1.- Presentación general de la oración de quietud
Si nos fijamos, leyendo las cuartas moradas observamos el lento proceso para llegar a experimentar el amor de Dios. Ese Dios al que buscamos lo vamos encontrando en las cuartas moradas en un proceso que comienza con la presencia, continúa con el recogimiento y desemboca en la oración de quietud. El momento cumbre de las cuartas llega ahora y consiste en sabernos amados por vez primera. Se repetirá muchas veces y será breve en el tiempo.
Nuestra colaboración ha sido necesaria desde el primer día cuando comenzamos a entrar en el Castillo Interior. Al principio el esfuerzo ha sido considerable, sobre todo en las tres primeras moradas, hemos tenido altos y bajos, momentos de abandono de la oración, hemos debido poner de nuestra parte al principio de la meditación hasta llegar a descubrir que la Palabra nos habla en Cristo y nos enseña a vivir; o quizás los errores graves nos han sacado a temporadas del Castillo. Los atractivos del mundo se nos apoderan y no es difícil salir de quien es la vida de nuestra vida y nos enseña a vivir.
Llegados a este punto, con la oración de quietud y sabernos amados las cosas van a cambiar de manera casi definitiva. Nunca olvidaremos la primera vez que lo experimentamos. La soledad profunda, la que hiere, desaparecerá de la noche a la mañana. Nunca más estaremos solos. Alguien nos quiere y desde lo profundo del alma nos llama a acercarnos a su amor. El cariño repercute en todo el ser, también en el cuerpo. Es como si alguien nos quisiera desde siempre y en un instante nos damos cuenta. Un gran regalo. Cuerpo y alma se ensanchan, pueden respirar a pleno pulmón. Es como si uno está en el paro y con dificultades económicas y un buen día le sale un trabajo que garantiza su vida y la de su familia. Decimos: “ya puedo dormir tranquilo, a pierna suelta”. Algo así va a pasar ahora.
Estamos en el Tabor, descansando de una batalla. Es como si tuviéramos en nuestra alma una casa de verano donde ir a descansar con quien nos quiere y jamás nos menosprecia. Hemos superado la barrera de miserias y pecados que nos hacían incapaces de dejarnos amar al no considerarnos dignos. La fuente de agua viva no hemos de ir a buscarla con esfuerzo, se nos da. Estamos en las moradas del agua viva (en las quintas bajaremos a las bodegas del buen vino), donde casi sin trabajo tenemos acceso a ella. Desde ahora el amor guiará nuestros pasos y será nuestro máximo criterio de discernimiento.
Estoy pensando ahora mismo en algún lector que no lleva una vida espiritual y desea con toda su alma vivir esta experiencia. No será santa Teresa quien le niegue la posibilidad de llegar si entra dentro de sí mismo, pide y suplica a Jesucristo que le dé esa luz, y en un instante la alcance. Quiera Dios que así sea en muchas almas atenazadas por el vacío espiritual, o buscadores sin brújula que se encuentran con una guía en la noche, de la categoría de Teresa de Jesús y se encuentran amados por Cristo.
“Pedid y os darán, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán, pues quien pide recibe, quien busca encuentra, a quien llama le abren” (Mateo 7,7-8). “Acudid a mi, los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy tolerante y humilde, y os sentiréis aliviados Pues mi yugo es blando y mi carga es liviana” (Mateo 11,28-30). Podemos rezar con el salmo: “Mis ojos están fijos en el Señor, pues él sacará mis pies de la red. Vuélvete a mí y ten piedad, que estoy solo y afligido; ensancha mi corazón apretado y sácame de mis congojas” (Salmo 25,15-17).
2.- Estructura de las cuartas moradas
Vayamos ahora al texto teresiano. Las cuartas moradas están explicadas en tres capítulos, de los cuales el tercero explica el recogimiento sobrenatural y el primero se pierde por algunos vericuetos distintos al tema que nos ocupa. Será en el capítulo segundo donde encontraremos la esencia de la oración de quietud.
En el capítulo primero hay varias secciones: del número 1 al 3 se trata de introducciones; la diferencia entre contentos (propio de las terceras moradas), y gustos o quietud del 4 al 7; aclaraciones entre pensamientos o imaginación y entendimiento del 8 al 9; la estructura del alma y la localización de lo superior del alma, en los números 10 y 11; en los números 12 al 14 vuelve sobre las miserias humanas.
En el número 1 del capítulo segundo reconoce su despiste en el capítulo anterior; del 2 al 4 introduce las “dos fuentes con dos pilones” para explicar la diferencia entre quietud y gustos; 5 y 6 explican la consecuencia de la quietud: dilatar el corazón; 7 y 8 cuentan la situación de las potencias, en especial la voluntad; para terminar en 9 y 10 llamando de nuevo a la humildad, y las verdaderas razones por las que se debe guiar la vida espiritual.
Debemos añadir el final del capítulo 3 de las cuartas, una vez que ha explicado la oración de recogimiento, de los números 9 al 14 explica los “efectos” o transformación de la persona que disfruta de la quietud.
En resumen:
1.1-3 Introducciones
1.4-7 Diferencia entre contentos y gustos
1.8-9 Diferencia entre imaginación y entendimiento
1.10-11 Lo superior del alma
1.12-14 Las miserias humanas
2.1 Reconoce el despiste
2.2-4 Dos fuentes con dos pilones
2.5-6 Dilatar el corazón
2.7-8 Las potencias en las cuartas
2.9-10 Llamada a la humildad
3.9-14 Los efectos de la oración de quietud
3.- La oración de quietud, o de gustos
A diferencia de los contentos, los gustos comienzan en Dios y los siente la persona. Al ser de iniciativa divina son don gratuito que dilata el corazón, muy superiores a los contentos anteriores.
“Los gustos comienzan de Dios y siéntelos el natural y goza tanto de ellos como gozan los que tengo dichos y mucho más” (M 4.1.4.).
Estamos en el mundo del amor que dominará el resto del itinerario. Nos señala que el objetivo último de la vida espiritual no está en disfrutar de Dios, sino en otras cosas, desear contentar a Dios, en las quintas intentaremos cumplir su voluntad, procurando no pecar y desear que la Iglesia católica crezca.
“Sólo quiero que estéis advertidas que, para aprovechar mucho en este camino y subir a las moradas que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; y así lo que más os despertare a amar, eso haced. Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar, en cuanto pudiéremos, no le ofender, y rogarle que vaya siempre adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia Católica. Estas son las señales del amor, y no penséis que está la cosa en no pensar otra cosa, y que si os divertís un poco va todo perdido” (M.4.1.7).
Imaginemos dos fuentes, en una el agua viene de lejos ayudada por canales, en otra el agua llega en directo de su mismo nacimiento:
“Estotra fuente, viene el agua de su mismo nacimiento, que es Dios, y así como Su Majestad quiere, cuando es servido hacer alguna merced sobrenatural, produce con grandísima paz y quietud y suavidad de lo muy interior de nosotros mismos, yo no sé hacia dónde ni cómo, ni aquel contento y deleite se siente como los de acá en el corazón -digo en su principio, que después todo lo hinche- , vase revertiendo este agua por todas las moradas y potencias hasta llegar al cuerpo; que por eso dije que comienza de Dios y acaba en nosotros; que cierto, como verá quien lo hubiere probado, todo el hombre exterior goza de este gusto y suavidad” (M 4.2.4).
La merced de Dios se produce en el centro del alma, su lugar más profundo, y ensancha el corazón, haciendo vida el Salmo 118: “Por el camino de tus mandatos correré cuando me ensanches el corazón”,
“Tornando al verso, en lo que me puede aprovechar, a mi parecer, para aquí, es en aquel ensanchamiento; que así parece que, como comienza a producir aquella agua celestial de este manantial que digo de lo profundo de nosotros, parece que se va dilatando y ensanchando todo nuestro interior y produciendo unos bienes que no se pueden decir, ni aun el alma sabe entender qué es lo que se le da allí”. (M 4.2.6).
La información que hemos extraído de la cuartas moradas es insuficiente para conocer la entrada en el mundo de la mística. Ella misma nos ha indicado que debemos recurrir a los textos paralelos escritos con anterioridad.
4.- La oración de quietud en los textos paralelos. Se encuentran en V 14-15; C 30-31; R 5.4 y R 36.
Únicamente me voy a fijar en qué consiste el acto de amor recibido por el alma. La oración de quietud en Vida necesita del esfuerzo humano es mayor que en la redacción del Castillo. Ambos textos coinciden en ser una cosa sobrenatural, porque en ninguna manera ella puede ganar aquello por diligencias que haga (V 14.2).
La potencia beneficiada es la voluntad y el resto no se pierde, es decir, se es consciente en todo momento de lo que está pasando. La voluntad queda encarcelada, sin saber cómo se cautiva. Solo debe dar su consentimiento para que Dios la abrace. La voluntad queda en gozo y quietud de amor; comienza Su Majestad a comunicarse a esta alma y quiere que sienta ella cómo se le comunica; está Su Majestad tan cerca de ella que ya no ha menester enviarle mensajeros, sino hablar ella misma con El, y no a voces, porque está ya tan cerca que en meneando los labios la entiende; y si no es por nuestra culpa nos podemos gozar con Vos, y que Vos os holgáis con nosotros, pues decís ser vuestro deleite estar con los hijos de los hombres (textos de V 14).
El texto evangélico con el que se identifica la oración de quietud es la oración de Jesucristo con varios discípulos en el monte Tabor. Teresa lo entiende como un momento de descanso de Jesús con sus discípulos: “de buena gana diría con San Pedro que fuese allí su morada”; lo mismo encontramos en Camino: “En fin, lo que dura, con la satisfacción y deleite que en sí tienen, están tan embebidas y absortas, que no se acuerdan que hay más que desear, sino que de buena gana dirían con San Pedro: «Señor, hagamos aquí tres moradas»” (C 31.3).
Toda la vida de Jesús estuvo llena de trabajos y solo en el monte Tabor encontró gozo: “y ves mi vida toda llena de padecer y solo en el monte Tabor habrás oído mi gozo” (R 36). (Sería conveniente meditar un rato el texto evangélico de Mt 17,4).
El silbido del buen Pastor ha recogido el alma y lo ha centrado en la voluntad. Ahí va a recibir el agua viva y se encenderá una centella de fuego que irá creciendo en las moradas restantes. Se trata del fuego del amor, un amor de Dios que no se apaga y las potencias ayudan lo que pueden: “no la pueden quitar su contento y gozo, antes muy sin trabajo se va ayudando para que esta centellica de amor de Dios no se apague” (V 15.1).
“Es, pues, esta oración una centellica que comienza el Señor a encender en el alma del verdadero amor suyo, y quiere que el alma vaya entendiendo qué cosa es este amor con regalo, esta quietud y recogimiento” (V 15.4).
Pocas palabras son necesarias ante el amor que se nos da como don: “y con humildad diga: «Señor, ¿qué puedo yo aquí? ¿Qué tiene que ver la sierva con el Señor, y la tierra con el cielo?», o palabras que se ofrecen aquí de amor, fundada mucho en conocer que es verdad lo que dice, y no haga caso del entendimiento, que es un moledor. Y si ella le quiere dar parte de lo que goza, o trabaja por recogerle, que muchas veces se verá en esta unión de la voluntad y sosiego, y el entendimiento muy desbaratado, y vale más que le deje que no que vaya ella tras él, digo la voluntad, sino estése ella gozando de aquella merced y recogida como sabia abeja (…) La razón que aquí ha de haber es entender claro que no hay ninguna para que Dios nos haga tan gran merced, sino sola su bondad, y ver que estamos tan cerca, y pedir a Su Majestad mercedes y rogarle por la Iglesia y por los que se nos han encomendado y por las ánimas de purgatorio, no con ruido de palabras, sino con sentimiento de desear que nos oiga. Es oración que comprende mucho y se alcanza más que por mucho relatar el entendimiento. Despierte en sí la voluntad algunas razones que de la misma razón se representarán de verse tan mejorada, para avivar este amor, y haga algunos actos amorosos de qué hará por quien tanto debe, sin -como he dicho- admitir ruido del entendimiento a que busque grandes cosas” (V 15.6-7).
(Continuará)
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