Juan de la Cruz presenta en sus escritos una enseñanza más clara y estructurada que santa Teresa de Jesús, si bien su experiencia personal es menos perceptible. Trata de las hablas divinas en su Subida al Monte Carmelo, libro II, cps. 28-31, en el marco de la noche activa del espíritu, o más precisamente, del entendimiento y la inteligencia que preparan la unión con Dios desde una fe desnuda. El libro III del mismo libro en su capítulo 10 tratará del papel que juega la memoria y la voluntad.
Prefiere denominar estos fenómenos del alma como “aprehensiones”. Los hay de dos tipos, “naturales”, o “sobrenaturales“, los que vienen de forma normal, de los que vienen de Dios, más allá de la naturaleza humana.
De manera sobrenatural se encuentran las “corporales” que llegan a los cinco sentidos exteriores o a la imaginación y las “espirituales”. (De las primeras Teresa nunca tuvo ninguna). Entre las últimas las más altas son la aprehensiones confusas, oscuras y generales que hacen contemplar la fe (me parece que en esto último discrepa Teresa). En sus grados inferiores pueden ser visiones, revelaciones, palabras interiores y sentimientos.
Hay tres formas de palabras interiores por “vía sobrenatural”: las “palabras sucesivas”, dentro del discurso, las “formales” y “sustanciales”.
El texto dice así:
“Lo mismo haré ahora acerca de la tercera manera de aprehensiones, que decíamos eran locuciones sobrenaturales, que sin medio de algún sentido corporal se suelen hacer en los espíritus de los espirituales, las cuales, aunque son en tantas maneras, hallo que se pueden reducir todas a estas tres, conviene a saber: palabras sucesivas, formales y sustanciales.
Sucesivas llamo ciertas palabras distintas y formales que el espíritu recibe, no de sí, sino de tercera persona, a veces estando recogido, a veces no lo estando.
Palabras sustanciales son otras palabras que también formalmente se hacen al espíritu, a veces estando recogido, a veces no, las cuales en la sustancia del alma hacen y causan aquella sustancia y virtud que ellas significan. De todas las cuales iremos aquí tratando por su orden.
En el capítulo 29 nos da instrucciones precisas. Las primeras, las sucesivas se producen estando el espíritu recogido y activo, por ejemplo en la oración, y no tienen ningún carácter extraordinario. (Me parece que hemos llegado a un punto crucial, porque va a aclarar lo que sucede en las conversaciones con Jesucristo dentro de la oración):
“Estas palabras sucesivas siempre que acaecen es cuando está el espíritu recogido y embebido en alguna consideración muy atento. Y, en aquella misma materia que piensa, él mismo va discurriendo de uno en otro y formando palabras y razones muy a propósito con tanta facilidad y distinción, y tales cosas no sabidas de él va razonando y descubriendo acerca de aquello, que le parece que no es él el que hace aquello, sino que otra persona interiormente lo va razonando, o respondiendo, o enseñando.
Y, a la verdad, hay gran causa para pensar esto, porque él mismo se razona y se responde consigo, como si fuese una persona con otra. Y, a la verdad, en alguna manera es así, que, aunque el mismo espíritu es el que aquello hace como instrumento, el Espíritu Santo le ayuda muchas veces a producir y formar aquellos conceptos, palabras y razones verdaderas. Y así, se las habla, como si fuese tercera persona, a sí mismo. Porque como entonces el entendimiento está recogido y unido con la verdad de aquello que piensa, y el Espíritu Divino también está unido con él en aquella verdad, como lo está siempre en toda verdad, de aquí es que, comunicando el entendimiento en esta manera con el Espíritu Divino mediante aquella verdad, juntamente las demás verdades que son acerca de aquella que pensaba, abriéndole puerta y yéndole dando luz el Espíritu Santo enseñador. Porque ésta es una manera de las que enseña el Espíritu Santo”.
Debe el alma estar advertida del peligro, puede ella misma formarse esas palabras (cap. 29.3):
“Y, aunque es verdad que en aquella comunicación e ilustración del entendimiento en ella de suyo no hay engaño, pero puédelo haber y haylo muchas veces en las formales palabras y razones que sobre ello forma el entendimiento; que, por cuanto aquella luz a veces que se le da es muy sutil y espiritual, de manera que el entendimiento (no) alcanza a informarse bien en ella, y él es el que, como decimos, forma las razones de suyo, de aquí es que muchas veces las forma falsas, otras verisímiles o defectuosas. Que, como ya comenzó a tomar hilo de la verdad al principio, y luego pone de suyo la habilidad o rudeza de su bajo entendimiento, es fácil cosa ir variando conforme su capacidad; y todo en, este modo, como que habla tercera persona”.
Sigue en el número 5:
“Y allende de esto, la gana que tienen de aquello y la afición que de ello tienen en el espíritu, hace que ellos mismos se lo respondan y piensen que Dios se lo responde y se lo dice. De donde vienen a dar en grandes desatinos si no tienen en esto mucho freno y el que gobierna estas almas no las impone en la negación de estas maneras de discursos (…) Porque lo que no engendra humildad, y caridad, y mortificación, y santa simplicidad, y silencio, etcétera, ¿qué puede ser? Digo, pues, que esto puede estorbar mucho para ir a la divina unión, porque aparta mucho al alma, si hace caso de ello, del abismo de la fe, en que el entendimiento ha de estar oscuro, y oscuro ha de ir por amor en fe y no por mucha razón“.
Vuelve a advertirnos en los números 10 y 11:
“También en este género de palabras interiores sucesivas mete mucho el demonio la mano, mayormente en aquellos que tienen alguna inclinación o afición a ellas porque, al tiempo que ellos se comienzan a recoger, suele el demonio ofrecerles harta materia de digresiones, formándole al entendimiento los conceptos palabras por sugestión, y le va precipitando y engañando sutilísimamente con cosas verisímiles“.
“De lo dicho queda entendido que estas locuciones sucesivas pueden proceder en el entendimiento de tres causas, conviene a saber: del Espíritu Divino, que mueve y alumbra al entendimiento, y de la lumbre natural del mismo entendimiento, y del demonio, que le puede hablar por sugestión“.
La diferencia entre las verdaderas y las falsas, como en santa Teresa, se verifica en las consecuencias prácticas: humildad, mortificación, amor a Dios y al prójimo.
Las palabras formales las explica en el capítulo 30, número 1. Una tercera persona le habla al espíritu, vienen de “otra parte” (número 4) y llegan en cualquier momento. Por lo general son cortas, una o dos palabras.
“El segundo género de palabras interiores son palabras formales que algunas veces se hacen al espíritu por vía sobrenatural sin medio de algún sentido, ahora estando el espíritu recogido, ahora no. Y llámolas “formales” porque formalmente al espíritu se las dice tercera persona, sin poner él nada en ello. Y por eso son muy diferentes que las que acabamos de decir; porque no solamente tienen la diferencia en que se hacen sin que el espíritu ponga de su parte algo en ellas, como hace en las otras, pero, como digo, acaécenle a veces sin estar recogidos, sino muy fuera de aquello que se le dice”.
En todos los casos recomienda consultar al confesor, para distinguir lo verdadero de lo falso.
Las palabras sustanciales (capítulo 31.1) son parecidas a las formales en cuanto a la manera en que vienen, con una diferencia sustancial, se imprimen en lo profundo del alma y producen lo que significan:
“El tercer género de palabras interiores decíamos que eran palabras sustanciales, las cuales, aunque también son formales, por cuanto muy formalmente se imprimen en el alma, difieren, empero, en que la palabra sustancial hace efecto vivo y sustancial en el alma, y la solamente formal no así (…) Tal como si nuestro Señor dijese formalmente al alma: “Sé buena”, luego sustancialmente sería buena; o si la dijese: “Ámame”, luego tendría y sentiría en sí sustancia de amor de Dios; o si, temiendo mucho, la dijese: “No temas”, luego sentiría gran fortaleza y tranquilidad. Porque el dicho de Dios y su palabra, como dice el Sabio (Ecli. 8, 4), es llena de potestad; y así hace sustancialmente en el alma aquello que le dice.
Cuando al alma le llega una de estas palabras nada ha de temer, el demonio no tiene autoridad ninguna en esa profundidad, son comparables a la Palabra de Dios (31.2):
“Y así, estas palabras sustanciales sirven mucho para la unión del alma con Dios, y cuanto más interiores, más sustanciales (son) y más aprovechan. ¡Dichosa el alma a quien Dios las hablare! Habla, Señor, que tu siervo oye (1 Sm. 3, 10)“.
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(He seguido a André DERVILLE en el diccionario de espiritualidad francés, quien a su vez se sirve del estudio de Crisógono de Jesús en la introducción a las obras completas. Las fotos son de Free Stock Photos. Y la música de Elgar, en Variaciones Enigma,9).
Comentario
Me encanta. Yo he experimentado algún habla. Una palabra que se ha impreso en mi alma. Y sobre todo leyendo la Biblia.