Después de mucho tiempo sin escribir (pido disculpas), retomamos el comentario a las sextas moradas de santa Teresa de Jesús, morada 6, capítulo 6, el “arrobamiento de contento”, “oración de júbilo” o“ímpetu de alegría”, .
Ates de entrar en materia recuerdo algunos de los datos reseñados en post anteriores. Las moradas sextas y séptimas son las del amor en sus más altos grados, o para ser más precisos, las moradas del amor de Dios con el ser humano.
En las tres primeras moradas aprendemos a vivir el amor a Dios y al prójimo, y en las dos últimas aprendemos a vivir desde el amor de Dios.
Los capítulos cuatro, cinco y seis de las sextas moradas forman una unidad. El cuarto explica los arrobamientos en sí mismos, es decir, los momentos intensos de un amor recibido. Equivalen a un “sobrecogimiento”, una sorpresa inesperada que nos hace felices. La persona se siente feliz al recibir el amor incondicional de Dios que conlleva el perdón y el olvido. Naturalmente detrás se supone -salvo gracia especial- una vida espiritual consolidada en el tiempo, acompañada del frecuente recurso al sacramento de la Reconciliación y a la Eucaristía, la práctica de las virtudes (o forma de vivir propuesta por Cristo), y una relación amistosa a través de las diferentes formas de oración de las tres primeras moradas.
Son un don de Dios, una gran merced, que podemos solicitar según nuestra maestra, pero nunca forzar ni inventar. Si en algún momento de nuestra vida hemos experimentado un poco ese amor de Dios, ya conocemos el camino de los arrobamientos, aunque sea en su intensidad más baja. Teresa los escribe en el grado máximo experimentado por ella.
El capítulo cinco llamado “vuelo de espíritu”, la palomita en busca de reposo aprende a volar y es trasladada al cielo, donde empieza a saborear nuestra esperanza definitiva, descubre la verdadera libertad, hija del amor recibido, y hace suya la vida de Cristo.
El sexto capítulo explica las consecuencias de saberse amado, en particular las del quinto capítulo. Son dos: El deseo de morir (números 1 al 9), y la tentación de huir al desierto a vivir en soledad las grandezas de un Dios que nos ama incondicionalmente. Para terminar con una nueva forma de arrobamiento llamada oración de júbilo (de los números 10 al 13).
Como hemos dicho, los nueve primeros números explican los “efectos“, las consecuencias del “arrobamiento” del cuarto y los “vuelos de espíritu” del quinto.
Veamos el número 1. Al vislumbrar el alma las maravillas del cielo vive con “deseos de gozar del todo”. Sale otra vez a relucir la expresión que nos acompaña desde el comienzo de las sextas, “pena sabrosa”, ahora convertida en “tormento sabroso”. Tiene prisa por conocer la otra orilla, son unas “ansias grandísimas de morirse”, salir de este “destierro”. Le alivia la “soledad”, sin que la “pena” deje de invadirla.
Estando en esta situación tan dolorosa se produce un cambio radical: del miedo a la muerte que siempre tuvo, al deseo de morir de amor para conocer cara a cara a Jesucristo cuando vive en las sextas moradas:
“Quedóme también poco miedo a la muerte, a quien yo siempre temía mucho. Ahora paréceme facilísima cosa para quien sirve a Dios, porque en un momento se ve el alma libre de esta cárcel y puesta en descanso. Que este llevar Dios el espíritu y mostrarle cosas tan excelentes en estos arrebatamientos, paréceme a mí conforma mucho a cuando sale un alma del cuerpo, que en un instante se ve en todo este bien; dejemos los dolores de cuando se arranca, que hay poco caso que hacer de ellos; y a los que de veras amaren a Dios y hubieren dado de mano a las cosas de esta vida, más suavemente deben de morir” (V 38.5).
En mi opinión es entonces cuando escribe una de sus poesías más famosas. Copio el texto de la editorial Monte Carmelo:
Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.
Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Solo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.
Solo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que solo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero
que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.
Poesía para leer, releer y rezar. Puede hacer maravillas si la “mariposica” (o “palomita”) sigue buscando “asiento” definitivo, su lugar de reposo definitivo, algo que conseguirá al entrar en las séptimas moradas:
“En fin, no acaba esta mariposica de hallar asiento que dure; antes, como anda el alma tan tierna del amor, cualquier ocasión que sea para encender más ese fuego la hace volar; y así en esta morada son muy continuos los arrobamientos, sin haber remedio de excusarlos, aunque sea en público, y luego las persecuciones y murmuraciones, que aunque ella quiera estar sin temores no la dejan, porque son muchas las personas que se los ponen, en especial los confesores”.
Resaltamos el estar “tierna de amor“, algo propio a las sextas moradas en su conjunto. Son continuos los arrobamientos quiere decir que son muy frecuentes las experiencias de saberse amada. Y son todos “sobrenaturales”, dones gratuitos de Dios a la persona. Los confesores son los más preocupados, le aconsejan que vaya por otro camino “porque este es muy peligroso” (M 6.6.2).
En efecto, los confesores son el mayor impedimento; por aquellos tiempos comienza un debate que durará siglos contra la oración de contemplación, con su supresión en el siglo XVII; en especial para los seglares, aunque también influyera gravemente en las órdenes religiosas.
De ahí que Teresa sea muy cauta y desarrolle muy poco esta forma de oración (mucho menos que las diferentes oraciones de las tres primeras moradas), limitándose a contarnos sus experiencias más elevadas. Hoy es un debate superado y desde hace unos decenios la oración de contemplación vuelve a ser aceptada por teólogos y místicos.
Una desgracia el tiempo perdido en estos siglos, entre otras razones por la búsqueda en las religiones orientales de tantos cristianos, ignorantes de estas altas cimas en el cristianismo. Lo explicaré con detalle más adelante.
Nos queda por comentar la siguiente tentación, la huida al desierto y la “oración de júbilo”. Lo haré en los siguientes post.
(La foto es de Mario Wallner Free Stock Photos. La música del argentino Piazzolla, Milonga del Ángel)
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