El mundo del deseo de Dios, sus presencias y ausencias, la herida de amor, etc., son un mundo que podríamos seguir ampliando. De momento termino el comentario al segundo capítulo de las sextas con tres puntos: (1) Las experiencias humanas de “pena sabrosa”. (2) Las vías humanas de acceso al amor místico. (3) Mi opinión sobre los errores de interpretación en el pasado.
1.- Las experiencias humanas de “pena sabrosa”
Todo el mundo vive presencias en la ausencia. Se dan en el mundo del amor. Conozco un marino mercante, pasaba largas temporadas trabajando en el mar y su mujer quedaba sola con los niños. Soportaban largas ausencias teniendo la presencia del otro guardada en el corazón. Ahora jubilados siempre van juntos y participan en un grupo de cristianos.
Lo mismo cuentan las viudas de un matrimonio feliz. Recuerdan al marido en cualquier momento. Lo llevan en el corazón.
El recuerdo en la ausencia también les sucede a las viudas que no tuvieron la suerte de vivir un matrimonio feliz. En una cena navideña con gente de la parroquia me presenté a dos señoras desconocidas para mí, muy arregladas y pintadas. Me dijeron de golpe, – vamos a decirle la verdad, nuestros maridos están en el cielo y nosotras en la gloria. El mío bebía y el de mi amiga le pegaba. Nos apuntamos a toda las fiestas.
Pensemos en un padre que debe ir a trabajar y deja a su mujer que acaba de dar a luz. Va por la calle con su mente centrada en el bebé y en su mujer. Con frecuencia tropiezas con gentes que cuentan cómo el ser querido viene a su mente cuando está más descuidado.
En conclusión, las presencias y ausencias son habituales y normales en toda vida. De experiencias humanas donde se mezcla a la vez la pena y la alegría podemos dar cuenta abundante. Retengo una conversación de hace años con una mujer viuda que había sufrido la pérdida de un hijo en vida del marido. No creo que haya en la vida otra experiencia mas dolorosa. Mujer muy religiosa, me explicaba cómo vivía a la vez un dolor que le traspasaba el corazón y, al mismo tiempo, una gran paz, confiando plenamente en el Dios amoroso de Jesucristo. Veía a su hijo feliz en el cielo. Siempre recordaré juntar al instante a aquella mujer con la virgen María al pie de la cruz.
Esta mañana, después de la eucaristía, comentaba estas cosas con Magdalena Soriano, religiosa Escolapia y amiga, experta en literatura. Le he pedido unas líneas, las copio a continuación:
“Al hilo de lo que vamos leyendo y profundizando en el blog y dada mi querencia hacia la literatura profana (no tan profana a veces) se me ocurre un comentario sobre estas palabras-sentimientos de deseo-ausencia-presencia, que en la poesía se dan muchas veces relacionadas.
El amante desea siempre estar en compañía de la persona amada, cuando no se está con ella, se vive el dolor de la ausencia. Lo terrible es cuando se sabe que esta ausencia será definitiva, pues la muerte, la más terrible separadora de los amantes, ha hecho su presencia.
Valga como ejemplo la experiencia de D. Antonio Machado ante la muerte de su joven esposa Leonor:
«Una noche de verano-/estaba abierto el balcón/y la puerta de mi casa-/la muerte en mi casa entró./ Se fue acercando a su lecho/-ni siquiera me miró-,/con unos dedos muy finos/algo muy tenue rompió. /Silenciosa y sin mirarme, /la muerte otra vez pasó/delante de mí. ¿Qué has hecho?/La muerte no respondió. /Mi niña quedó tranquila, /dolido mi corazón. /¡Ay, lo que la muerte ha roto/era un hilo entre los dos!». (Campos de Castilla. CXXXII)
Es entonces cuando la amada no está, cuando la ausencia es total, cuando el amor hace crecer el deseo de tal manera, que se vive una certeza distinta, una realidad nueva en la que la ausencia se ha convertido en una nueva presencia“
«Soñé que tú me llevabas/por una blanca vereda, /en medio del campo verde, /hacia el azul de las sierras, /hacia los montes azules, /una mañana serena. //Sentí tu mano en la mía, /tu mano de compañera, /tu voz de niña en mi oído/como una campana nueva, /como una campana virgen/de un alba de primavera. /¡Eran tu voz y tu mano, /en sueños tan verdaderas! …/Vive, esperanza, ¡quién sabe/lo que se traga la tierra!».(Ib. CXXII)
Es el amor el que mantiene el deseo, el que trae de la “otra vida” a la persona amada con la que se puede hablar, pasear, dialogar: «¿No ves, Leonor, los álamos del río/ con sus ramajes yertos?/Mira el Moncayo azul y blanco; dame/ tu mano y paseemos». (Ib. CXXI)
Quizás nos pueda pasar lo mismo con nuestro Dios, tan deseado, tan ausente muchas veces, que sin saber cómo lo podamos sentir, tan “al lado” que podamos, pasear, hablar y querernos como dos enamorados”.
2.- Las vías humanas de acceso al amor místico
Algunas ideas para prepararnos a las gracias místicas de amor:
Recordar y hacer presentes las experiencias que hemos tenido de deseo, de Dios, de personas, de cosas, etc., puede sernos de mucha utilidad, sabiendo que la “herida de amor o “pena sabrosa” con Jesucristo es un don que se nos da gratis -si el Espíritu Santo quiere-, y que no es necesario para nuestra salvación.
Asimismo, pedir esa gracia es lícito y necesario. Algunos autores de la antigüedad prohibían solicitar esos deseos a Dios por parecerles motivo de soberbia. La Iglesia los condenó en repetidas ocasiones, arguyendo la libertad de los cristianos para desear a Dios en sus llamadas más alta de la mística, soñar los cielos y la perfección cristiana, o pedir la santidad.
Desde la atalaya de las sextas moradas se va descubriendo el amor adulto y maduro, se vivan o no, experiencias tan profundas como las que cuenta santa Teresa de Jesús. Será imposible recibir ninguno de estos dones sin reconocer que somos dignos de ser amados. Entre amar a otros o adquirir la seguridad de ser dignos de ser amados, me parece más difícil la segunda. Somos jueces severos de nosotros mismos y es más difícil dejarnos amar que amar. Teresa nos enseñó desde la primera morada a reconocer nuestra dignidad de personas, capaces de amar y ser amados.
Como decíamos antes, el deseo de amor podemos hacerlo crecer, solicitarlo, pedirlo con insistencia. Aunque el paso más grande que podemos aportar a la unión con Dios sea la rendición incondicional. Palabra fácil de decir, difícil de vivir. Rendición total ante el misterio de la vida, ante Dios. Abandono completo de nuestra vida en los brazos de otro, amigo, Esposo, confidente…, Jesucristo nuestro Señor.
Ayuda mucho saber que la muerte te pisa los talones. Los enfermos de Sida y los alcohólicos nos lo han enseñado, hemos recibido su herencia. Sabían que morían en un plazo cercano. Bajaban a lo más profundo, volvían a descubrir su infancia, las personas queridas. Les urgía reconciliarse con la familia para morir en paz, perdonarse los errores, llegar a estar en paz con Dios y sus seres queridos. Un cambio muy importante debe producirse en la mente cuando la muerte se acerca. El problema es que ellos sabían que morían con fecha aproximada, y nosotros creemos que podemos dejar para más adelante ese cambio trascendental en la manera de ver la vida. La rendición comenzó de modo inacabado en las quintas moradas; debe continuar en las sextas. Puede ayudarnos vivir cada día como si fuera el último.
Además, puede ayudarnos ampliar el tiempo de oración. Tener siempre como base la meditación de la Palabra de Dios propuesta por la Iglesia para cada día, y dejar más tiempo para la contemplación del misterio. Y mejor todavía si lo hacemos ante el sagrario.
Ser consciente de lo que no hemos entregado a Dios desde la poesía 3 de Teresa copiada en el post anterior: “Ya del todo me entregué y di”.
La otra vía de acceso al misterio de Dios es la acción, amando a los demás. Cualquier voluntariado por pequeño que sea, cargar con cruces ajenas y estar dispuesto a cargar con las propias. Ir descubriendo el sufrimiento del mundo y colaborar solidariamente para mitigarlo, nos aporta madurez y nos lanza a la esperanza escatológica, del “Ven Señor Jesús”.
3.- Mi opinión sobre las interpretaciones del pasado
La historia cristiana a través de los siglos nos ha dejado una herencia inabarcable. Se ha escrito mucho y bien acerca del tema que nos ocupa en el capítulo segundo de las sextas moradas: Heridas de amor, cultura del deseo de Dios, de cielo, de perfección en la vida cristiana, etc.
Sin embargo, observo dos inconvenientes a corregir: por una parte, se ha evitado de manera sistemática poner en contacto experiencias tan altas con la vida corriente de los cristianos.
Con otras palabras, se examinan las experiencias místicas en sí mismas, sin ponerlas en relación con hechos que todos experimentamos. Esto trae como consecuencia un alejamiento de la mística del amor de la mayor parte de los creyentes. Se abre sin quererlo una distancia inalcanzable entre el amor místico y la vida corriente.
Además se estudian desde la vivencia de los santos en su máxima intensidad, olvidando que para llegar allí, ellos también han pasado por un proceso de crecimiento que se nos oculta.
La herida de amor explicada por Teresa ha de entenderse en su contexto vital. Desde el capítulo primero de las sextas donde nos cuenta algunas de las vicisitudes y sufrimientos que pasa, sabiendo que son una cifra de lo que padeció, por motivos de salud, persecuciones, denuncias, abusos de poder por parte de la misma Iglesia, por su condición femenina… Sin olvidarnos de lo sucedido con la separación luterana, y la situación en tierras lejanas de América. Nos enseña que el amor adulto es una pena sabrosa, vigilante de la realidad, asumiendo el dolor humano, deseando la venida de Cristo, aceptando las cruces. Y que su ausencia reclama la segunda venida, y la colaboración activa, compasiva y solidaria con las tristezas ajenas.
Por otra parte, la división entre ascética y mística ha traído consigo un equívoco a corregir. Se comprendía por ascética la vida espiritual en sus inicios, cuando el ser humano debía aportar mucho a la relación con Dios, en nuestro itinerario serían las tres primeras moradas. La gracia de Dios era siempre lo primero, Dios siempre va por delante, pero la persona debía incorporar con esfuerzo las virtudes, la meditación de los misterios de Cristo, etc. Por el contrario, en las moradas místicas, desde la cuarta, Dios tomaba la iniciativa de tal manera que la aportación humana no se valoraba apenas. El Señor tomaba las riendas. Una lectura atenta nos descubre que podemos aportar bastante a la relación con Dios en las moradas místicas. En toda morada hay un don de amor divino y una respuesta moral del ser humano. Todas son ascéticas y místicas.
(La fotografía es de mi prima hermana Arantxa Benedí. Título: Azules. Premio Nacional de Fotografía Quijote 2020 en la categoría de Paisaje)
Unida a la fotografía va la música dedicada a todos los buscadores de Dios, deseosos de aprender a volar sin dejar de mirar la tierra, a amar a Dios y a los demás dejándose amar por Jesucristo. La música es de V. Williams, “The Lark Ascending”, “El vuelo de la alondra”. La violinista se llama Hilary Hahn, norteamericana y es una de las mejores violinistas de la actualidad)
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