A lo largo de los siglos no se ha estudiado el fundamento bíblico de la unión entre mística y eucaristía. Como mucho se han limitado a citar el texto de Jn 14,21 sin explicar nada más (mencionado en el post anterior). Hay que esperar hasta el siglo XVII para que el jesuita J.J. Surin nos muestre el camino.
1.- En la Escritura
La totalidad de los cristianos participa y recibe en la eucaristía a Cristo muerto y resucitado. Sin embargo, las personas que desean acercarse a Cristo con mayor perfección, llevan una vida honrada, cultivan las virtudes, aman al prójimo, etc, lo sienten de una manera diferente que casi no admite comparación con la vía corriente de vivir la misa.
Si al principio lo experimentan como un huésped (“huésped divino”, dirá Teresa), luego pasa a ser un compañero con quien dialogar, un amigo, o un esposo que abraza con ternura.
Si la felicidad de la vida presente pasa en gran medida por la experiencia de una unión con Dios por amor, algo que adviene cuando él quiere (sobre todo en la eucaristía), el creyente llegado aquí participa en buena medida de la felicidad de los santos. Sabe que Dios está con él por una experiencia interior que inunda todo su ser. Participa de la felicidad eterna de alguna manera. El evangelio ha pasado a su vida diaria: “A quien me ama lo amará mi Padre, lo amaré yo y me manifestaré a él” (Jn14,20). Entiende que él está en mí y yo en él (paralelo a Jn 14,20 y Apo 3,20). Que quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Vendremos a él y haremos morada en él.
Las promesas de nuestro Señor Jesucristo pasan a través de la eucaristía a lo profundo del ser, a la experiencia más íntima, concretamente el discurso de la cena y la oración sacerdotal, tal y como han venido diciendo todos los contemplativos de la historia (leer Jn 14,12-26; 15,1-12 ; 17,20-26). Al parecer fue Cirilo de Alejandría (370-444) el primero en señalar estas riquezas.
El discurso del pan de vida del capítulo 6 de Juan, todo él dedicado a la eucaristía, parece un comentario al discurso de la última cena. La eucaristía aparece como la fuente de la vida en Cristo, la causa de la más alta unión con Dios, siendo ella prototipo de las relaciones que unen al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Y es el principio de la unión de Jesús con el alma y del alma con Cristo. Su consecuencia será clara: una consagración total al servicio de Jesucristo en los demás hombres, como última finalidad del camino espiritual.
A las promesas de Cristo en la última cena, inhabitación de la Trinidad y envío del Paráclito (Espíritu Santo), hay que añadir las gracias místicas comentadas. Sin duda son frutos de la gracia, pero son también una comunicación de Dios con el alma, donde además de darse Él mismo, recibimos una esperanza viva, una amor a los demás desbordante y una unión indudable. En este punto hay acuerdo entre los místicos de oriente y occidente: Gregorio de Nisa (siglo IV), Máximo el confesor ( siglo VII), Simeón el bizantino (+1022), Ángela de Foligno (+1309), Juan Ruisbroek (+1381), Juan de los Ángeles (+1609), María de la Encarnación (+1672), Teresa de Jesús (+1582), Ángeles Sorazu (+1921), etc.
La unión entre eucaristía y experiencia mística está muy bien explicada por san Juan de la Cruz en su libro, “Subida “ libro 2,24. La unión va transformando la persona (“unión transformante”). Amar es sufrir sin esperar ninguna recompensa, manifestarse es gozar de sus dones, respuesta del amor de Dios al alma que le ama. El Cantar de los Cantares es una fuente inagotable junto el evangelio de Juan. El Hijo de Dios, oculto en el seno del Padre se revela al alma en una unión insospechada anunciada por Cristo en el discurso de la última cena. La unión con el alma es tan grande que la cambia.
En conclusión, la eucaristía junto con la meditación de los misterios de la vida de Cristo desde su sagrada Humanidad, son la fuente de la experiencia mística. Algunos místicos se refieren también a Apo 3,20: “Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor lo haré sentarse en mi trono junto a mí, igual que yo vencí y me senté junto a mi Padre en su trono”.
Este texto unido a Jn 14,20 y 6,56 tienen un sabor eucarístico. Según san Buenaventura, trata de la entrada secreta en el corazón seguida de gracias en la eucaristía. No hay en la Biblia ninguna otra imagen más íntima, más individual. Con menos frecuencia los místicos (sí san Buenaventura), recurren al pasaje de Emaús y su fracción del pan, para remarcar el papel iluminador de la eucaristía que favorece la contemplación. Siguiendo a san Agustín y a diversos teólogos modernos, en la fracción del pan se reconoce la presencia de Cristo vivo y resucitado.
2.- En los Padres de la Iglesia
La antigüedad reconoce en los escritos de Cirilo de Alejandría el primer reconocimiento de la perfecta unión entre eucaristía y mística. Para ellos adquiere gran importancia el salmo 23 (“El Señor es mi pastor”). Lo consideran el anuncio profético de la eucaristía. Lo encontramos en Orígenes, san Ambrosio, Dídimo de Alejandría y Gregorio de Nisa.
Cirilo nos dirá: “Has preparado una mesa frente a mis enemigos”, comenta Cirilo “¿Qué significa sino la mesa sacramental y espiritual que Dios nos ha preparado? “Has ungido mi cabeza con perfume”, es decir, has ungido mi cabeza con el sello de mi consagración a Dios“. Por eso los catecúmenos de los primeros siglos, que se preparaban para recibir el bautismo en la noche de Pascua lo cantaban esa noche. Los Padres encuentran en el salmo un preludio de los sacramentos del bautismo y la confirmación, y los últimos versículos los interpretaban desde la eucaristía.
Tanto la “mesa” como la expresión “mi copa rebosa” son símbolos de la misa y las gracias que trae consigo, incluso el éxtasis místico, al que Orígenes denomina “sobria embriaguez”, símbolo de fiesta y alegría. En dos momentos se llega a ella, por la contemplación y la comunión sacramental. De un corazón triste del hombre viejo, se pasa a una situación de gozo.
Gregorio de Nisa, comentando el Cantar cuando habla de la viña y el vino que alegra el corazón del hombre también se refiere a la alegría inmensa de la “copa de la sabiduría” y su “sobria embriaguez“, ofrecida a todos los comensales en la eucaristía. La santa copa nos hace salir de nosotros mismos y de las cosas terrenas y nos lleva al mundo de lo divino. De ahí que la copa simbolice el éxtasis, una transformación del ser humano en Dios. Santa Teresa lo llama “borrachez divina”, al comentar el encuentro de Cristo con la samaritana.
Los Padres de la Iglesia llegan a las mismas conclusiones en sus comentarios al Cantar. En la comunión el Esposo invita a la boda a la esposa con besos en la boca (Cantar 1,1). La dulzura de Dios la simbolizan en la leche y la miel. En el cristianismo primitivo la leche y la miel eran símbolos eucarísticos y se añadían al pan y al vino en la mesa de la eucaristía. Alegrías anteriores al éxtasis según Gregorio de Nisa y Orígenes, frutos de la eucaristía, demostrando la unión entre la misa y la mística. Durante los siglos IV y V también mencionaban el salmo “gustad y ved que bueno es el Señor” (Sal 34,9).
3.- En la Edad Media
La teología y la piedad eucarística se desarrollaron en la alta Edad Media. Influida por san Anselmo, san Bernardo y Guillermo de san Thierry, haciendo que la experiencia mística de la eucaristía se hubiera divulgado entre todo el pueblo de Dios.
Con una influencia en particular de san Buenaventura (+1274). Presentó los efectos de la eucaristía en un libro. Para él la misa está vinculada siempre al amor que Dios nos tiene, un amor inmolado, cuya influencia puede ser experimentada por el cristiano. Cree que es el sacramento de la experiencia mística. Toma como punto de partida las seis grandes figuras eucarísticas del Antiguo Testamento. La grasa de los animales que aviva la llama de los holocaustos, en la eucaristía produce el deleite y la alegría. Si se trata del pan que alimenta al profeta en sus subida al monte Horeb, la misa da fuerzas para la acción, eleva el alma hasta la contemplación y predispone a las posibles gracias místicas; abraza al hombre en el deseo de los bienes del cielo.
El monte Horeb y el Sinaí simbolizan la alta contemplación de Moises y Elías. En cuanto el orante se va acercando a la montaña y comiendo de sus frutos, el alma deja de desear tantas cosas y no desea otra que la eternidad. Si consideramos la eucaristía desde el símbolo de la miel (1Re 4,27), el cuerpo de Cristo purifica el corazón, ilumina el espíritu, encamina el alma hacia la contemplación; igual que al saborear la miel, el sacramento despierta el gusto por lo interior; cuanto más se frecuenta, más crece, se recibe más sabiduría; puede llegar a provocar la suspensión de las potencias, o la muerte mística.
La misa está simbolizada en el cordero pascual. Con la debida disposición interior quien participa del cuerpo y sangre de Cristo vive la pascua mística hasta las experiencias más elevadas. Otra de las vías propuestas, como en tantos autores, será la meditación en los misterios de la cruz de Cristo.
Entre otros destaco la aportación de Ángela de Foligno (1309) por tener parecidos con experiencias de santa Teresa. En contacto con la hostia se despertaba en ella un inenarrable sentimiento de Dios. Una de sus visiones intelectuales de la Trinidad tienen lugar al comulgar. En la elevación de la hostia consagrada, (costumbre que se divulga a partir de las controversias del siglo IX y siguientes, acerca del tipo de presencia de Cristo en la consagración, algo que terminó por definir el concilio de Trento), tenía frecuentes éxtasis.
De la escuela dominicana me detengo en un pensamiento de Tauler (+1361): Reconoce que es imposible alcanzar la “esencia del alma” -para él significa lo superior del intelecto, la intuición-, si seguimos encerrados en nosotros mismos, sin comprender que hay grandes riquezas; quien dese alcanzarlas “debe estar separado de todo, pasivo, unificado e interiorizado”.
Con la teología de Juan Gerson (1429) la unión entre eucaristía y experiencia mística alcanza una cima. Explica para siempre que la misa bien vivida lleva a las cumbres del encuentro con Dios. Será citado por los autores posteriores. Contra la opinión de algunos maestros promueve la comunión frecuente, discusión que influyó en santa Teresa.
4.- Santa Teresa de Jesús
Tanto san Juan de la Cruz como san Felipe Neri tuvieron abundantes experiencias místicas dentro de la eucaristía, pasando largas horas ante el Santísimo. Vamos a detenernos en Teresa.
Teresa señala la relación entre la misa y las comunicaciones de Dios al alma. Si se practica después de la comunión la oración de recogimiento tal y como las describe en Camino 28-29, es normal que el Señor se manifieste a sus amigos ” que mucho lo desean”. Lo desarrollará en Camino 34. A pesar del velo misterioso que cubre la eucaristía, “encubierto” dirá ella.
“Porque a los que ve se han de aprovechar de su presencia, El se les descubre; que aunque no le vean con los ojos corporales, muchos modos tiene de mostrarse al alma por grandes sentimientos interiores y por diferentes vías. Estaos vos con El de buena gana. No perdáis tan buena sazón de negociar como es la hora después de haber comulgado (…) Este, pues, es buen tiempo para que os enseñe nuestro Maestro, y que le oigamos y besemos los pies porque nos quiso enseñar, y le supliquéis no se vaya de con vos“ (C 34.10).
“Mas acabando de recibir al Señor, pues tenéis la misma persona delante, procurad cerrar los ojos del cuerpo y abrir los del alma y miraros al corazón; que yo os digo, y otra vez lo digo y muchas lo querría decir, que si tomáis esta costumbre todas las veces que comulgareis, y procurad tener tal conciencia que os sea lícito gozar a menudo de este bien, que no viene tan disfrazado que, como he dicho, de muchas maneras no se dé a conocer, conforme al deseo que tenemos de verle. Y tanto lo podéis desear, que se os descubra del todo” (C 34.12).
Por tanto, la eucaristía es el sacramento de la manifestación interior de Dios. Teresa , con un sano realismo, en ningún momento niega la realidad sensible de Jesucristo, en especial en el Santo Sacramento. El itinerario místico Teresiano parte “de la unión con Jesucristo, al Jesucristo de la comunión, al Hombre-Dios y se acaba con la unión al Dios-Trinidad, al Dios vivo, pero siempre por medio del Verbo encarnado a quien el alma debe unirse para hacer con él el retorno al Padre en la unidad del Espíritu Santo” (explica M. Lépée).
Si por el motivo que sea el alma se separa de la Humanidad de Cristo y de la meditación de sus misterios, Teresa ve imposible entrar en las dos últimas moradas, “cuánto más apartarse de industria de todo nuestro bien y remedio que es la sacratísima Humanidad de nuestro Señor Jesucristo. Y no puedo creer que lo hacen, sino que no se entienden, y así harán daño a sí y a los otros. Al menos yo les aseguro que no entren a estas dos moradas postreras; porque si pierden la guía, que es el buen Jesús, no acertarán el camino; harto será si se están en las demás con seguridad. Porque el mismo Señor dice que es camino; también dice el Señor que es luz, y que no puede ninguno ir al Padre sino por El; y «quien me ve a mí ve a mi Padre»” (M6.7.6).
Santa Teresa coincide aquí con la doctrina de san Buenaventura, de Juan Gerson y la de Dionisio Carujano (siglo XV), porque ha experimentado las más altas gracias místicas en la eucaristía.
Cuando vuelve a la oración después de algunas infidelidades (V 19), y a vivir la comunión con profundidad, estando en las quintas moradas, desobedece los consejos de los maestros acerca de la contemplación, tendentes a olvidarse de la Humanidad de Cristo y no pensar en nada. Poco tiempo mantuvo la opinión de sus maestros y pronto volvió a la Humanidad:
“Había sido yo tan devota toda mi vida de Cristo. Porque esto era ya a la postre (digo a la postre de antes que el Señor me hiciese estas mercedes de arrobamientos y visiones), y en tanto extremo duró muy poco estar en esta opinión. Y así siempre tornaba a mi costumbre de holgarme con este Señor, en especial cuando comulgaba. Quisiera yo siempre traer delante de los ojos su retrato e imagen, ya que no podía traerle tan esculpido en mi alma como yo quisiera. ¿Es posible, Señor mío, que cupo en mi pensamiento ni una hora que Vos me habíais de impedir para mayor bien? ¿De dónde me vinieron a mí todos los bienes sino de Vos?” (V 22.2).
Muy pronto la eucaristía produce unos efectos extraordinarios en su vida. “Una cosa me espanta, que estando de esta suerte, una sola palabra de las que suelo entender, o una visión, o un poco de recogimiento, que dure un Avemaría, o en llegándome a comulgar, queda el alma y el cuerpo tan quieto, tan sano y tan claro el entendimiento, con toda la fortaleza y deseos que suelo. Y tengo experiencia de esto, que son muchas veces, a lo menos cuando comulgo, ha más de medio año que notablemente siento clara salud corporal, y con los arrobamientos algunas veces, y dúrame más de tres horas algunas veces y otras todo el día estoy con gran mejoría, y a mi parecer no es antojo, porque lo he echado de ver y he tenido cuenta de ello. Así que, cuando tengo este recogimiento, no tengo miedo a ninguna enfermedad“ (R 1.23).
Al explicar la diferencia entre unión y arrobamiento, entiende que la primera trae consecuencias favorables en el interior, mientras los arrobamientos, repercuten en el cuerpo y en el alma, hasta el punto de aumentar la salud:
“Querría saber declarar con el favor de Dios la diferencia que hay de unión a arrobamiento o elevamiento o vuelo que llaman de espíritu o arrebatamiento, que todo es uno. Digo que estos diferentes nombres todo es una cosa, y también se llama éxtasis. Es grande la ventaja que hace a la unión. Los efectos muy mayores hace y otras hartas operaciones, porque la unión parece principio y medio y fin, y lo es en lo interior; mas así como estotros fines son en más alto grado, hace los efectos interior y exteriormente” (V 20.1).
Las visiones imaginarías de Cristo recién resucitado las tiene con frecuencia durante la comunión:
“No digo que es comparación, que nunca son tan cabales, sino verdad, que hay la diferencia que de lo vivo a lo pintado, no más ni menos. Porque si es imagen, es imagen viva; no hombre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios; no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado; y viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la fe. Represéntase tan señor de aquella posada, que parece toda deshecha el alma se ve consumir en Cristo” (V 28.8).
Es también después de comulgar cundo alcanza la máxima experiencia, la visión intelectual de la Trinidad:
“Habiendo acabado de comulgar el día de San Agustín -yo no sabré decir cómo-, se me dio a entender, y casi a ver (sino que fue cosa intelectual y que pasó presto) cómo las Tres Personas de la Santísima Trinidad que yo traigo en mi alma esculpidas, son una cosa. Por una pintura tan extraña se me dio a entender y por una luz tan clara, que ha hecho bien diferente operación que de sólo tenerlo por fe. He quedado de aquí a no poder pensar ninguna de las Tres Personas divinas, sin entender que son todas tres, de manera que estaba yo hoy considerando cómo siendo tan una cosa, había tomado carne humana el Hijo solo, y diome el Señor a entender cómo con ser una cosa eran divisas” (R 47).
Igualmente recibe el gran don del matrimonio espiritual después de comulgar de manos de san Juan de la Cruz:
“Estando en la Encarnación el segundo año que tenía el priorato, octava de San Martín, estando comulgando, partió la Forma el Padre fray Juan de la Cruz, que me daba el Santísimo Sacramento, para otra hermana. Yo pensé que no era falta de Forma, sino que me quería mortificar, porque yo le había dicho que gustaba mucho cuando eran grandes las Formas (no porque no entendía no importaba para dejar de estar el Señor entero, aunque fuese muy pequeño pedacico). Díjome Su Majestad: «No hayas miedo, hija, que nadie sea parte para quitarte de Mí»; dándome a entender que no importaba. Entonces representóseme por visión imaginaria, como otras veces, muy en lo interior, y dióme su mano derecha, y díjome: «Mira este clavo, que es señal que serás mi esposa desde hoy. Hasta ahora no lo habías merecido; de aquí adelante, no sólo como Criador y como Rey y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía: mi honra es ya tuya y la tuya mía». Hízome tanta operación esta merced, que no podía caber en mí, y quedé como desatinada, y dije al Señor que o ensanchase mi bajeza o no me hiciese tanta merced; porque, cierto, no me parecía lo podía sufrir el natural. Estuve así todo el día muy embebida. He sentido después gran provecho, y mayor confusión y afligimiento de ver que no sirvo en nada tan grandes mercedes” (R 35).
Podemos concluir con una frase de la misma santa: “hay grandes secretos en lo interior cuando se comulga” (R 57).
Teresa no es la única en vivir gracias semejantes. Sabemos por ella que uno de sus confesores, el dominico Pedro Ibáñez, se quedaba en éxtasis largo tiempo después de la comunión; a Catalina de san Alberto en el Carmelo de Beas le sucedía lo mismo. Cuando se funda el Carmelo de Granada, conservamos el testimonio de Ana de Jesús, compañera de fatigas de Teresa. La eucaristía se había convertido en el centro de la vida espiritual y las monjas seguían las enseñanzas de su maestra con excelentes resultados.
La escuela carmelitana con Tomás de Jesús en el siglo XVII, reconstruyeron la herencia recibida de Teresa, vinculándola con la sabiduría de san Buenaventura y Gerson. Sin olvidarnos de la importancia dada a la eucaristía por los franciscanos desde la Edad Media y recibida por Teresa a través de su maestro Bernardino de Laredo.
Para desgracia nuestra la relación entre la eucaristía y la experiencia mística (amorosa) se perdió a finales del siglo XVII. Los tratados de teología espiritual, por motivos que no termino de comprender (quizás fueron las convulsiones sociales), guardaron silencio, salvo alguna excepción.
En el siglo XIX se recuperó gracias a algunos apóstoles del Santo Sacramento, por ejemplo, Pedro Julián Eymard, el apóstol de la eucaristía: “la eucaristía no da a conocer por impresión más que por razonamientos todo lo que es Nuestro Señor. Es ahí donde tenemos la relación más íntima, relación que produce un conocimiento verdadero y profundo de los que es; es ahí donde; es ahí donde Jesús se manifiesta mas completamente a nosotros. La fe es una luz, la comunión es una luz y un sentimiento”.
En este breve resumen histórico he dejado sin nombrar a la mayoría. Casi todos los santos habidos en los dos milenios anteriores han hecho de la eucaristía el centro de su vida espiritual y mística. Podríamos seguir aprendiendo del cura de Ars, Teresita del Niño Jesús, Antonio María Claret, Carlos de Foucauld, Tomás Merton, etc., por nombrar algunos.
En conclusión: Tenemos dos caminos a partir de las quintas moradas, la oración de contemplación y la eucaristía. Teresa va a ser una de las grandes maestras de la historia en juntar ambas.
(He seguido en este post intentando resumir las mejores ideas del especialista Éphrem LONGPRÉ. En el último post aportaré mi opinión sobre otros dos aspectos de la eucaristía vinculados a las quintas moradas).
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