José Vidal Taléns es sacerdote católico, teólogo y párroco. Y, además, amigo del alma desde los tiempos de Roma. Es catedrático emérito de Cristología Fundamental en la universidad de Valencia. Ha compaginado siempre su inquietud intelectual -y su valía como teólogo-, con la atención a las víctimas del mundo. Además de su tesis doctoral sobre la cristología de Kasper, ha escrito varios libros y artículos. Podéis seguir su reflexión desde el video de Youtube, parroquia de san Lázaro del 17 de mayo, o leyendo la meditación.
https://www.youtube.com/watch?v=d1c61S760wc
- Nos ha cambiado la vida y hemos de colaborar con Dios para que sea para bien nuestro y de nuestros hermanos.
Viviremos con el riesgo compartido del virus y con la necesidad compartida de protegernos, cuidándonos y cuidando de los otros; al menos, durante mucho tiempo va a ser así.
Es un aprendizaje, un esfuerzo de amor, luchando contra el instinto natural del miedo a ser contagiado y venciéndolo cada día; con paz ante cuantos imprudentes e irresponsables podamos encontrarnos.
Venceremos la tentación de ir dando lecciones a cuantos no nos las han pedido, hablando con paz con quien se pueda hablar así. Entendamos que colaboramos con Dios, no se trata de demostrar nada, ni que sabemos más, ni que lo hacemos mejor, ni de que somos responsables de todo lo que ocurra.
Hemos de estar a la altura del momento (continúan los tiempos recios) como cristianos, ante este cambio grande en la forma de vida que tenía la gente como habitual, que afecta a sus gustos, a sus deseos o, incluso, a lo que entendíamos como nuestros derechos o nuestras libertades. Y hemos de estar ahí como cristianos sabiéndonos también tentados, continuamente tentados, por nuestro miedo, tentados por nuestra frustración ante lo que no se me deja hacer por tomar tantas precauciones, y tentados por nuestra necesidad de autoafirmación.
Para esta nueva convivencia es muy importante que vayamos “ligeros de equipaje”, desprendiéndonos de lastres, purificados en nuestros deseos, yendo a lo esencial, al corazón. Hemos de salir descargados de razón, de razones. Recordad que muchas veces vamos al encuentro “cargados de razón”. Y es posible que la razón esté de nuestra parte, pero la razón sola no sirve de mucho para el encuentro entre las personas, diferentes en sus biografías, psicologías y culturas.
Deberemos ser más austeros con las opiniones con las que nos identificamos o deseamos que ganen, cuidadosos al difundir algunos WhatsApp, vídeos, datos, informes, reivindicaciones. No podemos dejar de tener nuestras opiniones más afines a alguna ideología que a otra, pero el cristiano, desde la luz del Evangelio, debe ser muy crítico, incluso autocrítico, con las ideologías que tienden a absolutizarse: o conmigo o el caos.
¿Somos conscientes de que no volvemos a lo de antes, de que nos ha cambiado la vida? ¿Asumimos el cambio en la forma de vida con sentido cristiano? ¿Somos conscientes del esfuerzo sobreañadido que hemos hecho y deberemos seguir haciendo…?
Examinemos cómo se nos va a hacer más difícil todo y deberemos poner voluntad de atención y amor:
- en la convivencia familiar, en el trato con los pequeños y los mayores, con los sanos y los enfermos, por una u otra enfermedad o por debilidad psicológica,
- Atención y amor en los trabajos educativos, productivos y de servicios,
- Atención y amor en la relación con las administraciones, con la sanidad, con los comercios, con los viajes en transporte público o privado,
- Atención y amor en relación con las posibilidades económicas propias o de otras personas o familias, todos empobrecidos, y unos mucho más que otros…
- Atención y amor, por nuestra vocación cristiana, en las nuevas posibilidades o dificultades respecto de la evangelización y la pastoral cristiana.
Ya no volvemos a la forma de vida anterior y deberemos poner voluntad de atención y amor, al tiempo que debe despertar en cada uno la necesidad de ser creativos, imaginativos, artistas, geniales, santos, en estas nuevas relaciones que inauguramos. No todos podemos lo mismo: “hay diversidad de dones”; pero todos somos importantes: “pero un mismo Espíritu”; y, con paz, algo bueno y bello se nos puede ocurrir, y lo necesita la comunidad humana. Para eso nos trabaja el Espíritu Santo.
- Volvamos al libro Meditación sobre la Iglesia[1]
Henry de Lubac reafirmaba su fe en el misterio de la Iglesia, Presencia de Dios en el mundo, precisamente cuando su persona y su trabajo estaba siendo cuestionado por su teología entorno al misterio de lo sobrenatural, mucho antes del Vaticano II.
De Lubac nos introduce en el misterio de presencia y comunión del Dios Trinidad, al servicio de su reinado de amor en la humanidad. Esta presencia y comunión están alentadas y aseguradas por el Espíritu Santo derramado en la Iglesia naciente y a lo largo de la historia de la Iglesia hasta hoy.
Más allá y más acá del “hacer” de la Iglesia está el “ser” presencia y comunión de Dios, como don para el mundo. Está a la vista de todos, pero no todos ven esa presencia y comunión abierta y ofrecida a la humanidad, convocada y congregada desde el nuevo pueblo de Dios, Iglesia. Este don, reconocido o no, desde Jesucristo y su evangelio ya no faltará en la tierra, por muchos que sean los déficits o pecados de los miembros que componen la Iglesia. Ninguna justificación de dichos pecados, pero tampoco, por ello, resultaría la invalidación de la presencia y comunión de Dios ofrecida desde la Iglesia.
La Iglesia es misterio y sacramento; don invisible y, a la vez, visible; múltiples carismas del Espíritu Santo y, a la vez, unidad de la Institución en virtud del mismo Espíritu; comunidad personas convocadas por el anuncio del Evangelio y por el envío de Jesús a sus discípulos a evangelizar, de entre los cuales señaló a los Doce y de entre ellos a Pedro. Así pues, estamos ante una realidad viva y compleja, que garantiza Dios, pero “en vasijas de barro” que somos sus miembros.
No obstante, según el Vaticano II, Jesús, y su Evangelio, “llama a la Iglesia, que peregrina en este mundo, a una reforma permanente, de la que la Iglesia, en cuanto institución humana y terrena que también es, tiene siempre necesidad”. Nuestra más valiosa contribución a esta reforma permanente de la Iglesia es nuestra conversión constante al Evangelio y nuestro compromiso en una participación activa y responsable en la Iglesia.
Los templos cerrados han sido signo de Dios para la renovación de la Iglesia y un desafío para una nueva etapa evangelizadora, a partir del signo. Como tal signo no era definitivo. Pero debemos leer el signo de Dios, aunque los templos cerrados no iban a estarlo para siempre. Cada uno habrá hecho su experiencia, habrá vivido unas emociones, le habrán venido unos pensamientos, habrá reaccionado de un modo determinado.
Una lectura del signo de los templos cerrados muy común ha sido la revalorización de nuestros hogares y familias como “Iglesia doméstica”. Quizá habéis convertido un rincón de vuestra casa, para retiraros a la presencia de Dios en medio de vosotros. Habéis y hemos dispuesto de la Palabra de Dios y la oración. Os habéis introducido a distancia en alguna celebración eucarística con verdadero ayuno eucarístico. El ayuno nos advertía de que no podíamos estar “llenos” para “recibir” a Jesús pan de vida. Quizá nos ha ayudado a purificarnos de nuestra suficiencia.
- La nueva experiencia de la Iglesia que se nos ha hecho posible
- La misa se celebraba y se celebra permanentemente sobre el mundo. Es Jesucristo el único y eterno sacerdote, y siempre actual. La ofrenda de sí mismo por la vida del mundo no ha cesado en ningún momento, aunque no tomáramos conciencia de ello. Antes, durante y después de las puertas cerradas, Él es el único sacerdote y la única eucaristía, a saber, la entrega y acción de gracias al Padre por nosotros.
- de su sacerdocio a toda la Iglesia. Es lo que se llama: Sacerdocio universal de los fieles.
Los redimidos por Jesucristo “ofrecen a Dios, por medio suyo, en todo tiempo y lugar, un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de vida de unos labios que “bendicen” con su nombre” (Heb 13,15).
1Pe 2,9: “Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido en posesión para que anunciéis las grandezas de Aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”.
- Se trata de un sacerdocio no pagano ni judío que ofrecía víctimas a las divinidades, sino un sacerdocio reinterpretado y realizado por Jesucristo en toda su vida, muerte y resurrección, concentrado en el gesto de su última cena con sus discípulos.
- Es la acción de gracias al Padre y entrega de sí (Eucaristía) para la vida del mundo, que hace ahora todo el pueblo creyente, y que se actualiza en los numerosos hermanos, para cada tiempo. En esa Eucaristía viva del pueblo creyente esparcido por el mundo, Jesucristo mismo sigue ofreciendo su vida al Padre ahora con todo su Cuerpo que es la Iglesia.
- Esta liturgia sacerdotal de todo el pueblo de Dios no se limita a la alabanza y la adoración, sino que tiende a abarcar toda la vida. Por eso dice Pablo: “El verdadero culto divino, el culto según la voluntad divina y la razón humana creyente” (logikên latreia=culto según el Logos divino y humano), consiste en entregarse a sí mismo en favor de los hermanos, en todos los ámbitos en que desarrollamos nuestra propia existencia, como verdadera ofrenda al Padre, “como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” (Rom 12,1). Es el sacerdocio que se realiza en el mutuo servicio y entrega.
- Jesucristo hace partícipe de su función sacerdotal como cabeza del cuerpo de la Iglesia a unos determinados discípulos, enviados a anunciar su Evangelio y a reunir y convocar a la comunidad de fe en nombre suyo: Son los sacerdotes que presiden la asamblea eucarística y celebran el Sacramento de la última cena del Señor, la Eucaristía.
- Estas Eucaristías diarias presididas por los sacerdotes no han dejado de celebrarse aun con los templos cerrados sin fieles. En ellos se concentraba la Iglesia y hacían su ofrenda personal “en representación de” la de sus comunidades de fe. Y algunos abrían su celebración a los fieles mediante los medios técnicos a su disposición.
- Los fieles, en el mismo momento de la celebración se unían con su atención, escucha y oración, y vivían su comunión espiritual, a la espera de la comunión sacramental, como ayuno por amor a los que enfermaban y morían y en solidaridad con los que trabajaban por la salud, con los que estudiaban y gobernaban la crisis, y con los que servían al sostenimiento de todos los ciudadanos.
Han salido muchas respuestas y muchos videos visibilizando tantas y tantas obras de misericordia, que estaban haciendo los cristianos, los religiosos y religiosas, los sacerdotes y obispados, y sus Cáritas. Eso ya lo sabíamos: se nos critica o se nos valora por lo que “hacemos de útil” para la sociedad.
Nuestra mirada ha de ir al centro, a lo nuclear, a lo esencial, incluso, a lo que, los ojos del mundo, es inútil: ¿Ha estado y ha respondido la Iglesia al momento presente? Y hay que contestar que sí. La fe nos dice que no ha faltado ni ha fallado la Eucaristía diaria, la Palabra Dios proclamada y vivida, no sólo en la sobresaliente figura compasiva e iluminadora del Papa Francisco con sus palabras y gestos, sino también en todas las Iglesias particulares, que ante el sufrimiento que nos alcanzaba los creyentes han aportado su oración y sus obras de misericordia.
Pero también han salido muchas respuestas oponiéndose el protagonismo clerical de una iglesia sacramental, que transmitía lo más valioso de su aportación en las redes y televisiones, pero sin los fieles, por una parte. Y, por otra parte, se postulaba una iglesia viva que no necesitaría de los sacramentos ni de sus ministros porque los fieles pueden vivirlos ya en la misa cósmica, en el mundo y en sus casas.
Parece que aquí hay una intuición certera (Jesucristo seguía celebrando su entrega en el mundo y en la entrega de sus discípulos). Pero un diagnóstico errado (sacerdotes y fieles en oposición o, supuestamente, sustituyendo unos a otros desde la respectiva autosuficiencia.
La comunidad cristiana es una comunidad convocada y presidida por Jesucristo, y dicha capitalidad se hace visible en la presidencia del obispo en la Iglesia particular según la sucesión apostólica o de sus enviados a las distintas comunidades que componen la Iglesia particular, en las que vive la Iglesia universal de un modo concreto. Dichas comunidades cristianas necesitan reunirse en nombre de Jesús para alimentar su fe, su testimonio y servicio en el mundo. Y no se trata de una reunión cualquiera entre humanos, sino de los creyentes que se abrazan a un Dios crucificado en la cruz y lo pueden llevar bien porque se les manifestó como resurrección y vida para el hombre.
Por arcano o mistérico que parezca, los cristianos nos abrazamos a la cruz de Jesús y es como estamos junto a Dios en Su sufrimiento. Por eso, Dietrich Bonhoeffer llamaba a nuestra reunión eucarística “la disciplina del arcano”,[2] o sea, del misterio de salvación que está en acto en la comunidad de los creyentes para la redención de lo humano. Cierto, hemos sido redimidos para lo humano, al servicio de esta humanidad histórica sufriente.
Siguiendo, pues, a Bonhoeffer, por una parte, diría: no hay que fomentar la separación de lo que se dice para la comunidad de fe y lo que se dice para el mundo. Vivimos solidarios con nuestro mundo, en lo que nos favorece y en lo que nos dificulta la vida de fe. Y la revelación del misterio de salvación es para la salvación de los hombres, y éstos han de entender humanamente que lo que vivimos y anunciamos les salva.
Pero, por otra parte, es cierto que, quien no ha sido iniciado en el lenguaje simbólico del misterio de la presencia salvadora de Dios en el misterio que vivimos en la comunidad eucarística, se encontrará extraño con el lenguaje de la liturgia de la Palabra y con el de la Eucaristía (lenguaje arcano). Sin embargo, no porque resulte extraño para el mundo, debemos prescindir los creyentes de dicho lenguaje litúrgico y sacramental, que celebra, alimenta y sostiene nuestra fe y testimonio en el mundo. Hay que superar ya la alternativa que dividía tantas posturas en las últimas décadas entre la sacramentalidad y la secularidad de la Iglesia.
La pregunta adecuada, en el momento presente, no es, pues, qué hace la Iglesia o qué he hecho yo por la sociedad, sino: ¿Qué es la Iglesia? ¿qué es la Iglesia que yo soy con mis hermanos creyentes, pero que ni mi persona ni nadie de la Iglesia la agota, y la representamos uno a uno sólo deficientemente. Por eso la Iglesia es la comunidad de Jesucristo en el Espíritu Santo; sólo Él garantiza la santidad en la Iglesia en medio de muchos cristianos pecadores.
La Iglesia es una realidad humana y divina en el mundo, un pueblo de pueblos, con relaciones institucionales e íntimas entre sus miembros. Su existencia histórica es a la vez meta-histórica, es una “existencia en tensión”, con tensiones reveladoras del misterio de redención cumplido en la vida histórica y persona de Jesús de Nazaret, Dios redentor que continúa “en acto y aún como misión”, como “don y tarea”, para sus miembros “discípulos de Jesús y misioneros de su Evangelio”, redención de los humano realizada “ya pero todavía no” en su plenitud.
La misión que tenemos delante, la tarea, la misión que realizamos todavía con muchas deficiencias y pecados, eso, lo pueden ver creyentes y no creyentes. En cambio, sólo los creyentes podemos ver que la redención de la humanidad ya está en acto, que la entrega de Jesucristo por parte del Padre ha sido un gran don para la vida del mundo; que nosotros, aun con nuestras faltas o pecados, no dejamos de ser discípulos de Jesucristo en la escuela de su Evangelio; y que el reinado de Dios ya está en medio de nosotros, ya reina inmensamente su amor venciendo tanto odio o egoísmo, tanta indiferencia o dolor, aunque la victoria aún no la vemos definitiva.
Si nosotros los creyentes no tomamos conciencia del don recibido, don que se nos ha confiado para nuestro prójimo, en servicio de todo ser humano que nos salga al encuentro o a cuyo encuentro salimos nosotros, no ayudamos al reinado de Dios en el mundo, no ayudaremos a Dios a revelar su amor que respeta nuestra libertad y finitud, porque Él se hace promesa para nosotros. Por nuestra finitud enfermamos y por nuestra libertad hacemos y sufrimos injusticias, o al menos tantas desconsideraciones para nuestros semejantes. Sólo los creyentes pueden ser conscientes y revelar que Dios no nos ha dejado de su mano cuando tantos sufren por enfermedad o injusticias en esta pandemia
Dios no está ausente y la Iglesia no ha estado ausente, y no sólo por las acciones solidarias que se puedan contar y se resumen en una cantidad, por grande que sea la cantidad de servicios que se puedan enumerar, servicios que no han faltado por parte de quienes componemos la Iglesia. A unos les parecerá mucho, a otros muy poco. Nuestra mirada ha de ir más allá de lo cuantitativo, no entremos en competencia, apreciemos lo cualitativo y significativo para la humanidad en su unidad.
Recobremos y no olvidemos la perspectiva mística de la Iglesia, trinitaria y pneumatológica, propia del Oriente cristiano ortodoxo, y que la Iglesia asumió en el Concilio Vaticano II. Si Dios es, y si Dios es el revelado por Jesucristo, la Iglesia es; pertenece a la revelación de Dios en Jesucristo. Aún más, si Dios vive, la Iglesia vive, su Tradición y su Presencia es algo vivo, es un “organismo” que vive animado por el Espíritu Santo (Johan Adam Möller). “Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo” (Carta a Diogneto).[3]
Esta Iglesia viva ha compartido y sufrido con toda la humanidad la amenaza de este virus, que está provocando una verdadera pandemia, y por solidaridad con cuantos enferman y cuantos trabajan por la salud de todos, ha debido cerrar sus templos y dejar de reunirse sus miembros en el Día del Señor, siendo así que “sin el Domingo no podemos subsistir los cristianos”. La única forma que hemos podido seguir con la Eucaristía ha sido con la dolorosa separación de los celebrantes en sus templos vacíos y los fieles en sus casas, unidos por los medios de comunicación.
Celebrar la eucaristía con el templo vacío me hizo recordar enseguida la película “Il villaggio di cartone” de Ermanno Olmi, en la que aparece un párroco, al que se le pide que abandone su parroquia porque, al disminuir tanto la asistencia de los fieles, se había decidido ya cerrar esa parroquia y trasladar sus imágenes al museo diocesano. Era todo un símbolo del vaciamiento de nuestros templos, quedándole a la Iglesia el solo sentido ayuda social con sus bienes. La película deja una imagen triste e injusta de la Iglesia, pero que nos sugiere algo muy real que estábamos experimentando, el hecho de que se nos estaban vaciando los templos y que cada vez son menos los fieles que nos piden nuestros servicios, valorándonos sólo por lo que aportemos a la sociedad.
No sabemos si habrá un repunte de religiosidad y acudirá nueva gente al templo, a partir de esta crisis sufrida. Sea como fuere, la comunidad de San Lázaro de Valencia deberá seguir con su lema “puertas abiertas”, ahora más que nunca, por la experiencia hecha de puertas cerradas. Alguna persona se sentirá inclinada a valorar más su fe. Otros muchos volverán a su normalidad en la que excluían el cultivo de su dimensión trascendente en una expresión religiosa. Por eso, siempre será necesario retomar la evangelización, quizá con más urgencia, hacia dentro y hacia afuera de la Iglesia.
Evangelización hacia dentro, porque habrá que volver a insistir en el misterio de la redención que actúa en el mundo Jesucristo resucitado, mediante su acción sacramental; en el sacerdocio de unos fieles cristianos más activos y participativos como Iglesia; en la práctica de la justicia y la misericordia, en la solidaridad con los pobres y en el cuidado de la tierra, para que pueda ser habitable en futuras generaciones; en el valor del trabajo humano, muchísimo más importante que el hacer dinero; y en una educación para la vida y la convivencia con los otros como personas. Evangelio y vida.
Y evangelización hacia afuera, por nuestro servicio de llamada amigable a conocidos y no conocidos, para que puedan plantearse y asumir en su vida la fe que les haría tanto bien, para poder vivir sus alegrías y tristezas, sufrimientos y esperanzas, de un modo solidario y fraterno.
Todos hemos debido crecer en la fe durante este tiempo de confinamiento, o aún estamos a tiempo en esta salida en distintas fases, y ha debido crecer nuestro deseo de consagrar nuestra vida a Dios, para que la fe nazca en todos nuestros hermanos. Nos preocuparemos por las actividades que han de ir poniéndose en marcha y nuestras tareas pendientes.
Pero no olvidemos las tentaciones en que hemos podido caer: ¿hemos hablado mucho de retiro, desierto, silencio, experiencia de Dios, o lo hemos vivido realmente? Recordemos lo que decía Juan de la cruz: “Como muchos que no querrían que les costase Dios más que hablar, y aun eso mal” (CB 3, 2). Dios ha de costarnos más que el hablar mucho de Él o de sus cosas… No olvidemos las tentaciones que nos han venido con la pandemia, nuestro egoísmo ha tenido muchos momentos para manifestarse, nuestros miedos y angustia, y nuestras críticas apresuradas, sin mucha fundamento, a lo que se iba haciendo.
No olvidemos tampoco el sufrimiento del enfermar y el de no poder atender bien a los enfermos y ancianos como merecían. Esta experiencia sufrida debería cambiar nuestra mirada hacia esta dimensión del ser humano que es el enfermar y el morir, lo que a todos pronto o tarde nos afecta.
Y no olvidemos nunca el sufrimiento de los últimos en nuestra sociedad, del trabajo en precario, o sea, de los autónomos o los trabajadores que pueden perder su trabajo, de los temporales, de los sin contrato ni altas en la seguridad social, de los desempleados, de las familias en su pobrezas y fragilidad, y de los marginados sociales y sin techo, pobres éstos últimos algo invisibles para la mayoría y que ahora al obligarles a confinarse han sido contabilizados por los ayuntamientos.
Para finalizar, recojo intuiciones valiosas del teólogo checo Padre Tomas Halik, para los cristianos que hayan despertado su vocación a la necesidad de evangelización, intuiciones necesarias para esta nueva etapa después del Covid19, o conviviendo con él:[4]
- Desde la revalorización experimentada del sacerdocio de los fieles, participación activa de los laicos y liderazgo compartido de los ministros, sobre la base de una comunidad de estudio y contemplativa para la profundización de su fe. Tales “oasis de espiritualidad y de diálogo” podrían ser la fuente del poder curativo para un mundo enfermo en muchos sentidos.
- Al volver a los templos, no podemos dejar de concebirnos como “Iglesia en salida” (Francisco). Recordaba Halik que el día antes de las elecciones papales, el entonces todavía cardenal Bergoglio, recordó la cita de Ap 3,20 que dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo.” Y añadió: “Hoy Cristo llama desde el interior de la Iglesia y quiere salir”. En esta Pascua, aun con los templos vacíos, pudimos escuchar el relato del hallazgo de la tumba vacía y la voz que decía: “No está aquí. Ha resucitado. Id y decid a sus discípulos que os precede en Galilea” (Mc 16,6-7). Así es, Jesús resucitado hoy nos invita a no mirar el vacío del sepulcro ni el de nuestros templos, sino volver a Galilea, a la Galilea de los gentiles, donde nos esperan los creyentes y no creyentes. ¿Dónde está nuestra Galilea, donde podamos encontrarnos con el Jesús viviente?
- Pero aún convendría hacer una última precisión. La línea de demarcación ya no pasa entre creyentes y no creyentes, sino entre “instalados” y “buscadores”. Y buscadores los hay entre los creyentes y los que creen no creer.
El creyente entiende su fe no como una posesión ni una herencia, sino como un camino, o sea, hace “el camino del hombre” con quien es para él “el camino, la verdad y la vida”, Jesús, una persona amada en comunidad de fe y vida, al servicio de los otros, tenidos por hermanos. Y muchos que dicen no creer, simplemente rechazan creencias y conductas de los que les rodean como religiosos de una u otra religión, pero buscan humanizar sus vidas y las de los demás, y se esfuerzan por hacer cosas con sentido. El creyente puede, pues, salir en búsqueda del misterio personal salvador de Jesucristo con el resto de buscadores, que creen que no pueden creer en Dios.
La universalidad de la Iglesia como sacramento universal de salvación nos pide ampliar los límites de nuestra comprensión de la Iglesia. Lo que pedía Pavel Eudokimov a las Iglesias de la Ortodoxia, que se abrieran a ver la Iglesia de Jesús más allá de sus límites de afiliación, vale para la Iglesia Católica: “Sabemos dónde está la Iglesia, pero no se nos ha dado el extender el juicio y decir dónde no está la Iglesia”.[5] Es lo mismo que asumía la Iglesia Católica en el Vaticano II (LG 8; UR 3; LG 22e).
[1] Henry de Lubac, Meditación sobre la Iglesia. Editorial Encuentro. Madrid 2008.
[2] Hablo aquí de memoria. Habría que ver el tema en D. Bonhoeffer, Communio Sanctorum y Vida en Comunidad, Ediciones Sígueme, Salamanca 1969 y 1982, respectivamente.
[3] “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.
Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña.
[…] Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. […] Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.
Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo” (Carta a Diogneto, s. II).
[4] Tomas Halik, “Les Églises fermées, un signe de Dieu? en La Vie, 24/04/2020.
[5] “Los no ortodoxos, como indica su nombre, ya no están en la Iglesia ortodoxa, pero la Iglesia, por encima de su separación, continúa estando presente y obrando en presencia de la fe y de la recta intención de la salvación. Sabemos dónde está la Iglesia, pero no se nos ha dado el extender el juicio y decir dónde no está la Iglesia” (P.Eudokimov, Ortodoxia, Barcelona 1968, pp. 379-380.
4 Comentarios
Me parece muy interesante e importante la reflexión. Desde mi experiencia personal, sin embargo, hay una cuestión que no se aborda: el culto es necesario para crear y alimentar comunidad, pero tal como se vive desde hace ya demasiado tiempo en muchas parroquias, parece que fuera también suficiente, y luego, a la hora de la verdad, esa supuesta comunidad está ausente: entre el templo y la casa faltan espacios intermedios, de iglesia, asamblea, en la que aprender a conocernos y discernir. Encontrar formas que lo favorezcan no es solo responsabilidad de los presbíteros, sino de todos. Las catequesis de adultos no suelen funcionar en ese sentido, aunque varía mucho de unas a otras parroquias; y luego los fieles nos dispersamos entre varios núcleos: un lugar para acción social, otro para oración contemplativa, el culto en la parroquia, que nos viene bien por cercanía… Creo que hace falta una revisión en profundidad del funcionamiento “real”, no solo teórico, de las parroquias.
Se lo mando al autor?
Si crees que puede servir de algo, sí. Pero es puramente una reflexión desde mi experiencia, muy parcial; aunque conozco gente que la compartiría. Una inquietud antigua.
Por mi parte, estoy totalmente de acuerdo con lo que piensas. Un abrazo fuerte, aunque sea virtual