Este post intenta presentar un resumen de la unión regalada según santa Teresa, para, en el siguiente, dar una guía de lectura y comprender el primer capítulo de las quintas moradas y los textos paralelos donde se explica la unión regalada.
Al comienzo de la vida espiritual aconsejamos dedicar un tiempo a Dios en nuestra vida diaria. Dijimos que la oración en Teresa de Jesús era un diálogo. Aconsejamos en los primeros pasos rezar la oración vocal con conciencia, con el corazón y los labios; de ahí pasamos a la oración de meditación y de recogimiento, procurando siempre partir de la palabra de Dios propuesta por la Iglesia cada día y, al terminar de meditar, dejarnos mirar por Dios que nos ama, y establecer un diálogo personal e íntimo con Jesucristo. Los primeros atisbos “sobrenaturales” sucedieron en las cuartas moradas: somos amados por quien dio la vida por nosotros.
Como en toda relación amorosa, al conocimiento le sigue el amor. (En este sentido Teresa sigue a santo Tomás de Aquino). Y el amor adulto exige donación al otro. Se es feliz cuando el otro lo es. Buscamos lo mejor para la persona amada. La comunicación llega a ser donación mutua. En las quintas moradas da comienzo esa donación que puede llegar a ser importante si frecuentamos estos encuentros.
Para llegar a recibir el don de la unión regalada debemos estar preparados: salvo gracia especial de Dios, hay que estar curtidos en la oración, estar las virtudes crecidas, es decir, haber aprendido bastante a vivir la vida tal y como nos ha enseñado Jesucristo; reconocer y aceptar que la vida tiene bastante de cruz, e incluso saber por experiencia lo que es el dolor…
Será imposible llegar aquí si seguimos buscando nuestro interés personal por encima del bien común, o si tenemos otros dioses menores como el dinero, el poder o la honra. En nuestros tiempos actuales diremos que es imposible alcanzar estas cumbres si somos corruptos, caemos una y otra vez en el gran pecado de la cobardía que nos impide denunciar la injusticia, o la corrupción, pase lo que pase.
El Señor Jesús nos está esperando desde siempre porque nunca se cansa de dar. Lo dejó dicho: “Hay más dicha en dar que en recibir”. También lo desea, porque sabe que quienes se sienten amados, son más capaces de seguir adelante y pueden hacer mucho bien a la Iglesia y a la sociedad.
Siempre es bueno partir de un apoyo, el sagrario, los momentos íntimos después de la comunión, una imagen que suscite en nosotros el amor, un rincón de nuestra casa, etc.
Si os dais cuenta estoy explicando también la unión no regalada. Perseveramos en ella. Le decimos a Jesús que le damos nuestra vida, que queremos hacer su voluntad, que queremos morir a nuestro yo viejo y renacer con Cristo. Ese diálogo es personal y muy íntimo.
Puedes rezar una y otra vez con Charles de Foucault, también alumno de Teresa:
“Conozco tu miseria, las luchas y tribulaciones de tu alma, la debilidad y las dolencias de tu cuerpo; conozco tu cobardía, tus pecados y tus flaquezas. A pesar de todo te digo: dame tu corazón, ámame tal como eres“.
Cuando menos lo pienses la persona entera queda fija en Dios, se empieza a producir una unión. Se llama regalada porque es el Espíritu Santo quien realiza la unión de todas las potencias. Éstas, memoria, entendimiento y voluntad (más la imaginación y el resto de sentidos), se recogen en un instante y quedan “suspendidas“, absortas. Con otras palabras, la totalidad del ser queda inmerso, agarrado, todo él se recoge, no puede pensar en otra cosa. Se queda quedo, quieto, para que el Señor le imprima su sello, en silencio, casi sin palabras, amando y dejándose amar. Es don puro, gracia de Dios, algo parecido a experiencias humanas. Recuerda si en tu vida te ha pasado algo parecido.
El entrar en otra realidad que no eres tú se transforma la existencia. Desaparece por completo la soledad, esa que aprieta el pecho, el silencio deja de ser una carga, es un deleite. Dura muy poco, enseguida vuelven a molestar la memoria y la imaginación. Al estar la voluntad deseosa de continuar en el vuelco amoroso, con la práctica podrás volver a la unión un tiempo más. Nunca se debe forzar la vuelta, la dará Jesús cuando quiera.
El alma y el Espíritu Santo se lanzan mutuamente flechas de amor; saetas enviadas por Dios:“cuando el dulce cazador me tiró y dejó rendida, en los brazos del amor“. Y por el hombre: “Paréceme el amor una saeta que envía la voluntad, que si va con toda la fuerza que ella tiene, libre de todas las cosas de la tierra, empleada en solo Dios, muy de verdad debe de herir a Su Majestad” (CAD 6.5); las flechas de amor se llaman la una a la otra al amor y se juntan por breve tiempo, luego se separan.
Una vez que hemos llegado por pura gracia a ese don, suceden muchas cosas desde el silencio del amor, si nos disponemos con frecuencia a recibirlo: la donación del Uno al otro y viceversa va uniendo las voluntades. Queremos lo que quiere quien nos ama, estaremos mucho más preparados para recibir la vida de Jesucristo, llena de trabajo y cruz.
Nacerán grandes deseos de hacer algo por los demás, o mejor dicho, de convertir nuestra vida en una oblación de amor, de entrega, de autodonación como la Jesucristo. Nos han bajado a las bodegas del buen vino, como dice el Cantar, y se va a ordenar en nosotros la caridad, es decir, nos van a enseñar a amar como Cristo ama. Intuiremos que la paz recibida es distinta a la paz del mundo, es muy interior y profunda. Nada ni nadie nos la podrá quitar. Poco a poco aprenderemos a cargar con cruces que antes nos parecían inasumibles.
Llegará un momento en que la unión nos pedirá entregar del todo el yo. Rendirnos, dejar que Otro, el Señor, guíe nuestra vida. Dejaremos de ser la guinda del pastel y pasaremos a preguntarnos sin cesar: ¿cuál es la voluntad de Dios en este momento de mi vida? Dicha entrega produce una “muerte sabrosa” en la que entraremos otro día ayudados por el capítulo segundo de las quintas.
Descubriremos que el amor en sus altas cimas es la unión de dos distintos: El en mí y yo en Él. Esta fórmula de la Alianza en el Sinaí nos acompañará hasta la morada séptima y se convertirá en la máxima expresión de la relación entre humanos y con Dios. El Señor no nos da el abrazo del oso, asume lo humano sin destruirlo. (Volveremos sobre ello).
Una última pregunta: ¿Es posible llegar aquí sin haber tenido una vida espiritual previa? ¿Es posible vivir la unión regalada para gentes ajenas a la fe, o que llevan vidas desastrosas? Según santa Teresa habría mucho que hablar al respecto. Mi experiencia me da una respuesta afirmativa. Con una rendición absoluta al misterio de Dios he presenciado conversiones radicales, cambios profundos, inexplicables. Quizás algún día cuente alguna preservando el anonimato.
Estamos ante una experiencia cumbre, u óptima, divina y humana.
2 Comentarios
Gracias por la reflexión. Al leer es como si se ensanchara el corazón. Que maravillas pueden ocurrir en el !
Me da paz pensar que como reza la oración de Carlos de Foucauld, el Señor conoce nuestras miserias, luchas, tribulaciones, nuestras cobardías y pecados… , y sin embargo, sigue pidiéndonos nuestro amor…
Yo también tengo la sensación de que Dios se desborda y derrama de mil maneras en las personas sean creyentes o no. Creo que forma parte de su misterio. Me parece una maravilla. Al final, darnos cuenta de que todo es don y que no nos podemos apropiar de las experiencias…
Gracias y un abrazo
Muchas gracias Angelines. En estos días mucho más con la ayuda del Espíritu Santo. Lee lagarta del Papa a los curas de Roma. Sirve para todos. Besos de Antonio