Para Mili
Carmelita Descalza de Florida
Montevideo (Uruguay)
1.- Vivir desde lo profundo
“Cuando nuestro Señor es servido haber piedad de lo que padece y ha padecido por su deseo esta alma que ya espiritualmente ha tomado por esposa, primero que se consuma el matrimonio espiritual métela en su morada, que es esta séptima; porque así como la tiene en el cielo, debe tener en el alma una estancia adonde sólo Su Majestad mora, y digamos otro cielo. Porque nos importa mucho, hermanas, que no entendamos es el alma alguna cosa oscura; que como no la vemos, lo más ordinario debe parecer que no hay otra luz interior sino ésta que vemos, y que está dentro de nuestra alma alguna oscuridad” (M 7.1.3)
El pensamiento bíblico explica el proceso hacia la interioridad del ser humano. En primer lugar, el en el cielo vive Dios; segundo, el Templo de Jerusalén es una copia del cielo; tercero, en lo profundo del ser humano hay una estancia para Dios; nos lo dijo en la primera morada y ahora vuelve a desarrollarlo, “está en lo interior de su alma, en lo muy muy interior, es una cosa muy honda, que no sabe decir cómo es” (M 7.1.7).
“Dentro de esta alma hay morada para Dios” (M 7.1.5). La iniciativa es siempre suya, “primero la mete en su morada” (M 7.1.4); y para entrar quiere que la persona sea consciente, “llamada para entrar en su centro”.
Por visión intelectual (sin imagen) descubre estar habitada por la Trinidad, en lo más profundo de su ser, de allí no se irá jamás, “nunca más le parece se fueron de con ella”, “están en lo interior de su alma, en lo muy muy interior” (M 7.1.7).
Las Personas divinas no permanecen inactivas, se comunican con el alma: “Aquí se le comunican todas tres Personas, y la hablan, y la dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor: que vendría El y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos” (Juan 14,23 y M 7.1.6).
2.- La transformación
La primera consecuencia es la de vivir en compañía: “siente en sí esta divina compañía” (M 7.1.7), lo cual conlleva no vivir nunca más en soledad.
Las primeras veces, o cuando la Trinidad quiere, esa presencia que acompaña se vivirá con gran fuerza, la mayoría de las veces la intensidad será menor. Es un don recibido, gratuito, aunque cuando se da cuenta o lo busca, “siempre que advierte se halla en esta compañía” (M 7.1.9). “porque el gran deleite que entonces siente el alma, es verse cerca de Dios” (M 7.1.5).
Además de vivir en compañía de la Trinidad, la gracia cambia su vida, lejos de permanecer “embebida” en el don recibido, la gracia la devuelve a la vida de cada día con más fuerza, “mucho más que antes, en todo lo que es servicio de Dios, y en faltando las ocupaciones , se queda con aquella agradable compañía” (M 7.1.7).
“Porque está claro que será bien ayudada para en todo ir adelante en la perfección y perder el temor (…) en todo se hallaba mejorada (…) lo esencial de su alma jamás se movía de aquel aposento” (M 7.1.10). Es decir, en un momento dado de la aventura espiritual podemos llevar una vida normal y, al mismo tiempo, una parte de ti permanece junto a la Trinidad en el centro de la séptima morada.
3.- La oración
Estando en la cumbre de la vida espiritual, Teresa se separa de las interpretaciones de su tiempo. La comunicación con las tres Personas no desaparece en la oración de contemplación ni de alabanza. El diálogo iniciado en las primeras moradas y siguientes continúa en las séptimas. Ni el diálogo con la Trinidad ni con Jesucristo son eliminados en las séptimas moradas.
Estar en Presencia de la Trinidad es un don que podemos también fomentar recordando al cabo del día la compañía que disfrutamos. La compañía no está inactiva, la volvemos a encontrar cuando queremos siendo conscientes de estar en nosotros “dándonos ser”, ayudándonos a vivir (M 7. 1.3).
Recordemos lo dicho en un post de hace tiempo: siguiendo la doctrina de su maestro Bernardino de Laredo, el alma tiene dos pisos, uno inferior y otro superior. En el superior suceden las cosas de Dios, las cosas del “espíritu”. Puede estar localizada en el cerebro o en el corazón.
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Otro aspecto de la oración en el primer capítulo de las séptimas va a ser la “oración de alabanza”. Teresa la ha mencionado varias veces, en especial desde las cuartas moradas. Nunca termina de definir esta forma de oración, aunque con una frase nos bastará de momento: “mientras más supiéremos que se comunica con las criaturas, más alabaremos su grandeza” (M 7.1.1).
Alabar equivale a reconocer el mérito de alguien. Si quieres comprobar la importancia de esta forma de oración ofrezco dos posibilidades, recurrir el diccionario de santa Teresa y leer la entrada de Tomás Álvarez:
Diccionario teresiano
o hacer nuestra la definición actual ofrecida por Gerard Lohfink en su libro, “Al final ¿la nada?”, en las páginas 319-320:
“Pues ¿qué significa adorar a Dios? ¿Por qué es algo tan elemental, tan bonito y, en definitiva , también tan beneficioso para el ser humano? En la adoración no queremos ya nada de Dios (…) cuando adoro dejo de lado mi yo y solo miro a Dios”.
“(…) En el milagro de la adoración estamos ya ahora junto a Dios. Entonces nos hallamos por completo con él y queda levantada la barrera entre el tiempo y la eternidad (…) Y nuestra existencia será entonces puro admirar, puro contemplar, pura alabanza, pura adoración, una felicidad inimaginable e indecible”.
“Por eso hay también una forma de adoración que no formula ya palabra alguna. Presenta ante Dios la vida propia y con ella el mundo entero en silencio, por así decir, reconociéndoles de este modo como Creador, como Señor, como el único a quien compete todo honor y toda gloria. Adoración es la entrega de la propia vida a Dios. Adoración es donación. Adoración es confiarse por completo a Dios”.
“Cada vez que nos detenemos a adorar comienza, ya ahora, la eternidad. Y comienza una eternidad que no escapa del mundo, sino que abre eternamente a él”.
Según este mismo autor para imaginarnos un poco lo que puede ser la eternidad, fuera del tiempo, recurre a nuestra maestra: “En algún momento leí en el “Libro de la Vida”, de la gran Teresa de Jesús, que de niña gustaba de decir muchas veces con su hermano pequeño: “Para siempre, siempre, siempre”.
(La fotografía está tomada de la película “Teresa”; muestra a las tres actrices, Teresa de niña, adolescente y adulta; la música es de Alexandra Streliski)
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