Tras una breve presentación de la noche teresiana, expondré una guía de lectura de M 6.11.
1-Introducción
Hemos presentado en tres post los viajes hacia el cielo del capítulo 10. Están muy influidos por los discursos de despedida del evangelio de Juan (capítulos 13 al 17). En ellos se nos garantiza la presencia del Espíritu Santo hasta el encuentro cara a cara, o la segunda venida de Cristo. Hasta tal punto considera eficaz su presencia que no cree necesario reclamar con urgencia la segunda venida de Cristo, ni considera una tragedia vivir en cristiano sin una presencia física y personal.
Teresa, en algún momento se muestra de acuerdo con la opinión del evangelista Juan y llega a decirnos que la presencia del Señor en la actualidad es tan fuerte o más a la que vivieron los discípulos cuando Jesús estuvo en la tierra.
Sin embargo, al final de las sextas moradas introduce el capítulo 11, para hacer comprender a los seguidores del itinerario teresiano las consecuencias de la ausencia de Cristo en un encuentro cara a cara. Nos sumerge en la ausencia del Amado, en el desgarro producido al no poder en esta vida llegar a ver colmada una unión definitiva y eterna.
El relato de sus experiencias se darán en el marco propuesto en el capítulo 2 de las sextas, la vida adulta vista como “pena sabrosa” dos contrarios que se unen de modo inseparable. Momentos de alegría y de tristeza infinita. Juntos, o separados. Es como si quisiera decirnos que el amor y el desamor van unidos, que uno remite al otro, que la vida es cielo y también infierno; que estamos en la antesala del cielo sin estar en el cielo; que el sufrimiento del mundo está ahí y se manifiesta de mil maneras. Va a ser una invitación a viajar al mundo del mal, de la ausencia, del vacío, de la nada. Bajaremos hasta los infiernos.
Nada de lo que vamos a explicar es ajeno a cualquier sufrimiento, o a la crisis producida en el hombre actual ante una lejanía de Dios tan fuerte que invita a rellenar el vacío, desde dioses menores a ideologías varias.
El método de lectura a seguir será el de siempre. De momento nos centraremos en el capítulo de moradas y luego iremos en busca de los textos paralelos en diferentes escritos. Seguiremos los principios aceptados por la Iglesia para la interpretación de textos (ver Verbum Domini de Benedicto XVI), sabiendo de antemano que cualquier obra de arte similar al Castillo Interior está abierta a diferentes interpretaciones y que los libros de un mismo autor están relacionados entre sí.
Permanezco en la hermenéutica (interpretación) de siempre: Detrás de cada experiencia mística, por muy elevada que sea, hay una experiencia humana asequible al común de las personas. La mística lleva hasta sus últimas consecuencias la humanidad de la mano de la Humanidad de Jesucristo. En su totalidad son experiencias de un amor gratuito recibido. Eso sí, varía la intensidad, y mucho. Teresa las escribe en grado máximo, salvo excepciones pocos llegarán al grado de intensidad vivido por ella. Esto no significa que los cristianos corrientes no puedan acceder a una parte, aunque sea pequeña. Y disponerse y solicitarlo.
2. Vayamos al texto de moradas 6.11, Siguiendo paso a paso el texto recibido
La introducción al capítulo nos da la clave de lectura del conjunto: “Trata de unos deseos tan grandes e impetuosos que da Dios al alma de gozarle, que ponen en peligro de perder la vida, y con el provecho que se queda de esta merced que hace el Señor”.
Dos realidades contrarias en una misma experiencia: ganas de vivir una unión plena con Cristo que le conducen al dolor provocado por su ausencia, junto a un amor recibido tan fuerte, arrobamiento, que la llena de gozo.
Nº 1. La mariposilla sigue revoloteando buscando el descanso y dónde morir transformada. El hecho de saberse amada (M 6.4.5.y 6) no disminuye el deseo, al contrario lo acrecienta, “siempre gime y anda llorosa”. Porque va conociendo a Dios dándose cuenta “de estar tan ausente y apartada de gozarle, crece mucho más el deseo”. El deseo va creciendo al no llegar a la plenitud de la unión, no puede gozar del amado como quisiera lo cual “la llega a tan gran pena”.
La mayor parte llegará aquí tras años de intentar “conformarse” con el Señor, es decir, configurarse con Él, “disponiéndose“. Aunque no hay regla fija y Dios puede llevar al alma hasta aquí de repente.
Nº 2. No se puede comparar con otras formas de ímpetus dichas en diversos lugares de las moradas. Se refiere en particular al capítulo 2 de las sextas donde añade un sinónimo a la palabra ímpetus, “impulsos tan delicados y sutiles”. Luego los ímpetus pueden presentarse con mayor o menor fuerza. En la noche teresiana dice: “… mas todo no es nada en comparación de estotro, porque esto parece un fuego que está humeando y puédese sufrir, aunque con pena, andándose así esta alma, abrasándose en sí misma, acaece muchas veces por un pensamiento muy ligero, o por una palabra que oye de que se tarda el morir, venir de otra parte -no se entiende de dónde ni cómo- un golpe, o como si viniese una saeta de fuego. No digo que es saeta, mas cualquier cosa que sea, se ve claro que no podía proceder de nuestro natural“.
En el fondo del alma se siente la ausencia del Amado, el golpe hiere y deja todo hecho polvo, “que por el tiempo que dura es imposible tener memoria de cosa de nuestro Señor”. La palabra “Señor” fue tachada y corregida por un censor, quizás en presencia de Teresa. Cambió la lectura de “Señor” por la de “ser”. Durante cinco siglos se nos ha privado de comprender en profundidad la noche de Teresa, el sufrimiento provocado por la ausencia plena de su Señor. (salvo en la edición de Monte Carmelo, el resto de ediciones no ha corregido todavía algo demostrado en la edición del Castillo Interior, publicada en 1990). Se nos quiere indicar que la presencia personal y física del amado es esencial para llegar a la unión plena. Que la distancia no es el olvido, sino un amor incompleto.
Urge presentar la definición propuesta por ella a la palabra “ímpetus“. La encontramos en las Relaciones. El ímpetu es como un “sobresalto“, una noticia trágica conocida de repente. Dios está presente y a la vez ausente. En el amor humano pasa lo mismo, busque cada uno experiencias similares:
“Impetus llamo yo a un deseo que da al alma algunas veces, sin haber precedido antes oración, y aun lo más continuo; sino una memoria que viene de presto de que está ausente de Dios, o de alguna palabra que oye, que vaya a esto. Es tan poderosa esta memoria y de tanta fuerza algunas veces, que en un instante parece que desatina; como cuando se da una nueva de presto muy penosa que no sabía, o un gran sobresalto, que parece quita el discurso al pensamiento para consolarse, sino que se queda como absorta. Así es acá, salvo que la pena es por tal causa, que queda al alma un conocer que es bien empleado morir por ella” (R 5.13).
Nº 3. El vocabulario se le queda corto para explicar una tragedia capaz de desencadenar un viaje al infierno del mal. Porque al mismo tiempo y con breve espacio de tiempo le viene el saberse amada, entrando en arrobamiento. Por un momento queda consolada, e inmediatamente después la hunde más en la pena de una presencia total. El amor total exige eternidad, exige cuerpo, proximidad, caricias, vista:
“estar aquel alma ausente de Dios; y ayuda Su Majestad con una tan viva noticia de Sí en aquel tiempo, de manera que hace crecer la pena en tanto grado, que procede quien la tiene en dar grandes gritos”. El dolor padecido -opina- es semejante al del “purgatorio“, sin tener cuerpo (En otras ocasiones dirá lo contrario, la resurrección es inmediata en cuerpo y alma, si bien la mayoría pasan por el purgatorio)
Nº 4. Teresa -oculta en el anonimato- cree estar cerca de la muerte. Los efectos no pueden ser peores, el cuerpo descoyuntado, le falta el calor natural, durante dos o tres días queda sin poder escribir y con grandes dolores. Este sufrimiento es consecuencia de vivir ausente el amado.
Nº 5. La razón no es dueña de la mente, no es suficiente con haber rendido su voluntad a la de Dios. “Ahora no, porque su razón está de suerte, que no es señora de ella, ni de pensar sino la razón que tiene para penar, pues está ausente de su bien, que para qué quiere vida. Siente una soledad extraña (…) vese como una persona colgada (…) abrasada con esta sed y no puede llegar al agua”. Le falta lo esencial “el que ama”, pide el agua de la samaritana y no se la dan.
Nº 6. En este número y el siguiente se va del tema, volverá en el nº 8. El dolor merece la pena, “como apretáis a vuestros amadores (…) bien es que lo mucho cueste mucho” Lo entiende como una purificación similar a la del purgatorio: “purificar esta alma para que entre en la séptima morada, como los que han de entrar en el cielo se limpian en el purgatorio, es tan poco este padecer, como sería una gota de agua en la mar”. Teresa está dispuesta a seguir sufriendo.
Nº7. De ahí se traslada al infierno y reflexiona sobre el sufrimiento eterno de los condenados, no teniendo ninguna compensación, como les sucede a quienes sufren la ausencia del Señor en esta vida.
Nº 8. Si el ímpetu es muy fuerte el dolor dura poco tiempo. Una vez duró 15 minutos y perdió el sentido. Con solo oír una palabra de que no se acababa la vida era suficiente para desencadenarse el ímpetu, con los efectos dichos. Al sucederle con alguien delante, se siente algo acompañada, “como si fuesen sombras”.
Nº9. “Se muere por morir” nos dice Teresa. La dolorosa situación la lleva hasta el umbral de la muerte hasta que el Señor viene en su ayuda: “ni es posible haber remedio que se quite esta pena hasta que la quita el mismo Señor, que casi es lo ordinario con un arrobamiento grande, o con alguna visión, adonde el verdadero Consolador la consuela y fortalece, para que quiera vivir todo lo que fuere su voluntad”.
Nº10. Lo dedica a explicarnos los “efectos” de gracia tan elevada, “queda el alma con grandísimos efectos y perdido el miedo a los trabajos que le pueden suceder“. Un segundo efecto es la libertad ante lo ofrecido por el mundo, “con muy mayor desprecio del mundo (…) y muy más desasida de las criaturas, porque ya ve que sólo el Criador es el que puede consolar y hartar su alma, y con mayor temor y cuidado de no ofenderle, porque ve que también puede atormentar como consolar“.
Nº11. Tanto la pena como el gozo pueden llevarla a la muerte. Compara la experiencia con la de los hijos de Zebedeo: si podrían beber el cáliz
Nº12. Responde que sí porque Su Majestad da esfuerzo (…) y en todo defiende a estas almas, y responde por ellas en las persecuciones y murmuraciones, como hacía por la Magdalena, aunque no sea por palabras, por obras; y en fin, en fin, antes que se mueran se lo paga todo junto, como ahora veréis.
La esencia de lo que quiere contarnos se encuentra en los números 1 al 3; a partir del número 4 desarrolla los efectos que produce. En resumidas cuentas, las gracias recibidas en las sextas moradas no son suficientes para llegar a la unión plena, “gime y anda llorosa”, “se ve estar ausente y apartada de gozarle”. El amor ha crecido y le dan grandes ímpetus, “como si viniera una saeta de fuego” y quedase sin fe ni memoria de Cristo. Al mismo tiempo Dios le da “una gran noticia de Sí” y la saca de la pena mediante un arrobamiento.
3.- Comentarios a M 6.2
En mi opinión, Teresa nos cuenta de manera muy resumida e incompleta lo dicho en el libro de la Vida y en M 6.2. Sin recurrir a ellos me parece imposible llegar a entender cosas tan subidas y descubrir en el fondo experiencias de amor humano similares.
En el capítulo 2 acentúa lo positivo de la experiencia. Es decir, en el capítulo dos nos ofrece dos posibilidades, la llamada (o despertar) al alma desde las séptimas moradas, la más sencilla denominada “Inflamación deleitosa” y la más profunda, “Pena sabrosa”.
La “llamada” “inflamación deleitosa” entra a formar parte de las muchas formas que tiene el Señor para acercarnos a Él, continuación de las llamadas a seguirle descritas en los evangelios. Va dirigida al “deseo” de amar y ser amado. El deseo, fruto de la decisión de seguir a Jesús en las terceras moradas, se enciende cuando está “tierna de amor” y provoca el “ímpetu“, una especie de sobresalto, de arrebato, de impulso (palabras utilizadas por quienes han vivido lo mismo en amores humanos). No hay pena, ni dolor. Es lo más habitual para cualquier tipo de cristiano.
Es un recordatorio, un traer presente a Jesús en quien crees que te llama a amar más y mejor. Puede Dios dar este regalo, o no. No es obligatorio vivirlo. El Espíritu lo da a quien quiere. A poco que lo recibas, la mayor parte de las veces a través de otras personas, es una llamada fuerte a concretar el amor con personas concretas. Nunca separamos las mercedes del Señor a nuestra vida concreta, el amor a Dios y al prójimo van juntas. No olvidemos que estamos en la alta mística, por tanto, la base de todo será la presencia de Jesús con su amor incondicional. Algo a recibir con agradecimiento y oración de alabanza.
La “pena sabrosa”, es algo mucho más profundo. Una forma de ver la vida en su realidad más profunda. Placer y dolor se dan a la vez, es una forma de volar muy alto. La llamada va al “deseo”, del deseo al “ímpetu” (o “impulso”). Las primeras veces es como “una cometa que pasa de presto, o un trueno”. Se queja, le duele, se siente “herida sabrosísimamente”. Jesucristo está presente sin poder gozar de Él. Se esconde,“entiende que está presente, mas no se quiere manifestar de manera que deje gozarse. Y es harta pena, aunque sabrosa y dulce”.
Desde la séptima morada el Esposo la llama, bien con un “silbido penetrativo” (recordemos el silbido de las cuartas), o una “centella de fuego” que salta del brasero que es Dios (el fuego será lo habitual en las sextas, símbolo del Espíritu Santo). Ante su presencia aumenta al máximo el deseo. Una especie de saeta que hiere las entrañas, (remite a la transverberación de V 29) y al sacarla parece que la persona se va tras la saeta. Puro acto de amor, “pena sabrosa”, “tempestad sabrosa“.
“sé que parece le llega a las entrañas esta pena, y que, cuando de ellas saca la saeta el que la hiere, verdaderamente parece que se las lleva tras sí, según el sentimiento de amor siente. Estaba pensando ahora si sería que de este fuego del brasero encendido que es mi Dios, saltaba alguna centella y daba en el alma, de manera que se dejaba sentir aquel encendido fuego, y como no era aún bastante para quemarla y él es tan deleitoso, queda con aquella pena y al tocar hace aquella operación”.
Algo muy grande se le da al creyente sin que pueda hacer nada por procurarlo, “mas juntar pena, y tanta, con quietud y gusto del alma, no es de su facultad”. La transformación (o “efectos”) de la persona es enorme:
“determinarse a padecer por Dios y desear tener muchos trabajos, y quedar muy más determinada a apartarse de los contentos y conversacionesde la tierra, y otras cosas semejantes”.
El dolor inherente al ser humano es aceptado, la cruz se llena de sentido, la separación de lo ofrecido por el mundo es drástica, la acción en todas sus formas se multiplica.
Aunque sean pocos quienes viven cosas semejantes, no podemos interpretarla a la baja. Tan importante es para Teresa que llegará a considerar la “pena sabrosa” como la mayor merced recibida. La saca a relucir en 6.2 como saeta que hiere y en 6.11 concretará el dolor en la “ausencia” de Cristo, incluso en “perder la memoria de su Señor”. Nos lo había advertido en el capítulo primero de las sextas: “es cosa casi insufrible; en especial, cuando tras estos vienen unas sequedades, que no parece que jamás se ha acordado de Dios ni se ha de acordar, y que como una persona de quien oyó decir desde lejos, es cuando oye hablar de Su Majestad”. Bordea la increencia.
En mi opinión, estamos ante el gran reto del creyente adulto, ante la situación del mundo y de la Iglesia visto con los “ojos abiertos” del profeta. Nos vamos a encontrar ante el misterio de la vida en su expresión más alta, una mezcla inseparable de dolor y gozo, alegría y desconsuelo, amor y desamor, presencia y ausencia, fe e increencia, aceptación total del silencio de Dios, de la cruz de Cristo, de espera en su segunda venida que cansa y descansa, del grito “Maranata” de los primeros cristianos, del viaje a los infiernos de la vida. Esta clave de lectura atraviesa el conjunto de las sextas moradas.
(Continuará)
(Foto de Brooke Shaden. Música de Ravel)
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