El guión será el siguiente: 1.- La segunda conversión de santa Teresa. 2.- La secuencia de un largo proceso. 3.-La segunda conversión en la Iglesia, unas breves notas. 4.- La muerte sabrosa en la universidad de la vida
1.- La segunda conversión de santa Teresa
El texto central explica su experiencia:
“Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle. Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena y muy muchas veces pensaba en su conversión, en especial cuando comulgaba, que como sabía estaba allí cierto el Señor dentro de mí, poníame a sus pies, pareciéndome no eran de desechar mis lágrimas. Y no sabía lo que decía, que harto hacía quien por sí me las consentía derramar, pues tan presto se me olvidaba aquel sentimiento. Y encomendábame a aquesta gloriosa Santa para que me alcanzase perdón.
Mas esta postrera vez de esta imagen que digo, me parece me aprovechó más, porque estaba ya muy desconfiada de mí y ponía toda mi confianza en Dios. Paréceme le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo cierto me aprovechó, porque fui mejorando mucho desde entonces (V 9.1-3).
Pongamos el hecho en situación. Teresa vive en una celda que da al claustro de la Encarnación. Más que una celda es un apartamento grande como corresponde a una niña bien. En el monasterio de la Encarnación había cerca de doscientas monjas , diferenciadas por clases sociales, las pobres vivían arriba todas juntas, las de mejor posición social tenían derecho a un apartamento con cocina incluida. En el caso de Teresa con dos pisos capaces de albergar a alguien más. Al lado de la celda una pequeña capilla donde tiene lugar el comienzo de la segunda conversión, la escena reproducida encima.
Cuando se hicieron las obras para construir la capilla de la Transververación parecía que la celda original había desaparecido. Otras obras realizadas a finales del siglo pasado descubrieron que una parte de la celda se conservaba intacta, la cocina en la segunda planta y la entrada de la celda con su puerta original (se puede visitar).
Nos dice que “ya andaba mi alma cansada”. ¿Cansada de qué? Nos contesta en el capítulo anterior:
“Por estar arrimada a esta fuerte columna de la oración, pasé este mar tempestuoso casi veinte años, con estas caídas y con levantarme y mal –pues tornaba a caer- y en vida tan baja de perfección, que ningún caso casi hacía de pecados veniales, y los mortales, aunque los temía, no como había de ser, pues no me apartaba de los peligros. Sé decir que es una de las vidas penosas que me parece se puede imaginar; porque ni yo gozaba de Dios ni traía contento en el mundo. Cuando estaba en los contentos del mundo, en acordarme lo que debía a Dios era con pena; cuando estaba con Dios, las aficiones del mundo me desasosegaban. Ello es una guerra tan penosa, que no sé cómo un mes la pude sufrir, cuánto más tantos años (V 8.2).
La clave está en “ni yo gozaba de Dios ni traía contento en el mundo“, o sea, una vida dividida, en “guerra“, entre los contentos del mundo y los de Dios. Se siente impotente ante su mediocridad. Ni era de Dios del todo, ni era del mundo. Gracias a Dios mantenía la oración, pero su alma no estaba satisfecha. Entre otros defectos, una afectividad desbordante le llevaba a tomar demasiado cariño a los hombres laicos que visitaban el convento, o a los sacerdotes con los que trataba.
La rendición sin condiciones tiene lugar ante una imagen que habían traído al monasterio para una fiesta. Se ha especulado mucho sobre la imagen. Un carmelita descalzo, Efrén de la Madre de Dios, aseguró que se trataba de una pequeña talla de Cristo atado a la columna. Es imposible que sea una imagen de pocos centímetros llevada para una fiesta de un convento con doscientas mujeres. (Se conserva en el museo del monasterio de la Encarnación).

También yo me equivoqué proponiendo otra de un Cristo muy llagado que se conserva en la Encarnación, hasta que un especialista en arte me dijo que era del siglo XVII.
Cabe otra posibilidad, que no se trate de una escultura, sino de un cuadro grande. Si releemos el primer texto de la Santa al comienzo de este escrito, “suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle. Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena“, y no ponemos punto y aparte, como hacen los editores actuales, entre “ofenderle. Era yo muy devota”, podemos interpretar que se trata de la imagen de un Cristo llagado y María Magdalena a sus pies, una postura oracional habitual en ella.
Cuando Ambrosio Montesino tradujo al romance la Vida de Cristo de Ludolfo de Sajonia, añadió al texto varias leyendas procedentes de la Leyenda de los Santos, de Jacobo de la Vorágine. En ellas se cuenta que María Magdalena era la secretaria de María la Virgen, y juntas acompañaban siempre a Jesús y sus discípulos en sus viajes. Solo en dos ocasiones no pudieron acompañarle físicamente, en la oración solitaria del Monte de los Olivos, y cuando estaba atado a la columna, antes de su muerte. Ambos lugares se convierten en los predilectos de Teresa para estar en oración, haciéndole compañía.
Puede ser, en conclusión, que se trate de un Cristo atado a la columna, con María Magdalena a sus pies; un Cristo similar al que mandó pintar en una ermita del convento, tal y como lo veía en su interior. (lo tienes a continuación).

2.- La secuencia de un largo proceso
La secuencia de la conversión es la siguiente: Varios golpes que le ha dado la vida, la muerte de su madre, la grave enfermedad sufrida cuando entra al convento de la Encarnación, de la que tarda años en recuperarse; la muerte del su padre y, sobre todo, la impotencia ante sus miserias. Llega un momento en que se ve incapaz de superarlas por su cuenta.
En los tiempos de mediocridad no había dejado la oración -aunque también tuvo sus crisis-, y había aumentado la confianza en Jesucristo. Por tanto, la confianza plena será una condición imprescindible para dar el paso.
Se arroja ante la imagen y no desea moverse de allí hasta ser sanada. Abandono del yo y rendición absoluta.
Observación importante: En la muerte sabrosa, no se exige previamente cambiar del hombre viejo al hombre nuevo. Basta con decir sí y y entregar el yo con confianza. Será su amigo Jesús y el Espíritu Santo quienes harán el proceso de restauración. No es un cambio moral, es una actitud global de entrega incondicional.
Comienza un proceso de cambio que dura años. Lo explica de maravilla:
“Quiero ahora tornar adonde dejé de mi vida, -que me he detenido, creo, más de lo que me había de detener-, porque se entienda mejor lo que está por venir. Es otro libro nuevo de aquí adelante, digo otra vida nueva. La de hasta aquí era mía; la que he vivido desde que comencé a declarar estas cosas de oración, es que vivía Dios en mí, a lo que me parecía; porque entiendo yo era imposible salir en tan poco tiempo de tan malas costumbres y obras. Sea el Señor alabado que me libró de mí.
Pues comenzando a quitar ocasiones y a darme más a la oración, comenzó el Señor a hacerme las mercedes como quien deseaba, a lo que pareció, que yo las quisiese recibir. Comenzó Su Majestad a darme muy ordinario oración de quietud, y muchas veces de unión, que duraba mucho rato.” (V 23,1-2).
El yo entregado deja un vacío que rellena Jesucristo con su vida. Adquiere la fuerza que le faltaba para evitar ocasiones peligrosas. El bautismo nos libro de la maldición del mal, otra vida puede ser posible, aunque nos dejó sin fuerzas, desfallecidos. Ahora las recobra por donación gratuita, “mercedes“. Está preparada para fundar. Ha recuperado la energía y la creatividad.
Otros textos teresianos para meditar y aplicar a nuestra vida:
“Ya toda me entregué y di”, nos dice en la poesía 3.
“Pues del todo me ofrecí (…) Vida dulce, sol sin velo, pues del todo me rendí. ¿qué mandáis hacer de mí?”, poesía 2.
“Muera ya este yo, y viva en mí otro que es más que yo y para mí mejor que yo, para que yo le pueda servir. El viva y me dé vida; El reine, y sea yo cautiva, que no quiere mi alma otra libertad (…) ¿Cómo será libre el que del Sumo estuviere ajeno? ¿Qué mayor ni más miserable cautiverio que estar el alma suelta de la mano de su Criador? Dichosos los que con fuertes grillos y cadenas de los beneficios de la misericordia de Dios se vieren presos e inhabilitados para ser poderosos para soltarse. Fuerte es como la muerte el amor, y duro como el infierno (Exclamaciones 17.3).
3.-La segunda conversión en la Iglesia, unas breves notas
A pesar de la aportación de Clemente de Alejandría al comienzo del cristianismo sobre la segunda conversión, el asunto se olvidó hasta los siglos XVI y XVII. Los autores se referían a los religiosos que deseaban vivir con perfección. Tenían claro que la primera conversión coincidía con el bautismo y la segunda, o con los votos religiosos, o con el deseo de seguir a Jesucristo más de cerca. Nada se decía de los seglares. Después del Concilio Vaticano II, este paso deben darlo todos los cristianos que quieran.
A principios del siglo XX lo explicaba un maestro de espiritualidad, dirigiéndose a todos los cristianos: “Abrumados por nuestro amor propio, ciegos de ignorancia, paralizados por falsos temores, no osamos dar el paso; y por miedo de ser miserables, nos quedamos siempre en nuestras miserias, en lugar de darnos totalmente a Dios, que no quiere poseernos más que para liberarnos de nuestras miserias. No hay más que renunciar de una vez por todas a nuestros intereses y a nuestra voluntad, para no depender más que de la voluntad de Dios y abandonarnos sin reservas”.
La segunda conversión de Teresa en el siglo XX llega a ser un modelo para todos, tal y como ella misma lo indicó:
“Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo no carezca de tanto bien. No hay aquí que temer, sino que desear; porque, cuando no fuere adelante y se esforzare a ser perfecto, que merezca los gustos y regalos que a estos da Dios, a poco ganar irá entendiendo el camino para el cielo; y si persevera, espero yo en la misericordia de Dios, que nadie le tomó por amigo que no se lo pagase (V 8.5).
Ahora tiene pleno sentido lo que Teresa nos dijo al comienzo de la vida espiritual, nos anima a dar el paso definitivo:
“No os espantéis, hijas, de las muchas cosas que es menester mirar para comenzar este viaje divino, que es camino real para el cielo. Gánase yendo por él gran tesoro, no es mucho que cueste mucho a nuestro parecer. Tiempo vendrá que se entienda cuán nonada es todo para tan gran precio”.
Ahora, tornando a los que quieren ir por él y no parar hasta el fin, que es llegar a beber de esta agua de vida, cómo han de comenzar, digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo, como muchas veces acaece con decirnos: «hay peligros», «fulana por aquí se perdió», «el otro se engañó», «el otro, que rezaba mucho, cayó», «hacen daño a la virtud», «no es para mujeres, que les podrán venir ilusiones», «mejor será que hilen», «no han menester esas delicadeces», «basta el Paternóster y Avemaría»” (C 21.1-2).
Por lo general, quienes dan el paso del abandono y la rendición a la voluntad de Dios pasan al mundo de la oración de contemplación. Sin embargo Teresa se niega a aceptar que todos los que dan el paso puedan llegar de inmediato a la oración contemplativa, propia de las tres últimas moradas. Se puede perfectamente dar el paso del abandono y tener una forma de ser que incapacita para la contemplación. Lo expresa con claridad en Camino:
“Es cosa que importa mucho entender que no a todos lleva Dios por un camino, y por ventura el que le pareciere va por muy más bajo, está más alto en los ojos del Señor.
Así que no porque en esta casa todas traten de oración, han de ser todas contemplativas. Es imposible. Y será gran desconsolación para la que no lo es, no entender esta verdad, que esto es cosa que lo da Dios; y pues no es necesario para la salvación, ni nos lo pide de premio, no piense se lo pedirá nadie. Que por eso no dejará de ser muy perfecta si hace lo que queda dicho. Antes podrá ser tenga mucho más mérito, porque es a más trabajo suyo y la lleva el Señor como a fuerte y la tiene guardado junto todo lo que aquí no goza. No por eso desmaye ni deje la oración y de hacer lo que todas, que a las veces viene el Señor muy tarde y paga tan bien y tan por junto como en muchos años ha ido dando a otros.
Durante catorce años eso mismo le pasó a ella. Opina que depende mucho de la capacidad de controlar los pensamientos que vagan por la mente:
“Hay pensamientos tan ligeros que no pueden estar en una cosa, sino siempre desasosegados, y en tanto extremo que, si quieren detenerle a pensar en Dios, se les va a mil disparates y escrúpulos y dudas” (C 17.3).
4.- La muerte sabrosa en la universidad de la vida
El proceso vivido por Teresa en la mitad de la vida está, en mi opinión, en el ADN del ser humano. Trata de una relación con otras personas. Hay que remontarse a la infancia para descubrirlo. El bebé recién nacido se abre a la vida a través del pecho de la madre y el padre. En su desprotección inicial, encuentra en la imagen de ambos, el lugar donde depositar la confianza, primer valor fundamental sobre la que se asienta la vida humana y la fe cristiana. Lo hemos encontrado en Teresa.
Por su parte, a los padres tienen nueve meses para irse preparando a la irrupción de alguien que va a cambiar sus vidas. Ese giro radical de los dos ante un ser diminuto y necesitado, les hace volcarse en el bebé. De repente, han dejado de ser el centro, están al servicio de otro ser diminuto, carne de su carne, sangre de su sangre. Ya no son protagonistas de su vida, toda ella está subordinada a las necesidades del bebé. Su libertad muere libremente para ponerse al servicio de otro. Ya no son dueños de su vida.
Aquí encuentro la raíz de la muerte sabrosa teresiana, el secreto de la existencia, el tesoro del evangelio. La renuncia voluntaria a tu propia voluntad por amor. Al ser humano y a Jesucristo hay que entenderlos siempre en relación con otros. Hay más dicha en dar que en recibir, nos dejó dicho Jesucristo. Y así es.
Los papás, con la llegada de los bebés, van aprendiendo día a día a vivir con otros valores. Del mirar por su propia voluntad a buscar siempre lo mejor para el bebé. Con un poco de suerte, pasarán del narcisismo a la entrega, del egoísmo a la donación. Es la muerte sabrosa.
He presenciado en ocasiones, los casos más extremos del proceso, el nacimiento de un bebé con una minusvalía total. El marido desapareció para siempre, la madre y uno de los hermanos se han convertido en “esclavos” del bebé que ahora es un hombre. Ni un reproche, ni una queja les ha salido de su boca en treinta años. Conseguir salir un día de casa para volver por la noche a dormir se convierte en un gran triunfo, a realizar dos o tres veces al año.
Aprendemos que el amor en la entrega no tiene límites, llegando a ser heroico sin darse la menor importancia. Es la muerte sabrosa llevada al límite, una esclavitud libre que nos exigirá Jesucristo al final del proceso en las séptimas moradas, porque él mismo la vivió.
También la vida nos enseña que una parte de la población no ha tenido la oportunidad de vivir el tipo de amor de donación que acabo de describir. Tengo muy presente a una niña violada por su padrastro desde los nueve años. Puedo afirmar con seguridad que se puede subsanar el crimen, si la víctima tiene la firme decisión interior de salir adelante y no dejarse rematar por el verdugo. Con el amor de la madre, mucho diálogo y bastante paciencia, la niña, hoy mujer felizmente casada, con un niño, ha superado el trauma. La mayor dificultad está en pasar del odio al verdugo al perdón o, al menos, a la indiferencia.
Hemos olvidado la pandemia del Sida de hace pocos años. La Iglesia estuvo donde debía atendiendo -gracias a las religiosas- al 20 o 25% de alrededor de 50.000 víctimas, la mayoría jóvenes. En ellos se daba algo inaudito: descubrían con bastante acierto la fecha aproximada de su muerte. Los demás sabemos que vamos a morir, pero desconocemos la fecha.
En su caso, al intuirla, se producía un cambio radical en su interior. La inmensa mayoría hacía un viaje a lo profundo, rememoraban su infancia, tantas veces frustrada por familias desestructuradas. A pesar de eso sentían la necesidad de pedir perdón a sus familias, de reconciliarse con ellos; de liberarse de la culpa que les atenazaba por los errores cometidos; se sentían incapaces de recibir el perdón de Dios, no creían que Dios pudiera ser tan misericordioso, en especial si habían asesinado.
Vivir al día, uno tras otro, con la muerte pisando los talones, no fue obstáculo para que la mayoría muriera amando a los compañeros, como única forma de responder al daño provocado.
Perder el miedo a la muerte, aceptarla de buen grado, viajar al interior y reconstruir su vida día a día, amando, es una herencia recibida, inolvidable para los que seguimos con vida. Vivieron una especial muerte sabrosa, una conversión radical.
Lo mismo se puede decir de quienes han padecido la enfermedad del alcohol. El proceso de recuperación en AA (Alcohólicos Anónimos) lo llevan a cabo a través de un itinerario espiritual similar al de santa Teresa. Uno de sus lemas claves es vivir sin beber “por 24 horas”. No se hacen planes a largo plazo, se vive al día. Saben que están en peligro de muerte constante. Si vas a comer con ellos se paga al camarero antes de empezar la comida, al no tener la seguridad de emborracharse.
Pongamos que se llama Pedro. Vive todavía. Estando en peligro de muerte inminente llamó al teléfono de guardia de AA. En el grupo lo vieron tan mal que le invitaron a acudir a un monje benedictino del monasterio de Leyre. Se llamaba Plácido. Era amigo y confidente de decenas de alcohólicos de varias provincias, un hombre de Dios en toda regla, santo de solemnidad. Pedro no era creyente, es más rechazaba la fe con virulencia. Tras sus dudas y ante su desesperación acudió al monasterio.
Plácido lo llevó a la Iglesia y le hizo arrodillarse debajo del sagrario. De pie le gritó:
– ¿Quieres dejar de beber? RÍNDETE
– No soy creyente, le respondió.
– Ríndete ante lo que quieras, la vida, tu mujer, tus hijos. Lo que sea.
Observemos cómo Plácido le pide rendición absoluta ante algo o alguien fuera de él, no que luche contra la tendencia a beber. La salvación está en la capitulación sin condiciones. Lo demás te lo darán por añadidura. Exactamente lo mismo sucede en la segunda conversión de Teresa.
Una vez que se rindió le hizo volver a su casa. A la mañana siguiente, en cuanto sonó el despertador, Pedro estaba de rodillas a los pies de la cama gritando:
– me rindo, me rindo y me rindo
Su mujer pensó que se había ido totalmente de cabeza.
Pasaron los días rindiéndose sin beber y Plácido le pidió que acudiera al día siguiente al monasterio. Les enseñaba con hechos, mucho más que con palabras; es una capacidad propia de Jesucristo y de los santos. Había muerto un monje. La lección fue bien clara y concisa:
– En esa caja hay un monje, deberías estar tú. Lleva la caja al cementerio y ayuda en el entierro.
Cuando tiempo después nos conocimos me contaba que se veía realmente en la caja, hasta escuchaba desde dentro el ruido de la tierra cuando caía en el féretro.
Acordaron con Plácido tener un primer gesto de reconciliación con su mujer hijos. Quitaría del salón una calavera que había comprado a la que había colocado una vela encima. Fue un primer gesto de perdón seguido de muchos otros, reparando en la medida de lo posible.
Recuperada la fe en, “un Dios como cada uno lo entiende” -según AA-, el día del Corpus llevó el palio con otros tres alcohólicos en la procesión que hacen los monjes alrededor del monasterio. Ya podía ir acompañado de Cristo por la calle.
Realmente los padres de la Iglesia y Teresa, tenían razón cuando afirmaban la necesidad de unirnos a la Pasión de Cristo, modelo supremo de rendición absoluta.
Al nacer su primer hijo fue tal la alegría que, para celebrarlo se cogió una borrachera tremenda, que le impidió tener a su hijo en brazos. Mucho tiempo después tuvo un nieto. Al tenerlo en brazos emocionado escucho una voz en su interior,
– Todo está perdonado
Creyó que se había vuelto loco. Resultó ser -en mi opinión- una experiencia del amor incondicional de un Dios que perdona y olvida, tal y como nos cuenta santa Teresa en las moradas sextas, capítulo dos.
Al final uno se da cuenta del misterio de la vida y la muerte. Unos viven, otros mueren. El misterio del sufrimiento humano es incomprensible. Jesucristo prefirió sufrirlo sin dar grandes explicaciones, aportando la necesidad del amor con perdón, como un medio de mitigarlo o eliminarlo. La vida y Dios son un misterio de amor.
En el mundo de Teresa el misterio del mal está plagado de demonios; más que una lucha contra ellos es una epopeya. Tardaría un tiempo en comprender el infierno, la ausencia total de Dios; y saber que solo en las tinieblas del mal se termina de comprender la compasión hacia el ser humano y la solidaridad. Lo explicará en las sextas moradas capítulo 11. Nuestra respuesta es un grito de esperanza, ¡¡Ven, Señor Jesús!! Porque Dios, una vez que has entregado el yo, va cambiando el yo viejo a uno nuevo a base de regalos. Las sextas moradas serán el reino de un amor recibido, aprenderemos a amar a todos disfrutando, sin olvidar que en este mundo intermedio, entre la primera y la última venida de Cristo, la vida incorpora el sufrimiento; de ahí que la “mariposa” viva en una constante “pena sabrosa”, hasta la séptima morada.
Pero volvamos al bebé bien educado en el amor de su familia. No es suficiente con eso. Deberá ser educado en la escuela y en su familia, sean o no creyentes, en los valores humanos o cristianos que son consecuencia del amor primero recibido. En el mundo de la interioridad, del conocimiento de uno mismo, del respeto a los demás, de no absolutizar ninguno de los atractivos del mundo, por muy buenos que sean, porque así lo dijo Dios en la creación, “y vio Dios que era bueno”. Para que, a su debido momento, pueda dar el salto a la muerte sabrosa.
Rudolf Höss, comandante en jefe del campo de concentración de Auschwitz era un excelente padre de familia. Fue capaz de compaginar una educación esmerada de sus hijos, con un trabajo que consistía en aniquilar a millones de personas de manera industrial. Su nieto Reiner decidió romper el silencio de decenios sobre su abuelo, se enfrentó a su historia, habló con supervivientes, les pidió perdón en nombre de la familia… A cambio, recibió el desprecio de su familia, para ellos es un paria.
Hago esta mención, porque abundan quienes llevan dos vidas, la de su familia y la del resto de las relaciones. En mi opinión, una de las consecuencias más importantes de las quintas moradas es sacarnos del nicho familiar, establecer un proceso de servicio a todas las personas que nos encontremos en la vida. Jesucristo no condenó el “poder” en sí. Propuso otra forma mejor de vivirlo, del poder como dominio, al poder como servicio, incluso esclavitud, con la humildad de ser el último al servicio de todos, empezando por los últimos. Dios ve siempre la realidad desde los pies sucios de sus discípulos.
Es muy triste contemplar en nuestras sociedades a gentes con cargos de responsabilidad, tanto sociales como eclesiales, que han accedido al poder sin haberlo domesticado; sin un mínimo conocimiento de ellos mismos, sin haber hecho, ni haberlo intentado, el proceso de conversión descrito en las líneas superiores. Muy pronto su narcisismo se convertirá en un trastorno de personalidad. Gracias habremos de dar si no terminan en déspotas que van haciendo estragos allá por donde pasan.
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Puede ser de gran utilidad la reflexión escrita por un grupo de monjes contemplativos alemanes, al comprobar la salida del monasterio de varios monjes en la crisis de la mitad de la vida. Analizan la opinión de Tauler y de Jung. No tiene desperdicio. Os dejo el enlace .
Mientras escribía estas líneas he escuchado varias veces una composición de Ravel, titulada “Pavana para una infanta difunta”. Le cambiamos el título por “Pavana para un yo difunto”. La escuchamos como un mantra mientras oramos para que la Virgen María y María Magdalena nos den la fuerza para llevarla a cabo. Tenemos de tiempo hasta 72 horas después de muertos.
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