El capítulo primero de las quintas explica en la introducción la entrada en el mundo de los “tesoros y deleites” de Dios. Quiere explicar a las hermanas los “gozos” que pueden disfrutar. No debe asustarnos entrar en la búsqueda de estos tesoros porque,
“bien pocas hay que no entren en esta morada que ahora diré. Hay más y menos, y a esta causa digo que son las más las que entran en ellas. En algunas cosas de las que aquí diré que hay en este aposento, bien creo que son pocas“
(M 5.1.2).
Veremos enseguida que las puertas están abiertas de par en par a cualquier cristiano deseoso de vivir el amor adulto. Lo dice en el título, se trata en esta morada de la unión con Dios.
Ésta se da de dos maneras, con regalos sobrenaturales, llamada unión regalada; y sin regalos sobrenaturales, denominada unión no regalada.
Lo normal hubiera sido comenzar por la más sencilla y accesible a todos. Sin embargo, Teresa explica en primer lugar la unión regalada, quizás para “engolosinar” a las almas (V 18.8), término que significa, aumentar el deseo de vivirla a base de dulces.
Al ser ambas asuntos del amor, con una expresión que repite con frecuencia, “hay más y menos“, significa que existen diferentes intensidades, por tanto, se trata de un proceso de vida, un aprendizaje hasta llegar a la intensidad que Dios quiera.
La mayor intensidad se da en la unión regalada, puro don de Dios, que consiste -adelantando acontecimientos-, en un recogimiento de todas las potencias y sentidos hasta quedar fijados solo en Jesucristo, y allí experimentar el silencio de un amor mutuo. Al principio dura muy poco tiempo.
Me parece más pedagógico comenzar por la unión no regalada. Hay que ir hasta el capítulo tercero para encontrarla:
“Paréceme que queda algo oscura, con cuanto he dicho, esta morada. Pues hay tanta ganancia de entrar en ella, bien será que no parezca quedan sin esperanza a los que el Señor no da cosas tan sobrenaturales; pues la verdadera unión se puede muy bien alcanzar, con el favor de nuestro Señor, si nosotros nos esforzamos a procurarla, con no tener voluntad sino atada con lo que fuere la voluntad de Dios. ¡Oh, qué de ellos habrá que digamos esto y nos parezca que no queremos otra cosa y moriríamos por esta verdad, como creo ya he dicho! Pues yo os digo, y lo diré muchas veces, que cuando lo fuere, que habéis alcanzado esta merced del Señor, y ninguna cosa se os dé de estotra unión regalada que queda dicha, que lo que hay de mayor precio en ella es por proceder de ésta que ahora digo y por no poder llegar a lo que queda dicho si no es muy cierta la unión de estar resignada nuestra voluntad en la de Dios. ¡Oh, qué unión ésta para desear! Venturosa el alma que la ha alcanzado, que vivirá en esta vida con descanso y en la otra también; porque ninguna cosa de los sucesos de la tierra la afligirá, si no fuere si se ve en algún peligro de perder a Dios o ver si es ofendido; ni enfermedad, ni pobreza, ni muertes, si no fuere de quien ha de hacer falta en la Iglesia de Dios; que ve bien esta alma, que El sabe mejor lo que hace que ella lo que desea” (M 5.3.3).
(M 5.3.3).
La unión no regalada podemos alcanzarla con la ayuda de Dios si unimos nuestra voluntad con la suya.
Veamos.
El hombre no puede por sus propios medios aprender a amar si antes no ha sido querido por alguien; esto sucede en lo humano y en lo divino. Desde ese amor primerizo, sí puede colaborar, “disponerse”, en lenguaje teresiano. La colaboración nos ha llevado a tener una vida espiritual, a practicar la oración, el crecimiento en las virtudes y un amor al prójimo manifestado con obras. Cuando el amor comienza a crecer (cuartas moradas) y, de alguna manera, nos sentimos queridos por Jesucristo, el paso siguiente es unirnos a Él por medio de la voluntad. Puede terminar en una unión amorosa con regalo, o puede que no, depende del don recibido. Teresa nos enseña que es suficiente con vivir la unión no regalada.
La regalada procede de la no regalada, hay una continuidad en la acción amorosa. El esfuerzo humano no cesa aunque estemos en las moradas místicas. En Vida lo había dicho de otra manera:
“En toda la oración y modos de ella que queda dicho, alguna cosa trabaja el hortelano; aunque en estas postreras va el trabajo acompañado de tanta gloria y consuelo del alma, que jamás querría salir de él, y así no se siente por trabajo, sino por gloria”
(V 18.1).
Más adelante vuelve a decirlo todavía con más claridad:
“Verdad es que a los principios casi siempre es después de larga oración mental, que de un grado en otro viene el Señor a tomar esta avecita y ponerla en el nido para que descanse”
(V 18.9).
En consecuencia, no dejamos de practicar lo dicho en las cuatro moradas anteriores, con especial atención a un rato de meditación diaria de la Palabra de Dios propuesta por la Iglesia para cada día. En las cuestiones del alma es difícil generalizar, en el mundo de Dios, Él lleva siempre la iniciativa.
He visto con mis propios ojos saltar a un hombre, alcoholizado y ateo, del exterior del Castillo a las quintas moradas sin pasar, ni siquiera rozando, por las moradas anteriores.
Volviendo a lo anterior, Teresa cree que lo general será entrar aquí después de haber vivido la vida, pasado por enfermedades y calumnias y, muy crecidas las virtudes:
“en las virtudes para llegar aquí, hemos menester mucho, mucho, y no nos descuidar poco ni mucho. Por eso, hermanas mías, alto a pedir al Señor, que pues en alguna manera podemos gozar del cielo en la tierra, que nos dé su favor para que no quede por nuestra culpa y nos muestre el camino y dé fuerzas en el alma para cavar hasta hallar este tesoro escondido, pues es verdad que le hay en nosotras mismas, que esto querría yo dar a entender, si el Señor es servido que sepa“
(V 5.1.3).
Podemos pedir al Señor que nos ayude a llegar a la unión no regalada. Al comienzo de las quintas no había advertido:
“Con que dé cada uno lo que tuviere, se contenta; poco o mucho, todo lo quiere para sí”
(M 5.1.3).
Luego la unión de voluntades es una historia de amor que incluye la donación de sí mismo.
Si seguimos leyendo el capítulo tercero de las quintas acerca de la unión no regalada (M 5.3.3-12), nos encontramos con dos cosas que merecen un pequeño comentario. No esta con dar algo a Jesucristo para alcanzar la unión no regalada, es preciso morir a nosotros mismos. La escuchamos:
“es necesario que muera el gusano, y más a vuestra costa; porque acullá ayuda mucho para morir el verse en vida tan nueva; acá es menester que, viviendo en ésta, le matemos nosotras. Yo os confieso que será a mucho o más trabajo, mas su precio se tiene; así será mayor el galardón si salís con victoria. Mas de ser posible no hay que dudar como lo sea la unión verdaderamente con la voluntad de Dios”
(M 5.3.5).
Ha introducido el símbolo del gusano de seda en el capítulo dos, al comentar toda la vida espiritual desde él y llegar a la unión regalada; ahora lo aplica a la unión no regalada.
En ambos casos ha de morir el gusano.
Es tanto el deleite amoroso en la unión regalada que cuesta menos entregar todo hasta la muerte simbólica del yo viendo que estamos en una vida nueva. En la no regalada cuesta más, porque hemos de ser nosotros mismos quien lo matemos. Lo anterior significa que, estamos en una historia de amor con la unión de voluntades. Para llegar a ella, como en toda historia de amor, hay que dar y recibir. Esa donación debe llevarse hasta el extremo, dar todo, morir al yo viejo. Es muerte sabrosa, al darlo morimos y, al mismo tiempo, resucitamos.
Cuantas veces hayamos renunciado a algo por el bien de otro se ha producido sin darnos cuenta una unión no regalada.
Pongamos el ejemplo más sencillo: el simple hecho de ofrecer una botella de agua a alguien, parece una tontería, cuando es algo muy serio. Si doy algo, me desprendo de algo mío. Si me desprendo de algo, algo muere en mí, me he quedado sin agua. Y por paradójico que parezca, sin darme cuenta, se produce una unión con la otra persona.
Y mucho más, en ese simple acto, además de una unión por pequeña que sea con el otro, acabo de aprender la importancia que tiene el dar. Se produce un cambio en mí, algo muere, me quedé sin agua, y algo resucita, estoy aprendiendo a compartir, a amar.
Volveremos sobre este asunto tan delicado. Hemos practicado miles de veces pequeños actos de solidaridad, de amor, aunque sea en pequeñas cosas. Son la base a la que recurrimos para comprender y vivir la unión no regalada.
Y si seguimos leyendo encontramos cuál es la voluntad de Dios:
“¿Qué pensáis, hijas, que es su voluntad? Que seamos del todo perfectas; que para ser unos con El y con el Padre, como Su Majestad le pidió, mirad qué nos falta para llegar a esto”
(M 5.3.6).
Concretamente, esa voluntad unida con la Trinidad que tiende siempre a una mayor perfección se concreta en los dos mandamientos: amar a Dios y al prójimo con perfección:
“Acá solas estas dos que nos pide el Señor: amor de Su Majestad y del prójimo, es en lo que hemos de trabajar. Guardándolas con perfección, hacemos su voluntad, y así estaremos unidos con El. Mas ¡qué lejos estamos de hacer, como debemos a tan gran Dios, estas dos cosas, como tengo dicho! Plega a Su Majestad nos dé gracia para que merezcamos llegar a este estado, que en nuestra mano está, si queremos”
(M 5.3.7).
Casi sin darnos cuenta hemos llegado a la esencia del cristianismo, al trípode que sustenta nuestra fe.
Amor a Dios y al prójimo con la máxima perfección que podamos, y buscar unir nuestra voluntad con la suya.
El creyente no es alguien extraño, no sigue una ideología, sigue a Personas. Ellas le ofrecen un amor desinteresado, salvífico, a través de Jesucristo. Si lo acepta libremente, recibe un don y una tarea moral. El amor a Dios es difícil de discernir, el del prójimo es verificable:
“La más cierta señal que, a mi parecer, hay de si guardamos estas dos cosas, es guardando bien la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos; mas el amor del prójimo, sí. Y estad ciertas que mientras más en éste os viereis aprovechadas, más lo estáis en el amor de Dios; porque es tan grande el que Su Majestad nos tiene, que en pago del que tenemos al prójimo hará que crezca el que tenemos a Su Majestad por mil maneras. En esto yo no puedo dudar”
(M 5.3.8)
“Obras quiere el Señor (…) Esta es la verdadera unión con su voluntad” (M 5.3.11). “Y forzar vuestra voluntad para que se haga en todo la de las hermanas, aunque perdáis de vuestro derecho, y olvidar vuestro bien por el suyo, aunque más contradicción os haga el natural; y procurar tomar trabajo por quitarle al prójimo, cuando se ofreciere. No penséis que no ha de costar algo y que os lo habéis de hallar hecho. Mirad lo que costó a nuestro Esposo el amor que nos tuvo, que por librarnos de la muerte, la murió tan penosa como muerte de cruz“
(M 5.3.12).
En resumidas cuentas, una vez llegados aquí, ¿qué pasos debemos dar para unir nuestra voluntad con la de Dios, en la unión no regalada?
Os propongo tres ejercicios diarios, o al menos muy frecuentes: Al rezar el Padrenuestro, detenernos un momento en la petición de hágase tu voluntad. Y pedirle a Jesus el don de la unión de voluntades; entregarle vuestra vida, entera, aunque no sea del todo cierto y nos reservemos tantas cosas, hasta que nuestro egoísmo comience a ceder.
Inventad una jaculatoria adecuada a vuestro modo de ser, por ejemplo: “Señor, te entrego mi vida, cúmplase en mí tu voluntad”.
Rezar una Avemaría a quien es el mejor modelo de cumplimiento de la voluntad de Dios.
Rezar con la Poesía 2 de santa Teresa, o con la de Charles de Foucauld.
Poesía 2 (en la edición de Monte Carmelo)
Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra, pues que me llamastes,
vuestra, porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
solo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme, pues, sabiduría,
o por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí o allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra abundosa;
sea Job en el dolor,
o Juan que al pecho reposa;
sea viña fructuosa
o estéril, si cumple así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Sea José puesto en cadenas,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo penas,
o ya David encumbrado;
sea Jonás anegado,
o libertado de allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Esté callando o hablando,
haga fruto o no le haga,
muéstreme la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
solo vos en mí vivid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
Oración de Carlos de Foucauld
Padre mío, me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.
Con tal que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre.
2 Comentarios
Quiero compartirle una experiencia, en algunas circunstancias intentando vivir: “que quieres Señor de mi, de mi vida” en este ejercicio/ofrenda sincera de unir nuestra voluntad, de entregarla, a la Voluntad de Dios, sentí que sobre el tema puntual que trataba, a Dios le daba lo mismo; que lo que importaba era esa disposición interior de estar dispuestos a una o cosa u otra si Dios quiere.
Me explico un poco mas, me acuerdo cuando en el 2010 deje el Hospital, soy médico y trabajaba en esa época en un Hospital, bastante bueno, mi especialidad es la Pediatría y es el Hospital de Niños de Buenos Aires, es importante, pero yo había empezado a estudiar Homeopatía y se me abrió un mundo, realmente trabajaba desde la mañana a la noche y encima estudiar, le sacaba tiempo a la familia y a toda otra actividad, asi las cosas que empecé a pensar en dejar el Hospital, me ocupaba todas las mañanas. A muchos les parecía una locura, mi esposa me decía: “lo que vos quieras”…y a Dios…¿Que quieres Señor? mi experiencia fue de que le daba lo mismo, que cualquier cosa que eligiera estaba bien.
Asi muchas veces, entonces la cosa es: vamos haciendo juntos el camino, El y yo, juntos, ni yo solo, ni el solo. Pero para que funcione es esta DISPOSICIÓN, y el Señor…deja, así también la responsabilidad es compartida y el camino se hace al andar.
Me hizo resonar este “aprendizaje” el titulo en MAYÚSCULA: JUNTOS.
Que piensa Ud. Padre.
Esteban Busto
Gracias !! Amor a Dios y al prójimo, buscar la unión de voluntades, donación y entrega, morir a nosotros y nosotras mismas, dejar que el gusanito muera….
Que bien lo va explicando Teresa! Gracias por ayudarnos a hacer más comprensible su lenguaje y por todo lo que nos propone. Las oraciones preciosas y los ejercicios nos pueden ayudar a hacernos más conscientes de lo que pedimos y rezamos.
Un abrazo y gracias por ayudarnos a caminar de la mano de Teresa