Os presento mi comunicación en un Congreso sobre santa Teresa de Jesús del año 2015. Trata de las tres formas de arrobamiento en los capítulos 4, 5 y 6 del Castillo Interior. Forman una unidad y son la esencia de las sextas moradas, todo un tratado del Amor de Dios a la humanidad.
Quiero destacar la importancia que tiene para una nueva comprensión del sacramento de la reconciliación, que respete totalmente la herencia recibida en la Iglesia, y ponga en el centro de la propuesta sacramental el Amor de Dios recibido en el sacramento, el ir haciendo progresivamente la experiencia de sabernos amados cada vez que recibamos el sacramento.
Mucho de lo dicho sobre los arrobamientos de M 6.4 se repite aquí. Remito a la dirección del Congreso por si os interesa leer alguna de las ponencias:
http://www.congresosantateresa2015.es/downloads/actasCongreso.pdf, pag. 137 ss
LAS MORADAS SEXTAS, CAPÍTULOS 4, 5 Y 6
Introducción
Se explica brevemente la unidad de los tres capítulos de las sextas Moradas de santa Teresa en el Castillo Interior (4, 5 y 6). Las tres formas de arrobamiento (cap. 4), vuelo de espíritu (cap.5) y arrobamiento de contento (cap. 6), forman una unidad y son el centro de las sextas Moradas. Los tres tienen paralelos en escritos anteriores (V 20 y R 5). En definitiva, son experiencias de un amor recibido y apasionado, similar al vivido en la experiencia humana de amor matrimonial y del experimentado por los profetas en los relatos de vocación. Y guardan estrecha relación con una visión de la vida que recorre todas las sextas y que Teresa define como “pena sabrosa”. En la actualidad pueden servir para una reinterpretación del sacramento de la reconciliación y el acto penitencial de comienzos de la eucaristía.
MORADAS 6.4: EL ARROBAMIENTO O LA VIVENCIA DE UN GRAN AMOR RECIBIDO
Desde las Moradas quintas el lector del itinerario espiritual teresiano queda autorizado a comparar la alta mística con el amor humano matrimonial. En consecuencia, las tres experiencias de amor recibido en 4, 5 y 6 equivalen a la vivencia de los amantes quienes entregan su vida al otro, sin perder su yo y aceptando las diferencias, en un acto de amor incondicional, incluyendo en ese acto de amor el perdón como máxima expresión. La persona amada hasta el final se lanza en brazos de quien la ama “en un vuelo suave, vuelo deleitoso, vuelo sin ruido”. Es un abrazo agradecido donde recibirá las primeras joyas del esposo (M 6.5) y vivirá en la alegría de saberse querida (M 6.6).
Si volcamos lo humano en la relación humano-divina nos encontramos que el arrobamiento, éxtasis o rapto son una misma cosa (título de M 6.4). Sobre la base antropológica del deseo de amar nacido de la firme decisión de la voluntad de seguir el camino de Cristo (M 3), que perdurará hasta la parusía, y quedará mitigado en las séptimas con la dulce compañía de lo humano y lo divino de Cristo en “continuanza”, la persona topa con la debilidad o falta de fuerzas a consecuencia del pecado original. Recibirá fuerza, o ánimo, dice ella para juntarse con el Amado y firmar el desposorio espiritual. Me puedo comprometer de por vida con alguien cuando me quieren incondicionalmente. Leamos el texto:
“Una manera hay que estando el alma, aunque no sea en oración, tocada con alguna palabra que se acordó u oye de Dios, parece que su Majestad desde lo interior del alma hace crecer la centella que dijimos ya, movido de piedad de haberla visto padecer tanto tiempo por su deseo, que abrasada toda ella como un ave fénix queda renovada y, piadosamente se puede creer, perdonadas sus culpas”. (M 6,4.3).
El amor incondicional llevado hasta las últimas consecuencias de perdón renueva el ser, lo reconstruye. Queda absorta, sorprendida, emocionada, las potencias y sentidos muertos, lo que no le impide ser consciente de lo sucedido. Ese silencio amoroso no conduce al vacío, sino a un mundo nuevo donde queda hecha una cosa con Dios “metida en este aposento de cielo empíreo que debemos tener en lo interior de nuestras almas” (M 6.4.8). La va mostrando alguna partecita del reino que ha ganado (M 6.4.9). La esposa ha encontrado al amor de su alma que buscaba por barrios y plazas (Cantar 3.2). “Quiere nuestro Señor que todos entiendan que aquel alma es ya suya, que no ha tocar nadie en ella (…). Él la amparará de todo el mundo y aun de todo el infierno” (M 6.4.16).
En el Libro de la Vida, los arrobamientos se mezclan y no está tan clara la división en tres partes como lo estará en Moradas. No obstante, en el arrobamiento de V 33.14, volvemos a encontrar la misma idea junto a elementos propios de lo que más tarde será el vuelo de espíritu: «Dióseme a entender que estaba limpia de mis pecados».
Muy parecido le sucede a Isaías I en el momento de su vocación. Tras una teofanía grandiosa dice:
“Y voló hacia mí uno de los serafines con un ascua en la mano, que había retirado del altar con una tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado. Entonces escuché la voz del Señor, que decía: –¿A quién mandaré?, ¿quién irá de nuestra parte? Contesté: Aquí estoy, mándame” (Is 6, 6-8).
El profeta recibe la vocación a la acción en nombre de Yahvé cuando el amor infinito le quiere y perdona, cuando «he disipado como niebla tus rebeliones y pecados, porque el Señor ha redimido a Jacob» (Is 44.12); «porque te aprecio y eres valioso y yo te llamo por tu nombre. Yo te quiero, ya eres mío» (Is 43.1ss). El don se amplía al pueblo y el profeta tiene la obligación de comunicarlo: “Tú eras para ellos un Dios de perdón” (Sal 99.8; cf. Ex3-4; Jue 6.12-24). Teresa, aliada con los profetas, se está preparando para ayudar con hechos al Crucificado (M 7) desde un amor recibido con una fuerza muy superior a la vivida en la unión de las M 5.
MORADAS 6.5: LA PALOMITA EN VUELO
En algunos arrobamientos —confiesa ella— siente arrebatar el alma con una velocidad que a los principios hace harto temor. Es el abrazo agradecido de quien se siente amado. Trasladada a otro lugar, una región de luz, ve por visión imaginaria multitud de ángeles con el Señor, en un instante le enseñan muchas cosas juntas, comprende sin estudio verdades sublimes (adelanto de la “suspensión en Dios” de M 6.10), recibe las primeras joyas, lo dolores y trabajos que Jesucristo había pasado en su Pasión (M 6.5.6). «Ya sabes el desposorio que hay entre ti y Mí, y habiendo esto, lo que yo tengo es tuyo, y así te doy todos los trabajos y dolores que pasé, y con esto puedes pedir a mi Padre como cosa propia» (R 51).
Otra joya no menos valiosa va a ser la libertad ante todo lo creado. Dicho con otras palabras: la libertad es hija del amor de Dios volcado al hombre. “Señorío” la llamará ella, fruto de una amistad con el Señor que no se puede decir (R 51). Pidamos todos alas de paloma (Sal 54, 7) para levantarnos de todo lo criado y alcancemos el señorío de quien mira todo sin estar enredada en nada (V 20.22-25). El alma queda despreocupada de sus asuntos, el Esposo se encargará de ellos.
Su única misión será identificarse con la vida de Cristo como si fuera la suya propia y ayudar al Esposo una vez que la voluntad está entregada. Nace la libertad creativa mientras la novia se ve engalanada, preparada para la consumación del matrimonio. La primera vez fue en Santo Tomás de Ávila:
“Parecióme, estando así, que me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad y al principio no veía quién me la vestía. Después vi a nuestra Señora hacia el (el reservado para la sacratísima Humanidad de Cristo) y a mi padre san José al izquierdo, que me vestían aquella ropa. Dióseme a entender que estaba ya limpia de mis pecados (…) que para señal que sería esto verdad me daba aquella joya. Parecíame haberme echado al cuello un collar de oro muy hermoso, asida una cruz a él de mucho valor (V 33.14).
El tercer Isaías contesta desde la orilla de la historia revelada: «Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus galas» (Is ,61, 10).
Precisamente ahí, a continuación del relato del programa de vida del profeta que Jesús hace suyo al comenzar su vida pública en la sinagoga de Cafarnaúm (Lc 4). Como un joven se casa con una doncella –sigue el profeta-, «así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa la encontrará tu Dios contigo“.
La alta mística es una historia de amor derrochado, alianza de amor profética abierta a una misión a favor de los menos favorecidos. Todos podemos pedir «alas de paloma» (Sal 54, 7; V 20.24).
Mas vuelo suave, es vuelo deleitoso, vuelo sin ruido (V 20.24).
M 6.6: EL DILEMA DE LA ALEGRÍA
En medio de las penas de esta vida estos momentos sabrosos de amor traen como consecuencia una alegría inmensa, “oración de júbilo“, “arrobamiento de contento”, o “ímpetu de alegría”, dice Teresa. Se parece a la fiesta organizada por el padre del hijo pródigo, o al júbilo que tenían los santos cantando alabanzas a Dios por los montes. Querría convidar a todos y hacer grandes fiestas.
Las potencias quedan libres para amar y la oración de alabanza toma carta de ciudadanía. Gozo interior de lo muy íntimo del alma, y con tanta paz, y que todo su contento provoca a alabanzas de Dios. Y, curiosamente, en ese instante termina de encontrarse con ella misma: “Parece que se ha hallado a sí” (M 6 6.10). En la alegría de saberse amado por alguien, en este caso por el amor del Dios de Jesucristo, se culmina el encuentro con uno mismo. Gran paradoja que para hallarse a sí hay que olvidarse de sí.
Tres fuerzas tiran de la persona: huir al desierto a gritar la alegría del amor, la de morir cuanto antes para que se produzca el encuentro definitivo o volver al mundo a colaborar con el Esposo (M 6.6.3). Opta por la tercera. Aquí nace la Teresa “inquieta y andariega”.
Una vez más nos sale al encuentro la querida samaritana. En una exégesis muy particular, Teresa la describe dentro del proceso de amor que lleva a la apertura de colaboración con el Esposo: «Iba esta santa mujer con aquella borrachez divina dando gritos por las calles. Lo que me espanta a mí es ver cómo la creyeron, una mujer, y no debía ser de mucha suerte, pues iba por agua» (CAD 7.6-7).
El apostolado no nace de planes sesudos, sino de la alegría de saberse amado: «sólo miran al servir y contentar al Señor» (CAD 7.5).
De la oración de júbilo nace el amor creativo que no mira su contento sino el imitar la vida trabajosa de Cristo. Adquiere una mayor conciencia de su pecado pasado y al mismo tiempo se ve en la senda de la felicidad.
APLICACIONES PARA EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN
He omitido a propósito una apostilla escrita por Teresa al margen derecho del manuscrito a requerimiento de un censor asustado: «Hase de entender, con la disposición y medios que esta alma habrá tenido, como la Iglesia lo enseña» (M 6.4.3). Preciosa advertencia del censor que nos sirve en este momento para apuntar a una nueva visión de la disposición y medios que la Iglesia nos enseña. Me refiero al sacramento de la reconciliación y al acto penitencial del comienzo de la eucaristía. No se trata de cambiar nada, ni del dogma, ni de la tradición de la Iglesia. Se trata de llevar al primer plano lo que quizás queda en la penumbra.
Con un ejemplo se puede explicar con brevedad. El Código Penal ha vivido un proceso a lo largo de los siglos; de poner el foco en el delito, se pasó a ponerlo en el delincuente y, desde el nacimiento de la victimología, (nueva ciencia que se desprende del código penal en los años setenta del pasado siglo) a la víctima. Poner en el centro a la víctima no disminuye la gravedad del delito ni su ejecución a manos del delincuente. Sencillamente abre una nueva vía, una nueva insistencia, una nueva perspectiva.
Volvamos a la mística. Sabemos que santa Teresa se confesaba con mucha frecuencia y no es raro encontrarla haciendo una confesión general. En mi opinión, la antiguamente llamada confesión es un micro arrobamiento, que nos permite, con la ayuda del Señor, ir haciendo progresivamente la experiencia de sabernos amados y lanzados a nuevas oportunidades desde la fiesta del amor. El paso en la nomenclatura de la confesión del pecado a la reconciliación sacramental en la teología moderna no es baladí. Nos indica un cambio sustancial. ¿No debemos dar un nuevo paso pasando de la reconciliación a un amor volcado, gratuito, que perdona y olvida? ¿No se abriría así una puerta a que quienes Dios quiera puedan vivir arrobamiento místicos con más facilidad? ¿No estaría en consonancia con el jubileo de la misericordia propuesto por el Papa Francisco?
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(La foto sigue siendo de Free stock Photo. La canción la escuché por primera vez en Caucete, cerca de san Juan (Argentina), interpretada muy bien por un compañero sacerdote. Luego la busqué en internet. Me parece de las canciones religiosas más bonitas que se han escrito en los últimos tiempos. Para conocer la letra y la historia de la canción)
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