Presentación del capítulo ocho de las sextas moradas santa Teresa de Jesús. Una guía de lectura. Trato de facilitar la lectura personal. Tenemos por costumbre leer las sextas moradas desde la cumbre a la que Teresa ha llegado en su etapa de madurez, cuando redacta el Castillo Interior. Detrás está toda una vida de búsqueda, desarrollada a través del diálogo, de experiencias anteriores, de los sacramentos, de lecturas, etc. En el principio siempre encontramos una experiencia común a los mortales. Algo humano, muy humano.
En los inicios sabemos que existen diversas formas de estar con otros. En la memoria guardamos vivencias de todo tipo. La que más nos gusta es tener presente lo deseado, las personas queridas, los paisajes… En el caso de los creyentes cuánto nos gustaría ver a Dios cara a cara, a su Hijo Jesucristo recién resucitado con las llagas frescas y al Jesús resucitado con su Humanidad que volverá pronto a terminar su obra redentora.
No siempre es posible, bien por la distancia, por fallecimiento, o mil causas. Sin embargo el cerebro nos permite vivir presencias en la ausencia. Somos capaces de imaginar el paisaje predilecto, contemplar el rostro de personas queridas desde la distancia. Y podemos hacerlo con imágenes plásticas, o sin imagen. En mística se llaman “visiones imaginarias”, las que aportan imagen, o “visiones intelectuales” las de presencias sin fotos. Hablaremos de las últimas. Teresa prefiere las intelectuales, le parecen más seguras, allá donde el demonio tiene menos posibilidades de infiltrarse y hacernos daño. Esas son las protagonistas del capítulo que nos ocupa.
Debemos valorar y ser agradecidos ante cualquier tipo de experiencia que incluya la presencia de Jesucristo en nuestras vidas. Desde las que son fruto de la meditación en la Palabra de Dios, (primeras moradas), a las que se dan por pura gracia en las moradas místicas.
Guía de lectura del capítulo 8
Una vez establecido que seguimos caminando con Jesucristo en las sextas moradas, “mientras más adelante va un alma más acompañada es de este buen Jesús (…) no podemos sino andar siempre con Él”, se engloban las visiones intelectuales que va a relatar dentro de la “comunicación”: “se nos comunica y nos muestra el amor que nos tiene con algunos aparecimientos y visiones” (M 6.8.1).
A continuación nos da la primera definición oculta en el anonimato: “siente cabe sí a Jesucristo nuestro Señor, aunque no le ve, ni con los ojos del cuerpo ni del alma. Esta llaman visión intelectual, no sé yo por qué (…) y entendía tan cierto ser Jesucristo nuestro Señor el que se le mostraba de aquella suerte, que no lo podía dudar” (M 6.8.2).
La visión traía consigo cambios positivos en ella, “efectos” es la palabra. Para Teresa la transformación positiva de la persona es un signo claro de ser de Dios. Tampoco es la única ni mucho menos. Las hablas, o palabras escuchadas en su conciencia son anteriores a las presencias sin imagen, de ahí que estén colocadas en el capítulo 3 de las sextas. Antes no sabía el origen de las palabras escuchadas en su interior, ahora sabe que se trata de Jesucristo. “mas entendía muy claro que era este Señor el que le hablaba muchas veces de la manera que queda dicho, porque hasta que le hizo esta merced que digo, nunca sabía quién la hablaba, aunque entendía las palabras” (M 6.8.2).
Si ella tiene dudas y está “temerosa”, el confesor de turno le aumenta las dudas preguntando cómo puede tener certeza sin ver nada. La respuesta es clara: “que lo que sabía era que era El el que la hablaba y que no era antojo. Y aunque le ponían hartos temores, todavía muchas veces no podía dudar, en especial cuando la decía: No hayas miedo, que yo soy. Tenían tanta fuerza estas palabras, que no lo podía dudar por entonces, y quedaba muy esforzada y alegre con tan buena compañía (…) que veía claro serle gran ayuda para andar con una ordinaria memoria de Dios y un miramiento grande de no hacer cosa que le desagradase, porque le parecía la estaba siempre mirando.” (M 6.8.3).
Una nueva paradoja, sin ver nada se siente mirada por Jesucristo. Recordemos en las primeras moradas, también en las místicas a partir de la cuarta, la importancia del tiempo. La presencia de Jesus en su alma se va ampliando, de ser pocas veces y de repente, pasa a dilatarse. Las visiones con imagen son breves, las de sin imagen pueden durar días o años “porque no es como las imaginarias, que pasan de presto, sino que dura muchos días, y aun más que un año alguna vez“. En las séptimas será una presencia casi permanente.
“Sentía que andaba al lado derecho, mas no con estos sentidos que podemos sentir que está cabe nosotros una persona; porque es por otra vía más delicada, que no se debe de saber decir“. No son consecuencia de la depresión (“melancolía”), ni cosas de demonio al dejar tanta paz y deseos de agradar al Señor (M 6.8.3).
Nos había dicho al comienzo del capítulo que este tipo de presencia son “muestras del amor que nos tiene“, ahora nos va a decir algo muy importante, producen una gran unión de amor, “Eramos tan una cosa ella y yo (…) y de esta compañía tan continua nace un amor ternísimo con Su Majestad y unos deseos aun mayores que los que quedan dichos de entregarse toda a su servicio, y una limpieza de conciencia grande, porque hace advertir a todos la presencia que trae cabe sí”. Considera otras mercedes superiores a esta sin decirnos cuáles. En mi opinión remite a lo central de las sextas, saberse amada y perdonada de los capítulos 4 al 6. (M 6.8.4).
Estas experiencias inolvidables fruto del amor recibido le llevan al agradecimiento, le parecen inmerecidas. Cuando desaparecen siente mucha “soledad”. En ocasiones la presencia puede ser de algún santo (M 6 8.5). O la virgen María. Tiene certeza “certidumbre” de su presencia, aunque los santos no le hablan, están en silencio haciéndole compañía. También nos advierte en no darle importancia, ni creernos por eso superiores a los demás (M 6.8.6).
En su lucha con el mal, el demonio, Teresa indica que no pueden provenir de él, por la “paz interior” que dejan, “este andar siempre el alma tan asida de Dios y ocupado su pensamiento en El, haríale tanta rabia” (M 6.8.7) Para demostrar una vez más la necesidad de asegurar nos envía a consultar: “Bien es que haya temor y andemos con más aviso, ni tampoco confiadas (…) Es bien que a los principios lo comuniquéis debajo de confesión con un muy buen letrado, que son los que nos han de dar la luz, o, si hubiere, alguna persona muy espiritual” (M 6.8.8).
Por último insiste una vez más en no engancharnos a los regalos que Dios no da, ni sentirnos más importantes, (algo dicho en M 6.8.6): “y que no piense que por tener una hermana cosas semejantes, es mejor que las otras; lleva el Señor a cada una como ve que es menester. Aparejo es para venir a ser muy sierva de Dios, si se ayuda; mas, a las veces, lleva Dios por este camino a las más flacas. Y así no hay en esto por qué aprobar ni condenar, sino mirar a las virtudes, y a quien con más mortificación y humildad y limpieza de conciencia sirviere a nuestro Señor, que ésa será la más santa, aunque la certidumbre poco se puede saber acá, hasta que el verdadero Juez dé a cada uno lo que merece” (M 6.8.9).
Anotaciones a las visiones intelectuales
El meollo del capítulo lo encontramos de los números 1 al 3, siendo el dos el más principal. A partir del cuarto comienzan los “efectos”, siguen en el siete y llegan hasta el final. Por tanto propongo dos partes: del 1 al 3 y del 4 al 9.
Trata de presencias de Jesucristo dilatadas en el tiempo sin imagen. Comenzaron desde el primer conocimiento de Jesucristo en la oración vocal, de meditación y recogimiento de las tres primeras moradas. Al ser la vida cristiana una historia de amor con una relación personal es humano y normal, ademas de divino, que la persona conocida comience a ser querida y venga a nuestra memoria. Llegado el momento el amor se personifica en Cristo y su presencia pasa a ser compañía al lado derecho.
Conservamos otro relato paralelo de 1575 o 1576 en las Relaciones: “La manera de visión que vuestra merced quiere saber es que no se ve ninguna cosa exterior ni interiormente, porque no es imaginaria; mas sin verse nada, entiende el alma lo que es y hacia dónde se le representa, más claramente que si lo viese, salvo que no se le representa cosa particular, sino como si una persona – pongamos- que sintiese que está otra persona cabe ella y porque está a oscuras no la ve, mas cierto entiende que está allí, salvo que no es ésta bastante comparación; porque el que está a oscuras, por alguna vía, oyendo ruido o habiéndola visto antes, entiende que está allí, o la conoce de antes; pero acá no hay nada de eso, sino que sin palabra interior ni exterior entiende el alma clarísimamente quién es y hacia qué parte está, y a las veces lo que quiere significar. Por dónde o cómo lo entiende ella no lo sabemos. Ello pasa así, y lo que dura no puede ignorarlo; y cuando se quita, aunque más quiere imaginarlo como antes, no aprovecha, porque se ve que es imaginación y no representación, que esto no está en su mano, y así son todas las cosas sobrenaturales. Y de aquí viene no tenerse en nada a quien Dios hace estas mercedes, sino muy mayor humildad que antes, porque ve que es cosa dada y que ella allí no puede quitar ni poner, y queda más amor y deseo de servir a Señor tan poderoso que puede lo que acá no podemos entender; así como, aunque más letras tengan, hay cosas que no se alcanzan. Sea bendito el que lo da, amén, para siempre”. (Relación 4.20).
Después del capítulo 22 de Vida (cristológico) retoma el discurso de su vida, pasa de puntillas por su conversión ya contada y se adentra en el mar de lo que serán años después las sextas moradas. Vida 24 tiene su paralelo en M 6.1; el 25 con las “hablas”, paralelo en M 6.3; el 27 con las visiones intelectuales con su paralelo en M 6.8; y el 29 dedicado a las visiones imaginarias.
Leemos en el 27:
“A cabo de dos años que andaba con toda esta oración mía y de otras personas para lo dicho, o que el Señor me llevase por otro camino, o declarase la verdad, porque eran muy continuo las hablas que he dicho me hacía el Señor, me acaeció esto: estando un día del glorioso San Pedro en oración, vi cabe mí o sentí, por mejor decir, que con los ojos del cuerpo ni del alma no vi nada, mas parecíame estaba junto cabe mi Cristo y veía ser El el que me hablaba, a mi parecer. Yo, como estaba ignorantísima de que podía haber semejante visión, diome gran temor al principio, y no hacía sino llorar, aunque, en diciéndome una palabra sola de asegurarme, quedaba como solía, quieta y con regalo y sin ningún temor. Parecíame andar siempre a mi lado Jesucristo, y como no era visión imaginaria, no veía en qué forma; mas estar siempre al lado derecho, sentíalo muy claro, y que era testigo de todo lo que yo hacía, y que ninguna vez que me recogiese un poco o no estuviese muy divertida podía ignorar que estaba cabe mí” (V 27.2).
El amor consiste en dar y en recibir. Teresa ha tenido que rendirse previamente en su conversión adulta, entregarse del todo al misterio de Dios revelado en Cristo, ha puesto la vida a su disposición (M 5). En el diálogo interior y amoroso las visiones intelectuales deciden de una vez por todas el interlocutor con una claridad no encontrada en las constantes “hablas” recibidas (V 25 y M 6.3): Jesucristo nuestro Señor. “Acá vese claro que está aquí Jesucristo, hijo de la Virgen. En estotra oración represéntanse unas influencias de la Divinidad; aquí, junto con éstas, se ve nos acompaña y quiere hacer mercedes también la Humanidad Sacratísima” (V 27.4).
Luego las hablas o palabras donde nos habla el Señor, la mayoría vinculadas a la Palabra de Dios meditada con frecuencia, quedan unidas a las visiones intelectuales donde aprendemos el nombre del interlocutor en el diálogo íntimo; y a otra forma distinta de las dichas y explicada en V 27.10 y M 6.10: Teresa las llama de “suspensión en Dios”. Aquí, como veremos, Jesucristo da una nueva capacidad al ser humano, abre los ojos del creyente para comprende sin estudiar el misterio cristiano.
En algún momento dijimos que el lugar reservado a Jesús es siempre la derecha, con la excepción de la Virgen María al vestirla de novia para la boda, y de Jerónimo Gracián que se cuela al lado derecho junto a Jesucristo, estando ella a la izquierda (R 40.2). Al lado izquierdo es enorme la cantidad de personas que acompañan su vida, desde su amigo del alma Jerónimo Gracián, pasando por diversidad de santos y familiares. No hay soledad amarga para el alma que ama y es amada.
No obstante creo que en Teresa se va dando un progresivo repliegue de las presencias. De la naturaleza a las personas, de ellas a su derecha e izquierda y de ahí al interior hasta localizar en lo más profundo de su ser la presencia Trinitaria y la Humanidad de Cristo, en las séptimas moradas, en su “centro“.
Dice Schökel en la Biblia de tres volúmenes, cuando se refiere al Antiguo Testamento: “La derecha o diestra es la dirección y el puesto privilegiados: la reina madre se sienta a la diestra del rey (1 Re 2,19), el Mesías a la diestra de Dios (Sal 110,1); el sensato se dirige a la derecha, el necio a la izquierda (Ecl 10,2); por la diestra se jura (Is 62,8)”.
Otros ejemplos: “El Señor es tu guardián, el Señor es tu sombra, está a tu derecha”, (Salmo 121,5) «Siéntate a mi derecha hasta que haga de tus enemigos escabel de tus pies» “El Señor a tu derecha, el día de su ira quebrantará a reyes (Salmo 110,1); “Muchas gracias dará mi boca al Señor, lo alabaré en medio de una multitud, porque se puso a la derecha del pobre para salvar su vida de los jueces” (Salmo 109,30). “Bendigo al Señor que me aconseja, aun de noche me instruyen mis entrañas. Pongo siempre al Señor ante mí, con él a mi derecha no vacilaré” (Salmo 16,5-7).
En el Nuevo Testamento destaco: “El Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios” (Mc 16,20)“Colocará a las ovejas a su derecha y a las cabras a su izquierda” (Mat 25,33).
Dos errores a evitar: Veo muy peligroso engancharse a cualquier experiencia subida, o sentirnos superiores a los demás. La primera puede hacernos perder la salud, la segunda destruye el hechizo del amor. Lo mejor es no darle importancia, sabiendo ser agradecidos, reconocer con humildad nuestra miseria, comprender que no somos la divina pomada, y entender también que nos están preparando para acciones de amor insospechadas. Y siempre consultar, sabiendo que la seguridad completa no la tendremos nunca. Señal de autenticidad será la práctica, el crecimiento de las virtudes, el amor a los demás, el deseo de perfección y de agradar al Señor cumpliendo siempre su voluntad. O sea, en la vida vivida.
De las visiones intelectuales se ha ocupado la tradición de la Iglesia desde tiempos antiguos. El primero fue san Agustín (+430). Distinguía entre las visiones sensibles o corporales dirigidas a los sentidos exteriores, sobre todo la vista; las visiones imaginarias caracterizadas por representaciones interiores en la imaginación en forma de objetos o imágenes; y, por último, las visiones intelectuales dirigidas a la inteligencia, sin ninguna figura o vinculación con imágenes sensibles.
(La fotografía es de una joven artista norteamericana, una de las más valoradas en fotografía artística. Se llama Brooke Shaden. La descubrí hace poco gracias a Paula Ortiz, la directora de cine que está a punto de rodar la película sobre santa Teresa, y de Jesús Bosqued, el mago capaz de convertir en bellas imágenes las ideas del grupo y de la directora. La música me la envió esta semana la búlgara Yuliana a quien conocí en unos ejercicios espirituales. Es el Panis Angelicus de César Frank, interpretada por la mezzo soprano lírica, nacida en Letonia (Riga), Elina Garanca. Mientras, recemos por el fin de la invasión de Ucrania. El apunte histórico de las visiones intelectuales es de Pierre ADNÈS, en la voz Visions, del diccionario de espiritualidad francés)
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