(En el año 2003 tuvo lugar en Salamanca una reunión de profesores de sacramentos de iniciación, de todos los centros de teología españoles que dependen de la Universidad Pontificia de Salamanca. Presididos por el entonces catedrático de sacramentología Dionisio Borobio. Fruto de aquella semana se publicó un libro con varias de aportaciones de los profesores. La mía se titulaba: “Experiencia, religiosa, ritualidad y sacramentos” desde santa Teresa de Jesús. A continuación copio la parte dedicada a su visión de los sacramentos y la parte dedicada a la eucaristía. El libro lleva por título: “Hombre actual y sacramentos, Dionisio Borobio (coordinador), Universidad Pontificia de Salamanca 2003).
(Es conveniente leer despacio Camino de Perfección 32-35)
1.- Los sacramentos en general en la espiritualidad de santa Teresa.
Los sacramentos son vistos por santa Teresa dentro del itinerario de las moradas, al servicio de los creyentes dispuestos a llevar una vida espiritual. Constituyen un legado recibido de Cristo y conservado en la Iglesia. Teresa apenas discurre sobre ellos, los utiliza y acepta tal y como enseña la Iglesia (Constituciones 10.1). A fuerza de practicarlos, en ocasiones hasta da la impresión de que no se les concede el lugar predominante consagrado por Trento. Será al observar el modo casi inconsciente de incorporar la teología sacramental a la vida del itinerante espiritual en los siete pasos donde la riqueza de esta mujer desbordará toda previsión. De este modo , las citas explícitas a la teología sacramental serán escasas, pero en cambio muy numerosos los cruces entre sacramentos y la configuración con Jesucristo en las siete moradas. Aquí radica la novedad y también las limitaciones de su aportación.
Para adentrarnos en la teología sacramental teresiana, recurrimos a un texto fundamental:
“Entonces comienza a tener vida este gusano, cuando con el calor del Espíritu Santo se comienza a aprovechar del auxilio general que a todos nos da Dios y cuando comienza a aprovecharse de los remedios que dejó en su Iglesia, así de continuar las confesiones, como con buenas lecciones y sermones, que es el remedio que un alma que está muerta en su descuido y pecados y metida en ocasiones puede tener. Entonces comienza a vivir y vase sustentando en esto y en buenas meditaciones, hasta que está crecida, que es lo que a mí me hace al caso, que estotro poco importa” (M 5.2.3).
En las quintas moradas, Teresa introduce el símbolo del gusano de seda para describir la vida cristiana en su totalidad; encerrado en la crisálida que es Cristo, el creyente muere al yo viejo para renacer a una vida nueva. Desde el inicio del itinerario, un conjunto de realidades cristianas atesoradas por la Iglesia van haciendo su trabajo de transformación interior. Dirigido el proceso por el Espíritu Santo, los sacramentos forman parte constitutiva del proceso de revitalización. Teresa los llamará “remedios” porque vienen en auxilio del ser humano, herido por el pecado primero; refiriéndose al sacramento de la reconciliación añadirá otro matiz dentro del mismo universo de lenguaje:
“el acudir a los Sacramentos; la fe viva que aquí le queda de ver la virtud que Dios en ellos puso; el alabaros porque dejasteis tal medicina y ungüento para nuestras llagas, que no las sobresanan, sino que del todo las quitan” (V 19.5).
Una medicina y ungüento que repara las heridas eliminando la causa que las provocó. Ahora bien, no debemos entenderlas como algo cosificado, sino vinculado estrechamente a la comunicación de Cristo con sus amigos:
“¡Oh Redentor mío, que no puede mi corazón llegar aquí sin fatigarse mucho! ¿Qué es esto ahora de los cristianos? ¿Siempre han de ser los que más os deben los que os fatiguen? ¿A los que mejores obras hacéis, a los que escogéis para vuestros amigos, entre los que andáis y os comunicáis por los sacramentos? ¿No están hartos de los tormentos que por ellos habéis pasado?” (C 1.3).
Una vez más, volvemos a entroncar la sacramentología dentro de una amplia visión de la relación del hombre con Dios, relación que discurre en un proceso de amor y amistad. Cristo anda y se comunica a través de los sacramentos, que nos defienden de los enemigos (M 5.4.7) y se convierten en fuente de gozo (F 16.4). Son además garantía final de salvación (F 16.7).
2.- El sacramento de la eucaristía
La posibilidad de comulgar con frecuencia en la misa matutina hizo que le desaparecieran de repente los vómitos que sufría al levantarse. Las frías mañanas abulenses en el Monasterio de la Encarnación guardan el secreto de las horas transcurridas mirando el mismo Sagrario que, desde un oratorio cercano, contemplaba Sam Juan de la Cruz. Los dos debieron de rezar durante horas mirando -intuyo- en la puerta de ese Sagrario una imagen de Cristo recién resucitado que ofrecía sus manos abiertas, origen de la peculiar cristología teresiana vinculada a imágenes plásticas.
El secreto de Teresa de Jesús se encuentra en la Eucaristía. De ella brota el diálogo íntimo y continuado con Jesucristo y muchas visiones y locuciones. La sorprendemos con frecuencia escribiendo al terminar la Eucaristía. También observaremos cómo del diálogo íntimo con el Señor nacen nuevas ideas, sometidas posteriormente a consulta del confesor antes de pasar a la definitiva aprobación de su superior y ser llevadas a la práctica.
En el plano doctrinal, dos ideas fundamentales atraviesan sus escritos: la presencia permanente de la sacratísima Humanidad de Cristo en el sacramento y el seguimiento de Cristo en el difícil arte de la entrega de sí mismo. Al comentar el Padrenuestro en Camino de Perfección, Teresa entiende la Eucaristía dentro de la petición de esta oración, en particular la que dice “danos hoy nuestro pan de cada día”; según esta interpretación, la petición coincide con la necesaria conversión de madurez, que consiste en la entrega de la voluntad humana a la voluntad divina (C 32-35). En las cuartas moradas, Jesucristo, nuestro “embajador“, había pedido el reino para nosotros. El Padre accede a concederlo acercando el cielo a la tierra, haciendo posible que el creyente encuentre una prenda del cielo en el interior de sí mismo, experiencia que reproduce la vivida por los apóstoles en el monte Tabor.
Las quintas se interpretan dento de la petición “sea hecha tu voluntad”. Quiere Jesucristo que entreguemos libremente al Padre nuestra voluntad. Sabiendo las dificultades que eso entraña, Él mismo entrega la suya en el Monte de los Olivos:
“Preguntadlo a su Hijo glorioso, que se lo dijo cuando la oración del Huerto. Como fue dicho con determinación y de toda voluntad, mirad si la cumplió bien en El en lo que le dio de trabajos y dolores e injurias y persecuciones; en fin, hasta que se le acabó la vida con muerte de cruz” (C 32-1-6).
Conociendo las carencias humanas, hizo otra petición al Padre -aquí va a insertarse la teología eucarística-: quedarse con nosotros todos los días para acompañarnos y enseñarnos la donación de sí. Lo interpreta desde la petición “el pan nuestro de cada día dánosle hoy”, haciendo cada día en la misa la misma ofrenda que llevó a cabo una vez por todas en su Pasión y Cruz:
“Paréceme ahora a mí -debajo de otro mejor parecer- que visto el buen Jesús lo que había dado por nosotros y cómo nos importa tanto darlo y la gran dificultad que había -como está dicho- por ser nosotros tales y tan inclinados a cosas bajas y de tan poco amor y ánimo, que era menester ver el suyo para despertarnos, y no una vez, sino cada día, que aquí se debía determinar de quedarse con nosotros. Y como era cosa tan grave y de tanta importancia, quiso que viniese de la mano del Eterno Padre. Porque, aunque son una misma cosa, y sabía que lo que El hiciese en la tierra lo haría Dios en el cielo y lo tendría por bueno, pues su voluntad y la de su Padre era una, era tanta la humildad del buen Jesús que quiso como pedir licencia, porque ya sabía era amado del Padre y que se deleitaba en El. Bien entendió que pedía más en esto que ha pedido en lo demás, porque ya sabía la muerte que le habían de dar, y las deshonras y afrentas que había de padecer” (C 33.2).
“no se queda para otra cosa con nosotros sino para ayudarnos y animarnos y sustentarnos a hacer esta voluntad que hemos dicho se cumpla en nosotros” (C 34.1).
Gracias a la presencia eucarística, queda garantizada la permanente presencia de Cristo en el mundo en cuanto Hombre, o dicho con términos teresianos, en la “sacratísima Humanidad”, expresión que significa, Jesucristo en cuanto Hombre resucitado en carne glorificada. En cuanto Hombre continúa en la tierra; en cuanto Dios, vive en el cielo. La Humanidad permanece para siempre en el Sagrario, La Divinidad “baja” desde el cielo y junto a la Humanidad se ofrecen al Padre en el momento de la Eucaristía.
Esta versión dicotómica del Concilio de Calcedonia se encontraba en algunos libros de espiritualidad que ella había leído. En la etapa cimera de su vida, san Teresa aprendió por experiencia a unir siempre lo Humano y lo Divino de Cristo, una Persona en cuya “continuanza” y compañía discurrían sus días.
Cristo sabe que su presencia en la tierra le acarreará nuevos sufrimientos, en especial cuando la eucaristía sea injuriada por los herejes, pero no por ello renuncia a quedarse en la tierra para buscar nuestro bien. Apoyándose en san Pablo, Teresa concibe la redención dentro del concepto “esclavo” (C 33.4). La esclavitud de Cristo define la salvación del hombre, al colocarse Él libremente en el lugar del esclavo para liberarlo. Quien era libre entrega gratuitamente su libertad, para, en un trueque maravilloso, conseguir la libertad de quien era esclavo.
En las séptimas, Teresa nos pedirá que sigamos los mismos pasos que el Señor, aceptando ser esclavos con Él lo fue al haber entregado la libertad en las quintas. Cristo se convirtió libremente en esclavo para sacar de la esclavitud a la humanidad empecatada; ahora, en la Eucaristía, decide de nuevo seguir siendo esclavo de los hombres en la tierra a fin de conquistar su libertad. Así, la redención realizada una vez se desliza en la historia. Para Teresa, creación (siempre utiliza el verbo “criar”), redención desde la esclavitud y Eucaristía son realidades desplegadas en la historia de los hombres. De ahí que defina el ser de Cristo como el que “nunca tornó de sí”, otra forma de llamar la proexistencia (= existencia para los demás):
“Padre santo que estás en los cielos, ya que lo queréis y lo aceptáis, y claro está no habíais de negar cosa que tan bien nos está a nosotros, alguien ha de haber -como dije al principio- que hable por vuestro Hijo, pues El nunca tornó de Sí” (C 35.3).
Comprobamos la confluencia de dos aspectos fundamentales del dogma dentro de la teología eucarística: Humanidad de Cristo y Redención, ambas vinculadas con la entrega de la voluntad en la Pasión, reelaborado -interpreta Teresa- en el Padrenuestro. De este modo, la Eucaristía se convierte para el creyente en la escuela del ofrecimiento de sí.
La permanencia del “buen huésped” nos hará posible llevar a cabo la determinación de entregarnos a Dios y al prójimo. La Eucaristía vivida por el creyente desde el comienzo del itinerario espiritual se manifiesta en toda su amplitud en las quintas moradas. Se nos encierra con Cristo como el gusano de seda en su crisálida, para morir al yo viejo y resucitar al nuevo ser humano capaz de amar intensamente y de convertirse, una vez resucitado, (séptimas moradas) en un nuevo esclavo, quien libremente se ofrecerá a Jesucristo, y por Él al Padre, en ayuda de la salvación de la humanidad.
La Eucaristía será en la teología teresiana pan que alimenta pero, sobre todo, será imitación de Cristo en el acto de entregarse a Dios y la humanidad. El momento de la comunión será el momento de máxima intimidad, porque la Eucaristía que se ha ofrecido en el altar en acción de gracias a Dios continúa en el centro del alma. Cristo, divino huésped, continúa entregándose al Padre; y también a nosotros, como maná que alimenta para la vida eterna. En ese instante, el siervo del amor, debe abrazarse a Cristo presente realmente y ofrecerse con Él al Padre desde la profundidad.
Una relación privada escrita por Teresa para su confesor da cuenta exacta de ello:
“Una vez acabando de comulgar, se me dio a entender cómo este santísimo Cuerpo de Cristo le recibe su Padre dentro de nuestra alma, como yo entiendo y he visto están estas divinas Personas, y cuán agradable le es esta ofrenda de su Hijo porque se deleita y goza con El -digamos- acá en la tierra; porque su Humanidad no está con nosotros en el alma, sino la Divinidad, y así le es tan acepto y agradable y nos hace tan grandes mercedes; entendí que también recibe este sacrificio aunque esté en pecado el sacerdote, salvo que no se comunican las mercedes a su alma como a los que están en gracia: y no porque dejen de estar estas influencias en su fuerza, que proceden de esta comunicación con que el Padre recibe este sacrificio, sino por falta de quien le ha de recibir; como no es por falta del sol no resplandecer cuando da en un pedazo de pez, como en uno de cristal. Si yo ahora lo dijera, me diera mejor a entender. Importa saber cómo es esto, porque hay grandes secretos en lo interior cuando se comulga. Es lástima que estos cuerpos no nos lo dejan gozar” (R 57).
No conservamos el autógrafo. Transcribo el traslado hecho por el jesuita Francisco de Ribera, primer biógrafo de Teresa por parecerme más completo y fiable que los presentados en las ediciones modernas.
Por consiguiente, en el momento de la comunión, la Eucaristía continuará realizándose dentro de cada uno. A la extendida costumbre de dar gracias después de la comunión, Teresa prefiere contemplar a Cristo ofreciéndose al Padre en su interior. Abrazada a Él, ella también se ofrece con Cristo al Padre, y aprende a cumplir en todo la voluntad de Dios. De aquí su interés por escribir después de la Eucaristía, y de preparar en esas ocasiones las nuevas fundaciones de monasterios.; de aquí nacerán las mayores confidencias amorosas con su Señor plasmadas en muchos de sus escritos.
Esta interpretación interiorista de la Eucaristía no la encierra en un solipsismo, sino que, bien al contrario, la lanza al exterior. La doctrina de la Iglesia católica le asegura la presencia real de Cristo mientras no se consuman los accidentes del pan y del vino; ella trata de aprovechar al máximo esos momentos. Pero también sabe de su presencia personal durante el resto del día.
La Eucaristía culmina el proceso acompañando al caminante de las quintas, donde se abandonó en Dios, a las séptimas, donde el encuentro con el resucitado termina la transformación personal lanzándolo a la acción, cooperando con Cristo:
“¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien, señalados con su hierro que es el de la cruz, porque ya ellos le han dado su libertad, los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como El lo fue” (M 7.4.8).
Debo terminar explicando las razones de la ausencia de menciones al aspecto comunitario del sacramento. Todos conocemos del espíritu fundacional de esta mujer “inquieta y andariega”.
Los pequeños monasterios debían ser luz en la noche del mundo, pequeños “palomarcitos“, “espejo de España”, donde poder reflejado el cristianismo. En un principio pensó que las comunidades no debían pasar de trece personas; deseaba reproducir el colegio apostólico de los doce más una priora, que haría las veces de Cristo. La comunidad se constituye en torno a la persona de Cristo, único sujeto y objeto, único Absoluto de la comunidad. Antes de que la autoridad eclesial dispusiera lo contrario, pensaba que unas normas sencillas, calco del evangelio al estilo franciscano, organizarían la vida comunitaria. La comunidad se constituye y encuentra su último fundamento en el seguimiento de Cristo de sus trece miembros. La máxima expresión dela Eucaristía comunitaria consistirá en la entrega libre de la voluntad a Dios que hará cada una de las trece, o la “determinada determinación” de cada una de las monjas que recorren el itinerario de seguir a Cristo con perfección.
Por si quieres saber otras opiniones: “Sacramentalidad, sacramentos y mística en santa Teresa de Jesús”, Dionisio Borobio García, ed. Monte Carmelo, 2017
Ciro García , Sacramentos, en Diccionario de Teresa de Jesús (dir. Tomás Álvarez), ed. Monte Carmelo, Burgos 2000
Tomás Álvarez, Eucaristía, en Diccionario de Teresa de Jesús, o.c.
Ciro García, Experiencia eucarística de santa Teresa de Jesús, Burguense 41 (2000) pp.73-86
Mauricio Martín del Blanco, “Santa Teresa de Jesús y la eucaristía”
Salvador Ros García, “Eucaristía y experiencia mística en santa Teresa”
Comentario
Gracias por el blog ¡fantástico!