A partir del título del último post del padre Antonio Mas me surge, no por primera vez, esta pregunta que me gustaría compartir:
“¿Llegamos realmente a conocer la intencionalidad última de nuestros actos?”
Acercarnos a descubrir esto es uno de los puntos clave en un trabajo terapéutico. Muchas veces el conflicto psíquico proveniente de las diferentes motivaciones inconscientes, contrapuestas entre sí, generan síntomas que nos causan sufrimiento. El revelar esos deseos últimos, sería uno de los objetivos de una terapia, con el consecuente alivio del sufrimiento.
Este proceso terapéutico se da en un vínculo –paciente y terapeuta-, en un determinado contexto. Dicho proceso nos exige en la medida de nuestras posibilidades ser honestos con nosotros mismos y con otro, para así aproximarnos a descubrir esas intencionalidades últimas, algo que solos sería muy difícil.
El Castillo Interior, o Las Moradas, puede significar un proceso de relación interpersonal –con Dios o con los demás- en el cual vamos ahondando cada vez más profundamente según en la morada que estemos, calificando esa relación.
Nos podemos preguntar cuánto de mí pasa al otro/Otro en mi relación con él/Él. Cuánto de donación y acogida. ¿Qué grado de compromiso tengo? ¿Superficial sin entregarme mucho o me doy enteramente y todo lo que soy lo pongo al servicio del otro?
En las terceras moradas, creo que Dios nos revela nuestra verdad moral íntima, nos prueba con eso verdadero que de mí pasa al otro que muchas veces no es mucho y queda disfrazado en el hacer “cosas”. Y así creemos que cumplimos, cayendo en la trampa de quedarnos tranquilos, nos acomodamos con el supuesto “deber cumplido”. Nos dice Teresa: “pasad delante de vuestras obrillas”.
Dios no quiere cumplidores de la ley, el mensaje es otro. De lo que se trata es poco a poco lograr un cambio en nuestra persona. Cambiar nuestro SER. Dejar el hombre viejo y ser un hombre nuevo, “cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne”. Dios quiere que nos entreguemos enteramente. Semejanza de amor. Y nos plantea el desafío de amar tanto cuanto somos amados por Él. Ya eso nos revuelve, porque cuesta más el amor que “cumplir” una serie de normas. Cuesta más liberarnos de un yo egoísta, centrado en nosotros y pasar a un yo centrado en los demás.
Forma parte de un proceso personal, de podernos enfrentar con esas motivaciones internas a veces desconocidas o negadas, para poderlas elaborar. Y nos damos cuenta que en la relación con el otro/Otro es como nos vamos conociendo. Nos va ayudando a conectar, si somos honestos, con nuestro yo más profundo, que muchas veces no es tan agradable como nos gustaría. En las relaciones interpersonales muchas veces quedan al descubierto nuestros enfados, nuestra poca paciencia, sentimos que no nos entienden cuando no logramos que acepten lo que proponemos, nos hacen sacar la rabia, nos molesta el otro, etc. y proyectamos en los demás muchas necesidades y angustias nuestras, generando las dificultades en las que todos nos reconocemos.
Y Jesús nos enseña el camino. El amor es salir de nosotros, olvido nuestro poniendo al servicio del otro/Otro lo que somos. Y aquí entra el recogimiento porque nos recoge quien centra nuestra atención, desechando todo lo que nos descentre de eso. Es una exigencia que no viene desde “fuera”, sino desde “dentro”.
Y ahí nos damos cuenta que la dificultad de vivir así, en esa dinámica amorosa de donación y acogida del otro como es, está dentro de nosotros. Que no podemos recogernos porque llevamos mucho lastre. El silencio y la soledad aumentan como una lupa nuestro mundo verdadero, y nos hace reflexionar sobre cómo estamos conviviendo con los demás.
Y nos lanzamos a la “multitarea” tan disponible en nuestros días. Huimos de nosotros mismos, y las relaciones se enmarcan muchas veces en “un emoticono”, en una conversación por chat. Pasan a ser virtuales y no reales. Nos desparramamos y eso nos bloquea muchas veces nuestra afectividad verdadera.
Una relación personal es compromiso, tiempo, entrega, acogida, “estar muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”. Y cuando logramos esto, vamos experimentando poco a poco la diferencia entre vivir derramados o recogidos; la diferencia entre vivir para afuera distraídos de los demás o para adentro y centrados en los demás.
El recogimiento va moldeando nuestra personalidad, antes me recogía “un yo”, lo más instintivo y primario, y ahora me recoge un tú. Es una decisión radical el proponernos mejorar no solo la calidad de vida, sino la calidad de “seres en relación”. El ser es la raíz del obrar. Esa es la manera de cambiar el mundo.
Crecen de esta manera las relaciones en interioridad y vivimos más en plenitud nuestra relación constitutiva con Dios. Ese Dios que no se agota, que siempre es misterio y de Quién “somos imagen y semejanza”. De esta manera, como ya lo descubrió nuestra Santa, nunca acabamos de conocernos, y por extensión, nunca acabaremos de conocer a los demás.
El único conocimiento verdadero entre las personas es el que proviene del amor, y como somos infinitamente capaces de amar, el proceso nunca culmina, siempre estaremos comprometidos.
María Noel
Enlace a Facebook de Maria Noel
Itinerario Espiritual
Si te unes por primera vez a esta aventura de amor humano y divino, lee las entradas desde el principio del Blog.
No encontrarás una especie de recetario de cocina, ni un conjunto de normas.
Sí te garantizo que encontrarás una forma de vivir, en amistad con Jesucristo, de la mano de Teresa de Jesús.
Sea cual sea tu situación de partida, eres bienvenido.
2 Comentarios
Excelente.
Gracias María Leonor. Se lo comunico a María Noel