). Comenta la frase “Tiene la mano izquierda bajo mi cabeza y me abrazará con la derecha” (Cantar 2,6, escrita en el sermón 51).
El Amado Jesucristo abraza a la amada: “Por eso sostiene su cabeza desmayada con uno de sus brazos y con el otro la abraza, estrechándola contra su pecho. ¡Dichosa el alma que se reclina sobre el pecho de Jesús y descansa entre los brazos del Verbo”. “Él mismo guarda y vela sus sueño (…) ¿Acaso tu, hombre, has experimentado alguna vez en tus afecciones humanas algo más dulce que cuanto ahora se te revela desde el corazón del Altísimo? (…). No cabe en mí más alegría al ver que su majestad se digna descender a nuestra debilidad, hasta unirse con ella tan dulce y familiarmente; al ver que su soberana Divinidad inicia esas bodas con el alma desterrada y no rehúsa mostrarle el afecto de su esposo poseído por un amor ardentísimo. No dudo que en el cielo se realiza así exactamente, como lo leo en la tierra (…) ¿Cómo concebir todo lo que allí recibirá, si aquí se siente abrazada por los brazos de Dios, que descansa en el seno de Dios, que le protege el desvelo y la vigilancia de Dios, para que nadie perturbe su sueño antes de que se despierte? (…) Es un adormecimiento vivificador y vigilante que ilumina los sentidos interiores y, preservando de la muerte, infunde una vida sempiterna. Es en realidad una dormición que no adormece los sentidos, porque los arrebata violentamente. Es también una muerte, sin duda, aquella de que habla el apóstol exhortando a los que aún vivían en la carne: – Habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Por ello no será ningún absurdo si llamo yo muerte al éxtasis de la esposa, que tampoco es vida, sino que salva la vida de la trampa y así puede exclamar: – Como un pájaro hemos salvado la vida de la trampa del cazador (Sal 123,7) (…) ¡Quien me diera alas de paloma para volar y posarme!¡Ojalá cayese en esa muerte con frecuencia! (…) La contemplación, creo yo, estriba parcial o plenamente en este arrobamiento”.
A esta explicación de Bernardo le basta con el silencio y una nueva lectura, solicitando el don al Espíritu Santo. A partir de este momento vida y muerte entablan un diálogo entre ellos, la resurrección comienza en la cruz, en el morir nace el hombre nuevo resucitado. Es la relación entre cruz y resurrección vista por el evangelio de san Juan, que pasará a la mística española del siglo XVI. Observemos que la muerte por amor no se identifica con la mortificación y liberación del pecado, aunque la supone. Ricardo de san Victor (+1173), y otros, desarrollarán estas ideas, pero no voy a detenerme.
El maestro Eckhart (+1327) y sus dos discípulos Enrique Suso y Juan Tauler son los fundadores de la mística alemana (Renana). Están convencidos de la llamada a todos los cristianos que quieran tomarse en serio su fe, para pasar de la muerte ascética a la muerte mística resucitadora. El éxtasis no es un privilegio de algunos carismáticos, porque la visión de Dios, dentro de lo posible en esta vida, consiste en hundirse en el fondo divino del alma, igual para cualquier ser humano (ver sobre todo el sermón 8).
Comentando el martirio encuentra cuatro formas de muerte: cualquier sufrimiento encuentra su fin con la muerte; por tanto, no debe temerse la muerte, ni los sufrimientos; y vivir la vida como si ya estuvieras muerto. Esta última es la mejor. Valoramos la muerte en Dios para que nos transfiera un “ser” mejor que la vida. El hombre debe aceptar voluntariamente esa muerte con el fin de que un mejor “ser” (y vivir) nos sea compartido. La muerte mística engloba la muerte ascética, es la única puerta de entrada a la contemplación.
En el sermón 45 se reafirma: Para contemplar a Dios hay que morir antes. Muere el que está muerto al mundo. Que cada uno examine si ha muerto al mundo, liberado de todo lo mundano. El amor de Dios se experimenta en la muerte al mundo, camino hacia la eternidad, para que Cristo viva en nosotros, como dirá san Pablo.
En el sermón 42 encontramos: Esa muerte, finalmente, es todo ella obra del hombre y obra de Dios. En todas las personas buenas Dios está en lo profundo; hay en el alma “alguna cosa” donde Dios vive. Si el alma se queda en las cosas exteriores, muere, y Dios muere también en el alma.
Juan Tauler (conocido como Taulero, +1361), al parecer un hombre más práctico y cercano, señala con más fuerza que su maestro el lado ascético de la muerte mística, apoyado en una frase contundente de la Pasión de Jesús: “Un hombre debe morir”. O sea, cada uno de nosotros debe morir. El contenido lo concreta diciendo, debe morir a su voluntad y al amor propio. La muerte del viejo yo se asemeja a un rito iniciático, despojarse de las ataduras del mundo produce sufrimiento, angustia. El anunciaremos su muerte hasta que vuelva de 1Cor 11,26, significa que no será fácil rendirse ante la nueva realidad de renacer con Cristo. Solamente si nos unimos a la muerte de Cristo podremos llevarlo a cabo.
En pocas palabras, que debemos grabar a fuego, explica cómo hacerlo:
“¿Cómo debe morir este hombre? Mirad: aunque hayas sufrido los martirios que sufrieron todos los mártires, aunque hayas hecho todo el bien que se ha hecho en toda la cristiandad o que se hará en ella hasta el fin del mundo, en la medida en que hayas estado apegado a ello o hayas puesto en ello tu afecto y hallado tu satisfacción, tendrías que contarlo como nada. ¿Por qué medio podemos lograr, entonces, que el hombre muera? Aunque mil veces al día te dejaras pasar al filo de la espada y luego revivieras, aunque no sé cuantas veces al día te dejaras atar a la rueda del suplicio, aunque comieras piedras y espinas, no podrías conseguirlo. Lánzate, más bien, a la profunda e insondable misericordia de Dios, con voluntad humilde y abandonada respecto de Dios y de todas las criaturas, y considera que únicamente Cristo es quien debe darte esta gracia por pura dulzura y espontánea bondad, por amor y misericordia. Entonces es cuando se comprenden aquellas palabras de Cristo: -Cuando hayáis hecho todo lo que hayáis podido, deberéis aún consideraros siervos inútiles” (la traducción la tomo de la edición de García-Baró en Sígueme a una parte de los escritos de Tauler).
Enrique Suso (+1365) trata con frecuencia de este tema. En su libro De la eterna Sabiduría repite con frecuencia: “quiero aprender a morir”, teniendo como modelo la muerte de Cristo. “Tierno Señor, enséñame cómo debo morir contigo, y cuál es mi propia cruz, porque verdaderamente no debo vivir para mí cuando tú has muerto por mí” Le responde la Sabiduría: “La verdadera imagen de mi muerte está impresa en ti. Cuando encuentro este parecido, qué alegría, qué satisfacción para mí mismo y para mi Padre celestial. Lleva mi muerte cruel en el fondo de tu corazón, en la oración y las obras que realices: reproducirás de este modo el sufrimiento y la fidelidad de mi Madre muy pura y de mi discípulo bien amado”.
(Habría mucho más que decir, de momento lo dejamos aquí. En el siguiente post quisiera presentar con brevedad el encuentro del helenismo con la cultura judía y sus consecuencia en Jesucristo y Pablo. Dos han sido mis fuentes esenciales (o sea, copiar a destajo): Varias palabras del diccionario de espiritualidad francés, en especial Alois M. HAAS, Aimé SOLIGNAC, Pierre-Thomas CAMELOT. Y los trabajos del filósofo católico canadiense, Charles TAYLOR, sobre todo, en su complicado libro, “Las Fuentes del yo”).
6 Comentarios
La muerte que enfrentamos hoy no sólo cristianos y de una manera más sutil quirúrgica e imperceptible en la cual es que a través de la misma educación de la misma formación con valores religiosos nos da domesticando para ponernos unas cadenas qué terminamos aceptando el miedo y la pobreza Cómo que Dios la permite Esto no puede seguir así Dios no quiere pobreza ni que sus hijos viven con miedo
Querido Francisco: Pido disculpas por los 15 días de retraso en contestar a tus valiosas apreciaciones. Estoy de acuerdo contigo. El ataque a la fe es muy sutil y nos van domesticando, si nos dejamos. Dios no quiere que sus hijos vivan en la pobreza o con miedo. Espero que las reflexiones que propongo a través del blog nos ayuden a seguir con nuestra fe, vivida cada vez con más profundidad de la mano de sanTa Teresa de Jesús. Ella tiene una forma de seguir a Jesucristo que enamora y ayuda. Que el Señor nos ayude a ser sus testigos en estos tiempos recios. Un fuerte abrazo
Hola Antonio, tu me podrías ayudar porfavor?, creo que estoy pasando por esa muerte mística que tu mencionas en tu blog.
Resulta que desde el Jueves 8 de Abril. Hice una ejercicio mental por instinto frente a la imagen del Jesús de la Divina misericordia. Y desde allí empezó un dolor horrible. Y la verdad para ser honesto contigo estoy aterrado. Yaque no tengo idea de si esto va a terminar algún día. Yo te podría contarte mi caso por mail, y hacerte un par de consultas sobre el tema. Te estaría muy agradecido, no eh encontrado a nadie que me ayude. Yo obviamente estoy abierto a pensar que puede ser algo sicológico. Pero la verdad es muy horrible la sensación como para ser algo meramente sicológico.Tengo 25 años y soy de Chile. Nose como funciona esto te dejare mi mail acá. Si puedes porfavor escribeme, y te cuento. Gracias… mail: javierparra.26@hotmail.com
Querido Javier: Mi tf es +34656496661
Mi correo electrónico :
amasplanalfa.es
Lo mejor es enviarme un Washap porque eso lo contesto cada día.
Te ayudaré en lo que pueda. No estás solo
Si me escribes un Washap podemos quedar a una videoconferencia. Si en el Washap pones, soy Javier de Chile ya te localizo.
Un fuerte abrazo de Antonio Mas
He pasado una mala temporada y mi madre murió la semana pasada. Estoy a tu entera disposición
Q tal vas con la vida espiritual? Abrazos