Seguimos comentando las sextas moradas, donde el amor de Dios hacia el ser humano se manifiesta con experiencias sublimes. Entramos en el mundo de la imagen, de las presencias en la ausencia acompañadas de visiones con imagen. Son más fáciles de explicar que las visiones intelectuales según el parecer de Teresa, “en alguna manera me parecen más provechosas, porque son más conformes a nuestro natural”.
Comenzamos leyendo el capítulo 9 de las sextas moradas, dando pistas para una mejor comprensión. Recordamos, como hacemos siempre, que estamos ante experiencias místicas, dones de Dios, regalos inmerecidos, explicados en sus mayores cumbres. Sabiendo que detrás hay una historia de amor fundada en experiencias humanas, normales y corrientes.
El capítulo lo divido en dos partes, de los números 1 al 8, y del 9 hasta el final; por una sencilla razón, primero explica las visiones desde su experiencia en ese momento, y a partir del número 9 comienza a explicar los “efectos”, transformaciones personales y aplicaciones a su vida. Presento en el post la primera parte.
M 6.8.1-8
nº1. Según ella son más peligrosas las imaginarias que las intelectuales porque puede el demonio hacer más daño, “meterse” y estragar todo. Reconoce que son más fáciles de entender al ser “más conformes a nuestro natural”. Una frase algo enigmática termina el primer número, “salvo de las que el Señor da a entender en la postrera morada, que a éstas no llegan ningunas”. Parece indicar que hay diferencia entre las visiones de las sextas y las de las séptimas. Lo examinaremos al llegar a las séptimas.
Nº2. Pone el ejemplo de de una habitación de oro que contiene una “piedra preciosa”. Está ahí, lo sabemos, aunque nunca la hemos visto, no tenemos la llave para abrir el “relicario”, la tiene su propietario “y, como cosa suya, abrirá cuando nos la quisiere mostrar”. Seguimos en el mundo señalado en el capítulo anterior, las visiones son formas de comunicación amorosa dadas por Jesucristo cuando quiere y a quien quiere, “las maneras y modos con que Su Majestad se nos comunica y nos muestra el amor que nos tiene, con algunos aparecimientos y visiones tan admirables”. Comunicación y amor.
Nº3. Llegamos al meollo del capítulo, cuando el Señor es servido abre el relicario “de presto”. La vista será muy breve, la imagen queda esculpida en la memoria, como un “relámpago”, a esa imagen guardada podrá recurrir en su ausencia.
“cuando nuestro Señor es servido de regalar más a esta alma, muéstrale claramente su sacratísima Humanidad de la manera que quiere, o como andaba en el mundo, o después de resucitado” (M 6.9.3).
Se trata de una “imagen gloriosísima” de la Humanidad de Cristo, bien resucitado o bien como “andaba en el mundo” resucitado. En ambos casos es Cristo Hombre resucitado, con carne glorificada. No ve el retrato en su humanidad natural, lo ve hombre caminando por el mundo transformado por la resurrección.
nº4. Aquí se da un salto obra del Espíritu Santo, no es una imagen fija, pintada; al contrario la imagen cobra vida, le habla, le enseña: “Aunque digo imagen, entiéndese que no es pintada al parecer de quien la ve, sino verdaderamente viva, y algunas veces se está hablando con el alma y aun mostrándole grandes secretos“. Luego no es una vez sino muchas las que ve la imagen vida de Cristo resucitado, por poco tiempo, “pasa muy de presto”. Y no es visión corporal, con vista de ojos, nunca las ha tenido, sino con los ojos interiores del alma. Al aprender sin estudiar, o “mostrarle grandes secretos” le va a dedicar el capítulo 10 entero.
Anteriormente nos había explicado la diferencia entre imagen muerta a imagen viva en el capítulo 28.8 de Vida: “que hay la diferencia que de lo vivo a lo pintado, no más ni menos. Porque si es imagen, es imagen viva; no hombre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios; no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado”.
En ambos textos observamos que detrás se ha dado la contemplación de imágenes pintadas, un pequeño elenco de estampas o cuadros, con las que ella ha fundamentado su oración durante años.
Nº5. Concreta la imagen vista. Descubrimos que es Jesucristo glorioso. “Digo espantosa, porque con ser la más hermosa y de mayor deleite que podría una persona imaginar, aunque viviese mil años y trabajase en pensarlo, porque va muy adelante de cuanto cabe en nuestra imaginación ni entendimiento), es su presencia de tan grandísima majestad, que hace gran espanto al alma (…) que se da bien a conocer que es Señor del cielo y de la tierra”.
Nº6. Más concreciones. Es el Cristo glorioso que volverá a juzgar, a condenar o absolver. Es maravilloso poder disfrutar de él viniendo como amigo a dialogar con su esposa. ¿Qué será aquel día cuando nos vengáis a juzgar, pues viniendo aquí tan de amistad a tratar con vuestra esposa, pone miraros tanto temor? ¡Oh hijas! ¿y qué será cuando con tan rigurosa voz dijere: Id malditos de mi Padre? Teresa tiene una visión clara y rotunda acerca del juicio final, lejana de las visiones “blandas o líquidas” actuales: cielo o infierno. A veces me pregunto: ¿Dónde habrá justicia verdadera? ¿Quién hará justicia a las víctimas del mundo?
Nº7. Sigue dando a conocer al Cristo Juez del universo. Nos dice que san Jerónimo tenía siempre la imagen guardada en la memoria. Se refiere a una lectura de juventud, “Las cartas de san Jerónimo”.
Puede referirse a la carta a Dámaso del año 381. “Sigue: «Vi al Señor sentado en un trono alto y sublime». También Daniel vio al Señor sentado, pero no sobre un trono sublime y elevado. Y en otro pasaje, la voz divina amenaza diciendo: Vendré y me sentaré y juzgaré al pueblo en el valle de Josafat, que significa «juicio del Señor». El que es pecador, como yo, ve al Salvador sentado en el valle de Josafat, no en una colina; no en un monte, sino en un valle, y en un valle de juicio; pero el que es justo, como Isaías, lo ve sentado en un trono alto y sublime. Añadiré todavía otra cosa: Cuando con la mente lo contemplo reinando sobre tronos, dominaciones, ángeles y demás poderes celestes, entonces veo su trono excelso; pero cuando considero cómo se ocupa del género humano y cómo por nuestra salud se dice bajar frecuentemente a la tierra, entonces veo su trono bajo y cercano a la tierra”. (ver Daniel 7,9 y Joel 3,12; tomo la cita de la edición de las cartas publicadas en la BAC (1993) por los Jerónimos con la traducción, comentarios y notas de Juan Bautista Valero).
En consecuencia, hay dos formas de contemplar al juez del universo, o sentado en lo alto de los cielos o en el Valle para tratar con la gente en persona. La segunda es la que ve Teresa. Se sorprende de verlo “viniendo tan de amistad a tratar con vuestra esposa”, nos ha dicho en el número 6. Ahora añade en el nº 7 que es “una subida comunicación con Dios”. El Juez del universo se pone a nuestra altura. Advirtiendo la vida ascética de san Jerónimo -fue eremita durante un tiempo-, nos recuerda Teresa que la vida en la tierra es un “momento” frente a la “eternidad” que está en juego. Cualquier dolor es soportable.
Viendo ese espectáculo grandioso “me acordaba que habían los condenados de ver airados estos ojos tan hermosos y mansos y benignos del Señor, que no parece lo podía sufrir mi corazón: esto ha sido toda mi vida.”. Si lo ponemos en positivo resulta que el Señor se muestra con ojos hermosos, mansos y benignos.
El temor a ver sus ojos airados cuando los ha visto llenos de bondad la lleva a un arrobamiento con suspensión de las potencias, es decir, se sabe amada del todo y queda fija en él sin que la memoria, el entendimiento y la voluntad puedan intervenir. ¡Traspuesta!: “¡Cuánto más lo temerá la persona a quien así se le ha representado, pues es tanto el sentimiento, que la deja sin sentir! Esta debe ser la causa de quedar con suspensión. La flaqueza humana se junta en comunicación íntima con la grandeza de Dios.
N.8. “Cuando pudiere el alma estar con mucho espacio mirando este Señor, yo no creo que será visión, sino alguna vehemente consideración, fabricada en la imaginación alguna figura”. El espacio es el tiempo, dice Covarrubias, “también significa el intervalo del tiempo y decimos por espacio de tiempo, de tantas horas”. La visión dura muy poco, de lo contrario es fabricación de la imaginación.
Son muchas las cosas a comentar y, para no alargarme, seguiré otro día. Terminaré de presentar el resto del capítulo y añadiré los comentarios. De momento bastará con leer y releer la primera parte.
(La música es de Samuel Barber, El Adagio for Strings (1936), compositor norteamericano del siglo XX (+1981). En dos versiones la de Berstein y la de un coro. La fotografía es de Brooke Shaden, ante el misterio de la puerta cerrada, con un cartel colgado del pomo que pone “privado”)
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