Con la unión regalada entramos en otro mundo, el de la unión con Dios, que va a extenderse hasta las séptimas moradas, de diferentes maneras y con diversas intensidades.
La dificultad del lenguaje
Es necesario advertir desde el principio la dificultad que tiene el místico para explicar su interior. Por eso, algunos recurren a los símbolos, por ejemplo, santa Teresa y san Juan de la Cruz. Entramos en el mundo misterioso del amor. Una frase de Teresa llena de gracejo, da buena cuenta de la dificultad:
“La voluntad debe estar bien ocupada en amar, mas no entiende cómo ama. El entendimiento, si entiende, no se entiende cómo entiende; al menos no puede comprender nada de lo que entiende. A mí no me parece que entiende, porque -como digo- no se entiende. ¡Yo no acabo de entender esto!” (V 18.14).
Si el amor humano tienen mucho de enigmático, el amor de Dios y a Dios, mucho más. Reconocemos desde el comienzo esta dificultad y aceptamos su parte misteriosa.
Un resumen de la unión regalada
En ocasiones puede suceder que algunas personas reciban un gran don de Dios como consecuencia de ofrecerle su voluntad. Como ocurre con todos estos dones de Dios, nunca hay que buscarlos; y si suceden, duran muy breve espacio de tiempo, nunca, más de media hora. Habitualmente suelen presentarse estando en oración de meditación, y cuando todo lo que lo que ofrece la sociedad, e incluso nosotros mismos, nos parece relativo. La persona se queda «traspuesta» ante Dios. Memoria, entendimiento y voluntad quedan fijas en Él, sin entender nada, tan sólo amando. Se produce un instante de unión íntima con Dios, unión de amor, quedando todas las potencias absortas, centradas en lo que está sucediendo, sin poder actuar en otra cosa. Dios actúa en el alma dejando una gran paz y alegría interior. Digo «Dios», y digo bien, porque por vez primera nos acercamos a
Dios en su unidad y en la diferencia de Personas. Comenzamos a aprender por experiencia que Dios es uno y trino.
Acaece probablemente tras años de conocimiento mutuo. Llegado el momento, sobran las palabras entre amantes: basta con amar en silencio. No estamos hablando del amor físico, tampoco de enamoramiento. Aquí es algo más profundo: en la unión de las quintas moradas, la voluntad ama y se deja amar en silencio por breve tiempo, quedando en gran paz:
«Aquí con estar todas dormidas, y bien dormidas [las potencias], a las cosas del mundo y a nosotras mismas (porque de hecho en verdad se queda como sin sentido aquello poco que dura, que ni hay poder pensar, aunque quieran), aquí no es menester con artificio suspender el pensamiento; hasta el amar, si lo hace, no entiende cómo, ni qué es lo que ama ni qué querría; en fin, como quien de todo punto ha muerto al mundo para vivir más en Dios, que así es: una muerte sabrosa, un arrancamiento del alma de todas las operaciones que puede tener estando en el cuerpo» (M 5.1.3-4).
Entregar alguna cosa gratis equivale a regalar; entregarse conlleva una especie de muerte del propio yo. «Muerte sabrosa» la llamará Teresa; «sabrosa», porque al darme me reencontraré con un yo renacido. En el morir mismo despierta la resurrección. El Rey del Castillo quiere conducir a la que será su esposa a la bodega del vino. No va ella, sino que el Rey la introduce. El Amado, viendo que el siervo del amor se rinde, le hace conocer los recovecos del castillo. Cuando Él quiere. Amándole, le hace quedar en gran paz, como la que tuvieron los apóstoles al entrar Cristo resucitado en medio de ellos. Esta inmensa paz se verá acrecentada mucho más en las séptimas moradas, pero aquí comienza ya el proceso de la resurrección del ser humano. Precisamente al morir a sí mismo, renace otro hombre. Impresionante paradoja ésta de renacer al morir, preludio de la resurrección futura y eterna que se nos ha prometido.
Observe el lector que el amor cristiano nunca destruye al otro, ni le aprisiona, ni le anula. El amor nace en el profundo respeto a la diferencia. Dios es Dios, y yo soy yo. En un viaje maravilloso, mi yo entregado y abandonado se abisma en el otro, en Dios. Salgo al encuentro de Dios, que desde siempre viene a mí. Siempre lleva Él la delantera. Él viene a mí, y yo voy a Él, y nos sumergimos el uno en el otro. Es más que una visita, es invasión, profundidad enamorada y respetuosa que, en un instante de amor, transforma el ser. Salgo de ahí con la certeza de haber estado en el misterio del amor. Vuelvo nuevo, porque mi yo vaciado y abandonado se ha dejado llenar de la realidad divina, que se ha plasmado en él. Una realidad divina plural y única a la vez, porque la unidad siempre se da en la diferencia. Esto vale para el amor humano y divino:
«Habéis oído que dice la Esposa en los Cantares: Llevóme el rey a la bodega del vino, o metióme, creo que dice. Y no dice que ella se fue. Y dice también que andaba buscando a su Amado por una parte y por otra. Ésta, entiendo yo, es la bodega adonde nos quiere meter el Señor cuando quiere y como quiere; mas por diligencias que nosotros hagamos, no podemos entrar. Su Majestad nos ha de meter y entrar Él en el centro de nuestra alma y, para mostrar sus maravillas mejor, no quiere que tengamos en ésta más parte de la voluntad, que del todo se le ha rendido, ni que se le abra la puerta de las potencias y sentidos, que todos están dormidos; sino entrar en el centro del alma sin ninguna, como entró a sus discípulos cuando dijo: pax vobis, y salió del sepulcro sin levantar la piedra» (M 5.1.12).
Se tiene la seguridad de que Dios estuvo en la persona, y la persona entera estuvo en Dios, en un asombroso intercambio: el creyente ha estado metido en Dios, y Dios en él. Aunque pasaran años sin repetirse, jamás olvidaría lo sucedido, y ésta es una de las pruebas de la autenticidad de la experiencia. Pasado el tiempo, llega a tener la certeza de que ha sido visitada por Dios íntimamente; en el momento es incapaz de comprender lo que acaba de pasar:
«Fija Dios a sí mismo en lo interior de aquel alma de manera que, cuando torna en sí, en ninguna manera pueda dudar que estuvo en Dios y Dios en ella» (M 5.1.9).
(El breve resumen de la unión regalada que acabo de presentar lo he copiado de mi libro “Acercar el cielo”. Aunque han pasado bastantes años, sigo pensando casi lo mismo. En la próxima entrega, intentaré acercar con ejemplos la experiencia, partiendo de realidades humanas y me extenderé en el análisis).
Comentario
Mi yo entregado y abandonado se abisma en Dios❤️